LA TEMPESTAD
Melodrama fantástico en tres
actos, en prosa y verso.
Libreto de Miguel Ramos Carrión.
Música de Ruperto Chapí.
Estrenada el 11 de marzo de
1882 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.
REPARTO (Estreno)
Angela
– Dolores Cortés de Pedrol.
Roberto
– Dolores Franco de Salas.
Margarita
– Teresa Rivas.
Una
aldeana – Elisa González.
Simón
– Enrique Ferrer.
Beltrán
– Eduardo Bergés.
Mateo
– Juan Orejón.
Juez
– José Subirá.
El
Procurador – Antonio Belloc.
Un
pescador – Fernando Jiménez.
Marinero
1 – Antonio Barragán.
Marinero
2 – José Vidal.
Mujeres
del pueblo, marineros y pescadores.
La
acción en un puertecito de Bretaña, en los primeros años del siglo XIX.
Por
derecha e izquierda, se entenderá la del actor.
ADVERTENCIA IMPORTANTISIMA
Ténganse
muy presentes, para la representación de esta obra en los teatros de
provincias, las notas a los directores insertas al final.
ACTO PRIMERO
Sala
baja en la hostería de Simón, con bancos y mesas de madera tosca. A In derecha,
escalera practicable que conduce a una galería de cristales que da paso a las
habitaciones del piso alto. Puertas a derecha é izquierda y puerta y ventana
grandes al foro, por las cuales se ve la playa y rocas que cierran el fondo en
declive de izquierda a derecha. En la sala, a la derecha, en una hornacina, una
imagen de la Virgen, alumbrada por una lamparilla. A la izquierda el mostrador
y detrás aparador alto con botellas, jarros y vasos.
ESCENA PRIMERA
(Música)
Al
levantarse él telón óyense el aguacero, los truenos y el viento huracanado. La
luz de los relámpagos ilumina de vez en cuando la playa, reflejándose en los
cristales de la galería. Las mujeres, con algunos niños, rezan arrodilladas
ante la Virgen, y sobre las rocas de la playa algunos marineros tiran de un
largo cable.
MUJERES
Estrella
de los mares,
que
brillas en la altura,
potente
y limpio faro
de
luz celeste y pura,
del
triste navegante
el
rumbo incierto guía
y
amparo presta al náufrago,
¡Virgen
María!
MARINEROS
Dentro,
imitando, el grito especial con que acompañan sus maniobras de fuerza, y
especialmente la de sirgar.
¡Ohí-eohí!
Amarra
ese cable,
v
aboga hacia aquí.
¡Ohí-eohí!
(Truenos
y relámpagos)
MUJERES
Del
mísero que llora,
consuelo
y esperanza,
que
brillas entre nubes
cual
iris de bonanza,
aplaca
de los mares
la
cólera bravía
y
enjuga nuestras lágrimas.
¡Virgen
María!
MARINEROS
¡Ohí-eohí!
Si
bogas con fuerza
te
salvas aquí.
¡Ohí-eohí!
(La
tempestad se aleja poco a poco. Las mujeres se levantan y van hacia la puerta y
la ventana, desde donde miran con ansiedad la maniobra de los Marineros, cuyo
canto se repite varias veces)
MUJERES
¡A
la anhelada orilla
todos
llegando van!
¡Gracias,
oh, Virgen Santa,
ya
en tierra están!
(Prepáranse
alegres para recibir a los Marineros)
ESCENA II
Dichas,
Mateo, que entra brincando, y luego Coro de Marineros.
MATEO
La
carga y el pasaje
salváronse
por fin
y
libre ya en la orilla
se
mece el bergantín.
Ahí
llegan los valientes,
que
a fuerza de luchar
no
sé cómo han logrado
que
no los trague el mar.
(Entran
los Marineros con los trajes mojados, escurriendo el agua de algunas prendas.
Abrazan a las mujeres y a los niños)
MARINEROS
Tras
la penosa
ruda
faena,
justo
es que un trago
nos
fortalezca.
Tráenos,
Mateo,
ron
ó Ginebra,
que
a nuestra sangre
calor
devuelva.
MUJERES
Tráeles,
Mateo,
ron
ó Ginebra,
que
al frío cuerpo
calor
devuelva.
(Mateo
les sirve de beber)
MARINEROS
Bebamos,
sí, bebamos.
MATEO
Bebed,
bebed;
que
bien, valientes,
lo
merecéis.
¡Bebamos
todos!
MARINEROS
¡Bebamos
pues!
MUJERES
¡Bebed,
bebed!
(Beben
todos después de chocar los vasos)
MATEO
(A
las mujeres que le rodean)
Para
ser marinerito
no
he nacido yo;
hombre
soy de tierra firme,
pero
de agua no.
Me
embarqué por broma un día
en
que fui a pescar,
y
pesqué sólo un mareo
más
que regular.
De
pensarlo sólo
no
sé qué me da.
CORO
¡Ja,
ja, ja! (Riendo y haciéndole burla)
MATEO
Tengo
todo el cuerpo
alterado
ya. (Como sintiéndose mareado)
CORO
¡Ja,
ja, ja!
sólo
al recordarlo
alterado
está;
por
temor al agua
no
se lavará.
¡Ja,
ja, ja!
MATEO
Del
horror que tengo al agua
puedo
asegurar
que
si no hay otro diluvio
yo
no me he de ahogar.
Y
de fijo, aun cuando lo haya,
yo
me salvaré
si
para los animales
hay
otro Noé.
¡Con
el balanceo
qué
sudor me da!
CORO
¡Ja,
ja, ja!
MATEO
De
pensarlo sólo
estoy
malo ya.
CORO
¡Ja,
ja, ya!
Puede
asegurarse
que
no se ahogará.
¡Ja,
ja, ja!
Sólo
de pensarlo
mareado
está.
¡Ja,
ja, ja!
ESCENA III
Dichos,
Roberto, en traje de pescador: Margarita que sale por la puerta derecha.
MARINEROS
(Que
abren paso al verle)
Aquí
está el mancebo
valiente
y audaz
que
sabe a los mares
la
presa arrancar
Hoy
todos anhelan
tu
mano estrechar
y
de camarada
el
nombre te dan.
ROBERTO
Mil
gracias, amigos.
(Estrecha
la mano de todos)
MATEO
(Ofreciéndole
su vaso)
Un
trago por mí.
(Roberto
lo apura de un sorbo)
MUJERES
¡Es
ya todo un hombre!
ROBERTO
¡Pues
claro que sí!
TODOS
¡Honor
al mancebo
valiente
y audaz,
que
sabe a los mares
la
presa arrancar!
ROBERTO
Hijo
soy del mar salobre
y
una barca fue mi cuna.
¿Qué
me importa a mí ser pobre
sí
él me brinda una fortuna?
Las
riquezas de su fondo
yo,
atrevido, he de buscar,
que
en su seno, turbio y hondo,
mil
tesoros guarda el mar.
¡Que
airado el viento ruja
y
silbe en derredor;
que,
roto el mástil, cruja
al
golpe destructor;
que
estalle la tormenta,
que
brame el huracán,
ni
el rayo me amedrenta
ni
temo a la mar!
CORO
¡Que
estalle la tormenta
que
brame el huracán,
ni
el rayo le amedrenta,
ni
teme a la mar!
ROBERTO
De
la mar al golpe blando,
que
la borda con su espuma,
mi
barquilla va bogando
más
ligera que una pluma.
Mientras
yo dejando el remo
perezoso
descansar,
voy
tranquilo y nunca temo
las
traiciones de la mar.
Que,
airado, el viento ruja, etc.
CORO
Que
estalle la tormenta, etc.
(Hablado)
MARINERO
1°
¡Bravo,
muchacho!
MARINERO
2º
¡Es
un hombre!
PESCADOR
Hoy
bien ha probado serlo.
MARINERO
1º
¡A
tu salud!
ROBERTO
Vaya
en gracia.
MATEO
(Ofreciéndole
un vaso)
¡Bebe
otro trago!
ROBERTO
Lo
acepto.
Ya
que me mojé por fuera,
justo
es mojarme por dentro.
MARINERO
1º
Y
que el chapuzón fue grande.
MARINERO
2°
¿Que
si lo fue? ¡Ya lo creo!
MARINERO
1º
Bien
se ha trabajado, bien.
PESCADOR
Y
gracias a los esfuerzos
de
todos, el bergantín
fondeado
está en el puerto,
los
tripulantes en salvo,
en
tierra los pasajeros,
la
carga sin averías
y
el capitán satisfecho.
MATEO
No
sé cómo hay quién se embarque
para
correr tales riesgos.
¡Dios
nos libre de la mar!
PESCADOR
¡Habráse
visto el zopenco!
MATEO
¡Pues
me gusta!
ROBERTO
Se
conoce
que
tú eres de tierra adentro.
MATEO
Lo
más adentro posible.
No
vi más agua en mi pueblo
que
la de un arroyo chico
que
en el verano está seco,
y
que lleva, cuando más,
tres
cuartillos en invierno.
PESCADOR
(A
Roberto)
Y
el bergantín, que pensábamos
que
había entrado en el puerto
por
arribada forzosa...
ROBERTO
Claro
está.
PESCADOR
Pues
nada de eso.
venía
para dejar
en
tierra a ese pasajero
que
has salvado tú y que dicen
que
del bergantín es dueño.
ROBERTO
(A
Margarita)
¿Y
cómo sigue?
MARGARITA
Está
bien;
ha
dormido. Hace un momento
ya
quería levantarse,
pero
Angela se ha opuesto.
ROBERTO
¿Está
a su lado?
MARGARITA
Sí.
ROBERTO
Entonces...
MARGARITA
¿Qué?
ROBERTO
Volveré
a verla luego.
MARGARITA
¿Quieres
que la llame?
ROBERTO
No.
MARGARITA
Cuando
sepa lo que has hecho,
que
orgullosa va a ponerse.
ROBERTO
¡Bah!
¿Qué vale todo ello?
Me
voy a ver a mi madre,
que
estará inquieta, temiendo
que
me haya ocurrido algo,
y
antes que anochezca vuelvo.
¡Felices
tardes!
PESCADOR
Espera.
Vamos
con él, compañeros;
sepa
la infeliz baldada
que
dejó aquí un heredero
digno
en todo de su nombre,
su
padre, que está en el cielo.
TODOS
Vamos,
sí.
MARINERO
1º
Bien
lo merece.
ROBERTO
¡Oh,
gracias! (Conmovido)
MARINERO
1º
¡Viva
Roberto!
(Dan
todos un viva, y hombres y mujeres siguen a Roberto, que se va por el foro izquierda)
(Música)
Honor
al mancebo
valiente
y audaz
que
sabe a los mares
la
presa arrancar.
ESCENA IV
Margarita
y Mateo.
(Hablado)
MATEO
Ese
muchacho no es un muchacho, es un salmonete.
MARGARITA
Ea,
voy a ver cómo sigue el náufrago.
MATEO
A
estas horas estaría con la barriga bien hinchada si no hubiera sido por el
arrojo de Roberto.
MARGARITA
Eso
dicen todos.
MATEO
¡Si
le hubierais visto! No hay oro con qué pagar un valor semejante. Un golpe de
mar había arrebatado al pasajero de la cubierta del bergantín, y aunque se
conoce que es buen nadador, sea por la fuerza del oleaje, que era terrible, sea
porque el deseo de conservar la caja que llevaba bajo el brazo sólo le permitía
nadar con uno, es lo cierto que vimos al hombre desaparecer desfallecido entre
las olas. Gritamos todos, pero ninguno se atrevía a salvarle. Tirarse al agua
era perecer con él. De pronto, ese muchacho se ata por aquí (Señalando debajo
de los brazos) Un calabrote, lánzase al mar con una bravura de que no hay
ejemplo, y después de hundirse muchas veces le vimos llegar a tierra nadando
jadeante y remolcando con su propio cuerpo el del otro, que apenas pisó la arena
cayó sin sentido y medio muerto. Prorrumpimos todos en vítores y palmadas, y yo
os aseguro que no había ojos que no llorasen y que... al recordarlo ahora, se
me llenan de agua los míos. (Enjugándoselos)
MARGARITA
¡Valiente
es el mozuelo! Bien merece que Angela le quiera.
MATEO
¡Ya
lo creo! Pero veréis en lo que para tal amor. El día que el señor SIMON, lo
descubra, se armará aquí la de Dios es Cristo. El soñará, en su avaricia, casar
a la muchacha con algún ricachón que le traiga montes de oro.
MARGARITA
¡Pues
hará mal!
MATEO
¡Claro
que sí! Más encantadora pareja no puede juntarse.
ESCENA V
Dichos,
el Juez y el Procurador por el foro.
JUEZ
Buenas
tardes.
MARGARITA
Felices,
señor Juez; bienvenido, señor Procurador.
MATEO
(Pajarracos
de mal agüero)
MARGARITA
¿Cómo
es esto? Yo os hacía ya camino de Ploermel.
JUEZ
La
carretera se ha puesto intransitable con la lluvia, y preferimos esperar a
mañana para emprender el viaje.
MARGARITA
Bien
pensado: pero os aconsejo que lo hagáis por la mañanita, pues a la tarde es
casi seguro que volverá la tormenta.
PROCURADOR
¿Sí,
eh?
MARGARITA
Ocurre
en estos países montañosos. Generalmente siete días seguidos y a la misma hora,
poco más ó menos, se reproduce la tempestad.
JUEZ
Pues
es divertido, (a Margarita) Venga un jarro de cerveza. ¿No os parece bien,
señor Procurador?
PROCURADOR
Aceptado.
MARGARITA
Mateo,
sirve a estos señores, (se sienta en primer término y Mateo les sirve) ¿Y
cuándo tendremos el honor de volver a veros por aquí?
JUEZ
Pronto
acaso. El pueblecillo es muy pintoresco, y tal vez con mi familia venga a pasar
las vacaciones veraniegas.
MARGARITA
Mucho
lo celebraremos.
JUEZ
Si
antes mi deber no me obligase de nuevo a visitaros.
MARGARITA
¡Dios
no lo quiera! Aterrado está el pueblo de haber visto la ejecución. Es la vez
primera que se ha levantado aquí el cadalso — ¡Pobre hombre!
JUEZ
Bien
hacéis en compadecer al delincuente; pero la justicia ha cumplido con su deber.
MARGARITA
¡Ya
lo creo! ¡Con qué menos que con la vida podía pagar ese hombre, que mató a su
esposa en un arrebato de cólera, sin más motivo que una cuestión de esas que
hay todos los días en los matrimonios!
MATEO
Por
eso yo no me caso.
MARGARITA
A
mi amo le han hecho tal impresión el crimen y la ejecución de la sentencia, que
piensa, según dice, condenar la puerta de la estancia que ha servido de prisión
al reo, y derribar los tabiques para que no quede ni memoria del sitio.
PROCURADOR
Verdaderamente
debían habilitar en el pueblo una casa cualquiera para que sirviese de cárcel.
Es raro que con tantos vecinos no la tenga.
MARGARITA
Ni
falta que nos hace, señor. Felizmente en toda mi vida no recuerdo que se haya
cometido más crimen que el expiado ayer por ese infeliz.
JUEZ
De
otro bien horrible me han hablado, que por cierto quedó impune.
MARGARITA
¡Ah,
sí! Pero de eso hace ya muchos años, y como no se dio con el asesino, la cárcel
no fue necesaria.
JUEZ
Ayer
me lo refirió el señor cura.
PROCURADOR
¿Y
qué fue ello?
JUEZ
Un
asesinato cruel, con circunstancias bien extrañas por cierto — Figuraos que
hará unos veinte años llegó a este pueblo un comerciante que regresaba de la feria
de Ploermel y alojóse en esta misma hostería. Según los que le vieron, traía
mucho dinero ganado en la feria, donde vendió todas sus mercancías, y pensaba
embarcarse para la Gascuña, su país. La mujer se le había muerto en el viaje, y
llevaba consigo una niña muy pequeña.
PROCURADOR
¡Pobre
criatura!
JUEZ
Pasó
aquí el día, hasta que al anochecer se desató una tempestad más grande que la
de hoy, pues que duró hasta la madrugada.
MARGARITA
Es
muy cierto; lo recuerdo perfectamente.
JUEZ
El
barco en que había de ir el comerciante debía darse a la vela aquella noche, y
él, deseoso sin duda de aguardar a bordo el momento de marchar en cuanto el
tiempo serenase, salió de aquí con la niña, apenas anochecido, resguardándose
de la lluvia y llevando un maletín con el dinero. A la mañana siguiente, los
primeros que bajaron a la playa lo encontraron muerto sobre la arena, con cinco
puñaladas en el pecho y despojado de cuanto llevaba. La criatura dormía junto
al cadáver de su padre.
PROCURADOR
¡Qué
horror! ¿Y no se supo quién había sido el infame?
MARGARITA
Sí,
señor.
JUEZ
Un
mozo de este pueblo, huérfano de padre y madre, vago de oficio, pendenciero y mala
cabeza, que debía embarcarse aquella noche para las Indias, a donde iba en
busca de fortuna.
MARGARITA
Exactamente.
JUEZ
Por
la tarde estuvo bebiendo aquí, y según dicen, vió al comerciante que contaba su
dinero. Le cegó la codicia sin duda; esperó a que saliera, y aprovechándose de
la oscuridad de la noche, le asesinó, robándole luego, y se embarcó en el
buque, que zarpó al romper el alba, cuando ya estaba en calma la mar y aún se
ignoraba el crimen.
PROCURADOR
Todas
las circunstancias le favorecieron; pero, ¿cómo se averiguó que fuera él?
JUEZ
Un
cuchillo que dejó clavado en la herida y que era suyo, sus malos antecedentes y
mil otras pruebas que fueron hallándose en el curso del proceso, convencieron
al tribunal, que le condenó a muerte en rebeldía.
MARGARITA
Sí,
señor; y en vano se enviaron requisito rías en su busca. El capitán del buque
que lo llevó dijo que había desembarcado no sé dónde... y basta hoy. No han
vuelto a tenerse más noticias.
JUEZ
Acaso
haya pagado por allá su crimen.
PROCURADOR
¿Y
la hija del asesinado?
JUEZ
¡Ah!
¿No sabéis quién es?
PROCURADOR
Yo,
no.
MARGARITA
Angela,
la ahijada de mi amo.
PROCURADOR
¿Esa
linda joven que nos ha servido a la mesa estos días?
JUEZ
Esa.
MARGARITA
El
señor Simón, compadecido de ella, la prohijó y se la trajo con él.
PROCURADOR
Acción
meritoria, digna de un hombre tan honrado.
MARGARITA
Y no
parece sino que la bendición de Dios vino sobre la casa desde que la niña entró
en ella. Hasta entonces el señor Simón había vivido humildemente con lo poco que
le daba la hostería; pero desde que tuvo a su lado ese ángel del cielo, los negocios
le fueron mejor, y ganando, ganando, ha llegado a ser el más rico del pueblo.
JUEZ
¿Sí,
eh?
MATEO
¡Ya
lo creo! Sacando las entrañas a todos los infelices que necesitan dinero y se
lo piden prestado.
MARGARITA
¡No
digas eso! El hace muchos beneficios...
MATEO
Sí;
por eso le aborrecen todos.
JUEZ
Es
muy frecuente pagar los favores con la ingratitud.
MATEO
Si
tiene una avaricia que lo consume.
MARAGARITA
Debieras
ser más tolerante con los defectos del amo que te da el pan.
MATEO
Si
me lo regalara, justo que sí; pero como trabajo más que puedo para ganar una
miserable soldada...
MARGARITA
Basta
de murmuración.
JUEZ
Pues
él avaro será, y de ello tiene ciertamente fama por el pueblo, según he oído, pero
no lo demuestra el hecho de haber levantado a expensas suyas esa ermita que esta
mañana visitamos, dedicada al Arcángel San Miguel.
MARGARITA
En
ruinas estaba y él la reedificó, gastándose en ello muy buenos doblones.
MATEO
Yo
creo que no lo hizo por devoción al santo, sino al demonio que tiene a los pies.
MARGARITA
Quita
de ahí, mala lengua.
MATEO
¡Claro,
como que digo las verdades!
JUEZ
(Levantándose)
¿Y por dónde anda el señor Simón?
MATEO
Estará
encerrado en su cuarto, como siempre que hay tormenta.
JUEZ
¿Es
posible?
PROCURADOR
¿Cómo
es eso?
MATEO
Le
produce tal espanto, que apenas oye los primeros truenos se esconde
atemorizado, pálido y lleno de terror.
JUEZ
¡Es
extraño en un natural de este país, donde las tempestades son tan frecuentes!
MATEO
Pues
no sale de su habitación aunque lo maten hasta que el cielo se serena. Y todo eso
es pequeñez de alma. A mí, como la tengo tan grande, no hay nada en la tierra que
me asuste.
MARGARITA
¡Qué
valiente! ¡Y no se atreve a embarcarse de miedo a la mar!
MATEO
Por
eso digo que no me asusta nada en la tierra. Con el agua no quiero bromitas.
JUEZ
Vamos
arriba, señor Procurador, y guardaremos todos aquellos papelotes.
PROCURADOR
Como
gustéis.
JUEZ
Cuando
sea hora, que nos suban la cena. Hoy nos acostaremos temprano, y mañana, siguiendo
vuestro consejo, emprenderemos de madrugada nuestro viaje. — ¡Ah! No os olvidéis de enviarme la cuenta de nuestros gastos.
MATEO
El
amo ha dado orden de que no se os cobre nada.
JUEZ
¡Extraordinaria
generosidad! Y luego dirán que el señor Simón no es desprendido.
MATEO
¡Ah!
Sí. Siempre hace lo mismo con la gente de justicia. En la casa no se cobra
nunca ni aun lo que beben los gendarmes cuando pasan por el pueblo.
JUEZ
Exagerada
consideración a los representantes de la ley.
MATEO
¡Sí!
(O miedo)
JUEZ
(Al
Procurador) ¡Vaya, si se empeña en no cobrarnos el hospedaje, haremos cualquier
obsequio a su ahijada!
PROCURADOR
Como
dispongáis.
JUEZ
Quedad
con Dios. (El Juez y el Procurador suben la escalera y entran por la puerta
derecha)
MARGARITA
Con
él vayáis, señores. — Tú anda a poner en orden la bodega en tanto que yo veo cómo
sigue el náufrago. Y guárdate otra vez de hablar delante de gente como lo has
hecho de nuestro amo.
MATEO
Está
bien; cerraré el pico; pero lo que es para mí, ese viejo es un bribón de siete
suelas Así, clarito. (Vanse Mateo por la izquierda y Margarita por la derecha)
ESCENA VI
Simón,
que abre la puerta izquierda de la galería, sale a ésta, observa el cielo a
través de los cristales y baja luego lentamente a la escena
(Música)
SIMON
La
lluvia ha cesado,
aléjase
el trueno;
el
cielo nublado
se
torna sereno.
Pasó
la tormenta,
la
mar está en calma:
¿por
qué tan violenta
se
agita mi alma?
¿Por
qué, por qué—¡ay, de mí!—
eternamente
ruge
la
tempestad aquí?
(Poniéndose
la mano sobre el corazón)
La
luz de los relámpago?,
que
rápida fulgura
con
resplandor fatídico
me
llena de pavura,
y
escucho de la víctima
los
ayes exhalar
del
aire entre las ráfagas
que
gimen al pasar.
Hirviente
se alza indómito
el
mar embravecido,
suspenso
deja el ánimo
su
aterrador mugido,
¡Y
el trueno derrumbándose,
me
dice desde allí
que
Dios su justa cólera
desata
contra mí!
(Tembloroso
y aterrado se deja caer sobre uno de los bancos)
Ya
el trueno apagado
más
lejos resuena;
el
viento ha callado,
la
mar se serena.
Volvió
la alegría;
renace
la calma,
lo
mismo que el día
serénase
el alma.
¿Por
qué, por qué temblar?
El
cielo está sin nubes,
azul
está la mar.
¿Por
qué temblar?
(Vase.
Apenas ha salido por el foro aparece en la puerta Roberto, que se detiene allí,
viéndole marchar. Cesa la música)
ESCENA VII
Roberto;
luego Angela.
(Hablado)
ROBERTO
Marchóse
el viejo. ¡Bien haya
esa
ocurrencia bendita!
Se
dirige hacia la ermita...
Irá
a rezar. ¡Con Dios vaya!
ANGELA
¡Roberto!
ROBERTO
¡Gracias
a Dios
que
al fin me veo a tu lado!
Mira,
el viejo se ha marchado,
solos
estamos los dos.
La
ocasión tan esperada
llegó
de poderte hablar...
ANGELA
No
te debiera escuchar;
me
tienes muy enojada.
ROBERTO
¿Enojada
tú? ¿Por qué?
Y
yo que tan satisfecho...
ANGELA
Porque
sé lo que hoy has hecho.
ROBERTO
¿Qué
sabes?
ANGELA
Todo
lo sé.
Roberto,
fue una imprudencia.
Si
acaso mueres allí,
¿qué
hubiera sido de mí?
ROBERTO
¡Pues
me gusta la ocurrencia!
Dirías
seguramente
en
medio de tu dolor:
¡bien
merecía mi amor!
¡Se
portó como un valiente!
ANGELA
Tu
noble audacia y tu brío
yo
ver tranquila no puedo.
ROBERTO
¿Cómo
he de tenerle miedo
al
mar, que es amigo mío?
Junto
a su orilla nací,
en
sus rocas me crié,
con
sus arenas jugué,
sobre
sus olas crecí.
Cuando
mi niñez corría,
aun
con la mar dura y brava,
yo
a mi padre acompañaba
alegre
en la pesquería,
y
mi mano pequeñuela
supo
en más de una ocasión
mover
el tosco timón
y
amainar la hinchada vela.
A
bordo aprendí a rezar,
y
más alto a Dios comprendo
su
inmensa grandeza viendo
en
la grandeza del mar.
Allí,
escuchando el rumor
de
su oleaje espumoso,
sentí
el dulce y misterioso
primer
impulso de amor.
Sobre
el hirviente océano,
en
dura tabla tendido
y
por sus olas mecido
en
las noches de verano,
contemplando
las estrellas
el
sueño al fin me rendía
y
a veces... me parecía
que
te divisaba entre ellas.
ANGELA
¡Roberto!
ROBERTO
Bien
mío, di,
¿por
qué de mí estás quejosa?
ANGELA
¡Tonto!
Si estoy orgullosa
de
que me quieras así.
¡Oyéndoles
relatar
tu
arrojo y tu valentía,
entre
el miedo y la alegría
cuánto
me has hecho llorar!
ROBERTO
¿Y
el náufrago?
ANGELA
Lo
he dejado
hace
un momento dormido.
Y
ya le dije que ha sido
mi
novio quien le ha salvado.
ROBERTO
No
has hecho bien.
ANGELA
¿Por
qué no?
Cualquiera
se lo diría...
ROBERTO
¿Qué
necesidad tenía
de
saber que he sido yo?
ANGELA
El
ninguna, mas yo sí.
Eres
un valiente y quiero
que
lo sepa el mundo entero...
¡Y
que lo sepa por mí!
(Música)
ROBERTO
¡Angela
mía,
mi
dulce encanto!
ANGELA
¿Por
qué, Roberto,
te
quiero tanto?
ROBERTO
Tú
eres mi vida.
ANGELA
Tú
mi tesoro.
ROBERTO
¡Cuánto
te quiero!
ANGELA
¡Cuánto
te adoro!
ROBERTO
¡Tú
no me quieres
como
yo a ti!
ANGELA
¡Ay!
¡Demasiado
¡Sabes
que sí! (Roberto va a abrazarla)
ANGELA
Por
Dios, no venga el viejo.
ROBERTO
No
viene, no.
(En
un arranque de energía)
Y
si viene le digo que te adoro
y
se acabó.
¿Cuándo,
dulce paloma
lucirá
el día
en
que pueda llamarte
esposa
mía?
ANGELA
¿Cuándo
será el momento
tan
venturoso,
en
que llamarte pueda
querido
esposo!
ROBERTO
¡Porque
ello al cabo,
hemos
de ser,
yo
tu marido,
tú
mi mujer!
ANGELA
Pues
si ello tiene
que
suceder,
que
sea lo antes
que
pueda ser. (Con ingenuidad)
LOS
DOS
Cuando
eso llegue
a
suceder,
¡oh,
qué dichosos
podremos
ser!
ANGELA
Cuando
en las noches del estío
azul
y blanca esté la mar,
juntos
iremos, dueño mío,
a
navegar.
Allí,
en alegres barcarolas,
cantar
podremos nuestro amor,
entre
el arrullo de las olas
halagador.
ROBERTO
¡Con
cuánto afán que llegue ansío
el
dulce instante en que cruzar,
preso
en tus brazos, ángel mío,
la
verde mar!
Yo
escucharé tus barcarolas,
alegre
cántico de amor,
entre
el arrullo de las olas
murmurador.
ANGELA
¡Solos,
en medio
del
ancho mar,
qué
dulces noches
se
pasarán!
ROBERTO
Cuando
te lleve
sobre
la mar,
¡oh!
¡qué orgullosa
mi
barca irá!
¡Tú
con un remo,
con
otro yo,
así
abrazados
bogar
los dos!
(Cogiéndola
con el brazo derecho por la cintura, mientras con la mano izquierda figura
remar. Angela hace lo mismo)
ANGELA
Tú
con un remo,
con
otro yo, etc.
(A
la última nota del dúo, Roberto estrecha a Angela entre ambos brazos, a tiempo
que aparece en la puerta del foro Simón)
ESCENA VIII
Dichos
y Simón.
(Hablado)
SIMON
¡Oh!
¿Qué es esto?
ANGELA
y ROBERTO
¡Ay!
(Separándose)
SIMON
¡Vive
Dios!
¡Hase
visto el atrevido!
(¿Cómo
yo no he comprendido que se querían los dos?)
(Indica
a Angela con un ademán que se retire. Ella se va por la derecha)
ROBERTO
Señor...
yo...
SIMON
Silencio;
vete
y
no vuelvas por acá.
¡Pues
me gusta! ¿Qué se habrá
figurado
el mozalbete?
ROBERTO
Oídme.
SIMON
¡Y
aún se propasa!
Haz
el favor de marcharte
y
no me obligues a echarte
a
puntapiés de mi casa.
ROBERTO
¡Eh!
Poco a poco, eso no.
SIMON
Yo
por tu bien te lo aviso.
ROBERTO
Para
eso fuera preciso
que
lo tolerase yo.
SIMON
¿Qué?
ROBERTO
Porque
sois un anciano
vuestras
palabras oí,
pero
os advierto que a mí
nadie
me amenaza en vano.
SIMON
¡Hola!
(Que Dios me dé calma)
ROBERTO
Ya
no he de negarlo, no:
Angela
me quiere, y yo
la
adoro con toda el alma.
SIMON
(Conteniéndose)
No
la crié para ti,
y
te aconsejo, rapaz,
si
quieres vivir en paz,
que
no vuelvas por aquí.
ROBERTO
¿No
verla más'? ¡Ah, señor!
Mil
veces morir prefiero.
SIMON
Está
dicho, yo lo quiero
y
haré que acabe ese amor.
ROBERTO
¡Como
si pudiera ser!
SIMON
Antes
la mato. ¡Hola, hola!
ROBERTO
(Con
decisión)
Y
Angela es huérfana y sola,
y
libre para querer.
SIMON
¡Vive
Dios! Desventurado,
¿qué
es lo que diciendo estás?
¿No
sabes que la amo más
que
si la hubiera engendrado?
¿No
sabes que es el profundo
amor
que por ella siento
el
único sentimiento
dulce,
que gocé en el mundo?
¿No
sabes que yo daría
por
ella cuanto poseo,
que
ella es todo mi recreo
que
ella es toda mi alegría?
ROBERTO
¡Lo
sé, y por esa razón
como
a su padre os venero: (Arrodillándose)
mas
ved que también la quiero,
con
todo mi corazón!
SIMON
¡Basta,
levántate y largo!
no
des con mi calma al traste.
De
todo lo que pensaste
ya
me voy haciendo cargo.
Tú
has dicho: el señor Simón
más
herederos no tiene;
esta
niña me conviene,
es
muy buena proporción.
Viviré
sin trabajar...
ROBERTO
¿Cómo?
(Sorprendido)
SIMON
Eso
es lo que pretendas.
ROBERTO
¿Decís?...
(Turbado)
SIMON
Ya
veo que entiendes
la
aguja de marear.
¡Pero
es en balde, chiquillo,
renuncia
a ilusión tan bella;
(Riendo
sarcásticamente)
eres
poco para ella!
¡Vete,
vete, mendiguillo!
(Riendo
siempre y mirándole con el mayor desprecio. Vase por la izquierda)
ESCENA IX
Roberto,
luego Angela, que sale apenas desaparece Simón y se acerca poco a poco a
Roberto.
ROBERTO
¿Qué
es esto? ¡Aturdido estoy!
¿Cómo
he escuchado con calma?...
¡Ay,
Dios mío de mi alma,
qué
desventurado soy!
¡Angela!
(Viéndola junto a sí)
ANGELA
Todo
lo oí.
ROBERTO
Entonces
nada te digo;
Ya
lo ves, soy un mendigo,
no
debo pensar en ti.
ANGELA
¡Oh,
calla, calla por Dios!
Yo
seré tu compañera.
¿Qué
importa que él no lo quiera
si
lo queremos los dos?
ROBERTO
No.
ANGELA
¿Qué?
ROBERTO
Yo
quise aspirar (Con amargura)
solamente
a tu riqueza;
él
lo ha dicho con franqueza,
otros
lo pueden pensar
y
es fuerza que determine
algo,
y a ello estoy dispuesto
para
no dar ni aun pretexto
a
que nadie lo imagine.
ANGELA
¿Qué
intentas?
ROBERTO
Yo
bien lo sé;
¿quiere
ese viejo inhumano
que
aquel que aspire a tu mano
sea
rico?... ¡Pues lo seré!
(Cogiendo
de la mano a Angela)
Allá,
tras las crespas olas
de
esa mar hirviente y fiera,
tal
vez la suerte me espera
en
las Indias españolas.
Nada
tengo y nada soy;
para
esa tierra lejana
zarpa
un bergantín mañana...
me
alisto en él y me voy.
ANGELA
¡Roberto!
ROBERTO
La
India me ofrece
fortuna
de gran valía:
mi
padre me lo decía,
quien
trabaja se enriquece.
Pues
bien, yo al trabajo rudo
me
entregaré con afán:
cuando
tus brazos están
aguardándome,
no dudo.
¿Juras
esperarme?
ANGELA
¡Oh!
¡Sí!
ROBERTO
Pues
juro que volveré.
ANGELA
Desiste.
ROBERTO
No
cederé.
ANGELA
¡Por
tu madre!
ROBERTO
No.
ANGELA
¡Por
mí!
ROBERTO
Es
en vano que te esfuerces.
ANGELA
¿Quieres
matarme, Roberto?
ROBERTO
Todo
es inútil, te advierto
que
mi voluntad no tuerces.
— Piensa
que tengo razón,
que
para mí es humillante
siendo
pobre, ser tu amante...
ANGELA
¡Calla!
ROBERTO
¡Y
el señor Simón
ha
dicho bien... por ahora
soy
muy niño, aunque te adoro!
(Conmoviéndose
gradualmente)
Ya
ves... yo me aflijo y lloro...
y
un hombre... ¡un hombre no llora!
Estoy
bien resuelto, sí.
ANGELA
¿Y
si mueres por allá?
ROBERTO
Creo
que no faltará
quien
me llore por aquí.
Mi
madre... ¡Rezad las dos!
(No
me puedo contener)
¡Volveré
al amanecer
a
darte mi último adiós! (Vase llorando)
ESCENA X
Angela,
sola.
ANGELA
¡Roberto!
¡Escucha! ¡Se va!
¡Oh,
qué idea! Yo sabré...
¡Su
madre! ¡Sí, la veré
y
ella le convencerá! (Sale corriendo a la playa)
ESCENA XI
Beltrán,
por la primera derecha.
(Música)
(Recorre
la estancia, sale a la puerta y contempla un momento la playa. Luego canta
desde allí la primera estrofa, viniendo después a primer término)
BELTRAN
Salve,
costa de Bretaña,
donde
nací;
hoy,
dejando tierra extraña,
llego
hasta tí.
Salve,
asilo venturoso
de
mi niñez,
anhelando
tu reposo
vuelvo
otra vez.
De
tí muy lejos
hallé
la suerte,
mas
siempre ansiaba
volver
a verte.
Y aun
cuando ingrata
fuiste
conmigo,
costa
querida,
yo
te bendigo;
que
hoy al posar de nuevo
mi
pie sobre tí,
la
juventud parece
volver
a mí.
Escuchando
el rumor de ese mar
que
amoroso mi cuna meció,
siento
dulces del alma brotar
los
recuerdos que avara guardó.
De
aquel tiempo que rápido fue
y
llevó la ilusión tras de sí,
el
encanto de nuevo hallaré
recordando
las horas aquí.
Tranquilo
el pecho
ya
no suspira,
que
el aire patrio
con
gozo aspira,
y
aunque tú ingrata
fuiste
conmigo,
costa
risueña,
yo
te bendigo;
que
hoy al poner de nuevo
mi
pie sobre tí,
la
juventud parece
volver
a mí.
(Hablado)
BELTRAN
¡Oh!
playa donde nací,
mal
me recibes a fe;
con
tempestad te dejé,
con
tormenta vuelvo a tí.
Quiera
Dios que al fin tu seno
me
ofrezca amor y reposo,
y
al pasado tempestuoso
siga
un porvenir sereno —
¡Siento
en mí tal alegría!...
ESCENA XII
Dicho
y Angela, que sollozando se detiene a la puerta.
BELTRAN
¿Quién
solloza por ahí fuera?
ANGELA
¡Oh!
(Sorprendida al verle)
BELTRAN
¡Si
es mi linda enfermera!
¿Por
qué lloras, hija mía?
ANGELA
(Enjugándose
los ojos y procurando sonreír)
No
lloro.
BELTRAN
¿Cómo
que no?
Tus
ojos el llanto abrasa.
ANGELA
No.
BELTRAN
Dime
lo que te pasa,
vamos,
que lo sepa yo.
ANGELA
Sin
duda un grano de arena,
¡soplaba
allí el aire tanto!...
BELTRAN
Nunca
es tan copioso el llanto
que
no hace brotar la pena.
No
finjas así conmigo,
y
confiesa sin temor
la
causa de tu dolor;
háblame
como a un amigo.
ANGELA
Pues...
sí, señor... he llorado...
mucho...
(Rompiendo a llorar)
BELTRAN
Serénate,
ven.
(Atrayéndola
cariñosamente)
¿Qué
tienes?
ANGELA
¡Que
se va!
BELTRAN
¿Quién?
ANGELA
Roberto,
el que os ha salvado.
BELTRAN
¿Y
por qué deja esta playa?
¿Habéis
reñido quizá?
ANGELA
No,
señor.
BELTRAN
Entonces
ya
haremos
que no se vaya.
ANGELA
¡Ay!
Está muy decidido,
y
cuando él quiere una cosa...
BELTRAN
Anímate,
niña hermosa,
y
cuéntame lo ocurrido.
ANGELA
Mi
historia os he relatado:
sabéis
que huérfana soy
y
que aquí acogida estoy...
BELTRAN
Sí,
sí, ya me lo has contado.
ANGELA
Pues
bien; el señor Simón
poco
hace me ha descubierto
conversando
con Roberto,
y
lleno de indignación
y
de sorpresa al saber
que
me quería... ¡ay de mí!
le
ha despedido de aquí,
prohibiéndole
volver.
BELTRAN
¿De
veras?
ANGELA
Como
os lo digo;
y
humillándole de un modo...
Yo
oculta lo escuché todo,
y
le llamó hasta /mendigo!
A
él, que tan altivo es,
y
que por mí lo sufría,
le
dijo que me quería
tan
sólo por interés;
y
porque no haya quien crea
que
es cierto, a la India se va,
y
de allí no volverá
mientras
que rico no sea.
Yo
esperarle he prometido,
y
lo cumpliré, eso sí.
BELTRAN
¿En
dónde está?
ANGELA
Vedle
allí,
(Señalando
a la playa)
triste
el pobre y abatido.
Por
más que quiere tener
energía
para el paso,
piensa
como yo que acaso
no
nos volvamos a ver.
BELTRAN
¡Dile
que venga!
ANGELA
Voy,
pero…
Si
le vieran...
BELTRAN
No
hay cuidado;
si
soy yo quien le ha llamado.
ANGELA
¡Roberto!
¡Ven, ven ligero!
ESCENA XIII
Dichos
y Roberto, que a la puerta se detiene.
ROBERTO
¿Qué
quieres? Ya estoy aquí.
¡Ah!
Señor...
BELTRAN
Pasa
adelante.
(A
Angela)
(Es
un muchacho arrogante y guapo)
ANGELA
(Con
ingenuidad)
(¿Verdad
que sí?)
BELTRAN
Ven
a mis brazos, mancebo.
ROBERTO
¡Por
Dios!...
BELTRAN
Estrecharte
ansio, (Se abrazan)
Nunca
olvidaré, hijo mío,
que
la existencia te debo.
ROBERTO
Señor,
de eso no hay que hablar
pues
ningún mérito encierra;
antes
que andar por la tierra
creo
que aprendí a andar.
BELTRAN
En
vano te empequeñeces:
sin
tu noble valentía
á
estas horas yo sería
alimento
de los peces.
¿Eres
huérfano?
ROBERTO
De
padre.
BELTRAN
¿Y
de oficio?
ROBERTO
Pescador.
BELTRAN
(Reparando
en el traje)
¡Y
muy pobre!
ROBERTO
¡No,
señor!
BELTRAN
¡Cómo!
ROBERTO
¡Mantengo
a mi madre!
BELTRAN
(¡Honrosa
altivez!)
ROBERTO
Y
creo
que
de su cariño en pago
con
el mío satisfago
cuanto
sueña su deseo.
Siempre
que salgo a pescar
dejo
a la impedida anciana
enfrente
de una ventana
por
donde contempla el mar.
Allí
mi regreso espera,
siguiendo
con vista ansiosa
la
marcha vertiginosa
de
mi barquilla velera;
y
al verme volver, erguida
y
agitando su pañuelo,
parece
un ángel del cielo
que
me da la bienvenida.
BELTRAN
Ni
de ella te has de apartar,
ni
de ésta, que te ama tanto.
ROBERTO
¡Cómo!
BELTRAN
Seca
ya ese llanto,
que
tu suerte va a cambiar.
En
tu alma existe un tesoro
de
inapreciable valer;
desgraciado
no has de ser
por
faltarte un poco de oro.
¡Felizmente
rico soy!
Admite,
pues, de buen grado
algo
de lo que has salvado,
que
con el alma te doy.
Así
te demostraré
cuánto
es mi agradecimiento...
y
mi cariño...
ROBERTO
Lo
siento,
pero...
no es posible.
BELTRAN
¿Qué?
ROBERTO
Fuera
indigno en mí aceptar
tal
dádiva, lo repito.
BELTRAN
¿Mas
por qué?
ROBERTO
Yo
nunca admito
lo
que no puedo pagar.
ANGELA
(¡Ay!)
BELTRAN
(A
Angela)
(Su
intención es honrada)
No
te brindé el beneficio
en
cambio de un sacrificio
que
no se paga con nada.
Lo
que me atrevo a ofrecer
y
que tú aceptar no quieres,
trabajando—
¡joven eres!
me
lo puedes devolver.
(Después
de pensar un momento)
ROBERTO
¿Pensáis
que es posible?
BELTRAN
¡Claro!
y
sabiendo la intención
debieras,
en mi opinión,
aceptarlo
sin reparo.
ROBERTO
Trabajar...
¡Bien puedo, sí!
BELTRAN
Tan
sólo en ese concepto
te
lo daré.
ROBERTO
(De
pronto) Pues... lo acepto.
ANGELA
¡Ah!
ROBERTO
¡Por
mi madre... y por tí!
ANGELA
¡Gracias!
BELTRAN
(¡Qué
alma tan hermosa!)
Muy
en breve el santo lazo
os
unirá. ¡Da un abrazo
á
la que ha de ser tu esposa!
(Le
empuja hacia donde está Angela, y ésta y él se abrazan estrechamente a tiempo
de aparecer Simón)
ESCENA ULTIMA
Dichos
y Simón.
(Música)
ROBERTO
¡El!
ANGELA
¡Virgen
santa!
SIMON
¡Ahí
¡Vive Dios! (Yendo iracundo hacia ellos)
BELTRAN
¡Yo
les amparo! (Interponiéndose)
SIMON
¿Y
quién sois vos?
BELTRAN
Un
hombre soy que debe
la
vida a este rapaz,
que
despreció la suya
por
socorrerme audaz.
Fortuna
y existencia
por
él del mar salvé,
haciéndole
dichoso
mi
deuda pagaré.
Y
como en esta niña
cifró
su dicha toda,
dispuesto
a darle gusto,
protegeré
su boda.
En
vano es oponerse,
pues
lo he resuelto ya,
y
pese a quien pesare
con
ella casará.
SIMON
¡Ja,
ja, ja, ja,
risa
me da!
BELTRAN
Reíd,
reíd,
cuanto
queráis.
SIMON
Vos
ignoráis, sin duda,
que
si él quiere a la chica,
por
cálculo es tan sólo,
pues
la supone rica.
ROBERTO
A
ultraje tan villano,
ni
aun quiero contestar.
SIMON
¡Ya
veis, el miserable
se
tiene que callar!
ROBERTO
(Por
tí tan vil ofensa (A Angela)
me
atrevo a devorar)
ANGELA
(Tu
inmenso sacrificio
mi
amor sabrá apreciar)
BELTRAN
Yo
de las Indias
traigo
un tesoro:
puedo
a este chico
pesar
en oro.
Para
él respeto
de
vos exijo:
padre
no tiene,
yo
le prohijo.
Y
si os parece poco,
no
dudo ya,
¡todo
cuanto poseo
suyo
será!
ROBERTO
¡Cómo
pagar, Dios mío,
tanta
bondad!
ANGELA
¡Mi
alma de afecto llena
gracias
os da!
SIMON
Siendo
tan generoso,
fuerza
será ceder.
BELTRAN
¿Luego
asentís gustoso?
SIMON
¿Pues
qué he de hacer?
¡Ah!
(Beltrán
hace unirse a Roberto y Angela, que se abrazan)
ROBERTO
y ANGELA
El
alma mía enamorada
despierta
en mágica explosión,
y
con su fuerza arrebatada
gozoso
late el corazón.
BELTRAN
¡Linda
pareja enamorada!
(Contemplándolos
con placer)
¡Oh!
¡cuánto goza el corazón
viendo
su dicha asegurada
al
solo anuncio de su unión!
SIMON
(Mirando
a Beltrán)
¿Por
qué me turba su mirada?
¿Por
qué se agita el corazón
y
a mi memoria conturbada
acude
fúnebre visión?
ROBERTOA
Ver
voy a mi madre, (Separándose de Angela)
que
ya mi ausencia llora.
Dejad,
señor, que bese (A Beltrán)
su
mano bienhechora.
(La
besa. Beltrán le coge, y atrayéndole hacia sí le abraza a él y a Angela,
formando grupo)
BELTRAN
¡Fortuna
y alegría
el
cielo os quiera dar,
y
así será la mía
vuestra
felicidad!
¡Ah!
ROBERTO
y ANGELA
El
alma mía enamorada, etc.
BELTRAN
Linda
pareja enamorada, etc.
SIMON
(Contemplando
el grupo)
¿Por
qué me turba su mirada? etc.
ROBERTO
¡No
cabe en mi alma la alegría!
Adiós,
mi noble protector.
¡Hasta
mañana, vida mía!
Con
Dios quedad, señor Simón.
ANGELA
¡Adiós!
SIMON
¡Adiós!
BELTRAN
¡Adiós!
(Beltrán
se acerca a Simón, en tanto que Roberto a Angela, ya cerca del foro)
¡Gocemos
en la dicha de los dos!
ROBERTO
¡Adiós!
ANGELA
¡Adiós!
(Roberto
le da un beso, a cuyo sonido se vuelven Simón fosco y Beltrán risueño. Angela
se queda ruborizada. Roberto se despide desde la puerta)
SIMON
¿Eh?
ROBERTO
¡Adiós!
TODOS
¡Adiós!
FIN DEL ACTO PRIMERO
ACTO SEGUNDO
Exterior
de la hostería de Simón, a la izquierda. Al foro rocas y el mar. A la derecha
cierra el fondo un grupo de acantilados por entre los cuales se supone verse el
mar. Las salidas deben hacerse por la izquierda, entre la hostería y las rocas
y por el foro entre éstas y la marina.
ESCENA PRIMERA
La
escena sola, la hostería cerrada. Aparecen varios grupos de pescadores y
mujeres que vienen con los trajes de día de fiesta .
(Música)
MUJERES
Llegad,
llegad,
venid,
venid;
una
alegre alborada cantemos
y
así despertemos
a
la novia que duerme feliz.
PESCADOR
Venid,
venid,
llegad,
llegad;
la
doncella que hoy va a ser esposa
despierta
gozosa
a
la voz de la dulce amistad.
TODOS
Venid,
venid,
llegad,
llegad.
(Colocándose
todos frente a la puerta de la hostería)
ALBORADA
CORO
Despierta,
niña, despierta
que
el día avanzando va
y
la amistad a tu puerta
alegre
llamando está.
Abre
ya tu ventana,
mira
el cielo azul,
que
pintó la mañana
con
hermosa luz;
que
la niña que duerma
cuando
nace el sol
de
seguro está enferma
o
no tiene amor.
Ligera
salta del lecho
y
de él despídete ya,
que
para dos harto estrecho
desde
esta noche será.
Abre
ya tu ventana, etc.
ESCENA II
Dichos,
Mateo, que abre la puerta de la hostería.
MATEO
Tengan
muy buenos días.
CORO
¡Hola,
Mateo!
MATEO
La
novia os agradece
vuestro
deseo.
Mas
hoy que la despierten
no
necesita,
que
no pegó los ojos
la
pobrecita.
Y
es natural,
que
en víspera de boda
se
duerma mal.
CORO
Es
natural,
que
en víspera de boda
se
duerma mal.
(Acercándose
y rodeando a Mateo. En voz baja)
¿Y
es cierto lo que dicen
de
que el padrino
con
una gran fortuna
de
la India vino?
MATEO
No
lo dudéis;
oíd
un solo instante
y
juzgaréis.
Ha
comprado veinte casas,
las
mejores del lugar,
donde
quiere, según cuentan
un
palacio edificar.
Y
para ir a pasearse
por
el mar a su placer,
un
navío de tres puentes...
dicen
que ha mandado hacer.
CORO
¡Eso
no puede ser!
MATEO
Pues
sí que puede ser.
¡Y
en fin, después de todo,
ya
lo hemos de ver!
CORO
¡Eso
no puede ser!
MATEO
Guarda
en onzas mejicanas
un
inmenso capital
y
pepitas de oro puro
de
más peso que un quintal.
Piedras
finas, no digamos,
pues
las tiene en un montón,
y
hay entre ellas un diamante.
del
tamaño de un melón.
CORO
¿No
habrá exageración?
MATEO
¡No
hay exageración!
Os
digo que el indiano
trae
un fortunón.
CORO
Sin
duda que el indiano
trae
un fortunón.
(Hablado)
MATEO
Nada,
nada; os lo aseguro,
es
un hombre poderoso,
y
más sencillo y más franco...
Ayer
me dijo: «Buen mozo,
«(Me
hace justicia), tal vez
«pienses
en casarte pronto;
¡cuando
lo decidas, dímelo,
«que
yo a la novia la doto.»
MUJER
1ª
¿Y
en cuánto?
VARIAS
¿En
cuánto?
MATEO
(¿Qué
tal?
Ya
han abierto cada ojo...)
(Dándose
importancia)
Pues...
no lo sé; pero creo
que
el dote debe ser gordo.
Conque
a animarle, que soy
un
partido como hay pocos.
(Desde
hoy me van a asediar las mozas con sus piropos)
PESCADOR
¿Y
el señor Simón?
MATEO
Está
llevado
de los demonios.
PESCADOR
Es
natural.
MATEO
De
la usura
vivía
ese viejo zorro,
haciendo
con el sudor
de
los pobres su negocio;
cuando
se entera del caso
el
viajero, no sé cómo;
va,
recoge los recibos,
y
entre el general asombro,
«¡Tomad,—dice
a los deudores,—
»yo
vengo en vuestro socorro;
»a
trabajar, ya sois libres,
»ya
lo habéis pagado todo!»
Y
rompió los documentos
y
se quedó tan orondo.
MARINERO
1º
Ha
sido un rasgo soberbio.
PESCADOR
Cierto
que lo es, pero noto
en
la conducta de ese hombre
no
sé qué de misterioso.
(Acercándose
todos y le oyen con interés)
Ayer
se fue al cementerio
y
se encerró con Ambrosio
el
enterrador.
MARINERO
1º
¡Canario!
PESCADOR
Yo
le vi entrar, y a muy poco
salió
al patio de los muertos.
hizo
entonar un responso
al
padre cura; rezando
lo
escuchó puesto de hinojos;
besó
la tierra y después,
levantándose
lloroso,
al
cepillo de las animas
echó
tres monedas de oro.
MUJER
1ª
¡Es
extraño!
OTRA
¡Muy
extraño!
MATEO
Pues
yo en él lo encuentro propio;
como
es tan bueno, sin duda
queriendo
hacer bien a todos,
se
ha dedicado a sacar
ánimas
del purgatorio.
MARINERO
1º
Lo
cierto es que el hombre tiene
un
corazón muy hermoso.
MATEO
Y
ha hecho más bien en tres días
que
en toda su vida otros.
PESCADOR
¡Ya
lo creo!
MATEO
Y
en la boda
veréis
hoy si es generoso.
¡Qué
regalos!
MUJER
1ª
¡Buen
padrino
han
encontrado los novios!
Entremos
a verla a ella.
PESCADOR
¡Y
a él a buscarle nosotros!
(Las
mujeres entran en la hostería y los hombres vanse por la izquierda. Música en
la orquesta)
ESCENA III
Mateo
y después Margarita.
MATEO
¡Estoy
más alegre que unas Pascuas! Aunque sólo fuera por salir de esa hostería, donde
tanto se trabaja, y no ver más la cara de búho del señor Simón, y no aguantar sus
regaños y sus gruñidos... ¡Digo, y ahora que echará un humor de todos los diablos,
viendo que se le ha ido el negocio de entre las uñas! ¡El demonio que la aguante!
MARGARITA
(Desde
la puerta) ¡Mateo!
MATEO
¿Qué
hay?
MARGARITA
Ven
acá, que está todo esto en desorden.
MATEO
Mejor.
(Con tranquilidad y sorna)
MARGARITA
¡Pero
muchacho, que haces falta!
MATEO
Mejor.
MARGARITA
(Acercándose)
Que el señor va a bajar y se pondrá hecho una fiera.
MATEO
Mejor
que mejor.
MARGARITA
¿Te
has vuelto loco?
MATEO
Más
cuerdo no lo he sido nunca. Pero ya estoy harto de servir bien a gente que no sabe
agradecerlo.
MARGARITA
¡Mira
que si te oye va a despedirte!
MATEO
¿A
mí? ¡Je, je, je!
MARGARITA
¡Ya
lo creo! ¡Le faltarán criados para su casa!...
MATEO
Pues
puede buscar uno, porque yo hoy mismo tomo goleta.
MARGARITA
¿Qué
dices?
MATEO
Que
me voy a servir a los recién casados.
MARGARITA
¡Es
posible!
MATEO
Que
su padrino y mi padrino, y el padrino de todos, porque ese hombre es el padrino
de todo el mundo, dijo anoche, dice: «Muchacho, desde mañana cuenta con doble salario
del que tienes, y así que se verifique la boda, te vas con los novios a su casa.»
MARGARITA
¿De
manera que me quedo sola con el señor Simón?...
MATEO
Y
añadió: «A Margarita nada le digo porque como ha papado en la hostería toda su vida,
acaso no quiera abandonarla y separarse de su antiguo amo. Sin embargo, si desea
venirse con nosotros, también le ofrezco una buena soldada.»
MARGARITA
Yo
se lo agradezco, pero no abandono a mi señor. ¡Pobre viejo!... Todo esto va a
quitarle la vida.
MATEO
No
se perdería mucho.
MARGARITA
¡Mateo!
MATEO
Pero,
descuidad, que cosa mala nunca muere.
ESCENA IV
Dichos,
Simón a la puerta de la hostería.
SIMON
¡Eh,
muchacho! ¡Margarita! Así me gusta; la casa abandonada a toda esa patulea de comadres
que se ha colado de rondón, y vosotros mano sobre mano.
MARGARITA
Yo
había salido a buscar a este... (Mal humorado se levanta hoy) (Entra en la
hostería)
SIMON
¿Y
tú qué haces ahí?
MATEO
Pues...
ya lo veis... nada. (Dándose mucha importancia)
SIMON
A
trabajar, andando.
MATEO
Lo
que es por ahora... me parece que no estoy dispuesto para eso.
SIMON
¿Qué
dices?
MATEO
Es
día de boda y fiesta, me he vestido muy majo y el cuerpo me pide mucho jaleito.
SIMON
¡Insolente!
MATEO
Y
no pienso ocuparme en otra cosa que en bailar y divertirme.
SIMON
¡Vive
Dios, que ya es mucha falta de respeto!
(Yendo
hacia él con aire amenazador)
MATEO
¡Eh!
¡Eh! No hay que alborotarse. Si lo queréis así, bueno, y si no, tan conformes.
Ni vos necesitáis de mis servicios, ni yo de vuestra casa. El padrino de los
novios, que sabe apreciar a las personas que valen, me ha ofrecido doble
salario para que vaya a servirle, y con él me voy y Cristo con todos, y buscad
otro infeliz que sufra vuestras impertinencias, que yo ya estoy de ellas...
hasta aquí.
SIMON
¿Cómo?
MATEO
¡Hasta
aquí! (Ay! ¡Qué tranquilo me ha dejado este desahogo!) (Entra en la hostería)
ESCENA V
Simón,
solo.
SIMON
¡El
infierno se ha desatado en contra mía! ¿Quién es ese hombre que así se goza en mortificarme,
que destruye todos mis proyectos, descompone mis negocios y arranca de mi lado
a los que antes me querían y respetaban? — Parece mi castigo. — Le odio y le temo.
— Su sonrisa me hiela, su mirada me aturde... No he podido resistirla de
frente... — Y después, los recuerdos que trae a mi memoria .. — ¡Bah! Serán
sospechas hijas del temor, recelos de mi alma inquieta... Siempre dudando,
temiendo siempre...
ESCENA VI
Dicho,
Beltrán, que llega por el foro, se acerca a él sin ser visto, y le pone la mano
sobre el hombro.
SIMON
(Asustado,
volviéndose) ¿Eh? — ¡Ah! ¡Sois vos!
BELTRAN
¡Meditabundo
estabais!
SIMON
Tengo
mucho en qué pensar. Que Dios os guarde.
BELTRAN
Escuchad
un momento y hablemos como buenos amigos.
SIMON
Es
difícil.
BELTRAN
¿Por
qué?
SIMON
No
queráis añadir el sarcasmo a las ofensas que me habéis hecho.
BELTRAN
¿Yo?
¿En qué puedo haberos ofendido?
SIMON
En
cuanto hicisteis desde vuestra llegada. ¡Maldigo la hora en que arribásteis a
la playa!
BELTRAN
¡Y
yo con toda mi alma la bendigo!
SIMON
Sea
en hora buena; dejadme en paz.
BELTRAN
No
por cierto. La ocasión de sincerarme ante vos no puede ser más oportuna, y he de
aprovecharla. Además, tengo que pediros un favor.
SIMON
¿Cuál?
BELTRAN
Que
asistáis a la boda.
SIMON
No
por cierto.
BELTRAN
Amargaréis
la dicha de Angela.
SIMON
Más
acibara ella la mía.
BELTRAN
Pero,
en un principio, ¿no accedisteis a que se casaran?
SIMON
No
lo pensé bien. Además, creí entonces que al proteger el amor de esos muchachos teníais
una buena intención; luego he visto que os anima contra mí un espíritu de
venganza que no acierto a explicarme.
BELTRAN
Es
natural; ¿cómo habéis de explicaros un sentimiento que no existe?
SIMON
Separando
a Angela de mi lado, me arrebatáis el solo bien que poseo, el único consuelo de
mi vejez.
BELTRAN
Pues
quédese el matrimonio a vivir con vos, y así estaréis todos contentos.
SIMON
No
quiero en mi casa a ese mozo insolente y atrevido.
BELTRAN
Y
él no querrá, como comprenderéis, vivir separado de su mujercita.
SIMON
Os
habéis propuesto dejarme aislado en el mundo y vais a Conseguirlo. (Con
amargura)
BELTRAN
(Cariñosamente)
Vaya, vaya: ni soy yo quien arranca de vuestro lado a esa niña, ni hago otra
cosa protegiendo al que va a ser dueño suyo, que llenar de gozo el corazón de
ambos, pagar una deuda de gratitud a quien debo mi vida y mi fortuna, y premiar
las virtudes de Angela, que en vuestro poder no ha sido muy dichosa. (Bajando
la voz)
SIMON
¡Es
posible! ¿Tiene alguna queja contra mí? ¿No la he tratado como a una hija?
BELTRAN
En
efecto, como hubierais tratado a una hija vuestra... Todo lo bien que os
permite la avaricia que seca vuestra alma.
SIMON
(Sorprendido)
¿Ella lo ha dicho?
BELTRAN
De
su boca no han salido para vos sino palabras de gratitud y de respeto. De
cariño no, porque es difícil que os hagáis querer de nadie.
SIMON
(Sufro
de este hombre ofensas que no toleraría a ningún otro)
BELTRAN
(Siempre
en tono afectuoso) Desengañaos, señor Simón, yo he venido a tiempo de evitar
que en los últimos años de vuestra vida seáis aborrecido de cuantos os rodean.
Aun podéis conquistaros su afecto. — Vuestros deudores, redimidos por mí,
olvidarán bien pronto la explotación de que fueron objeto, y Angela, feliz al
lado de su esposo, alegrará los días de vuestra ancianidad.
SIMON
(Con
ironía) Por lo visto, aún debiera daros gracias por lo que habéis hecho.
BELTRAN
¿Quién
lo duda? Y yo he de conseguir al fin y al cabo que disfrutéis un goce del cual
no tenéis ni la idea más remota.
SIMON
¿Cuál?
BELTRAN
El
de hacer bien. Delicia no comparable a ninguna otra; placer que vierte en el
alma un bálsamo tan dulce como no es posible ni soñarlo.
SIMON
¡Ah!
Vos pensáis, sin duda, que el hacer bien consiste en solventar las deudas de unos
cuantos haraganes, que os pagarán con su ingratitud ese beneficio; llamáis
hacer bien a realizar la boda de dos muchachuelos sin experiencia, que van a
ser infelices; suponéis que el hacer bien se reduce a regalar trajes y galas a
la chica para envanecerla... No conocéis lo que es el mundo; sois demasiado
joven.
BELTRAN
Friso
en los cuarenta.
SIMON
Pues
estáis haciendo una porción de niñerías y ya recogeréis el pago.
BELTRAN
(Casi
suplicante) En fin, prometedme que asistiréis hoy a la iglesia. (Oyese rumor de
gente que llega)
SIMON
No
autorizo con mi presencia esa unión que considero desatinada... Allí viene tan
satisfecho vuestro protegido. No quiero ni verle. ¡Quedad con Dios! (Entra en
la hostería)
BELTRAN
¡Id
con él! — ¡Miserable viejo! ¡La dicha ajena le sirve de tortura! Digno es de
compasión.
ESCENA VII
Dichos,
Coro de Hombres que acompañan a Roberto, el cual viste lujoso traje de fiesta.
Sale de la hostería el Coro de Mujeres, y Angela, vestida de novia. Beltrán
baja del foro al proscenio abrazando a Roberto
(Música)
HOMBRES
En
busca de su novia,
que
ya le espera,
el
novio, engalanado,
contento
llega.
MUJERES
En
busca de su novio
que
ya le aguarda,
aquí
sale la novia
engalanada.
ROBERTO
¡Angela
mía!
ANGELA
¡Roberto
amado!
Mi
buen padrino.
BELTRAN
¡Que
os guarde Dios!
ROBERTO
y ANGELA
Ya
llegó el día
tan
esperado.
BELTRAN
¡Que
eterno sea
para
los dos!
CORO
(Rodeando
a los novios)
Según
vieja costumbre
(Solemnemente)
del
pueblo bretón,
antes
que os eche el cura
la
bendición,
de
todos los amigos
debéis
escuchar
consejos
saludables
que
os quieren dar.
ROBERTO
y ANGELA
Podéis
empezar,
que
ya estamos dispuestos
para
escuchar.
(Beltrán
se retira al foro. Las mujeres, formando semicírculo, rodean a Roberto, y los
hombres, en la misma forma, a Angela)
MUJERES
Con
su mujer muy complaciente
todo
marido debe ser.
HOMBRES
Debe
la esposa humildemente
a
su marido obedecer.
MUJERES
Si
hay disensión, porque no siga,
él
es quien tiene que callar.
HOMBRES
Diga
el marido lo que diga,
ella
no debe replicar.
MUJERES
Debe
el marido cariñoso
ser
a su esposa siempre fiel.
HOMBRES
Y
ella vivir para su esposo
y
estar pensando siempre en él.
MUJERES
Junto
a su esposa todo el día,
un
buen marido debe estar.
HOMBRES
Y
si el marido se extravía...
mucha
paciencia y aguantar.
TODOS
(Ocupando
la posición anterior)
¡Novios
felices,
ya
lo sabéis,
el
cielo os premie
si
así lo hacéis!
ANGELA
Vuestros
consejos
no
olvidaré
y
a mi marido
feliz
le haré.
ROBERTO
Vuestros
consejos
no
olvidaré
y
haré la dicha
de
mi mujer.
(Roberto
y Angela, pasando de uno a otro lado, quedan al contrario que antes, es decir,
él entre los hombres y ella entre las mujeres, que vuelven a formar rápidamente
los dos semicírculos. Ambos grupos se estrechan para decir los siguientes
versos)
MUJERES
Mete
en un puño (a Angela)
a
tu marido.
HOMBRES
Ten
bien sujeta (A Roberto)
a
tu mujer.
Tú
no te fíes.
MUJERES
¡Tú
ten cuidado!
HOMBRES
¡Ojo
con ella!
MUJERES
¡Ojo
con él!
TODOS
Novios
felices, etc.
(Hablado)
MATEO
(Que
ha salido de la hostería momentos antes) ¡Ea! basta ya de consejos! Al fin y al
cabo en cuanto se casan los olvidan y hace cada uno su santísima voluntad.
BELTRAN
¡Mateo!
Da de beber por mi cuenta a todos los presentes lo más añejo que haya en la casa!
MATEO
Pues
adentro todos. Y aunque ya no sirvo en la hostería, como soy el único que sabe los
secretos de la bodega, os obsequiaré dignamente en nombre del padrino. Pero antes,
y para que rabie el señor Simón, que está allá dentro, demos unos cuantos vivas
que retumben en toda la costa. (Acercándose con el Coro a la puerta) ¡Viva el
padrino!
TODOS
¡Viva!
MATEO
¡Vivan
los novios!
TODOS
¡Vivan!
MATEO
(Que
corta la prolongación de cada ano de los vivas con un movimiento a la manera de
los directores de orquesta) Estas revoluciones pacíficas me llenan de
entusiasmo.
(Entran
en la hostería)
ESCENA VIII
Angela,
Beltrán y Roberto.
BELTRAN
Gracias,
hijos míos, muchas gracias.
ROBERTO
Aprecian
en lo que vale vuestra generosidad.
BELTRAN
Me
la pagan con creces y consigo de esta manera que participen todos de vuestra dicha.
ROBERTO
¡La
mía no puede ser mayor!
BELTRAN
Angela,
¿qué es eso? ¿qué tienes?
ROBERTO
¿Lloras?
ANGELA
¡Sí,
no lo extrañéis; el cielo de mi felicidad se halla hoy empañado por una nube de
tristeza.
BELTRAN
¿Qué
es ello?
ROBERTO
¿Qué
puede afligirte?
ANGELA
Cuando
me levanté esta mañana, fui como todos los días a saludar al señor Simón, y no
ha querido verme.
ROBERTO
¡Bah!
¿Y eso te desconsuela?
ANGELA
Yo
no puedo olvidar que niña, desvalida y huérfana, me recogió en su casa; que a
su lado pasé mi vida entera, y que no he conocido otro padre. Al unirme a ti contra
su voluntad, pensará acaso que soy una ingrata, que olvido los favores que le debo..
BELTRAN
No
digas eso. Harto bien te conoce para saber que no cabe en tu pecho la
ingratitud.
ROBERTO
Y
sobre todo, yo te aseguro que antes de mucho ha de querernos a los dos más que antes
a tí sola.
ANGELA
No
lo creas. Yo le estimo, yo le respeto, pero conozco que tiene una mala
condición; no olvida los agravios.
ROBERTO
Oye,
cuando salgamos de la iglesia, después de ver a mi madre, que ya nos aguarda con
impaciencia para unirnos en un estrecho abrazo, vendremos los dos a la
hostería, nos echaremos a las plantas del señor Simón, y como si en algo le
hubiéramos ofendido, le pediremos perdón humildemente. Yo le haré ver que no he
venido a robarte su amor, sino a hacer más grande y duradera la dicha de su
hogar; que seré el báculo de su vejez... En fin, le diré tales cosas, que
acabará por quererme mucho. ¡Vaya! Pues si me pinto yo sólo para engañar a cualquiera.
ANGELA
¿Cómo?
BELTRAN
¿Eh?
ROBERTO
De
buena manera, se entiende. Porque, de veras te lo digo, por mucho respecto que
le finja y mucho cariño que le aparente, nunca podrá ser santo de mi devoción
tu padre adoptivo. Hay en él algo que no me atrae... Ese carácter huraño... ese
ceño sombrío se avienen mal con mi genio alegre y bullicioso.
ANGELA
Si
soy yo, y no he podido acostumbrarme en mi vida. Dame un beso, me dijo algunas veces;
no correspondes al cariño que te tengo. Y yo le respondía besándole en la frente
con timidez: No sé por qué, pero... parece que me dais miedo. Entonces él me rechazaba
con violencia, se ponía más sombrío que antes, y yo me retiraba asustada… Y a
solas luego, llorando, decía, reprendiéndome. Sí, yo debía quererle, debía
quererle... y no le quiero.
BELTRAN
Difícilmente
recoge cariño quien no sabe sembrarlo.
ROBERTO
Yo
te ruego que procures alejar esos pensamientos que te entristecen, ¡Todo el
tiempo me parece poco para gozar de la ventura que nos sonríe!
BELTRAN
En
tí consiste que no se desvanezca.
ROBERTO
¿En
mi?
BELTRAN
Tú
puedes hacer feliz ó desgraciada a esta pobre niña.
ROBERTO
¿Y
dudáis que la haré dichosa?
BELTRAN
No;
pero temo que para casado seas demasiado niño.
ROBERTO
¿Niño?
Yo os probaré que no.
BELTRAN
¡Dios
lo quiera! Y, vamos a ver, ¿qué regalo de boda has hecho a Angela? Porque ya
sabes que la costumbre obliga al novio a ofrecer un rico presente.
ROBERTO
(Cortado)
Pues, yo... la verdad es que...
ANGELA
A
mí me basta con su cariño. Ya me habéis puesto bastante engalanada. ¿Para qué
quiero más?
BELTRAN
Sin
embargo, ese vestido exige alguna joya; un collar, por ejemplo.
ROBERTO
Cierto
que sí, y yo la prometo... que con lo primero que gane he de comprárselo.
BELTRAN
Que
te agradezca la intención, pero no es preciso. Permite que en tu nombre le
ofrezca yo éste. (Enseñándole uno que saca del bolsillo)
ROBERTO
¡Oh!
¡Qué hermoso es! En mi vida vi cosa que se le parezca.
(Música)
BELTRAN
Diamantes
brasileños
tan
claros como el sol.
te
ofrezco, hermosa niña,
en
cariñoso don.
Del
fondo de la tierra
mi
mano los sacó;
que
adorne tu hermosura
su
mágico fulgor.
(Le
da el collar, que Angela contempla un instante)
ANGELA
¡Oh,
qué linda joya!
¡Causa
admiración!
ROBERTO
¡Dignas
de una reina
tales
piedras son!
BELTRAN
(Dándole
un lindo espejito de mano)
Póntelas,
y en este
diáfano
cristal,
todos
tus encantos
puedes
admirar.
ROBERTO
¡Sois
muy generoso!
ANGELA
Gracias
mil os doy.
ROBERTO
Deja,
que yo mismo (A Angela)
a
adornarte voy. (Le pone el collar)
ANGELA
(Contemplándose
en el espejo)
Como
gotas de fresco rocío
que
adornan temblando
la
cándida flor,
estas
piedras sobre el pecho mío
se
agitan brillando
con
limpio fulgor.
¡En
su seno la luz juguetea
con
lindos cambiantes
que
trueca al azar,
y
parece que el sol se recrea
mil
chispas radiantes
haciendo
brotar!
ROBERTO
Aunque
de su rostro, (A Beltrán)
fiel
ese cristal
todos
los encantos
sepa
reflejar,
en
su hermosa imagen
faltará
calor;
viéndose
en mis ojos
se
verá mejor. (Se acerca a ella)
BELTRAN
Tiene
el jovencillo
celos
del cristal
que
de su adorada
copia
así la faz.
Y
a la vez risueño
piensa
con su amor
que
en sus negros ojos
se
verá mejor.
ROBERTO
Aunque
de tu rostro, etc. (A Angela)
Mírate
en mis ojos,
te
verás mejor.
ANGELA
Yo
por tí desprecio
este
fiel cristal,
y
cuando mi rostro
quiera
contemplar,
como
tu mirada
llena
está de amor,
siempre
en esos ojos
me
veré mejor.
(Hablado)
ROBERTO
¡Hermoso
es el collar!
ANGELA
Como
yo no podía ni soñarlo. ¡Ah! ¡Con qué podremos pagaros tantos beneficios!
BELTRAN
Con
vuestro afecto me considero bien pagado.
ROBERTO
Yo
no encuentro ya palabras para expresar mi agradecimiento.
BELTRAN
Ni
hace falta que las busques. Vaya, se acerca la hora de encaminarnos a la
iglesia. Ve a ponerte el velo de desposada.
ROBERTO
Tiene
razón, y yo, con vuestro permiso voy a ayudarle a ponérselo.
BELTRAN
Sí,
sí; no la dejes sola un momento, no vaya a evaporarse.
ANGELA
¿Os
burláis?
BELTRAN
¿Burlarme
yo del amor? No, hija mía, no. ¡Benditos los que aman!
ANGELA
Hasta
luego.
ROBERTO
Hasta
después.
ESCENA IX
Dichos,
el Juez, que sale de la hostería.
ANGELA
¡Ah,
señor!
JUEZ
Buenos
días, felices novios.
ANGELA
Buenos
los tengáis.
ROBERTO
Con
vuestro permiso, vamos adentro...
JUEZ
Id
Con Dios. (Entra en la Hostería)
BELTRAN
(Acercándose)
Señor Juez, no sabéis cuánto os agradezco el favor de haberos detenido para
honrar con vuestra presencia la ceremonia.
JUEZ
Yo
me complazco en satisfacer ese deseo, y tengo sumo gusto en asistir al enlace
de esos buenos muchachos, que os deben su felicidad.
BELTRAN
Creo
que la merecen toda. Ella y él tienen un corazón de oro.
VOCES
(Dentro)
¡Que beba! ¡Que cante! ¡Vivan los novios! ¡Viva el padrino!
SIMON
(Dentro)
Dejadme en paz.
VOCES
¡Que
cante! ¡Que cante!
ESCENA X
Dichos,
Simón y Coro que sale tras él y rodeándole,
JUEZ
¿Qué
algazara es esa?
SIMON
Os
digo que me dejéis.
MATEO
¡Que
cante el viejo! (Un poco achispado)
SIMON
Para
canciones estoy yo ahora.
TODOS
¡Que
cante, que cante!
MATEO
Así,
así, hacedle rabiar.
BELTRAN
Pero,
¿qué es eso?
MARINERO
1º
Que
no queremos ver a nadie triste cuando todos estamos alegres.
MATEO
Sí,
demasiado. Me parece que estamos demasiado alegres. ¡Je, je!
MARINERO
1º
Vamos,
señor Simón, cantadnos alguna cosa de vuestros tiempos.
BELTRAN
Basta
ya, dejadle.
SIMON
No;
voy a complacerles. Precisamente recuerdo ahora una antigua balada, que es muy
oportuna para lo que se festeja.
VOVES
¡Que
la cante!
SIMON
¡Allá
va! Se llama El abrazo de los novios.
TODOS
¡Bravo!
(Le rodean y canta)
(Música)
SIMON
¡Din,
don!
¡din,
dan!
Alegres
las campanas
repica
el sacristán.
¡Din,
don!
¡din,
dan!
La
novia es una perla
y
el novio es muy galán.
El
cura los bendice,
colmando
así su afán.
¡Din,
don!
¡din,
dan!
Ya
salen de la iglesia,
¡qué
alegres todos van!
¡Din,
don!
¡din,
dan!
Los
dos recién casados,
huyendo
de la gente,
dirigen
se a la mar;
la
pálida neblina
envuelve,
pudorosa,
la
nave donde van.
De
pronto el mar sereno
desátase
iracundo,
y
el viento se hace oír;
y
a un golpe de las olas,
la
novia, arrebatada,
desaparece
allí.
Tras
ella, audaz el novio,
se
lanza al mar bravío,
y
al fondo juntos van;
y
allí los dos se estrechan...
¡qué
triste es el abrazo
primero
que se dan!
¡Din,
don!
¡din,
dan!
Mañana
las campanas
por
ellos doblarán.
¡Din,
don!
¡din,
dan!
Sus
cuerpos a la arena
las
olas echarán.
¡Din,
don!
¡din,
dan!
(Hablado)
(Todos,
que al principio de la canción escuchaban alegres, han ido entristeciéndose
poco a poco hasta quedar sombríos y cabizbajos)
MATEO
(Gimoteando)
¡Vaya una canción para alegrar a cualquiera! ¡El demonio del viejo!
SIMON
(Separándose
de ellos) ¡Je, je! ¿No queríais cancioncitas?
MATEO
¡Cuando
yo digo que este tío es muy malo!
(Suenan
lejos el tambor y la gaita)
MARINERO
1º
¿Oís?
¡La gaita!
MATEO
¡Y
el tamborilero!
MARINERO
1º
¡En
danza, muchachos! (Anímanse todos)
MATEO
¡Viva
la alegría! (Vanse hacia el foro, acercándose a Simón) Aunque haya en el mundo
mochuelos, nunca faltarán ruiseñores. (¡Anda, chúpate esa!) (Vase brincando y
desaparece con los demás por el foro)
ESCENA XI
Simón,
Beltrán y Juez.
JUEZ
Ciertamente,
la canción (A Simón)
es
harto triste y sombría
e
impropia de la ocasión.
BELTRAN
Nunca
la ajena alegría
dio
gozo al señor Simón.
Siempre
su enemigo fue.
SIMON
¿Qué
sabéis vos?
BELTRAN
Sí,
lo sé.
SIMON
¿Por
referencias quizá?
BELTRAN
¿Por
referencias? No a fe,
que
os conozco hace años ya.
SIMON
¿Vos?
BELTRAN
Yo,
si. Tanto he cambiado
con
el tiempo transcurrido
y
vengo tan transformado,
que,
la verdad, no he extrañado
que
me hayáis desconocido.
Pero
bien seguro estoy
de
que, al fin, haréis memoria,
y
porque sepáis quién soy,
en
pocas palabras voy
a
referiros mi historia.
JUEZ
Escuchemos.
(El
Juez presta atención. Simón escucha con ansiedad)
SIMON
(¡Ay
de mi!)
BELTRAN
En
esta playa nací
de
unos padres sin fortuna;
huérfano
desde la cuna
solo
en el mundo me vi.
Sin
hogar, techo ni abrigo,
siendo
de todo linaje
de
orden y freno enemigo,
disfrutaba
del mendigo
la
independencia salvaje.
Buscando
siempre al azar
el
cotidiano sustento
despreciando
el trabajar,
vivía
libre y contento
de
los despojos del mar.
Y
con juvenil ardor,
tanto
ansiaba la pelea
en
que mostrar mi valor,
que
llegué a ser el terror
de
la gente de la aldea.
Por
mi audacia y bizarría,
el
más valiente en la playa
me
respetaba y temía...
¡alguno,
acaso, no me haya
olvidado
todavía!
SIMON
(¡No!)
BELTRAN
Pasó
el tiempo, crecí;
hombre
un día me sentí,
capaz
de un oficio honrado
y
al verme pobre y menguado
vergüenza
tuve de mí.
—Soy
joven, dije, soy fuerte,
no
tengo miedo a la muerte;
mil
a las Indias han ido
y
encontrado allí su suerte...
¡Por
ella voy decidido!
Y
con el ansioso afán
de
los que en su buscad van,
dejé
esta playa arenosa
una
noche tormentosa
en
alas del huracán.
SIMON
(¡El
es!)
BELTRAN
La
región indiana,
hermosa
tierra lejana
que
cría en su seno el oro,
al
que en buscarlo se afana
da,
generosa, un tesoro.
Yo,
con ardor sin igual,
rendido
más de una vez
al
trabajo corporal,
y
abrasándose mi tez
bajo
el fuego tropical,
gasté
pródigo mi vida;
pero
con fe no abatida
logré
colmado el deseo,
y
una fortuna poseo
por
el trabajo adquirida.
Dueño
de ella pensé ya
feliz
en volver acá;
de
esta tierra me acordaba,
acaso
porque pensaba:
¡mis
padres duermen allá!
¡Y
ayer a su tumba fui,
y
sobre ella, arrodillado,
dulces
lágrimas vertí;
ya
debo estar perdonado
si
en algo les ofendí! (Conmovido)
SIMON
(Como
haciendo un esfuerzo para convencerse al fin)
¿Y
os llamáis?...
BELTRAN
Claudio
Beltrán.
SIMON
(¡Dios
me valga! ¡Soy perdido!)
BELTRAN
Pronto
me recordarán,
y
mi nombre oscurecido
algunos
bendecirán.
Que
como Dios me conceda
la
quietud apetecida
y
a mis deseos acceda,
be
de consagrar mi vida
a
hacer todo el bien que pueda.
ROBERTO
(Asomándose
a la puerta de la hostería)
¡Padrino,
padrino!
BELTRAN
¡Voy!
Conque
ya sabéis quién soy:
si
útil me juzgáis en algo,
vuestro
será desde hoy
cuanto
tengo y cuanto valgo.
(Entra
en la hostería)
ESCENA XII
Simón,
Juez.
JUEZ
¿Estáis
temblando?
SIMON
(Procurando
serenarse. ) No tal.
(¡Sí
yo lo debo decir!)
(Como
si se sintiera desfallecer se apoya en el Juez)
JUEZ
¿Eh?
¿Qué es esto? ¿Os sentís mal?
SIMON
Es.
. sorpresa natural
por
lo que acabo de oír.
(Sólo
así me salvo yo)
JUEZ
Pero
¿qué os pasa?
SIMON
(En
voz muy baja) Ese hombre...
¡Ese...
es... quien asesinó
al
padre de Angela!
JUEZ
¡Oh!
¿Qué
decís?
SIMON
Yo...
por su nombre...
El
mismo se ha delatado;
ante
vos lo ha pronunciado:
¡Claudio
Beltrán!
JUEZ
¡Ah,
sí! Ahora
recuerdo.
¿Pero él ignora
que
está a muerte condenado?
SIMON
(¡A
muerte!) (Aterrado) Sin duda, sí.
JUEZ
¿Y
cómo la audacia tiene
de
presentarse hoy así?
SIMON
Cierto,
mas...
(Oyense
la gaita y el tamboril)
JUEZ
La
gente viene,
retirémonos
de aquí.
Hay
que probar si es el mismo.
Tal
valor y tal cinismo
no
se pueden comprender.
SIMON
(¡Se
abre a mis pies un abismo,
pero
yo no he de caer!)
(Vanse
por la izquierda)
ESCENA XIII
Coro
general, precedido de loa que tocan la gaita y el tamboril. Después Beltrán, Roberto,
Angela, Margarita y Mateo.
(Música)
CORO
En
tanto que los novios
salen
acá,
la
alegre cornamusa
vuelva
a sonar,
y
al redoblar ligero
del
tamboril,
los
mozos y las mozas
bailen
aquí.
(Suspenden
el baile, comenzando cuando salen los personajes indicados arriba)
De
la casa ya sale
el
cortejo nupcial;
ved
la novia dichosa
qué
hermosísima va.
Dios
les de luengos años
de
fortuna y de paz,
y
que juntos consigan
su
ventura gozar.
ROBERTO
y ANGELA
¡Mentira
me parece
tanta
felicidad!
BELTRAN
A
la iglesia marchemos.
CORO
Vamos
todos detrás.
Dios
les dé luengos años, etc.
ESCENA XIV
Dichos,
el Juez y el Señor Simón. Tras ellos cuatro gendarmes que se detienen a la
izquierda, en segundo término.
JUEZ
¡Alto,
señores, todos,
en
nombre de la ley!
CORO
¿Qué
es esto? ¿Qué sucede?
¿Qué
busca el señor Juez?
SIMON
(¡Señor!
¡Qué horrible angustia!
¡Piedad
de mí tened!)
JUEZ
¡De
aquí nadie se mueva!
(Acercándose
a Beltrán)
¡Daos
preso!
BELTRAN
¡Yo!
¿Por qué?
ROBERTO
y ANGELA
¡Oh,
Dios! ¿De qué os acusan?
BELTRAN
No
acierto a comprender...
¡Mas
el error en claro
bien
pronto yo pondré!
JUEZ
En
vano es que tranquilo
finjáis
aparecer;
hoy
vuestro horrendo crimen
al
fin expiaréis.
TODOS
y BELTRAN
¡Un
crimen!
BELTRAN
Es
un sueño.
SIMON
(¡Qué
horrible padecer!)
BELTRAN
¿De
qué me acusan; pronto,
decidlo
ya, de qué?
JUEZ
Veinte
años há que la justicia
a
muerte vil os condenó.
(A
Angela)
Este
es el hombre, desgraciada,
que
a vuestro padre asesinó.
BELTRAN
¡Yo!
TODOS
¡Oh!
BELTRAN
¡Ah!
¡Qué impostura tan infame!
¡Yo
mi inocencia probaré!
ANGELA
(Acercándose)
¡Por
Dios, decidnos vuestro nombre!
BELTRAN
¡Claudio
Beltrán!
ANGELA
(Separándose
de Beltrán) ¡Jesús!
CORO
(Retirándose
algo) ¡Es él!
¡Es
él! ¡Es él!
BELTRAN
¿Por
qué mi nombre, siempre honrado
rechazan
todos hoy así?
(A
Angela y Roberto)
¡Soy
inocente, yo os lo juro!
ANGELA
¡No
os acerquéis, no os acerquéis a mi!
BELTRAN
¡Ellos
también, oh, santo cielo!
¿Es
sueño todo lo que oí?
CORO
(Creyó
su crimen ignorado,
tal
vez por eso ha vuelto aquí)
BELTRAN
Tú,
Señor, que la inocencia
ves
brillar desde la altura,
sabes
bien que en tu presencia
puedo
alzar mi frente pura.
¡De
mi nombre envilecido
salva
el honor,
y
haz que vea confundido
al
infame acusador!
¡Víctima
fui
de
un impostor;
yo
espero en tí
piedad,
Señor!
SIMON
(Tiemblo
y dudo en su presencia,
y
al mirar su desventura,
agitada
la conciencia
implacable
me tortura.
De
mi pecho estremecido
huye
el valor,
y
aterrado y confundido
soy
mi propio acusador.
Nunca
sufrí
tanto
dolor.
¡Piedad
de mí!
¡Piedad,
Señor!)
ROBERTO
y ANGELA
El
temor de la evidencia
llena
el pecho de amargura.
¡Quiera
Dios que su inocencia
vuelva
a todos la ventura!
¡Ah,
por qué, por qué has nacido,
sueño
de amor,
para
verte sumergido
en
los mares del dolor!
¡Triste
de mí!
¡Cuánto
rigor!
¡Yo
espero en tí
piedad,
Señor!
JUEZ,
MATEO, MARGARITA y CORO GENERAL
¡Es
extraña su imprudencia
de
venir a la ventura
donde
existe una sentencia
que
la muerte le asegura!
Si
del crimen cometido
es
el autor,
no
se explica que atrevido
se
presente sin temor.
Yo
nunca vi
tanto
valor,
él
es aquí
su
delator.
BELTRAN
(Al
Juez)
Vos
sois de la justicia
representante
aquí;
¡vos
mismo mi inocencia
proclamaréis
al fin!
¡Si
a la justicia humana
hoy
ciega torpe error,
tranquilo
y resignado
confío
en la de Dios!
'SIMON
(¡Qué
horrible es el tormento
porque
pasando estoy!
¡Un
medio de salvarle
inspírame,
Señor!)
ANGELA
y ROBERTO
(Al
verle tan sereno
se
ensancha el corazón.
¡Si
acaso es inocente,
ampárale,
Señor!)
JUEZ
(Al
criminal impune
que
así la ley burló,
severa
la justicia
aplique
su rigor)
CORO,
MATEO y ANGELA
(Jamás
el que villano
un
crimen cometió,
rechaza
tan altivo
la
horrible acusación)
(Beltrán
se dirige hacia los gendarmes como entregándose a ellos. Roberto y Angela le
contemplan formando grupo. Simón, aterrado, se separa al ver pasar a Beltrán.
Cuadro)
FIN DEL ACTO SEGUNDO
ACTO TERCERO
Sala
corta de paso. A derecha, izquierda y foro, puertas.
ESCENA PRIMERA
Coro
de Hombres y Mujeres, que salen por la derecha.
(Música)
CORO
(Señalando
a la izquierda)
Esa
es la puerta
del
Tribunal:
por
aquí el reo
debe
pasar.
Hasta
que llegue
no
dejarán
que
los curiosos
entren
allá.
¡Pero,
silencio,
que
ahí viene ya!
ESCENA II
Dichos,
Beltrán que, seguido de dos gendarmes, aparece en la puerta del foro y entra
lentamente en el Tribunal.
CORO
¡Qué
triste el desdichado
y
qué abatido está!
Dios
haga que inocente
le
juzgue el Tribunal.
¡Qué
triste va!
¡Qué
triste va!
HOMBRES
Entremos
a la Audiencia,
que
el juicio va a empezar,
y
el fallo inapelable
muy
pronto dictarán.
¡Vamos
allá,
vamos
allá! (Entran los hombres)
MUJERES
¿Nosotras,
qué hacemos?
OTRAS
Yo
dudo si entrar,
porque
a mí estas cosas
me
impresionan mal.
Y
en entrando, tengo
la
seguridad
de
que por la noche
lo
he de recordar.
En
cuanto me acuesto
sueño
con fantasmas,
unos
que me roban,
otros
que me matan.
Mi
alcoba se llena
de
negras lechuzas,
y
vienen los duendes
y
salen las brujas.
Y
aquí me pellizcan,
y
allá me atenazan,
y
— ¡plún! — de repente
se
vuelca la cama.
Y
siento unas cesas,
— ¡ay,
Jesús, qué horror!
que
me pongo, primero muy mala,
y
luego peor.
Por
ver yo, curiosa,
al
guillotinado,
así
viva un siglo
no
podré olvidarlo.
Recuerdo
su cara,
sus
ojos recuerdo,
sus
barbas, sus dientes,
su
voz y sus gestos.
Y
de haberle visto
tuve
varias noches
una
pesadilla
de
las más atroces;
pues
soñé que el reo,
— ¡ay,
qué atrocidad!—
¡me
venía a tirar de las piernas
en
la oscuridad!
Mas
si al fin y al cabo
nos
lo han de contar,
casi,
casi creo
preferible
entrar. (Decidiéndose)
¿Vamos
allá?
¡Vamos
allá!
¡Ay,
qué maldita
curiosidad!
¡Vamos
allá! (Entran)
ESCENA III
Mateo,
Roberto por la derecha.
(Hablado)
MATEO
Anda,
entra conmigo. No seas cobarde.
ROBERTO
No,
no puedo. Déjame.
MATEO
Pues
yo haré de tripas corazón, pero he de verle. Tai vez, al fin y al cabo, los
jueces encuentren hoy alguna prueba a favor suyo.
ROBERTO
Todas
le acusan. Ese maldito cuchillo, que unido al proceso, ha conservado, y que, según
dice, dejó sin duda olvidado en la hostería y ha reconocido como suyo, es la prueba
más convincente. Luego, las declaraciones del señor Simón y de los otros dos testigos,
únicos que viven después de tantos años, han confirmado la opinión de los jueces.
MATEO
Pero
no la mía.
ROBERTO
Ni
la mía tampoco.
MATEO
¿De
modo que tú piensas, como yo, que es inocente?
ROBERTO
¿Quién
lo duda?
MATEO
Oye,
Roberto; yo seré un pedazo de alcornoque, pero tengo un corazón que no me engaña.
Y lo que yo digo: si ese hombre fue quien mató al padre de Angela y huyó, y allá
en las Indias con el dinero robado hizo fortuna, ¿para qué necesitaba volver
aquí, donde debía comprender que pesaba sobre él una sentencia?
ROBERTO
Lo
mismo pienso yo.
MATEO
Y
si después de tanto tiempo ausente le dio la mala idea de volver a su tierra,
puesto que ninguno le ha reconocido, pudo muy bien llamarse de otro modo y
nadie habría sospechado que este caballero millonario era aquel mozo miserable.
ROBERTO
¡Claro
que sí!
MATEO
Por
todo lo cual, digo y repito que mientras él siga sosteniendo, como lo hace, que
es inocente y que no tenía ni noticia del crimen, yo le creeré tan honrado y
tan bueno como el que más.
ROBERTO
Es
imposible que sea delincuente. La seguridad de sus contestaciones en el
interrogatorio, aquel acento de verdad que tienen todas sus palabras, lo sereno
de su mirada, revelan una conciencia tranquila.
MATEO
Estamos
conformes.
ROBERTO
Y
esa es la opinión de todos. Sólo vacilan ante las pruebas del antiguo proceso y
la convicción que en el pueblo había de que Claudio Beltrán era el asesino del
padre de Angela. Yo a veces he pensado: ¿será un sentimiento egoísta el que me
hace juzgar a ese hombre inocente? ¿Cerraré los ojos ante la evidencia por los
favores que le debo y porque de él sólo depende mi fortuna?
MATEO
¡No!
También se me ha ocurrido eso, pero inmediatamente he pensado esto otro: Desde
el instante en que fue preso, la justicia, como de costumbre, se apoderó de cuanto
él tenía, y aquello que la justicia agarra, tarde ó nunca lo suelta; de modo que
hoy por hoy, ese infeliz es más miserable que cualquiera de nosotros. Y sin
embargo de esto, y de no esperar recompensa alguna, si hoy, como se dice, le
condenan a muerte, yo estoy decidido a salvarle.
ROBERTO
¿Tú?
¿Qué dices?
MATEO
Y
si me ayudas, aún confío más en lograrlo.
ROBERTO
¿Pero
cómo? ¿Cuál es tu proyecto?
MATEO
Escucha.
Ya sabes que el día de la boda, es decir, el día en que debió ser la boda, me despedí
del señor Simón diciéndole cuatro cositas muy bien dichas. ¡Como que no pensaba
volver! Pero no fue así. En vista de lo ocurrido, y viéndome sin colocación,
hablé con Margarita, y ésta con el amo, y me pintó tan arrepentido de haberle
dicho aquellas claridades, que el señor Simón, haciendo algo bueno por primera
vez en su vida, me admitió de nuevo en la casa y continúo sirviendo en ella.
ROBERTO
Bien;
ya lo sé; sigue.
MATEO
Al
volver, acariciaba la idea de salvar a ese hombre.
ROBERTO
¿De
qué manera?
MATEO
Verás.
— El cuarto que le sirve de prisión, y que es el mismo en que estuvo el otro
reo, tiene dos puertas. Una da al pasadizo alto y la custodian dos gendarmes;
otra comunica con la alcoba del señor Simón, y allí no hay guardia. — Un fuerte
cerrojo la asegura, y el amo viene a ser por aquel lado, como quien dice, el
único carcelero.
ROBERTO
¡Ya!
MATEO
Enciérrase
para dormir, costumbre de gente mala; pero probando yo en la cerradura de la
alcoba todas las llaves de la casa, he hallado una con la cual se abre
fácilmente. Y aquí está. (Sacándola)
ROBERTO
Bien,
pero eso no basta.
MATEO
Déjame
concluir. — Hoy está el cielo encapotado y sopla fuerte el viento de tierra,
señales casi seguras de que a la noche se repetirá la tempestad de estos días
pasados.
ROBERTO
¿Y
eso qué?...
MATEO
Ya
sabes que el viejo al primer relámpago que ve, se acuesta lleno de terror. Yo
entonces, aprovechando su sueño en caso contrario, penetraré en la alcoba,
descorreré el cerrojo de la otra puerta, que ya he tenido la precaución de
untar con aceite, y sacaré al preso, que puede saltar a la playa por una ventana
cualquiera.
ROBERTO
Bueno;
¿y después?
MATEO
Esperas
con tu barca amarrada a la orilla y le llevas hasta el bergantín.
ROBERTO
¿Y
allí?
MATEO
La
tripulación es toda suya. Por interés o por gratitud le juzga inocente como nosotros.
El barco es velero, según dicen, y como el viento debe serles favorable para alejarse
de la costa, podrán estar ya cerca de Inglaterra cuando se descubra que el
pájaro ha volado.
ROBERTO
Arriesgada
es la empresa, pero no importa; estoy pronto a ayudarte.
MATEO
Lo
mejor será que los jueces le absuelvan y nuestro proyecto se quede en proyecto.
ROBERTO
No
lo espero, desgraciadamente.
MATEO
¡Quién
sabe! Yo adentro voy.
ROBERTO
Aquí
te aguardo con el alma llena de inquietudes.
MATEO
¡Si
condenan a este hombre, digo que no hay justicia en la tierral (Entra por la
izquierda)
ESCENA IV
Roberto,
luego Angela.
ROBERTO
En
vano procuro arrancar de mi pecho toda esperanza. Parece que el alma, ansiosa
de realizar lo que he soñado, se complace en darme aliento con ilusiones que
acaso dentro de un instante se desvanecerán para siempre. ¡Oh, Angela! ¿Tú
aquí?
ANGELA
La
impaciencia me trae. ¿Sabes algo? ¿Qué dice la gente? ¿Se espera que sea
absuelto?
ROBERTO
Todos
temen que el tribunal, en vista de las pruebas, confirme la sentencia anterior.
ANGELA
¡Oh,
sería horrible! Su muerte no disiparía mis dudas.
ROBERTO
¿Pues
tú lo supones culpado?
ANGELA
¿Yo?
No lo sé. Estoy loca. A veces creo que la sombra querida de mi padre se me
aparece airada porque no aborrezco bastante al asesino. A veces, pienso que ese
desdichado es víctima de una acusación infame, de un error inconcebible; que es
inocente y que mi padre desde el cielo me dice ámale, hija mía; hazle tú la
justicia que los hombres le niegan.
ROBERTO
¡Terrible
lucha!
ANGELA
¡Si
alguna prueba inesperada pusiera hoy en claro su inocencia y el tribunal le
absolviese...
ROBERTO
Su
libertad sería nuestra dicha, nuestra fortuna.
ANGELA
Por
eso no la espero. Soy muy desgraciada.
ROBERTO
Angela,
tengamos confianza en Dios, que no ha de abandonarnos. ¡Quién sabe si muy pronto
oiremos partir de allí (Señalando a la puerta del tribunal) el grito de alegría
que lancen los que asisten al juicio al escuchar la absolución del acusado!
ANGELA
¡Cuánto
sería mi gozo al verle libre! ¡Qué tranquila se quedaría el alma!
ROBERTO
Nuestra
felicidad renacería para no desvanecerse nunca.
ANGELA
¡Todos
nuestros sueños de amor podrían realizarse!... (Rumor dentro)
ROBERTO
¿Qué
es eso? ¿No has oído? ¡La gente habla en voz alta! Acaso se hayan retirado los
jueces para pronunciar luego su fallo.
ANGELA
¿Por
qué no entras? Yo no tengo valor.
ROBERTO
¡Sí,
haré un esfuerzo! todo es preferible a la duda. Espérame.
ANGELA
¡Dios
haga que sea portador de la buena nueva!
ROBERTO
¡Ay,
Dios lo haga! (Entra)
ESCENA V
Angela,
sola.
(Música)
ANGELA
Con
él mi esperanza va;
temblando
lo espero aquí,
sabe
Dios si volverá,
¡triste
de mí!
Inquieta
el alma mía
y
llena de amargura,
las
horas de ventura
recuerda
en su aflicción;
ayer
todo alegría,
hoy
luto, llanto y duelo;
¡qué
horrible desconsuelo
nubla
el corazón!
Mis
esperanzas seductoras
ayer
risueña concebí;
horas
de paz, benditas horas,
¡cuán
breves fueron para mí!
Llorando
el bien perdido
y
en sombras inundada
el
alma perturbada
por
loca agitación,
anhela
del olvido
la
fuente hallar tranquila,
mas
ya su fe vacila
y
pierde la razón.
Dardo
cruel, punzante duda
el
pecho hiere sin piedad;
¡celeste
luz, ven en mi ayuda!
¡Brilla,
por fin, santa verdad!
ESCENA VI
Dicha,
Roberto; luego Mateo.
(Hablado)
ROBERTO
¡Angela!
(Con profundo desaliento)
ANGELA
¡Roberto!
— ¡Ah! ¡No me lo digas! ¡No me lo digas! ¡Desventurada de mí! (Cayendo en sus brazos)
ROBERTO
¡Ya
no hay esperanza!
MATEO
(Acercándose
por detrás sin ser visto de Angela y en voz muy baja) ¡Sí! — ¡Hasta luego! —
(Poco he de poder o yo le salvo) (Vase por la derecha)
ESCENA VII
Angela.
Roberto, después Beltrán con dos gendarmes, que quedan a la puerta durante la
escena.
(Música)
ROBERTO
¡Valor,
Angela mía!
ANGELA
¡El
ánimo perdí!
ROBERTO
¡Ya
sale!
(Al
verá Beltrán, Angela y Roberto se disponen a salir)
BELTRAN
(Al
verlos) ¡Deteneos!
No
huyáis, no huyáis de mí,
(Los
dos se detienen)
por
caridad, al menos;
tenedme
compasión,
y oíd
de un desdichado
la
triste confesión.
ANGELA
(¿Por
qué al oír su acento
mi
débil corazón
aun
siente por ese hombre
afecto
y compasión?)
ROBERTO
(Al
escuchar su acento,
leal
mi corazón,
de
su inocencia adquiere
profunda
convicción)
BELTRAN
Al
borde del sepulcro
ni
el más villano miente;
yo
moriré mañana,
mas
moriré inocente.
¡Que
por perjuro sufra
las
penas del infierno,
que
mi alma se condene
al
padecer eterno,
y
que al tocar mi vida
su
término fatal,
de
Dios maldito sea,
si
he sido criminal!
ROBERTO)
¡Callad,
callad!
ANGELA
¡Su
voz tiene el acento
de
la verdad! (Acercándole a él)
BELTRAN
El
juicio de los hombres
me
declaró culpado;
yo
acato su sentencia
sumiso
y resignado;
que
al ser, por suerte mía,
creyente
verdadero,
de
un juez que siempre es justo
la
absolución espero.
¡Y
si el tremendo fallo
mi
nombre deshonró...
júzguenme
infame todos,
pero
vosotros, no! (Llorando)
ROBERTO
y ANGELA
¡Nosotros,
no! (Acercándose a él decididos)
¡La
negra duda impía
del
alma huyó!
BELTRAN
¿Vosotros
no?
¡Al
cabo el alma mía
consuelo
halló!
¡Morir
puedo ya! Mi adiós postrimero
tranquilo
os daré partiendo de aquí.
¡Morir
puedo ya! ¡Que al fin cuando muero,
vosotros
quedáis llorando por mí!
ROBERTO
y ANGELA
¡No
quiero dudar! Su labio sincero
al
pecho volvió la fe que perdí.
¿Por
qué, Santo Dios, hoy, tú justiciero,
el
fallo cruel permites así?
BELTRAN
¡Fuerza
es sepamos!
¡Con
cuánto dolor
os
doy, hijos míos,
el
último adiós!
ANGELA
¡Cruel
despedida!
¡Qué
horrible dolor!
¡Oh!
¡Cuánto acongoja
el
último adiós!
ROBERTO
(¡Mi
vida en peligro
pondré
sin temor,
por
que este no sea
el
último adiós!)
ANGELA
¡Adiós!
¡Adiós!
BELTRAN
¡Estrechen
mis brazos
de
nuevo a los dos!
(Con
acento profundamente dramático)
¡Adiós,
hijos míos!
¡Para
siempre adiós!
ROBERTO
y ANGELA
¡Adiós!
¡Adiós!
(Vase
por la puerta del foro. Los gendarmes que han estado durante la escena a la
puerta del tribunal, salen tras él. Roberto y Angela vanse por. la derecha
1lorando)
MUTACION
Alcoba
con puertas a derecha e izquierda. Esta con un gran cerrojo. A la izquierda una
ventana. En el ángulo de la derecha una cama antigua de roble tallado, con
grandes colgaduras de lana que la cierran por completo. Junto a la cama una
mesita con una lamparilla encendida. Muebles antiguos, un sillón cerca del
lecho)
ESCENA VIII
Cesa
la música en el momento de entrar por la derecha Simón, que cierra la puerta
con llave.
SIMON
¡Ya
estoy solo! — Ya puedo respirar libremente. — ¡Qué día tan largo! — (Se sienta)
Temiendo siempre inspirar sospechas, aparentando tranquilidad ante los jueces,
cuando el corazón se me saltaba del pecho y las piernas apenas podían
sostenerme y el cuerpo quería temblar... y no bastaba mi voluntad firmísima
para sujetarlo. — ¡Ah! ¡Qué espantoso dial — (Se levanta) Por fin, todo ha concluido...
Sí, Pero, ¿cómo? ¡Con un nuevo crimen! Dejando que la ley, esta vez ciega, condene
a ese desgraciado... ¿Por qué ha vuelto antes de morir yo? Corta puede ser ya
mi vida; por eso, tal vez, temo tanto el perderla... Si él hubiera regresado
algunos años más tarde, cuando yo hubiese muerto, habría aparecido inocente a
los ojos de todos, y con la declaración que escribí en descargo de mi
conciencia, vería reivindicado su nombre aun a costa de la infamia del mío. — ¡Hoy
no es posible! La fatalidad le trajo antes, para su desdicha. ¡Dios... no; el infierno
lo ha querido!... — Y la suerte, por un horrible sarcasmo, me hace su
carcelero. ¡A mí! — Yo podría abrir esa puerta y decirle: ¡Huye! Pero, ¿y
mañana? (Separándose de allí) Envuelto en un proceso, la justicia fijaría sobre
mí su mirada escrutiñadora, y acaso pudiera ver lo que milagrosamente se ha
ocultado a sus ojos. — No; no puede ser.
— Yo querría salvarle; pero, ¿cómo? — Arde mi cabeza. (Se dirige a la
ventana y la abre) ¡Ah! ¡Cuánto me consuela el viento fresco de la noche!
¡Siento en el pecho una angustia tan honda! ¿Qué es esto que pesa sobre mi corazón?
Parece que en todo ese inmenso espacio no hay aire bastante para que yo
respire. (Brilla un relámpago) ¡Jesús me valga! (Retirándose de la ventana) ¡La
tempestad! ¡Dios misericordioso, haced que se aleje, que no llegue el trueno a
mis oídos! (Otro relámpago y trueno) ¡Ahí (Se acerca y cierra violentamente la ventana)
Con la tormenta vienen a mi memoria los recuerdos de aquella noche horrible. Veinte
años han pasado y parece que ha sido ayer. Diviso entre sombras la playa, adonde
llegan mugiendo las olas encrespadas del mar; oigo el estampido de los truenos,
y a luz del relámpago veo a aquel hombre envuelto en su capote, resguardando a
la criatura... llegar junto a la roca... y allí... (Se oye un trueno más
cercano) ¡Oh! Sí; fue horrible el crimen; pero el castigo es muy grande,.. Todo
el fragor de la tormenta retumba en mi cerebro, y me aturde y me enloquece, (Va
con paso vacilante hacia la cama, en la cual se apoya) ¡Perdón, Dios mío! (Cae
de rodillas tapándose los oídos con ambas manos) ¡Aplaca tu cólera un momento,
ten piedad de mí! (Se oye un trueno muy cercano. Simón, aterrado, abre las
cortinas de la cama y se deja caer sobre ella)
(Música)
Se
desencadena la tempestad. A poco, la pared del fondo de la alcoba desaparece,
viéndose a través de una niebla misteriosa la playa erizada de rocas y el mar
alborotado, sobre cuyas aguas se agita un barco con las velas recogidas. A la
luz de los relámpagos, única que alumbra casi constantemente la escena de la
aparición, se ve salir por la izquierda a Simón, que se oculta tras una roca de
la derecha. Después el padre de Angela, cubierto por un largo capote, lleva de
la mano una niña como de dos años de edad. Al aproximarse á la roca, detrás de
la cual le espera Simón, toma en brazos a la niña, dejando para esto en el
suelo el maletín, que recoge después; resguarda bajo la capa a la niña, y entra
por la derecha. Simón sale de su escondrijo inmediatamente y le asesta el golpe
a la vista del público. El hombre cae dentro dando un grito. Trueno espantoso,
todo lo grande que pueda hacerse. Antes que acabe, se ve pasar corriendo a Simón,
que lleva el maletín y mira aterrado hacia atrás. La pared vuelve a cerrarse, y
cesa la música.
ESCENA IX
Simón,
en la cama, Mateo, que abre la puerta de la derecha y entra con el mayor sigilo.
(Hablado)
MATEO
¡Dios
me ayude! (se santigua) ¡Si tuviera cascabeles en las pantorrillas, valiente
música se armaba! El señor Simón está dormido, sin duda, pero bueno será
cerciorarse... (Se acerca a la cama y escucha ) ¡Como un tronco! (Levanta la
cortina y se ve a Simón, que da la espalda a la escena) Cuando despiertes
mañana, buen chasco te vas a llevar, viejo marrullero, (Simón se vuelve de
pronto de cara al público) ¡Huy! (Ocúltase detrás de la cortina envolviéndose
en ella rápidamente) ¡Qué susto me ha dado!
SIMON
¡Ay
de mí!
MATEO
Se
conoce que sueña. Mejor. Eso prueba que duerme profundamente. Aprovecharé el
tiempo. (Deja caer la cortina que cierra la colgadura casi por completo) ¡Cómo
se va a quedar el preso cuando me vea! Ahora sólo falta que rechine el cerrojo.
(Descorriéndolo) Así, poquito a poquito. Mateo, no lo eches a perder. No. El
unto hizo su efecto. Ya está. (Respirando con mucha fuerza) Ahora abriré con precaución.
(Abre la puerta ) |Ah! (Poniéndose un dedo sobre la boca) ¡Chis! ¡Chis! (Hace
señas a Beltrán para que salga)
ESCENA X
Dichos
y Beltrán.
BELTRAN
¿Qué
es esto?
MATEO
¡Silencio!
Venid acá y empujad esa puerta, no vayan a oírnos los gendarmes que guardan la
otra.
BELTRAN
Pero,
¿a qué vienes?
MATEO
Hablad
más bajo, que el señor Simón está durmiendo allí.
BELTRAN
¿Y
cómo has podido?...
MATEO
¡Ingeniándome!
No soy tan torpe como parezco.
BELTRAN
¿Y
qué quieres de mí?
MATEO
¡Salvaros!
BELTRAN
¿Qué
dices?
MATEO
Sé
que sois inocente...
BELTRAN
¡Oh,
gracias! ¡Aun queda en el mundo quien me hace justicia!
MATEO
¡Chis!
Y he preparado vuestra fuga.
BELTRAN
¡Cómo!
MATEO
Todo
está dispuesto. Roberto aguarda en esa orilla con su barca para llevaros hasta el
bergantín. La tripulación está pronta a levar anclas en cuanto lleguéis.
BELTRAN
¡Imposible!
MATEO
¿Qué
decís?
BELTRAN
Yo
os lo agradezco, pero no puedo aceptarlo.
MATEO
¿Por
qué?
BELTRAN
¡El
que es inocente, no huye!
MATEO
¡No
huye, pero le ahorcan!
BELTRAN
Es
inútil que insistas. O salir de aquí a la luz del día, con la frente muy alta,
volviendo a llevar mi nombre sin mancilla, o esperar sólo en Dios y morir
resignado.
MATEO
¡Eso
es una locura!
BELTRAN
Además,
huyendo por aquí, sería responsable el señor Simón, y la justicia le pediría cuenta
de mi fuga.
MATEO
¡Pues
podéis estarle agradecido! En sus declaraciones maldito si se ha cuidado de
favoreceros.
BELTRAN
El,
diciendo la verdad, ha obrado conforme a su conciencia, y no me quejo, yo sigo los
impulsos de la mía.
MATEO
Pero
pensad que mañana...
BELTRAN
Mañana
dejaré de sufrir.
MATEO
¡Venid
conmigo! Aquí os aguardan la deshonra y la muerte; allí la libertad y la vida. De
rodillas os lo suplico.
BELTRAN
Levanta
y déjame. Yo te agradezco con toda mi alma este último esfuerzo... pero... no...
no debo aceptar.
MATEO
Pensadlo
bien, luego será ya tarde.
BELTRAN
Vete
y recibe este abrazo en prueba de eterna gratitud y de entrañable cariño. (Abrazándolo)
MATEO
¡Demonio
con el hombre! (sollozando) Vamos, decidíos. Es cuestión de un momento. Salimos
de aquí, saltáis por la ventana.
BELTRAN
No.
Adiós.
MATEO
(¡Si
Roberto lograse convencerle!...)
BELTRAN
Hasta
mañana. Di a Roberto y a Angela que vuelvan por aquí. Necesito oír otra vez de
sus labios que no me juzgan delincuente.
MATEO
Bueno;
ya que os empeñáis... quedad con Dios.
BELTRAN
Adiós,
mi buen amigo.
MATEO
Sí
que lo soy; eso podéis asegurarlo.
BELTRAN
Y...
cierra bien esta puerta El corazón es cobarde, podría ocurrírseme la idea
vergonzosa de escapar... (Entra)
ESCENA XI
Mateo;
Simón, dormido.
MATEO
¡Este
hombre es Un Santo! (Cierra la puerta) ¡No echo el cerrojo! A ver si le da esa
idea que él llama vergonzosa. Y ahora buscaré a Roberto. Quizá consiga él...
SIMON
¡Favor!
¡Socorro!
MATEO
¿Eh?
¡Caracoles! Se conoce que sueña a voces. (Acércase a la cama y levanta los
cortinajes, viéndose a Simón) ¡Cómo tiembla! Le castañetean los dientes. Por lo
visto tiene una pesadilla. Si se le ocurriera despertar...
SIMON
¡El
acusado! ¡Yo!
MATEO
¿Qué
dice?
SIMON
¿Quien
se atreve a acusarme? ¿Dónde están las pruebas? ¡No existe ninguna! ¿Que vaya al
tribunal? ¿Para qué? Ya he declarado como testigo. Ya han condenado al otro ...
¡Al otro! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡La justicia! ¡Buena está la justicia!
MATEO
¡Demonio!
Yo he de oír todo lo que diga.
SIMON
¡Ja,
ja, ja, ja! (Gritando alterado ) ¡Los gendarmes! ¡Dejadme! ¡No quiero ir! ¡No
quiero ir! (Mateo se sienta en la cama y aplica el oído)
(Música en la orquesta)
ESCENA XII
Desaparece,
como antes, la pared del fondo y se ve el Tribunal a la -izquierda. En el
centro un banquillo. A la derecha, detrás de la barra, pueblo que asiste con
interés al juicio. El Juez y otros dos con pelucones blancos y largos y togas
negras. El escudo de armas del primer imperio francés en la pared de la
izquierda. Al verificarse la aparición todas las figuras del cuadro están
inmóviles. El Juez agita la campanilla, QUE NO SUENA. Preséntase un Ugier por
la puerta del foro.
JUEZ
(Indica
ordenar que se presente el acusado. El Ugier levanta la cortina de la puerta
del foro y aparece la contrafigura de Simón entre dos gendarmes El Juez le manda
sentarse en el banquillo)
SIMON
¿Que
me siente yo ahí? ¿En el banquillo del acusado? ¿Por qué? Yo soy inocente, yo no
he hecho nunca mal a nadie. (La contrafigura de Simón moviendo los labios y
accionando, figura, durante todo el cuadro, decir lo que pronuncia Simón en la
cama, lo más simultáneamente posible)
JUEZ
(Indica
a los gendarmes que obliguen a sentarse a Simón. Ellos lo hacen y se retiran
dos pasos atrás junto a la barra)
JUEZ
(Figura
dirigir a Simón duras acusaciones mientras habla Mateo)
MATEO
¿Tendrá
una pesadilla, o será cierto lo que he sospechado siempre de que este viejo es
un tunante? (Escucha con mayor ansiedad)
SIMON
¡Yo
no he escrito ese documento! ¡Mentira! ¡Mentira! ¿Por qué había de declarar
bajo mi firma que Claudio Beltrán era inocente y que yo había asesinado al
padre de Angela?
MATEO
¡Dios
mío! ¿Qué está diciendo este hombre?
JUEZ
(Levantándose
señala a la contrafigura con ademán enérgico)
SIMON
¿Que
guardo esa declaración en el pecho? ¡No es verdad!
JUEZ
(Manda
a los gendarmes que sujeten a Simón y le saquen del pecho el documento. Ellos
obedecen)
SIMON
¡Dejadme!
(Llevándose las manos al pecho y casi incorporándose en la cama)
MATEO
¿Será
cierto todo lo que dice?
SIMON
(Resistiéndose)
¡Ni los gendarmes ni nadie me lo arrancarán!
MATEO
¡Y
forcejea! ¡Pues yo he de ver si es realidad o pesadilla! (Procurando
desabrocharle el chaleco al mismo tiempo que los gendarmes a la contrafigura) ¡Cómo
se resiste el condenado! ¡Oh, sí, si! ¡Aquí hay un pliego! (sacándolo) ¡Aquí
esta!. (A esta última frase, el gendarme, que ha sacado el pliego del pecho de
la contrafigura, lo enseña y se acerca a entregárselo al Juez. Desaparece la
visión, cerrándose de nuevo la pared rápidamente) ¿Qué será esto? ¡Corro en
busca del Juez! (Sale por la derecha y cierra por fuera la puerta)
ESCENA XIII
Simón,
despierta despavorido y salta del lecho.
SIMON
¡Oh!
¡Qué terrible 3ueño! ¡Sí, sueño ha sido! Estoy solo. ¡Ah! (Reparando de pronto
en el desorden de su ropa ) ¡Me lo han robado! ¡Me lo han robado! (Con acento
de horrible desesperación) ¿Quién ha podido entrar aquí? ¿Dónde está el pliego?
¿Dónde? ¿Quién ha sido? (Va hacia la cama y luego a la puerta derecha) ¡Cerrada
está! ¿Por dónde han entrado?... ¡Ah!... (Yendo a la de la izquierda) ¡El ha
sido, él! Pero, ¿cómo? ¡Pierdo la razón! ¿Quién ha abierto ahí? ¡Oh! ¡Si aún es
tiempo yo lo recobraré! (Saca de la mesilla un puñal, y armado con él abre la puerta
de la prisión. ¡Salid, miserable!
ESCENA XIV
Dicho
y Beltrán.
BELTRAN
¿Qué
es esto?
SIMON
(Cogiéndole
de un brazo y amenazándole con el arma) ¡Dame ese pliego ó mueres!
BELTRAN
¡Estáis
loco! ¿De qué me habláis? (Sujetándole con violencia)
SIMON
¿No
has sido tú? ¡No has sido tú! (Aterrado)
BELTRAN
¡Serenaos!
¿Qué os pasa?
ESCENA XV
Dichos,
Mateo y Juez.
MATEO
¡Adelante,
señor Juez! ¡Adelante! (Abriendo la puerta)
SIMON
¡Oh!
(Dejando caer el arma)
MATEO
¡Ahí
tenéis a esa buena alhaja!
JUEZ
¡Daos
preso, miserable!
BELTRAN
¿Qué
dice?
SIMON
¡Piedad
de mí! ¡Perdón! (Cayendo de rodillas)
BELTRAN
Pero,
¿qué es esto?
JUEZ
¡Ah!
¿Vos aquí?
MATEO
He
abierto yo la puerta; si merezco castigo que me lo impongan inmediatamente.
(Arrodillándose también de manera que haga cómico contraste con la figura de Simón)
JUEZ
¡No!
(A Beltrán) ¡Venid a mis brazos! ¡Mañana el tribunal proclamará vuestra
inocencia! Y en cuanto a vos... (A Simón)
SIMON
¡Piedad,
piedad de mí! (Arrastrándose de rodillas)
JUEZ
Basta,
desdichado, (Haciéndole levantar) ¡La justicia humana puede equivocarse, pero nunca
yerra la de Dios! (Empujándole hacia la prisión) Esperad ahí vuestro castigo.
SIMON
¡Misericordia
de mí! ¡Misericordia! (Entra)
JUEZ
(A
Mateo) ¡Cerrad la puerta!
MATEO
Ya
lo creo. Ahora sí que echo con gusto el cerrojo! (Haciéndolo sonar mucho)
ESCENA ULTIMA
Dichos,
Roberto y Angela, por la izquierda.
BELTRAN
¡Roberto!
¡Angela! (Al verlos)
ANGELA
¡Perdón!
¡Perdón
por haber dudado!
BELTRAN
¡Hijos
de mi corazón! (Abrazándolos)
Logró,
al fin, mi nombre honrado
la
justa reparación.
JUEZ
¡Sí,
la tendrá!
MATEO
(Que
ha abierto la ventana, iluminándose la escena con la luz de la aurora)
¡Ya
es de día!
ROBERTO
El
sol que alumbrar debió
vuestra
espantosa agonía,
vertiendo
luz y alegría,
por
vuestra dicha brilló.
ANGELA
¡Bendita
su claridad!
BELTRAN
¡Ya
en la inmensidad del alma,
como
en esa inmensidad,
a
reinar vuelve la calma
después
de la tempestad!
(Cuadro. -Telón rápido)
FIN DE LA OBRA
A
los directores de escena de los teatros de provincia. Una de las causas más
poderosas del grandísimo efecto producido en el público por el acto tercero de este
melodrama, ha sido indudablemente la precisión y exactitud con que se han
ejecutado las dos apariciones fantásticas. Se necesita, para conseguir, como
deseo, el mismo resultado en cuantos teatros se represente, que la decoración
del último cuadro se pinte y construya a propósito, procurando que tenga marco
ó varillaje de madera el rompimiento del foro. Así se evitará que moviéndose el
telón antes de las mutaciones, comprenda el público que en aquella pared va a
suceder algo extraordinario. A la sorpresa ha de deberse una gran parte del efecto.
La gasa que cubra el hueco del rompimiento será azul, y la luz de ambas
apariciones, poca, verdosa y pálida.
Información obtenida en:
https://archive.org/details/latempestadmelod00ramo
https://archive.org/details/latempestadmelod00ramo
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