Sueño de gloria (Cantables)


SUEÑO DE GLORIA



Zarzuela en un acto y dos cuadros.

Libreto: Ricardo Moscatelli.

Música: José María Damunt.
                                                                                                          
Estrenada en el Teatro Echegaray de Onteniente (Valencia), el día 6 de Diciembre de 1975.


ARGUMENTO


Miguel es un pintor que realiza su trabajo en La Rambla de las Flores barcelonesa. Está enamorado de Luisa hija de Carmen, florista, que se opone a ese noviazgo. Al puesto de flores de Carmen llega Andrés un joven andaluz, cuya novia debuta en el Liceo. Carmen le comenta que ella también cantó en el coro del Liceo y se casó con un tenor, pero que al poco tiempo la abandonó. Aparece Pedro, padre de Luisa, y al reconocer a Carmen le pregunta por su hija y ella le dice que está casada y vive en Australia. Unas horas más tarde Carmen se encuentra con Andrés y le pregunta por la actuación de su novia, que ha sido un fracaso. Aparece Esperanza novia de Andrés y deciden dejar de cantar y volver al pueblo. Entran Luisa y Miguel muy contentos y  Carmen se vuelve a oponer a su noviazgo, aunque al final acaba aceptando a Miguel.
La escena representa un sector del paseo central de la Rambla de las Flores, de Barcelona. Al fondo se divisa el Gran Teatro del Liceo. A la derecha del espectador, un puesto de flores, con macetas llenas de claveles, rosas, etc. En el lado opuesto se halla un caballete de pintor. Es de día.


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Personajes:

Luisa: Joven hija de la florista Carmen

Carmen: Florista de Las Ramblas barcelonesas

Esperanza: Joven aspirante a cantante

Miguel: Pintor y enamora de Luisa

Pedro: Padre de Luisa

Andrés: Novio de Esperanza


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Números musicales:

Introducción: (Carmen)
Romanza de Miguel: (Miguel)
Romanza de Luisa: (Luisa)
Romanza de Carmen: (Carmen)
Romanza de Pedro: (Pedro)
Dueto cómico: (Esperanza y Andrés)
Dúo de Luisa y Miguel: (Luisa y Miguel)
Final: (Luisa, Carmen, Miguel)


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CUADRO PRIMERO

PRELUDIO

Dos golpes de timbal anuncian el principio del preludio de esta obra, que en sus primeras notas nos presenta ya el tema básico o leitmotiv de la partitura, idea musical que irá unida al sueño de gloria que expresarán en distintos momentos los personajes prin­cipales. El tema es de notable personalidad y aparece aquí com­pleto. Después de terminada su presentación, unas notas del oboe nos dan a conocer el segundo tema importante de la zarzuela, tema que podemos vincular a la figura de la florista, por el hecho de que este segundo tema aparece de nuevo íntegramente en su romanza. Este tema, algo emparentado con el anterior, después de ser ex­puesto por el oboe es repetido por la orquesta y el mismo instru­mento. De pronto, unas flautas interrumpen esta idea para intro­ducir una nueva: un tema alegre y rítmico de carácter medite­rráneo y que es quizá el único fragmento de esta zarzuela en la que podemos apreciar cierto sabor de folklore catalán. No tarda en retornar la orquesta, precedida del timbal, al segundo tema, que se repetirá en un par de ocasiones hasta el final de la pieza.
Al levantarse el telón, Miguel está pintando ante su caba­llete, mientras en el puesto de flores, Carmen está arreglando macetas y dirigiéndose a los escasos transeúntes, ofreciendo su mercancía.
Después de unas frases de la orquesta, la florista canta un breve pasaje, mientras al fondo se oyen los ecos del pequeño fragmento alegre que se acaba de oír en el preludio.

Introducción: (Carmen)

CARMEN                  
No pase de largo
sin comprarme flores...
Siempre ha sido distinguido
un clavel en la solapa
y una rosa en el vestido
entre la estola y la capa.
No pase de largo
sin comprarme flores...

Sin interrupción, da principio ahora la romanza de Miguel, introducida por una nueva mención del segundo tema del pre­ludio. Esta romanza tiene tres partes: la primera, que corres­ponde a la estrofa inicial, después de la cual se aviva el ritmo de la pieza, que se desarrolla en unas frases más brillantes para el lucimiento de la voz, con un par de calderones que permiten al cantante proferir notas brillantes. La tonalidad de la pieza pasa ahora al mi bemol mayor para introducir la ter­cera parte de la romanza, que es la más lírica y la más próxi­ma al espíritu operístico, pues culmina en un considerable agudo (si). Las frases líricas de esta última parte van real­zadas por el acompañamiento de los clarinetes, a los que se suman los oboes en los puntos culminantes; toda la orquesta se suma al cantante en la última frase para cerrar brillante­mente esta inspirada romanza.


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Romanza de Miguel: (Miguel)

MIGUEL
(pintando)
Pintar el paisaje,
pintar esa Rambla
y pintar el alma
de sus personajes.
Es un cuadro de museo,
es el sueño de un artista;
lograr pintar el paseo
con sus flores y turistas...
¡Ay Rambla, qué color tienes!
Quién te pudiera mirar
a través de unos pinceles
que buscan la eternidad. ¡Ah!
¡Ay, Rambla del alma mía!
El sol que te manda Dios
te llena de poesía...
te besa en el corazón. ¡Ah!
Por el día los estudiantes
tus amantes
buscan tu luz.
Te llenan el aire de canciones,
te llenan de amor
y de ilusiones.
Por la noche
busca el bohemio
el misterio que tienes tu.
De día y de noche, la Rambla,
mi novia del alma
eres tú.
De día y de noche, la Rambla,
mi novia del alma,
¡es amor!

(Miguel recoge los pinceles, tubos de colores, caballete y lienzo y con todo ello se dirige hacia Carmen, que se halla ahora sentada ante su puesto. En tanto, algunas personas cruzan el escenario camino del Gran Teatro del Liceo)

(Hablado)      

Carmen.- ¿Ya te marchas?

Miguel.- Ya son las tres.

Carmen.- Y ¿cómo va la pintura?

Miguel.- A punto de terminar.

Carmen.- ¿No me la vas a enseñar?

Miguel.- Un día de éstos, que trae muy mala fortuna que la modelo vea el cuadro sin poner el punto final.

Carmen.- Pero dime, por lo menos, cómo estoy saliendo yo.

Miguel.- ¿Y cómo quiere salir? Guapa, lozana, seño­ra... Una rosita de abril entre macetas y flores.

Carmen.- ¿Tan bonita? ¿Así me ves?

Miguel.- Si yo la pintara a usted de verdad, como la veo, iba derecha al museo.

Carmen.- ¡Porras! Déjamelo ver.

Miguel.- Otro día, doña Carmen. ¿Y su hija? ¿Hoy no viene?

Carmen.- Estando tú por aquí, más vale que no se acerque. Que tu buscas... su desnudo.

Miguel.- ¡Doña Carmen!

Carmen.- ¡Doña Porras! Si no os conociera yo... Tú me preguntas por ella y ella por el pintor. Pues no me gustas «pa» yerno, que ella se merece más.

Miguel.- Un príncipe, ya lo sé...

Carmen.- Un hombre; ya ves que poco. Que trabaje. Que se afane en ganar lo que ella vale. ¡Y tú eres un pintamonas!

Miguel.- ¡Si la estoy pintando a usted!

Carmen.- Es lo mismo. Pintamonas.

Miguel.- (acercándose más a Carmen). ¿Me guarda usted el caballete?

Carmen.- Y los pinceles. Y el cuadro.

Miguel.- El cuadro no. Me lo llevo.

Carmen.- ¿Sin dejérmelo mirar?

Miguel.- De un pintamonas, un cuadro, casi nunca vale «ná».

Carmen.- Déjame eso a mí juzgarlo; tal vez cambie de opinión.

Miguel.- Ha de juzgarme por mí; por hombre, no por pintor.

(Miguel con el lienzo bajo el brazo hace mutis. Por el lateral contrario llega Andrés, andaluz simpático. Se le nota que es la primera vez que se viste de gala; se acerca al puesto de flores)

Andrés.- Déme una rosa; perdone: ¿un clavel no irá mejor? Señora, para ver en el Liceo esta noche la función con pase de gallinero... ¿qué va mejor a sus ojos?

Carmen.- ¿Desde el gallinero?

Andrés.- Sí.

Carmen.- Mejor unos anteojos.

Andrés.- ¿Es broma?

Carmen.- No; no, señor. Es que desde tan arriba lo de menos es la flor.

Andrés.- Canta mi novia esta noche.

Carmen.- Entonces, lleve las dos: la rosa, para su novia, y el clavel para el señor.

Andrés.- La he dejado en el ensayo, más nerviosa que una gata achuchada por un gato. Tiene una voz... ¡un jilguero! Y una cara...

Carmen.- ¿Como yo?

Andrés.- ¡Como usted qué va a tener...!

Carmen (ofendida) -  Pues aquí donde me ve, me está pintando un pintor para poner mi retrato en los billetes de a cien. ¡También tuve veinte años!

Andrés.- ¡Si no lo dudo, mujer!

Carmen.- Con veinte años y pico también me cantaba yo en el coro La traviata. ¡Y vaya si me aplaudían! Cuántas noches esa puerta...

Andrés.- ¿La principal?

Carmen.- La de atrás. Para verme a mí salir, se llenaba de poetas, de músicos, de escritores; un sin fin de admiradores pasaban frío por mí. Me casé con un tenor.

Andrés.- ¿De esos que tienen la voz más aguda que un cuchillo?

Carmen.- De esos. ¡Qué boda! ¡Qué banquetazo! No se acabó el refrigerio hasta que estuvieron hartos. El caviar... lo regalaban. El champán... igual que un río. Claro que, al pagar la cuenta, se me enfermó el tenor mío. Ya nunca volvió a cantar. Nunca se recuperó... Año y medio de casados, y una noche...

Andrés.- Señora: más penas, no. Que voy a ver el Otello y me han dicho que allí muere casi hasta el apuntador.

Carmen.- Mi marido no murió.

Andrés.- ¿Entonces?

Carmen.- Se fue con una corista mucho más guapa que yo.

Andrés.- ¿Le debo por estas flores?

Carmen.- Se las regalo, señor.

Andrés.- Gracias, princesa. Otro día me cuenta lo del tenor. Nos veremos a menudo; hemos venido del pueblo «pa» triunfar por «too» lo alto.

Carmen.- ¿De qué pueblo son ustedes?

Andrés (marchándose) -  De Villanueva del Caño, donde dicen que dos pares, si no se rompen, son cuatro.

(Andrés va a salir del escenario pero se cruza con Luisa, jo­ven vendedora de flores, hija de Carmen, que lleva unos ramilletes entre sus manos)

Luisa.- ¿Unas flores, señorito?

Andrés.- Para compras estoy yo.

Luisa.- Son preciosas...

Andrés.- ...Pues mejor. (aparte) Si me paro, ésta me cuenta la historia de otro señor que la dejó en la cuneta la noche que se casó.

(Andrés se va)

Luisa (viéndolo marchar) -  ¡Jesús, parece un exprés! Vaya usted con Dios, ¡marqués!

Carmen.- ¿Marqués ése? Por encargo. Me ha comprado un par de flores y se las he regalado. Ha estado un rato conmigo.

Luisa.- ¿Viendo las flores...?

Carmen.- Charlando.

Luisa.(seria) -  Madre: ¿ya le ha contado a ese hombre?

Carmen.- Sí; lo del tenor. ¿Y qué?

Luisa.- Que se lo cuenta usted a todos y no me parece bien.

Carmen.- ¿Y qué quieres? Los recuerdos no se pueden enterrar. Siempre acuden a los labios cuando los quieres callar. Te pareces tanto a él ... tu cara, tu piel, tu voz...

Luisa.- Madre: la cara tal vez; la voz...

Carmen.- La voz. ¿Por quién cantas como cantas? ¿Por mí? Yo soy como una cigarra que se ha parado en la Rambla con una triste canción. (Señalando hacia el teatro) Ahí tenías que estar.

Luisa.- ¿En el Liceo? ¡Mamá...! ¿De acomodadora?

Carmen.- No; de diva, de prima donna.

Luisa.- Y usted vendiendo aquí flores.

Carmen.- «Pa» que a ti te las llevaran. ¿Qué más podría pedir yo?

Luisa.- Madre, no sueñe.

Carmen.- ¿Por qué? ¿No sueñan las gentes ricas que son más ricas? ¿O no? El que vende «souvenires» ¿no sueña que vende sueños? Y el fontanero ¿no sueña que es ingeniero? Y el practicante, doctor; y el sargento, coronel... ¿Por qué no puedo soñar que cantas en el Liceo? ¿Por qué?

(Luisa deja volar sus pensamientos mientras su madre habla; pensativa, inicia la romanza siguiente)

La romanza de Luisa es una pieza en tres partes. Después de una introducción melancólica que nos sugiere el estado de ánimo de la protagonista, es la propia voz de la soprano la que introduce el tema principal de esta zarzuela, el leitmotiv de Sueño de gloria, con sus primeras palabras. Este tema se desarrolla durante toda la primera estrofa de su canto. Con la segunda estrofa aparece un nuevo tema en el que intervienen los instrumentos de madera y metal en pleno; es éste un frag­mento sólidamente orquestado que requiere de la protagonista un timbre penetrante para sobreponerse al conjunto. La ter­cera estrofa prosigue con el mismo tema y terminado el mis­mo la orquesta vuelve a presentarnos, en pleno, el tema de Sueño de gloria en sus primeros compases; luego se le añade la soprano para terminar en un la, que corona la romanza.

(Cantando)

Romanza de Luisa: (Luisa)

LUISA
Sueño de gloria
vienen bajando por esta Rambla.
Sueño de gloria
que a todos tiende una esperanza.
Sueña el que tiene
que tiene más.
¿Por qué no pueden
los que no tienen
también soñar?
Porque no pueden
jamás soñar.
Yo sueño con un barquito
camino de cualquier puerto,
camino de algún lugar.
Yo sueño que un pajarito
por el jardín anda suelto
buscando dónde anidar.
Yo sueño con una estrella
perdida en el firmamento,
perdida en la inmensidad.
Yo sueño que vivo en ella;
y que se ha parado el tiempo
por toda la eternidad...
la eternidad...
Sueña el que tiene
que tiene más.
¿Por qué no pueden
los que no tienen
también soñar?
¿Por qué no pueden también...
también soñar?


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(Mientras suenan las últimas notas de la romanza aparecen por el lateral derecho Jaime, el vigilante y cobrador de las sillas, y Tomás, el limpiabotas. Tomás es el tipo clásico que sólo oye lo que quiere)

(Hablado)                  

Jaime.- ¡Qué voz tiene...!

Tomás.- ¿Cómo dices?

Jaime.- Que tiene una voz Luisita...

Tomás.- ¿Cómo?

Jaime (gritándole al oído) -  ¡Qué tiene una voz Luisita...!

Tomás (encogiéndose de hombros) -  Como casi no la oigo no sé si es fea o bonita.

Jaime.- Lo tuyo ¿es de nacimiento? ¿O es que te lavas muy poco?

Tomás.- ¿Decías...?

Jaime (gritando) - ¡Que si eso es de nacimiento o es que te lavas muy poco?

Tomás.- ¿A qué te refieres, Jaime?

Jaime.- A esa sordera que tienes, a veces tan especial. (Al volverse ve a Carmen y se dirige hacia ella) Buenas noches, doña Carmen. Luisita, ¿hoy cómo estás?

Luisa (sonriendo) -  Más contenta que unas Pascuas.

Tomás.- Ya te hemos oído, ya.


Luisa.- Pero usted ¿no es algo sordo?

Carmen.- «Pa» lo que le sabe mal, que otras cosas... bien las oye.

Tomás.- ¿Qué dice?

Jaime (gritando).- ¡Tomás...! Que tú escuchas lo que quieres y eres sordo a lo demás. (bajando expresamente la voz): ¿Quieres un chato de vino?

Tomás (animado).-  ¡Hombre! No faltaba más.

Jaime (a Carmen y Luisa).-  ¿Lo están viendo? ¿Que sale ganando? Oye. ¿Perdiendo? No escucha «ná».

Luisa.- Es un caso...

Carmen.- Y que lo digas.

Tomás.- Bueno: ¿me vas a invitar o sigo con el negocio? ...si es que se le puede llamar negocio a limpiar zapatos.

Jaime.- ¿Cuántos has limpiado hoy?

Tomás (pensando).-  ¿Hoy? ... Me parece que cinco. Sí, cinco han sido, seguro, porque han sido tres clientes.

Jaime.- ¿Tres? A dos piernas cada uno, habrán sido seis, zoquete.

Tomás.- Pues uno sería cojo, porque yo he limpiado cinco. (reflexionando) Nada; que se ha ido don José con uno de los zapatos sucio... !

Luisa.- Pues el negocio es redondo.

Tomás.- Ahora, compre usted betún, dos cepillos; cuatro paños; un frasco de tinte negro, otro marrón; dos cigarros para irles dando chupadas entre zapato y zapato... Total que este cajón de sorpresas (señalando a su caja de trabajo) poco a poco se va quebrando.

Carmen.- No se queje: no paga contribución seguros ni utilidades.

Tomás.- Ni pago radicación según las autoridades. Pero esta chapa-permiso para limpiar por las calles me cuesta mi buen dinero. Cuando pago el recibito que traen a fin de mes me parece a mí que soy el dueño del Corte Inglés.

Jaime.- Te pago el chato de vino.

Tomás.- ¿Por caridad?

Jaime.- Porque te calles. Hasta la noche, señoras.

Tomás (separándose del grupo y pregonando sus servicios).-  ¡Limpia! ¡Limpia!

Jaime (a Carmen y Luisa).-  Hasta la noche, señoras.

Carmen.- Hasta más ver, señor Jaime. Y a vigilar bien las sillas, que hay gente con mucha cara. Se sientan toda la noche y se van sin pagar nada.

Jaime.- Y que lo diga. Esta tarde, cien pesetas mal contadas. Dos turistas, un borracho, tres chicas de vida airada..., y cuatro marinos ingleses que como en libras pagaban me he equivocado en las cuentas y les he dado las vueltas del dinero de mi paga.

Luisa (mirando hacia fuera del escenario).-  Mire: allí se sientan dos.

Jaime (irritado).-  Si son ingleses... ¡su padre va a cobrarles la sentada!

(Salen Jaime y Tomás. Luisa mira hacia los laterales, como buscando a alguien)

Luisa (a Carmen).-  ¿No ha visto usted...?

Carmen.- ¿...al pintor? Buenas piezas estáis hechos. ¿En quién has puesto los ojos?

Luisa.- Miguel es pintor de pincel, y no de brocha.

Carmen.- Peor me lo pones, hija.

Luisa.- Y mi padre ¿qué pintaba?

Carmen.- Aunque lo creas o no, no pintaba mal del todo; bueno, el tiempo que pintó, que no fue mucho, por cierto. Un pintor... ¡qué porvenir!

Luisa.- ¿Lo ha visto?

Carmen (resignándose).-  Lo he visto, sí. Por ahí te estará buscando.

Luisa.- Ya vuelvo...

Carmen.- Ve con cuidado. Que yo te he estado guardando mucho tiempo «pa» que ahora un pintor de tres al cuarto te engatuse en media hora. ¡Si al menos fuera un Picasso!

(Luisa inicia el mutis, cruzándose con Pedro y Reyes, una pareja ya mayor que viste con elegancia, como quien va a una fiesta)

Pedro (a Luisa).-  ¿Vende flores?

Luisa (señalando).-  En el puesto puede comprarlas. (Luisa sale)

Pedro (a Reyes).-  ¿Me permites?

(Reyes se queda en un segundo plano. Pedro se acerca al puesto; Carmen, ocupada con sus flores, no se ha fijado en él)

Pedro (a Carmen).-  ¿Tiene orquídeas?

Carmen.- ¿Orquídeas? No, señor. Aquí no se venden muchas. (Mientras dice las últimas palabras se vuelve hacia Pedro y lo reconoce) ¡Caramba! ¡Si es el tenor!

Pedro.- ¡Carmina! ¿Tú?

Carmen (recuperando el aplomo).-  Veinte años que te espero y hoy llegas de sopetón. (Carmen mira a Reyes, que sigue esperando, al fondo) (señalándola) ¿Mi suplente? ¿O desde que me dejaste has cambiado muchas veces?

Pedro.- Carmina...

Carmen (dura).- ¡Alto ahí! Carmina murió hace tiempo. Hoy me llaman doña Carmen; por ese nombre contesto.

(Mirando nuevamente a Reyes)

Carmen.- ¿Y me dejaste por eso? Yo pensé que era más guapa, pero veo que solamente es maquillaje... y un abrigo tan bien puesto que la hace ser elegante.

Pedro.- Carmen: escándalos, no

Carmen.- Y ¿qué te hace pensar que voy a armarte una bronca? Lo nuestro ya se pasó. ¿Qué te fuiste de mi lado con otra mujer? Bien va; a mí ya se me ha olvidado.

Pedro.- ¿Cómo estás?

Carmen.- ... Pues voy tirando.

Pedro.- Si algo te falta...

Carmen.- ...Descuida. Ahora ya me sobra todo.

Reyes (desde el fondo).-  Vámonos, que se hará tarde.

Pedro (seco).-  Espérame en el teatro. (Reyes se va en dirección al Liceo)

Carmen.- Tú no has cambiado nada: sigues en ordeno y mando. Tienes unas canas más; andas un poco encorvado, pero sigues en don Juan. (mirándolo atentamente): Bien vestido, bien peinado...

Pedro.- ¿Y la niña?

Carmen.- ¿Es que tienes una niña? ¿De qué? ¿De dónde? ¿De cuándo? Una niña, dices. Ya. Como siempre... bromeando.

Pedro (serio).-  Te pregunto por mi hija.

Carmen.- ¡Ah, sí! Pues ya se ha casado.

Pedro.- ¿Casada?

Carmen.- Con un pintor muy famoso. Tienen siete pequeñines.

Pedro (sorprendido).- ¿Siete?

Carmen.- Siete lirios. Siete soles.

Pedro.- Antes de irme ¿podría verlos?

Carmen.- ¿Viajas mucho?

Pedro.- Hoy aquí; mañana en Roma; pasado, Londres, París.

Carmen.- Pues a lo mejor los ves, si es cierto lo de esos viajes.

Pedro.- ¿Dónde viven?

Carmen.- En Australia. ¿Ves el Japón? Pues más abajo.

Pedro.- Te estás burlando de mí.

Carmen.- Tú te has burlado de tantos que no es malo que una vez alguien se burle de ti.

Pedro.- Carmina, no me calientes...

Carmen.- Yo ya no caliento a nadie; no me quedan calorías. Sólo flores que venderte.

Pedro (dudando).-  Carmina... Carmen ¿Qué?

Pedro.- No me atrevo. Sé que ibas a ofenderte.

Carmen.- ¿Vas a ofrecerme dinero?

Pedro.- Si tú quieres...

Carmen.- Guárdalo «pa» maquillaje, para abrigos de visón, para todos esos viajes. Para aplacar tu conciencia, si es que se te ha removido. Yo sigo aquí, con lo mío, cumpliendo la penitencia por haberte conocido.

(Una pareja se acerca al puesto de flores y curiosea como para comprar algo)

Carmen.- ¿Quieres rosas o claveles? Porque orquídeas no me quedan.

Pedro.- ¿Qué pretendes?

Carmen (seca).-  Que te vayas de una vez. Que me dejes, que hay clientes.

(Los clientes seleccionan unas flores, pagan y se van)

Pedro.- ¿No volveremos a vernos?

Carmen.- Quizás. Yo también me voy a Australia. Si vas por allí, depende. (aparte). Tiene gracia, siendo vieja, mi sangre quiere hoy ser joven.

(Pedro se va y Carmen, perdida en sus ensueños, inicia la romanza siguiente)

La romanza de Carmen se inicia con un pasaje evocador, que ocupa la primera estrofa, en la que primero callan los vio­lines pero luego se suman a la pieza hasta el fin de esta pri­mera sección. Entra a continuación, en la tonalidad de do mayor, el segundo tema del preludio, el leitmotiv que pode­mos vincular a la florista y que empieza con las palabras "Viento que a ti te llevó» pero después se desarrolla de modo distinto a como lo oímos en las piezas anteriores. Seguida­mente aparece una tercera sección, con un tema distinto, pero relacionado indudablemente con el principal, y cantado en la bemol mayor. Finalmente la melodía pasa a fa mayor, para concluir en un pasaje a toda orquesta, en el que la soprano (o mezzo-soprano) debe alcanzar el la, sobre la conclusión orquestal, que es en fa. Esta última parte se inicia con las palabras «Cuando yo sola caminaba».


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Romanza de Carmen: (Carmen)

CARMEN
¡La rosa!
La rosa de los vientos
ha puesto de nuevo en mi camino
recuerdos dormidos por el tiempo
que mi alma guardaba en un rincón.
La rosa, la rosa de los vientos
ha puesto su Norte en mi destino;
mi sangre, caudal de sentimientos,
vuelve de nuevo, vuelve al corazón.
Viento que a ti te llevó,
luna que te hizo marchar;
hoy me devuelven los dos
lo que me hiciera llorar.
Puede ser que allí,
donde reina Dios,
viva nuestro amor
sin que tenga fin.
No quiero pensar...
no quiero otra vez soñar.
Cuando yo sola caminaba
eras tú, sombra nada más.
Cuando yo sólo deseaba
nunca más volverte a encontrar...
¡cruzas, pasas vacilante
mi camino sin luz!
Y te paras un instante
en mi puerta, caminante.
Sigue, sigue sin mirarme,
que en mi desierto
tú ya estás muerto
para mi cruz... ¡Ah!


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CUADRO SEGUNDO

Romanza de Pedro: (Pedro)

PEDRO
Cuando una vida comienza
triunfando la juventud
todo se viste de fiesta
todo es alegre y es luz.
Cuando se llega al camino
que tienes que recorrer
y te lleva tu destino
hacia un mundo de placer.
Hay recuerdos que se alejan
hay amores que se olvidan
hay amigos que se dejan
llega un nuevo amanecer.
Hoy quiero que me perdones
el olvido del ayer
que vuelven las ilusiones
a nacer en mi ser.
Carmen he visto en tus ojos
una esperanza de amor
perdóname, perdona aquel error
perdóname, dame otra vez
dame tu corazón.
Quiero soñar
que vuelvo a tenerte de nuevo
Sueño por tu amor conquistar
amor
amor


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Nos encontramos en el mismo lugar del cuadro anterior, pero han transcurrido unas horas y es de noche. El puesto de flores está cerrado.

(Hablado)      

Andrés (entrando, muy nervioso).-  Ha «dao» la nota. ¡Si lo sabré yo que ha «dao» la nota!

Carmen (entrando por el lateral opuesto al que ha entrado Andrés).-  ¡El novio de la soprano!

Andrés (viendo a Carmen).-  ¿Usted por aquí?

Carmen.- Ya ve. En busca de una pareja que a mí me la está jugando y voy a aguarles la fiesta. ¿Ha empezado ya el Liceo?

Andrés (cabizbajo).-  Llevan más de la mitad.

Carmen.- ¿Cómo se portó la moza? ¿Bien?

Andrés.- Mejor que bien... regular. Empezó... ¡un ruiseñor! Una garganta... de oro. Y terminó como un loro casi a medio desplumar.

Carmen.- ¿Un fracaso?

Andrés.- Usted lo ha dicho, señora.

Carmen.- ¿Tan mal?

Andrés.- Si no sé cómo empezar... ¡Qué gritos! ¡Qué palabrotas! No se las repito aquí por no dar también la nota.

Carmen.- ¿Se alborotó el gallinero?

Andrés.- Y los palcos... y el proscenio. Creo que hasta de la azotea han empezado a caer tiestos...

Carmen.- ¿Se ha puesto feo el asunto?

Andrés.- Pero feo de verdad. Mucho más feo que Picio.

Carmen.- ¿Y ése quién es?

Andrés (inventando).-  ¿Picio? Un zagal de Villanueva del Caño. Cuando nació, la familia, asustados por su cara, lo amarraron de cordeles a la pata de la cama. Decía el padre: ¡Es un mono! Y la madre: ¡Es un gorila! ¡Un monstruo!, decía un cuñado. ¡Es un lagarto! , una tía. Que no lo desate nadie hasta que llegue el doctor. Y lo llamaron de urgencia: -Venga para acá en seguida; tenemos atado a un bicho de raza desconocida. Llega el doctor a la casa... lo observa, le da una vuelta... le toma el pulso, lo mira... El monstruo no dice nada, se deja hacer sin un guiño. Hasta que dijo el doctor: -Pueden soltarlo: es un niño.

Carmen.- ¡Jesús, qué exageración!

Andrés.- Por eso se dice mucho: «Eres más feo que Picio». Pues igual se ha puesto esto.

Carmen.- Y las flores ¿se las ha tirado usted?

Andrés.- Por ellas empezó todo. Cuando canta esa canción, esa, que habla de la luna, voy y le lanzo el clavel. Mas, con tan mala fortuna, que en vez de caer a sus pies le ha caído aquí... (señala el pecho), en la cuna. En vez de un do, ha «dao» un la; en lugar de un fa, dio un sol, y ha salido la romanza que ni el mismísimo autor sabría por dónde tomarla.

Carmen.- Total: que ha sido un fracaso.

Andrés.- Y todo por un clavel. Si le tiro una corona...

Carmen.- Calle. Ni lo piense usted.

(Por el lateral derecho llega Esperanza, joven muchacha, bo­nita, novia de Andrés, llorando. Se abraza a su novio)

Esperanza.- Andrés ¡Qué escándalo! ¿Lo has visto?

Andrés.- De «pe» a «pa».

Esperanza.- Yo estaba cantando bien.

Andrés.- Como un ángel.

Esperanza.- ¿Quién tiraría el clavel?

Andrés (corrido).-  Algún idiota, seguro ¿Qué te ha dicho el empresario?

Esperanza.- Que me dedique a otra cosa, pero que a cantante, no.

Andrés.- Entonces ¿otra vez «pal» pueblo?

Esperanza.- «Pa» Villanueva del Caño.

Andrés.- Vinimos del Caño al coro, y otra vez del coro al Caño.

Se inicia a continuación el vivaz dúo cómico de estos dos personajes. Está basado en un ritmo parecido al de un joropo, escrito en sol mayor y compás de 3/4. Es una pieza vivaz, ins­trumentada con especial atención a la sección de viento, que se destaca en bonitas y decorativas frases, especialmente las flautas y los clarinetes contrastando con las trompetas en la mayor parte de los pasajes. En la pieza alternan los pasajes a dos voces con otros en los que alternativamente se reparten la melodía, para reunirse nuevamente las voces en el estribillo conjunto. El tema, atractivo y ligero, es característico de dúo cómico y tiene este único tema, movido y gracioso.

Dueto cómico: (Esperanza y Andrés)

ANDRES y ESPERANZA
Yo soñaba que en Diciembre
nos podríamos casar, y comprar una casita
con un huerto y un corral.

ANDRES
Con lo que ganara ella
y algo que pondría yo...

ESPERANZA
Hacer un viaje a Marbella y otro viaje a Badajoz.

ANDRES
Con lo que ganara ella y algo que pondría yo.

ANDRES y ESPERANZA
Del coro al Caño, del Caño al coro; los desengaños,
los desengaños no vienen solos.
Del Caño al coro, del coro al Caño; las ilusiones,
las ilusiones de todo el año.

ANDRES
Con lo que ganara ella y algo que pondría yo...

ESPERANZA
Comprar un collar de perlas, tres gallinas y un capón.

ANDRES
Con lo que ganara ella y algo que pondría yo...

ESPERANZA
Comprar una bicicleta, un remolque y un tractor.

ANDRES
Con lo que ganara ella y algo que pondría yo...

ANDRES y ESPERANZA
Del coro al Caño, del Caño al coro; los desengaños,
los desengaños no vienen solos. Del Caño al coro,
del coro al Caño; las ilusiones,
las ilusiones de todo el año.

(Terminado el canto, Esperanza vuelve a llorar, silenciosa­mente. Andrés se le acerca, compungido).

(Hablado) 

Andrés.- Esperanza...

Esperanza.- ¿Qué?

Andrés.- El clavel... lo tiré yo.

Esperanza.- ¿Tú lo tiraste? ¿Por qué?

Andrés.- Esperanza... ¿me perdonas?

Esperanza.- ¿Tú? Pero, ¿por qué?

Andrés.- Esperanza...

Esperanza (enfadada).-  ¡No me toques!

(Esperanza, llorando, se esconde detrás de Carmen)

Andrés.- ¡Esperanza...!

Carmen.- Calma, calma, no peleen.

Esperanza.- Déjame.

Andrés (amenazando).-  ¡Esperanza, que te atizo!

Carmen (interponiéndose de nuevo).-  Pero ¿es que la va a pegar?

Andrés.- Si no se calla, de fijo.

Carmen (autoritaria).-  Estando yo aquí, me extraña. Levántele usted la mano y le suelto una galleta que aterriza, por lo menos, en Zaragoza. ¡Por éstas!

Esperanza (admirada).-  Gracias, señora.

Carmen.- ¿Por qué? Delante de mí... ni sellos el mozo pega. (Viendo la tristeza de ambos) Pero hombre... el mundo no se termina por un tropezón. ¡Qué va! Yo tropecé veinte veces y veinte volví a empezar. Así que... a empezar vosotros. (reflexionando) «Con lo que ganara ella y algo que pondría yo...» (a Andrés) ¿Qué es lo que iba usted a poner?

Andrés.- ¿Poner yo?

Carmen.- Claro: es su novia. ¡A ver quién lo va a poner!

Andrés.- Yo soy su representante. ¿Por qué trabajar? ¿Por qué? Si con su voz, en un día, gana más que yo en un mes.

Carmen.- Ya; que vives de las rentas.

Andrés.- ¿Las rentas? Y eso ¿qué es?

Carmen.- Mejor es que no lo sepas.

Esperanza.- ¡Yo no me caso con él!

Carmen.- Pues si Dios no lo remedia, adiós viaje, adiós chalet, adiós huerto, adiós corral        y adiós noviazgo de usted.

(Llegan, por donde anteriormente se habían ido, Luisa y Miguel, muy contentos. En la discusión siguiente Esperanza y Andrés quedan en un segundo plano, hablando entre sí y discutiendo sin que se oigan sus palabras)

Carmen.- ¡Vaya! Otros dos que tal bailan. Dejaos de hacer manitas, ¡que las manos van al pan!

Luisa.- Madre; ¿no puede, por un momento, callarse para escuchar?

Carmen.- Es que si callo, no hablo. Si no hablo, reviento. ¿Qué te parece mejor?

Luisa.- No tiene que reventar, ni callarse totalmente. Sólo escuchar. ¿Le parece?

Carmen (resignada).-  Está bien. Callo y escucho.

Miguel (titubeando).-  Doña Carmen...

Carmen (seca).-  ¡Doña Porras!

Miguel.- Nos queremos, simplemente.

Carmen (imitándolo).-  «Nos queremos, simplemente». Simplemente habría de ser, porque simple, eres un rato.

Miguel.- Yo pintaré cuanto pueda.

Carmen.- Sí, pintarás su desnudo.

Miguel.- Por su mente pasan ideas muy raras.

Carmen.- ¡Claro! Tú eres un santo..., un enviado del cielo.¡Pues yo te veo Barrabás, más falso que un fariseo!

Luisa.- Mamá...

Carmen.- Tú te callas; ¿lo has oído? Si de mis flores se lleva la rosa más perfumada... que perfumada esté siempre. Si de las venas me roba la sangre de mis entrañas... que no olvide que esta hembra todavía tiene agallas «pa» vengarse del ladrón, por alta que sea su talla. (Dirigiéndose a Esperanza y Andrés):         Y vosotros, para el pueblo, que el amor allí os aguarda. Y pensad que aquí una vieja os recuerda con cariño aunque haya mucha distancia. (Cambiando de tono): Bueno: ¿me convidáis a café?

Andrés.- Claro que sí.

Esperanza.- Con el alma. Dejé a una madre en el pueblo y he encontrado a otra en la Rambla. Carmen (a Andrés). Pero pagas tú ¿te enteras?

Andrés.- Yo pago. ¿Por qué lo dice?

Carmen (con retintín).-  Porque tú tienes más cara que el pintor... y ése la tiene cuadrada.


(Se van Carmen y la pareja de andaluces, y quedan en escena Luisa y Miguel)

Luisa (avergonzada).-  Perdónala...

Miguel.- ¿Perdonarla? ¡Si te ha cuidado mejor que yo mismo te cuidara!

Luisa.- Miguel...

En este momento da comienzo la introducción al dúo amo­roso que cantarán Miguel y Luisa, una de las piezas culminan­tes de la partitura por su construcción y su cantabilidad, muy adecuada a la situación, con una melodiosidad sumamente grata. Después de una breve introducción orquestal de unos pocos compases, empieza el canto con una frase del tenor sobre un tema que la soprano repite a continuación. Sigue a continuación un segundo tema, elegante y evocador, iniciado por la soprano con las palabras «Tu respuesta no llegaba». Es un pasaje bellamente decorado por los instrumentos de viento, especialmente flautas y clarinetes. Una breve frase de clarinete introduce un tema nuevo que empieza con las palabras de Mi­guel «Calor que tu cuerpo da», sin duda el más bello de esta pieza. La orquesta retorna ahora, al completo, al segundo tema, al que se suman enseguida las voces de tenor y soprano para repetirlo al unísono. Terminada esta repetición, ambas voces cantan una breve coda basada en el primer tema y concluyen con un hermoso agudo conjunto.


____________



Dúo de Luisa y Miguel

MIGUEL
¡Cuántas noches a solas pensaba
con mis manos pintar tu cuerpo!
¡Cuántas veces tu cara pintaba
y en el lienzo tu boca besé!

LUISA
¡Tantas noches sentí tu llamada,
que se pierden en mi recuerdo;
tantas veces te dije: Te quiero,
que en silencio tu ausencia lloré.
Tu respuesta no llegaba...

MIGUEL
Te llamaba sólo a media voz...

LUISA
No encontraba tu mirada...

MIGUEL
Te miraba con el corazón.

LUISA
Sólo el viento me besaba...

MIGUEL
No era el viento: te besaba yo.

LUISA
Y de noche
esperando llegara tu amor.

MIGUEL
¡Ah! Calor que tu cuerpo da,
mi bien, mío así ha de ser.

MIGUEL y LUISA
Yo a ti te amaré y te querré.

MIGUEL
Déjame terminar. Mi amor no te olvidará;
mi amor siempre has de tener.

MIGUEL y LUISA
Mírame, mírame, siempre así, mi bien.

LUISA
No me vayas a mentir.

MIGUEL
Nunca he de mentirte yo.

MIGUEL y LUISA
Tu respuesta no llegaba;
te llamaba bajito, sin voz.
No encontraba jamás tu mirada;
te miraba con el corazón.

LUISA
Sólo el viento escuché...

MIGUEL
No era el viento; era yo.

LUISA
Un remanso de amor...

MIGUEL y LUISA
...ha de ser tu/mi querer.

(Acabado el dúo, regresan a escena Carmen, Esperanza y Andrés)

(Hablado)      

Carmen (a Miguel).-  ¿Se ha despedido el señor? Porque ya estamos cerrando.

Miguel.- Doña Carmen, no empecemos.

Carmen (secamente).-  Claro que no. Terminamos. ¿Es que no te entra afición por pintar el Everest o un paisaje del Japón?

Andrés.- Lo dice por verle lejos.

Carmen (oyéndolo).-  Lo digo por precaución.

Esperanza (a Andrés).-  Tú no te metas, Andrés, que el asunto es sólo de ellos. Tú y yo tenemos bastante conque arreglemos lo nuestro.

(Ambos se quedan al margen del grupo. Por un lateral llega Jaime, el vigilante de las sillas)

Jaime.- ¿Hay reunión familiar?

Carmen.- ¡Pleno del ayuntamiento!

Miguel.- Este lo viene a arreglar.

Luisa.- Estábamos discutiendo unas cosas en privado.

Jaime.- ¿Privado? Privado se ha quedado el limpia junto a la calle Fernando.

Miguel.- Pues privado es nuestro asunto.

Jaime.- Si en algo puedo ayudar...

Miguel.- No nos haga sonreír. Usted con cobrar las sillas se arregla...

Jaime.- No, no ahí. Lo que yo quiero es ayudaros a solucionar el problema, porque sé que andáis a palos.

Luisa.- Señor Jaime, no se meta. Son cosas de enamorados.

Miguel.- A usted ¿no le zumba Montse?

Jaime.- ¿La Montse a mí...?

Luisa.- ¿Va a negarlo? Le he visto más de una vez salir corriendo y «cobrando». Y desde el balcón decirle: cuando vuelvas hoy, te mato.

Jaime (pesaroso).-  Sí; las riendas de la casa siempre ella las ha llevado. Pero en la calle ¡qué porras! en la calle soy quien manda. Que le digo negro, negro; que le digo blanco, blanco.

Carmen (con sorna).- Y en cuanto vuelven a casa, lo blanco es azul marino, y lo negro, verde claro.  (Se lleva a Jaime hacia un lado)  También yo lo azul marino de rosa lo estoy pintando. ¿Se acuerda de hace años, cuando la Montse y usted aún estaban de noviazgo?

Jaime.- Qué si lo recuerdo dice? Yo era entonces un chaval, el Don Juan de todo el barrio. Montserrat era una hembra de las que ya se agotaron. La cara, como esas reinas que se han quedado en los cuadros sin saber si eran mujeres o eran ángeles pintados. Y me tuvo dando tumbos un mes, dos meses, tres años... Cuando por fin, una tarde, me coge, fuerte, del brazo y me dice: en lugar de andar detrás, ¿por qué no vienes al lado?

Carmen.- Y ya... coser y cantar.

Jaime.- No, señora, más despacio. Para que me diera un beso tuve que hacer dos instancias, catorce certificados hablar antes con su padre, con una tía de Gerona y el alcalde de su barrio.

(El fragmento siguiente suele suprimirse en las representa­ciones, enlazando la frase anterior con la de Miguel «Ha­blan en chino»).

Jaime.- Hoy van todos muy de prisa, más que de prisa, volando.

Carmen.- Saben, antes de casarse, dónde les duele el calzado.

Jaime.- Sí; se conocen el lunes; el martes ya van del brazo. El miércoles van de fiesta, el jueves se van al campo...

Carmen.- Y el viernes llaman de tú a toda la familia. ¡Qué espanto!

Miguel (mirando a Carmen y a Jaime).-  Hablan en chino.

Esperanza.- En inglés.

Andrés.- ¡Qué mundo tan atrasado!

Luisa.- ¿Añoran aquellos tiempos?

Jaime.- Sí, no podemos negarlo. Los domingos, con mi Montse, me marchaba al Tibidabo... a bailar a La Paloma; y allí, bailando, bailando, me daba la Montse un beso que aún lo estoy saboreando.

Carmen.- Saldría usted... calentito.

Jaime.- ¿Calentito? Lo que salía es sudando. Salía como esos toros que los está toreando un maletilla. Salía como una fiera a la que están encelando. La Montse era para mí. como un «civil» a un gitano.

Esperanza.- ¿Y eso qué quiere decir?

Andrés.- Mujer, pues está bien claro: un «civil» es a un calé, lo que a un árabe un marrano... algo que si se tiene muy cerca se quiere tener lejano.

Jaime.- Una playa solitaria donde está prohibido el baño.

Miguel.- Una playa prohibida... donde después se ha bañado.

Jaime (animándose).-  Eso sí, que ya casados,  me he bañado muchas veces.

Carmen.- Calle, calle, señor Jaime; me pone los dientes largos

Jaime.- Doña Carmen, no me diga.

Carmen.- Si es que cuenta usted las cosas con una claridad... ¡Vamos!, que cierro los ojos y lo veo a usted nadando.

Jaime.- En fin, me voy para casa, que esta noche tengo ganas de soñar con esos tiempos. De recorrer con la Montse el Tibidabo y las Ramblas; de bailar en La Paloma como entoces se bailaba, pegados el uno al otro y no como ahora se baila: uno junto a la salida y el otro junto a la entrada. (Viendo que los demás se ríen): Pero... ¿qué sabéis vosotros? No sabéis nada de nada.

(Se va por el lateral)

(Todos ven marchar a Jaime. Luego, Carmen se encara con Miguel)

Carmen.- ¿No hay solución, pintamonas?

Miguel.- Ya lo ve: no hay solución.

Carmen.- Está bien... (Su rostro parece amenazar)

Luisa.- ... ¡Mamá!

Carmen (sonriente).-  Después de todo ¿qué quieres? Si los ojos se te alegran cuando lo ves ya venir... si el pulso se te acelera cuando pregunta por ti...  ¿«Pa» qué levantar barreras?

Miguel (sorprendido).-  Doña Carmen...

Carmen.- ¡Doña Porras! ¡Llámame madre! ¿Te enteras?

Miguel.- Llámeme usted hijo a mí.

Carmen.- Que se acaben las penas.

Luisa.- ¿Lo ves? Nadie del rosal se lleva tu rosa más perfumada. Al contrario: que alguien llega a tu jardín a cuidarla.

Andrés (a Esperanza).-  ¿Nos vamos?

Esperanza.- «Pa» Villanueva del Caño.

Andrés.- De sol a sol, óyeme, trabajaré. ¡Qué remedio!

Carmen.- ¿Trabajar tú? ¡Vaya! Ya empiezan los sueños. ¿Lo ves, hija? Otro que sueña.

(Empieza a sonar la música del número final. Sobre la mis­ma, Carmen recita)

CARMEN
Otra ilusión por el suelo;
otro despertar, que nadie
podrá llenar de consuelo.

LUISA
Pero ¿qué importa soñar?
Todo el mundo pueda hacerlo
sin que tenga que pagar.

La orquesta, que ha estado iniciando el tema del «sueño de gloria» durante estas últimas frases, lo ataca de nuevo ahora con los solistas que lo repiten brevemente en las frases finales de la obra con las que concluye esta partitura.


____________



Final: (Luisa, Carmen, Miguel)

LUISA, CARMEN y MIGUEL           
Sueña el que tiene, que tiene más.
¿Por qué no pueden los que no tienen también soñar?
¿Por qué no pueden también...
también soñar?





FIN


Información obtenida en la Página Web http://lazarzuela.webcindario.com/

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