La Tempestad (Libreto)



LA TEMPESTAD



Melodrama fantástico en tres actos, en prosa y verso.
 
Libreto de Miguel Ramos Carrión.

Música de Ruperto Chapí.

Estrenada el 11 de marzo de 1882 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.



REPARTO (Estreno)

Angela – Dolores Cortés de Pedrol.

Roberto – Dolores Franco de Salas.

Margarita – Teresa Rivas.

Una aldeana – Elisa González.

Simón – Enrique Ferrer.

Beltrán – Eduardo Bergés.

Mateo – Juan Orejón.

Juez – José Subirá.

El Procurador – Antonio Belloc.

Un pescador – Fernando Jiménez.

Marinero 1 – Antonio Barragán.

Marinero 2 – José Vidal.

Mujeres del pueblo, marineros y pescadores.

La acción en un puertecito de Bretaña, en los primeros años del siglo XIX.

Por derecha e izquierda, se entenderá la del actor.

ADVERTENCIA IMPORTANTISIMA
Ténganse muy presentes, para la representación de esta obra en los teatros de provincias, las notas a los directores insertas al final.


ACTO PRIMERO

Sala baja en la hostería de Simón, con bancos y mesas de madera tosca. A In derecha, escalera practicable que conduce a una galería de cristales que da paso a las habitaciones del piso alto. Puertas a derecha é izquierda y puerta y ventana grandes al foro, por las cuales se ve la playa y rocas que cierran el fondo en declive de izquierda a derecha. En la sala, a la derecha, en una hornacina, una imagen de la Virgen, alumbrada por una lamparilla. A la izquierda el mostrador y detrás aparador alto con botellas, jarros y vasos.


ESCENA PRIMERA

(Música)

Al levantarse él telón óyense el aguacero, los truenos y el viento huracanado. La luz de los relámpagos ilumina de vez en cuando la playa, reflejándose en los cristales de la galería. Las mujeres, con algunos niños, rezan arrodilladas ante la Virgen, y sobre las rocas de la playa algunos marineros tiran de un largo cable.

MUJERES
Estrella de los mares,
que brillas en la altura,
potente y limpio faro
de luz celeste y pura,
del triste navegante
el rumbo incierto guía
y amparo presta al náufrago,
¡Virgen María!

MARINEROS
Dentro, imitando, el grito especial con que acompañan sus maniobras de fuerza, y especialmente la de sirgar.
¡Ohí-eohí!
Amarra ese cable,
v aboga hacia aquí.
¡Ohí-eohí!

(Truenos y relámpagos)

MUJERES
Del mísero que llora,
consuelo y esperanza,
que brillas entre nubes
cual iris de bonanza,
aplaca de los mares
la cólera bravía
y enjuga nuestras lágrimas.
¡Virgen María!

MARINEROS
¡Ohí-eohí!
Si bogas con fuerza
te salvas aquí.
¡Ohí-eohí!

(La tempestad se aleja poco a poco. Las mujeres se levantan y van hacia la puerta y la ventana, desde donde miran con ansiedad la maniobra de los Marineros, cuyo canto se repite varias veces)

MUJERES
¡A la anhelada orilla
todos llegando van!
¡Gracias, oh, Virgen Santa,
ya en tierra están!

(Prepáranse alegres para recibir a los Marineros)


ESCENA II

Dichas, Mateo, que entra brincando, y luego Coro de Marineros.

MATEO
La carga y el pasaje
salváronse por fin
y libre ya en la orilla
se mece el bergantín.
Ahí llegan los valientes,
que a fuerza de luchar
no sé cómo han logrado
que no los trague el mar.

(Entran los Marineros con los trajes mojados, escurriendo el agua de algunas prendas. Abrazan a las mujeres y a los niños)

MARINEROS
Tras la penosa
ruda faena,
justo es que un trago
nos fortalezca.
Tráenos, Mateo,
ron ó Ginebra,
que a nuestra sangre
calor devuelva.

MUJERES
Tráeles, Mateo,
ron ó Ginebra,
que al frío cuerpo
calor devuelva.

(Mateo les sirve de beber)

MARINEROS
Bebamos, sí, bebamos.

MATEO
Bebed, bebed;
que bien, valientes,
lo merecéis.
¡Bebamos todos!

MARINEROS
¡Bebamos pues!

MUJERES
¡Bebed, bebed!

(Beben todos después de chocar los vasos)

MATEO
(A las mujeres que le rodean)
Para ser marinerito
no he nacido yo;
hombre soy de tierra firme,
pero de agua no.
Me embarqué por broma un día
en que fui a pescar,
y pesqué sólo un mareo
más que regular.
De pensarlo sólo
no sé qué me da.

CORO
¡Ja, ja, ja! (Riendo y haciéndole burla)

MATEO
Tengo todo el cuerpo
alterado ya. (Como sintiéndose mareado)

CORO
¡Ja, ja, ja!
sólo al recordarlo
alterado está;
por temor al agua
no se lavará.
¡Ja, ja, ja!

MATEO
Del horror que tengo al agua
puedo asegurar
que si no hay otro diluvio
yo no me he de ahogar.
Y de fijo, aun cuando lo haya,
yo me salvaré
si para los animales
hay otro Noé.
¡Con el balanceo
qué sudor me da!

CORO
¡Ja, ja, ja!

MATEO
De pensarlo sólo
estoy malo ya.

CORO
¡Ja, ja, ya!
Puede asegurarse
que no se ahogará.
¡Ja, ja, ja!
Sólo de pensarlo
mareado está.
¡Ja, ja, ja!


ESCENA III

Dichos, Roberto, en traje de pescador: Margarita que sale por la puerta derecha.

MARINEROS
(Que abren paso al verle)
Aquí está el mancebo
valiente y audaz
que sabe a los mares
la presa arrancar
Hoy todos anhelan
tu mano estrechar
y de camarada
el nombre te dan.

ROBERTO
Mil gracias, amigos.

(Estrecha la mano de todos)

MATEO
(Ofreciéndole su vaso)
Un trago por mí.

(Roberto lo apura de un sorbo)

MUJERES
¡Es ya todo un hombre!

ROBERTO
¡Pues claro que sí!

TODOS
¡Honor al mancebo
valiente y audaz,
que sabe a los mares
la presa arrancar!

ROBERTO
Hijo soy del mar salobre
y una barca fue mi cuna.
¿Qué me importa a mí ser pobre
sí él me brinda una fortuna?
Las riquezas de su fondo
yo, atrevido, he de buscar,
que en su seno, turbio y hondo,
mil tesoros guarda el mar.
¡Que airado el viento ruja
y silbe en derredor;
que, roto el mástil, cruja
al golpe destructor;
que estalle la tormenta,
que brame el huracán,
ni el rayo me amedrenta
ni temo a la mar!

CORO
¡Que estalle la tormenta
que brame el huracán,
ni el rayo le amedrenta,
ni teme a la mar!

ROBERTO
De la mar al golpe blando,
que la borda con su espuma,
mi barquilla va bogando
más ligera que una pluma.
Mientras yo dejando el remo
perezoso descansar,
voy tranquilo y nunca temo
las traiciones de la mar.
Que, airado, el viento ruja, etc.

CORO
Que estalle la tormenta, etc.

(Hablado)

MARINERO 1°
¡Bravo, muchacho!

MARINERO 2º
¡Es un hombre!

PESCADOR
Hoy bien ha probado serlo.

MARINERO 1º
¡A tu salud!

ROBERTO
Vaya en gracia.

MATEO
(Ofreciéndole un vaso)
¡Bebe otro trago!

ROBERTO
Lo acepto.
Ya que me mojé por fuera,
justo es mojarme por dentro.

MARINERO 1º
Y que el chapuzón fue grande.

MARINERO 2°
¿Que si lo fue? ¡Ya lo creo!

MARINERO 1º
Bien se ha trabajado, bien.

PESCADOR
Y gracias a los esfuerzos
de todos, el bergantín
fondeado está en el puerto,
los tripulantes en salvo,
en tierra los pasajeros,
la carga sin averías
y el capitán satisfecho.

MATEO
No sé cómo hay quién se embarque
para correr tales riesgos.
¡Dios nos libre de la mar!

PESCADOR
¡Habráse visto el zopenco!

MATEO
¡Pues me gusta!

ROBERTO
Se conoce
que tú eres de tierra adentro.

MATEO
Lo más adentro posible.
No vi más agua en mi pueblo
que la de un arroyo chico
que en el verano está seco,
y que lleva, cuando más,
tres cuartillos en invierno.

PESCADOR
(A Roberto)
Y el bergantín, que pensábamos
que había entrado en el puerto
por arribada forzosa...

ROBERTO
Claro está.

PESCADOR
Pues nada de eso.
venía para dejar
en tierra a ese pasajero
que has salvado tú y que dicen
que del bergantín es dueño.

ROBERTO
(A Margarita)
¿Y cómo sigue?

MARGARITA
Está bien;
ha dormido. Hace un momento
ya quería levantarse,
pero Angela se ha opuesto.

ROBERTO
¿Está a su lado?

MARGARITA
Sí.

ROBERTO
Entonces...

MARGARITA
¿Qué?

ROBERTO
Volveré a verla luego.

MARGARITA
¿Quieres que la llame?

ROBERTO
No.

MARGARITA
Cuando sepa lo que has hecho,
que orgullosa va a ponerse.

ROBERTO
¡Bah! ¿Qué vale todo ello?
Me voy a ver a mi madre,
que estará inquieta, temiendo
que me haya ocurrido algo,
y antes que anochezca vuelvo.
¡Felices tardes!

PESCADOR
Espera.
Vamos con él, compañeros;
sepa la infeliz baldada
que dejó aquí un heredero
digno en todo de su nombre,
su padre, que está en el cielo.

TODOS
Vamos, sí.

MARINERO 1º
Bien lo merece.

ROBERTO
¡Oh, gracias! (Conmovido)

MARINERO 1º
¡Viva Roberto!

(Dan todos un viva, y hombres y mujeres siguen a Roberto, que se va por el foro izquierda)

(Música)

Honor al mancebo
valiente y audaz
que sabe a los mares
la presa arrancar.


ESCENA IV

Margarita y Mateo.

(Hablado)

MATEO
Ese muchacho no es un muchacho, es un salmonete.

MARGARITA
Ea, voy a ver cómo sigue el náufrago.

MATEO
A estas horas estaría con la barriga bien hinchada si no hubiera sido por el arrojo de Roberto.

MARGARITA
Eso dicen todos.

MATEO
¡Si le hubierais visto! No hay oro con qué pagar un valor semejante. Un golpe de mar había arrebatado al pasajero de la cubierta del bergantín, y aunque se conoce que es buen nadador, sea por la fuerza del oleaje, que era terrible, sea porque el deseo de conservar la caja que llevaba bajo el brazo sólo le permitía nadar con uno, es lo cierto que vimos al hombre desaparecer desfallecido entre las olas. Gritamos todos, pero ninguno se atrevía a salvarle. Tirarse al agua era perecer con él. De pronto, ese muchacho se ata por aquí (Señalando debajo de los brazos) Un calabrote, lánzase al mar con una bravura de que no hay ejemplo, y después de hundirse muchas veces le vimos llegar a tierra nadando jadeante y remolcando con su propio cuerpo el del otro, que apenas pisó la arena cayó sin sentido y medio muerto. Prorrumpimos todos en vítores y palmadas, y yo os aseguro que no había ojos que no llorasen y que... al recordarlo ahora, se me llenan de agua los míos. (Enjugándoselos)

MARGARITA
¡Valiente es el mozuelo! Bien merece que Angela le quiera.

MATEO
¡Ya lo creo! Pero veréis en lo que para tal amor. El día que el señor SIMON, lo descubra, se armará aquí la de Dios es Cristo. El soñará, en su avaricia, casar a la muchacha con algún ricachón que le traiga montes de oro.

MARGARITA
¡Pues hará mal!

MATEO
¡Claro que sí! Más encantadora pareja no puede juntarse.


ESCENA V

Dichos, el Juez y el Procurador por el foro.

JUEZ
Buenas tardes.

MARGARITA
Felices, señor Juez; bienvenido, señor Procurador.

MATEO
(Pajarracos de mal agüero)

MARGARITA
¿Cómo es esto? Yo os hacía ya camino de Ploermel.

JUEZ
La carretera se ha puesto intransitable con la lluvia, y preferimos esperar a mañana para emprender el viaje.

MARGARITA
Bien pensado: pero os aconsejo que lo hagáis por la mañanita, pues a la tarde es casi seguro que volverá la tormenta.

PROCURADOR
¿Sí, eh?

MARGARITA
Ocurre en estos países montañosos. Generalmente siete días seguidos y a la misma hora, poco más ó menos, se reproduce la tempestad.

JUEZ
Pues es divertido, (a Margarita) Venga un jarro de cerveza. ¿No os parece bien, señor Procurador?

PROCURADOR
Aceptado.

MARGARITA
Mateo, sirve a estos señores, (se sienta en primer término y Mateo les sirve) ¿Y cuándo tendremos el honor de volver a veros por aquí?

JUEZ
Pronto acaso. El pueblecillo es muy pintoresco, y tal vez con mi familia venga a pasar las vacaciones veraniegas.

MARGARITA
Mucho lo celebraremos.

JUEZ
Si antes mi deber no me obligase de nuevo a visitaros.

MARGARITA
¡Dios no lo quiera! Aterrado está el pueblo de haber visto la ejecución. Es la vez primera que se ha levantado aquí el cadalso — ¡Pobre hombre!

JUEZ
Bien hacéis en compadecer al delincuente; pero la justicia ha cumplido con su deber.

MARGARITA
¡Ya lo creo! ¡Con qué menos que con la vida podía pagar ese hombre, que mató a su esposa en un arrebato de cólera, sin más motivo que una cuestión de esas que hay todos los días en los matrimonios!

MATEO
Por eso yo no me caso.

MARGARITA
A mi amo le han hecho tal impresión el crimen y la ejecución de la sentencia, que piensa, según dice, condenar la puerta de la estancia que ha servido de prisión al reo, y derribar los tabiques para que no quede ni memoria del sitio.

PROCURADOR
Verdaderamente debían habilitar en el pueblo una casa cualquiera para que sirviese de cárcel. Es raro que con tantos vecinos no la tenga.

MARGARITA
Ni falta que nos hace, señor. Felizmente en toda mi vida no recuerdo que se haya cometido más crimen que el expiado ayer por ese infeliz.

JUEZ
De otro bien horrible me han hablado, que por cierto quedó impune.

MARGARITA
¡Ah, sí! Pero de eso hace ya muchos años, y como no se dio con el asesino, la cárcel no fue necesaria.

JUEZ
Ayer me lo refirió el señor cura.

PROCURADOR
¿Y qué fue ello?

JUEZ
Un asesinato cruel, con circunstancias bien extrañas por cierto — Figuraos que hará unos veinte años llegó a este pueblo un comerciante que regresaba de la feria de Ploermel y alojóse en esta misma hostería. Según los que le vieron, traía mucho dinero ganado en la feria, donde vendió todas sus mercancías, y pensaba embarcarse para la Gascuña, su país. La mujer se le había muerto en el viaje, y llevaba consigo una niña muy pequeña.

PROCURADOR
¡Pobre criatura!

JUEZ
Pasó aquí el día, hasta que al anochecer se desató una tempestad más grande que la de hoy, pues que duró hasta la madrugada.

MARGARITA
Es muy cierto; lo recuerdo perfectamente.

JUEZ
El barco en que había de ir el comerciante debía darse a la vela aquella noche, y él, deseoso sin duda de aguardar a bordo el momento de marchar en cuanto el tiempo serenase, salió de aquí con la niña, apenas anochecido, resguardándose de la lluvia y llevando un maletín con el dinero. A la mañana siguiente, los primeros que bajaron a la playa lo encontraron muerto sobre la arena, con cinco puñaladas en el pecho y despojado de cuanto llevaba. La criatura dormía junto al cadáver de su padre.

PROCURADOR
¡Qué horror! ¿Y no se supo quién había sido el infame?

MARGARITA
Sí, señor.

JUEZ
Un mozo de este pueblo, huérfano de padre y madre, vago de oficio, pendenciero y mala cabeza, que debía embarcarse aquella noche para las Indias, a donde iba en busca de fortuna.

MARGARITA
Exactamente.

JUEZ
Por la tarde estuvo bebiendo aquí, y según dicen, vió al comerciante que contaba su dinero. Le cegó la codicia sin duda; esperó a que saliera, y aprovechándose de la oscuridad de la noche, le asesinó, robándole luego, y se embarcó en el buque, que zarpó al romper el alba, cuando ya estaba en calma la mar y aún se ignoraba el crimen.

PROCURADOR
Todas las circunstancias le favorecieron; pero, ¿cómo se averiguó que fuera él?

JUEZ
Un cuchillo que dejó clavado en la herida y que era suyo, sus malos antecedentes y mil otras pruebas que fueron hallándose en el curso del proceso, convencieron al tribunal, que le condenó a muerte en rebeldía.

MARGARITA
Sí, señor; y en vano se enviaron requisito rías en su busca. El capitán del buque que lo llevó dijo que había desembarcado no sé dónde... y basta hoy. No han vuelto a tenerse más noticias.

JUEZ
Acaso haya pagado por allá su crimen.

PROCURADOR
¿Y la hija del asesinado?

JUEZ
¡Ah! ¿No sabéis quién es?

PROCURADOR
Yo, no.

MARGARITA
Angela, la ahijada de mi amo.

PROCURADOR
¿Esa linda joven que nos ha servido a la mesa estos días?

JUEZ
Esa.

MARGARITA
El señor Simón, compadecido de ella, la prohijó y se la trajo con él.

PROCURADOR
Acción meritoria, digna de un hombre tan honrado.

MARGARITA
Y no parece sino que la bendición de Dios vino sobre la casa desde que la niña entró en ella. Hasta entonces el señor Simón había vivido humildemente con lo poco que le daba la hostería; pero desde que tuvo a su lado ese ángel del cielo, los negocios le fueron mejor, y ganando, ganando, ha llegado a ser el más rico del pueblo.

JUEZ
¿Sí, eh?

MATEO
¡Ya lo creo! Sacando las entrañas a todos los infelices que necesitan dinero y se lo piden prestado.

MARGARITA
¡No digas eso! El hace muchos beneficios...

MATEO
Sí; por eso le aborrecen todos.

JUEZ
Es muy frecuente pagar los favores con la ingratitud.

MATEO
Si tiene una avaricia que lo consume.

MARAGARITA
Debieras ser más tolerante con los defectos del amo que te da el pan.

MATEO
Si me lo regalara, justo que sí; pero como trabajo más que puedo para ganar una miserable soldada...

MARGARITA
Basta de murmuración.

JUEZ
Pues él avaro será, y de ello tiene ciertamente fama por el pueblo, según he oído, pero no lo demuestra el hecho de haber levantado a expensas suyas esa ermita que esta mañana visitamos, dedicada al Arcángel San Miguel.

MARGARITA
En ruinas estaba y él la reedificó, gastándose en ello muy buenos doblones.

MATEO
Yo creo que no lo hizo por devoción al santo, sino al demonio que tiene a los pies.

MARGARITA
Quita de ahí, mala lengua.

MATEO
¡Claro, como que digo las verdades!

JUEZ
(Levantándose) ¿Y por dónde anda el señor Simón?

MATEO
Estará encerrado en su cuarto, como siempre que hay tormenta.

JUEZ
¿Es posible?

PROCURADOR
¿Cómo es eso?

MATEO
Le produce tal espanto, que apenas oye los primeros truenos se esconde atemorizado, pálido y lleno de terror.

JUEZ
¡Es extraño en un natural de este país, donde las tempestades son tan frecuentes!

MATEO
Pues no sale de su habitación aunque lo maten hasta que el cielo se serena. Y todo eso es pequeñez de alma. A mí, como la tengo tan grande, no hay nada en la tierra que me asuste.

MARGARITA
¡Qué valiente! ¡Y no se atreve a embarcarse de miedo a la mar!

MATEO
Por eso digo que no me asusta nada en la tierra. Con el agua no quiero bromitas.

JUEZ
Vamos arriba, señor Procurador, y guardaremos todos aquellos papelotes.

PROCURADOR
Como gustéis.

JUEZ
Cuando sea hora, que nos suban la cena. Hoy nos acostaremos temprano, y mañana, siguiendo vuestro consejo, emprenderemos de madrugada nuestro viaje. — ¡Ah! No os  olvidéis de enviarme la cuenta de nuestros gastos.

MATEO
El amo ha dado orden de que no se os cobre nada.

JUEZ
¡Extraordinaria generosidad! Y luego dirán que el señor Simón no es desprendido.

MATEO
¡Ah! Sí. Siempre hace lo mismo con la gente de justicia. En la casa no se cobra nunca ni aun lo que beben los gendarmes cuando pasan por el pueblo.

JUEZ
Exagerada consideración a los representantes de la ley.

MATEO
¡Sí! (O miedo)

JUEZ
(Al Procurador) ¡Vaya, si se empeña en no cobrarnos el hospedaje, haremos cualquier obsequio a su ahijada!

PROCURADOR
Como dispongáis.

JUEZ
Quedad con Dios. (El Juez y el Procurador suben la escalera y entran por la puerta derecha)

MARGARITA
Con él vayáis, señores. — Tú anda a poner en orden la bodega en tanto que yo veo cómo sigue el náufrago. Y guárdate otra vez de hablar delante de gente como lo has hecho de nuestro amo.

MATEO
Está bien; cerraré el pico; pero lo que es para mí, ese viejo es un bribón de siete suelas Así, clarito. (Vanse Mateo por la izquierda y Margarita por la derecha)


ESCENA VI

Simón, que abre la puerta izquierda de la galería, sale a ésta, observa el cielo a través de los cristales y baja luego lentamente a la escena

(Música)

SIMON
La lluvia ha cesado,
aléjase el trueno;
el cielo nublado
se torna sereno.
Pasó la tormenta,
la mar está en calma:
¿por qué tan violenta
se agita mi alma?
¿Por qué, por qué—¡ay, de mí!—
eternamente ruge
la tempestad aquí?

(Poniéndose la mano sobre el corazón)

La luz de los relámpago?,
que rápida fulgura
con resplandor fatídico
me llena de pavura,
y escucho de la víctima
los ayes exhalar
del aire entre las ráfagas
que gimen al pasar.
Hirviente se alza indómito
el mar embravecido,
suspenso deja el ánimo
su aterrador mugido,
¡Y el trueno derrumbándose,
me dice desde allí
que Dios su justa cólera
desata contra mí!

(Tembloroso y aterrado se deja caer sobre uno de los bancos)

Ya el trueno apagado
más lejos resuena;
el viento ha callado,
la mar se serena.
Volvió la alegría;
renace la calma,
lo mismo que el día
serénase el alma.
¿Por qué, por qué temblar?
El cielo está sin nubes,
azul está la mar.
¿Por qué temblar?

(Vase. Apenas ha salido por el foro aparece en la puerta Roberto, que se detiene allí, viéndole marchar. Cesa la música)


ESCENA VII

Roberto; luego Angela.

(Hablado)

ROBERTO
Marchóse el viejo. ¡Bien haya
esa ocurrencia bendita!
Se dirige hacia la ermita...
Irá a rezar. ¡Con Dios vaya!

ANGELA
¡Roberto!

ROBERTO
¡Gracias a Dios
que al fin me veo a tu lado!
Mira, el viejo se ha marchado,
solos estamos los dos.
La ocasión tan esperada
llegó de poderte hablar...

ANGELA
No te debiera escuchar;
me tienes muy enojada.

ROBERTO
¿Enojada tú? ¿Por qué?
Y yo que tan satisfecho...

ANGELA
Porque sé lo que hoy has hecho.

ROBERTO
¿Qué sabes?

ANGELA
Todo lo sé.
Roberto, fue una imprudencia.
Si acaso mueres allí,
¿qué hubiera sido de mí?

ROBERTO
¡Pues me gusta la ocurrencia!
Dirías seguramente
en medio de tu dolor:
¡bien merecía mi amor!
¡Se portó como un valiente!

ANGELA
Tu noble audacia y tu brío
yo ver tranquila no puedo.

ROBERTO
¿Cómo he de tenerle miedo
al mar, que es amigo mío?
Junto a su orilla nací,
en sus rocas me crié,
con sus arenas jugué,
sobre sus olas crecí.
Cuando mi niñez corría,
aun con la mar dura y brava,
yo a mi padre acompañaba
alegre en la pesquería,
y mi mano pequeñuela
supo en más de una ocasión
mover el tosco timón
y amainar la hinchada vela.
A bordo aprendí a rezar,
y más alto a Dios comprendo
su inmensa grandeza viendo
en la grandeza del mar.
Allí, escuchando el rumor
de su oleaje espumoso,
sentí el dulce y misterioso
primer impulso de amor.
Sobre el hirviente océano,
en dura tabla tendido
y por sus olas mecido
en las noches de verano,
contemplando las estrellas
el sueño al fin me rendía
y a veces... me parecía
que te divisaba entre ellas.

ANGELA
¡Roberto!

ROBERTO
Bien mío, di,
¿por qué de mí estás quejosa?

ANGELA
¡Tonto! Si estoy orgullosa
de que me quieras así.
¡Oyéndoles relatar
tu arrojo y tu valentía,
entre el miedo y la alegría
cuánto me has hecho llorar!

ROBERTO
¿Y el náufrago?

ANGELA
Lo he dejado
hace un momento dormido.
Y ya le dije que ha sido
mi novio quien le ha salvado.

ROBERTO
No has hecho bien.

ANGELA
¿Por qué no?
Cualquiera se lo diría...

ROBERTO
¿Qué necesidad tenía
de saber que he sido yo?

ANGELA
El ninguna, mas yo sí.
Eres un valiente y quiero
que lo sepa el mundo entero...
¡Y que lo sepa por mí!

(Música)

ROBERTO
¡Angela mía,
mi dulce encanto!

ANGELA
¿Por qué, Roberto,
te quiero tanto?

ROBERTO
Tú eres mi vida.

ANGELA
Tú mi tesoro.

ROBERTO
¡Cuánto te quiero!

ANGELA
¡Cuánto te adoro!

ROBERTO
¡Tú no me quieres
como yo a ti!

ANGELA
¡Ay! ¡Demasiado
¡Sabes que sí! (Roberto va a abrazarla)

ANGELA
Por Dios, no venga el viejo.

ROBERTO
No viene, no.

(En un arranque de energía)

Y si viene le digo que te adoro
y se acabó.
¿Cuándo, dulce paloma
lucirá el día
en que pueda llamarte
esposa mía?

ANGELA
¿Cuándo será el momento
tan venturoso,
en que llamarte pueda
querido esposo!

ROBERTO
¡Porque ello al cabo,
hemos de ser,
yo tu marido,
tú mi mujer!

ANGELA
Pues si ello tiene
que suceder,
que sea lo antes
que pueda ser. (Con ingenuidad)

LOS DOS
Cuando eso llegue
a suceder,
¡oh, qué dichosos
podremos ser!

ANGELA
Cuando en las noches del estío
azul y blanca esté la mar,
juntos iremos, dueño mío,
a navegar.
Allí, en alegres barcarolas,
cantar podremos nuestro amor,
entre el arrullo de las olas
halagador.

ROBERTO
¡Con cuánto afán que llegue ansío
el dulce instante en que cruzar,
preso en tus brazos, ángel mío,
la verde mar!
Yo escucharé tus barcarolas,
alegre cántico de amor,
entre el arrullo de las olas
murmurador.

ANGELA
¡Solos, en medio
del ancho mar,
qué dulces noches
se pasarán!

ROBERTO
Cuando te lleve
sobre la mar,
¡oh! ¡qué orgullosa
mi barca irá!
¡Tú con un remo,
con otro yo,
así abrazados
bogar los dos!

(Cogiéndola con el brazo derecho por la cintura, mientras con la mano izquierda figura remar. Angela hace lo mismo)

ANGELA
Tú con un remo,
con otro yo, etc.

(A la última nota del dúo, Roberto estrecha a Angela entre ambos brazos, a tiempo que aparece en la puerta del foro Simón)


ESCENA VIII

Dichos y Simón.

(Hablado)

SIMON
¡Oh! ¿Qué es esto?

ANGELA y ROBERTO
¡Ay! (Separándose)

SIMON
¡Vive Dios!
¡Hase visto el atrevido!

(¿Cómo yo no he comprendido que se querían los dos?)

(Indica a Angela con un ademán que se retire. Ella se va por la derecha)

ROBERTO
Señor... yo...

SIMON
Silencio; vete
y no vuelvas por acá.
¡Pues me gusta! ¿Qué se habrá
figurado el mozalbete?

ROBERTO
Oídme.

SIMON
¡Y aún se propasa!
Haz el favor de marcharte
y no me obligues a echarte
a puntapiés de mi casa.

ROBERTO
¡Eh! Poco a poco, eso no.

SIMON
Yo por tu bien te lo aviso.

ROBERTO
Para eso fuera preciso
que lo tolerase yo.

SIMON
¿Qué?

ROBERTO
Porque sois un anciano
vuestras palabras oí,
pero os advierto que a mí
nadie me amenaza en vano.

SIMON
¡Hola! (Que Dios me dé calma)

ROBERTO
Ya no he de negarlo, no:
Angela me quiere, y yo
la adoro con toda el alma.

SIMON
(Conteniéndose)
No la crié para ti,
y te aconsejo, rapaz,
si quieres vivir en paz,
que no vuelvas por aquí.

ROBERTO
¿No verla más'? ¡Ah, señor!
Mil veces morir prefiero.

SIMON
Está dicho, yo lo quiero
y haré que acabe ese amor.

ROBERTO
¡Como si pudiera ser!

SIMON
Antes la mato. ¡Hola, hola!

ROBERTO
(Con decisión)
Y Angela es huérfana y sola,
y libre para querer.

SIMON
¡Vive Dios! Desventurado,
¿qué es lo que diciendo estás?
¿No sabes que la amo más
que si la hubiera engendrado?
¿No sabes que es el profundo
amor que por ella siento
el único sentimiento
dulce, que gocé en el mundo?
¿No sabes que yo daría
por ella cuanto poseo,
que ella es todo mi recreo
que ella es toda mi alegría?

ROBERTO
¡Lo sé, y por esa razón
como a su padre os venero: (Arrodillándose)
mas ved que también la quiero,
con todo mi corazón!

SIMON
¡Basta, levántate y largo!
no des con mi calma al traste.
De todo lo que pensaste
ya me voy haciendo cargo.
Tú has dicho: el señor Simón
más herederos no tiene;
esta niña me conviene,
es muy buena proporción.
Viviré sin trabajar...

ROBERTO
¿Cómo? (Sorprendido)

SIMON
Eso es lo que pretendas.

ROBERTO
¿Decís?... (Turbado)

SIMON
Ya veo que entiendes
la aguja de marear.
¡Pero es en balde, chiquillo,
renuncia a ilusión tan bella;

(Riendo sarcásticamente)

eres poco para ella!
¡Vete, vete, mendiguillo!

(Riendo siempre y mirándole con el mayor desprecio. Vase por la izquierda)


ESCENA IX

Roberto, luego Angela, que sale apenas desaparece Simón y se acerca poco a poco a Roberto.

ROBERTO
¿Qué es esto? ¡Aturdido estoy!
¿Cómo he escuchado con calma?...
¡Ay, Dios mío de mi alma,
qué desventurado soy!
¡Angela! (Viéndola junto a sí)

ANGELA
Todo lo oí.

ROBERTO
Entonces nada te digo;
Ya lo ves, soy un mendigo,
no debo pensar en ti.

ANGELA
¡Oh, calla, calla por Dios!
Yo seré tu compañera.
¿Qué importa que él no lo quiera
si lo queremos los dos?

ROBERTO
No.

ANGELA
¿Qué?

ROBERTO
Yo quise aspirar (Con amargura)
solamente a tu riqueza;
él lo ha dicho con franqueza,
otros lo pueden pensar
y es fuerza que determine
algo, y a ello estoy dispuesto
para no dar ni aun pretexto
a que nadie lo imagine.

ANGELA
¿Qué intentas?

ROBERTO
Yo bien lo sé;
¿quiere ese viejo inhumano
que aquel que aspire a tu mano
sea rico?... ¡Pues lo seré!

(Cogiendo de la mano a Angela)

Allá, tras las crespas olas
de esa mar hirviente y fiera,
tal vez la suerte me espera
en las Indias españolas.
Nada tengo y nada soy;
para esa tierra lejana
zarpa un bergantín mañana...
me alisto en él y me voy.

ANGELA
¡Roberto!

ROBERTO
La India me ofrece
fortuna de gran valía:
mi padre me lo decía,
quien trabaja se enriquece.
Pues bien, yo al trabajo rudo
me entregaré con afán:
cuando tus brazos están
aguardándome, no dudo.
¿Juras esperarme?

ANGELA
¡Oh! ¡Sí!

ROBERTO
Pues juro que volveré.

ANGELA
Desiste.

ROBERTO
No cederé.

ANGELA
¡Por tu madre!

ROBERTO
No.

ANGELA
¡Por mí!

ROBERTO
Es en vano que te esfuerces.

ANGELA
¿Quieres matarme, Roberto?

ROBERTO
Todo es inútil, te advierto
que mi voluntad no tuerces.
— Piensa que tengo razón,
que para mí es humillante
siendo pobre, ser tu amante...

ANGELA
¡Calla!

ROBERTO
¡Y el señor Simón
ha dicho bien... por ahora
soy muy niño, aunque te adoro!

(Conmoviéndose gradualmente)

Ya ves... yo me aflijo y lloro...
y un hombre... ¡un hombre no llora!
Estoy bien resuelto, sí.

ANGELA
¿Y si mueres por allá?

ROBERTO
Creo que no faltará
quien me llore por aquí.
Mi madre... ¡Rezad las dos!

(No me puedo contener)

¡Volveré al amanecer
a darte mi último adiós! (Vase llorando)


ESCENA X

Angela, sola.

ANGELA
¡Roberto! ¡Escucha! ¡Se va!
¡Oh, qué idea! Yo sabré...
¡Su madre! ¡Sí, la veré
y ella le convencerá! (Sale corriendo a la playa)


ESCENA XI

Beltrán, por la primera derecha.

(Música)

(Recorre la estancia, sale a la puerta y contempla un momento la playa. Luego canta desde allí la primera estrofa, viniendo después a primer término)

BELTRAN
Salve, costa de Bretaña,
donde nací;
hoy, dejando tierra extraña,
llego hasta tí.
Salve, asilo venturoso
de mi niñez,
anhelando tu reposo
vuelvo otra vez.
De tí muy lejos
hallé la suerte,
mas siempre ansiaba
volver a verte.
Y aun cuando ingrata
fuiste conmigo,
costa querida,
yo te bendigo;
que hoy al posar de nuevo
mi pie sobre tí,
la juventud parece
volver a mí.
Escuchando el rumor de ese mar
que amoroso mi cuna meció,
siento dulces del alma brotar
los recuerdos que avara guardó.
De aquel tiempo que rápido fue
y llevó la ilusión tras de sí,
el encanto de nuevo hallaré
recordando las horas aquí.
Tranquilo el pecho
ya no suspira,
que el aire patrio
con gozo aspira,
y aunque tú ingrata
fuiste conmigo,
costa risueña,
yo te bendigo;
que hoy al poner de nuevo
mi pie sobre tí,
la juventud parece
volver a mí.

(Hablado)

BELTRAN
¡Oh! playa donde nací,
mal me recibes a fe;
con tempestad te dejé,
con tormenta vuelvo a tí.
Quiera Dios que al fin tu seno
me ofrezca amor y reposo,
y al pasado tempestuoso
siga un porvenir sereno —
¡Siento en mí tal alegría!...


ESCENA XII

Dicho y Angela, que sollozando se detiene a la puerta.

BELTRAN
¿Quién solloza por ahí fuera?

ANGELA
¡Oh! (Sorprendida al verle)

BELTRAN
¡Si es mi linda enfermera!
¿Por qué lloras, hija mía?

ANGELA
(Enjugándose los ojos y procurando sonreír)
No lloro.

BELTRAN
¿Cómo que no?
Tus ojos el llanto abrasa.

ANGELA
No.

BELTRAN
Dime lo que te pasa,
vamos, que lo sepa yo.

ANGELA
Sin duda un grano de arena,
¡soplaba allí el aire tanto!...

BELTRAN
Nunca es tan copioso el llanto
que no hace brotar la pena.
No finjas así conmigo,
y confiesa sin temor
la causa de tu dolor;
háblame como a un amigo.

ANGELA
Pues... sí, señor... he llorado...
mucho... (Rompiendo a llorar)

BELTRAN
Serénate, ven.
(Atrayéndola cariñosamente)
¿Qué tienes?

ANGELA
¡Que se va!

BELTRAN
¿Quién?

ANGELA
Roberto, el que os ha salvado.

BELTRAN
¿Y por qué deja esta playa?
¿Habéis reñido quizá?

ANGELA
No, señor.

BELTRAN
Entonces ya
haremos que no se vaya.

ANGELA
¡Ay! Está muy decidido,
y cuando él quiere una cosa...

BELTRAN
Anímate, niña hermosa,
y cuéntame lo ocurrido.

ANGELA
Mi historia os he relatado:
sabéis que huérfana soy
y que aquí acogida estoy...

BELTRAN
Sí, sí, ya me lo has contado.

ANGELA
Pues bien; el señor Simón
poco hace me ha descubierto
conversando con Roberto,
y lleno de indignación
y de sorpresa al saber
que me quería... ¡ay de mí!
le ha despedido de aquí,
prohibiéndole volver.

BELTRAN
¿De veras?

ANGELA
Como os lo digo;
y humillándole de un modo...
Yo oculta lo escuché todo,
y le llamó hasta /mendigo!
A él, que tan altivo es,
y que por mí lo sufría,
le dijo que me quería
tan sólo por interés;
y porque no haya quien crea
que es cierto, a la India se va,
y de allí no volverá
mientras que rico no sea.
Yo esperarle he prometido,
y lo cumpliré, eso sí.

BELTRAN
¿En dónde está?

ANGELA
Vedle allí,

(Señalando a la playa)

triste el pobre y abatido.
Por más que quiere tener
energía para el paso,
piensa como yo que acaso
no nos volvamos a ver.

BELTRAN
¡Dile que venga!

ANGELA
Voy, pero…
Si le vieran...

BELTRAN
No hay cuidado;
si soy yo quien le ha llamado.

ANGELA
¡Roberto! ¡Ven, ven ligero!


ESCENA XIII

Dichos y Roberto, que a la puerta se detiene.

ROBERTO
¿Qué quieres? Ya estoy aquí.
¡Ah! Señor...

BELTRAN
Pasa adelante.

(A Angela)
(Es un muchacho arrogante y guapo)

ANGELA
(Con ingenuidad)
(¿Verdad que sí?)

BELTRAN
Ven a mis brazos, mancebo.

ROBERTO
¡Por Dios!...

BELTRAN
Estrecharte ansio, (Se abrazan)
Nunca olvidaré, hijo mío,
que la existencia te debo.

ROBERTO
Señor, de eso no hay que hablar
pues ningún mérito encierra;
antes que andar por la tierra
creo que aprendí a andar.

BELTRAN
En vano te empequeñeces:
sin tu noble valentía
á estas horas yo sería
alimento de los peces.
¿Eres huérfano?

ROBERTO
De padre.

BELTRAN
¿Y de oficio?

ROBERTO
Pescador.

BELTRAN
(Reparando en el traje)
¡Y muy pobre!

ROBERTO
¡No, señor!

BELTRAN
¡Cómo!

ROBERTO
¡Mantengo a mi madre!

BELTRAN
(¡Honrosa altivez!)

ROBERTO
Y creo
que de su cariño en pago
con el mío satisfago
cuanto sueña su deseo.
Siempre que salgo a pescar
dejo a la impedida anciana
enfrente de una ventana
por donde contempla el mar.
Allí mi regreso espera,
siguiendo con vista ansiosa
la marcha vertiginosa
de mi barquilla velera;
y al verme volver, erguida
y agitando su pañuelo,
parece un ángel del cielo
que me da la bienvenida.

BELTRAN
Ni de ella te has de apartar,
ni de ésta, que te ama tanto.

ROBERTO
¡Cómo!

BELTRAN
Seca ya ese llanto,
que tu suerte va a cambiar.
En tu alma existe un tesoro
de inapreciable valer;
desgraciado no has de ser
por faltarte un poco de oro.
¡Felizmente rico soy!
Admite, pues, de buen grado
algo de lo que has salvado,
que con el alma te doy.
Así te demostraré
cuánto es mi agradecimiento...
y mi cariño...

ROBERTO
Lo siento,
pero... no es posible.

BELTRAN
¿Qué?

ROBERTO
Fuera indigno en mí aceptar
tal dádiva, lo repito.

BELTRAN
¿Mas por qué?

ROBERTO
Yo nunca admito
lo que no puedo pagar.

ANGELA
(¡Ay!)

BELTRAN
(A Angela)
(Su intención es honrada)
No te brindé el beneficio
en cambio de un sacrificio
que no se paga con nada.
Lo que me atrevo a ofrecer
y que tú aceptar no quieres,
trabajando— ¡joven eres!
me lo puedes devolver.

(Después de pensar un momento)

ROBERTO
¿Pensáis que es posible?

BELTRAN
¡Claro!
y sabiendo la intención
debieras, en mi opinión,
aceptarlo sin reparo.

ROBERTO
Trabajar... ¡Bien puedo, sí!

BELTRAN
Tan sólo en ese concepto
te lo daré.

ROBERTO
(De pronto) Pues... lo acepto.

ANGELA
¡Ah!

ROBERTO
¡Por mi madre... y por tí!

ANGELA
¡Gracias!

BELTRAN
(¡Qué alma tan hermosa!)
Muy en breve el santo lazo
os unirá. ¡Da un abrazo
á la que ha de ser tu esposa!

(Le empuja hacia donde está Angela, y ésta y él se abrazan estrechamente a tiempo de aparecer Simón)


ESCENA ULTIMA

Dichos y Simón.

(Música)

ROBERTO
¡El!

ANGELA
¡Virgen santa!

SIMON
¡Ahí ¡Vive Dios! (Yendo iracundo hacia ellos)

BELTRAN
¡Yo les amparo! (Interponiéndose)

SIMON
¿Y quién sois vos?

BELTRAN
Un hombre soy que debe
la vida a este rapaz,
que despreció la suya
por socorrerme audaz.
Fortuna y existencia
por él del mar salvé,
haciéndole dichoso
mi deuda pagaré.
Y como en esta niña
cifró su dicha toda,
dispuesto a darle gusto,
protegeré su boda.
En vano es oponerse,
pues lo he resuelto ya,
y pese a quien pesare
con ella casará.

SIMON
¡Ja, ja, ja, ja,
risa me da!

BELTRAN
Reíd, reíd,
cuanto queráis.

SIMON
Vos ignoráis, sin duda,
que si él quiere a la chica,
por cálculo es tan sólo,
pues la supone rica.

ROBERTO
A ultraje tan villano,
ni aun quiero contestar.

SIMON
¡Ya veis, el miserable
se tiene que callar!

ROBERTO
(Por tí tan vil ofensa (A Angela)
me atrevo a devorar)

ANGELA
(Tu inmenso sacrificio
mi amor sabrá apreciar)

BELTRAN
Yo de las Indias
traigo un tesoro:
puedo a este chico
pesar en oro.
Para él respeto
de vos exijo:
padre no tiene,
yo le prohijo.
Y si os parece poco,
no dudo ya,
¡todo cuanto poseo
suyo será!

ROBERTO
¡Cómo pagar, Dios mío,
tanta bondad!

ANGELA
¡Mi alma de afecto llena
gracias os da!

SIMON
Siendo tan generoso,
fuerza será ceder.

BELTRAN
¿Luego asentís gustoso?

SIMON
¿Pues qué he de hacer?
¡Ah!

(Beltrán hace unirse a Roberto y Angela, que se abrazan)

ROBERTO y ANGELA
El alma mía enamorada
despierta en mágica explosión,
y con su fuerza arrebatada
gozoso late el corazón.

BELTRAN
¡Linda pareja enamorada!

(Contemplándolos con placer)

¡Oh! ¡cuánto goza el corazón
viendo su dicha asegurada
al solo anuncio de su unión!

SIMON
(Mirando a Beltrán)
¿Por qué me turba su mirada?
¿Por qué se agita el corazón
y a mi memoria conturbada
acude fúnebre visión?

ROBERTOA
Ver voy a mi madre, (Separándose de Angela)
que ya mi ausencia llora.
Dejad, señor, que bese (A Beltrán)
su mano bienhechora.

(La besa. Beltrán le coge, y atrayéndole hacia sí le abraza a él y a Angela, formando grupo)

BELTRAN
¡Fortuna y alegría
el cielo os quiera dar,
y así será la mía
vuestra felicidad!
¡Ah!

ROBERTO y ANGELA
El alma mía enamorada, etc.

BELTRAN
Linda pareja enamorada, etc.

SIMON
(Contemplando el grupo)
¿Por qué me turba su mirada? etc.

ROBERTO
¡No cabe en mi alma la alegría!
Adiós, mi noble protector.
¡Hasta mañana, vida mía!
Con Dios quedad, señor Simón.

ANGELA
¡Adiós!

SIMON
¡Adiós!

BELTRAN
¡Adiós!

(Beltrán se acerca a Simón, en tanto que Roberto a Angela, ya cerca del foro)

¡Gocemos en la dicha de los dos!

ROBERTO
¡Adiós!

ANGELA
¡Adiós!

(Roberto le da un beso, a cuyo sonido se vuelven Simón fosco y Beltrán risueño. Angela se queda ruborizada. Roberto se despide desde la puerta)

SIMON
¿Eh?

ROBERTO
¡Adiós!

TODOS
¡Adiós!


FIN DEL ACTO PRIMERO


ACTO SEGUNDO

Exterior de la hostería de Simón, a la izquierda. Al foro rocas y el mar. A la derecha cierra el fondo un grupo de acantilados por entre los cuales se supone verse el mar. Las salidas deben hacerse por la izquierda, entre la hostería y las rocas y por el foro entre éstas y la marina.


ESCENA PRIMERA

La escena sola, la hostería cerrada. Aparecen varios grupos de pescadores y mujeres que vienen con los trajes de día de fiesta .

(Música)

MUJERES
Llegad, llegad,
venid, venid;
una alegre alborada cantemos
y así despertemos
a la novia que duerme feliz.

PESCADOR
Venid, venid,
llegad, llegad;
la doncella que hoy va a ser esposa
despierta gozosa
a la voz de la dulce amistad.

TODOS
Venid, venid,
llegad, llegad.

(Colocándose todos frente a la puerta de la hostería)


ALBORADA

CORO
Despierta, niña, despierta
que el día avanzando va
y la amistad a tu puerta
alegre llamando está.
Abre ya tu ventana,
mira el cielo azul,
que pintó la mañana
con hermosa luz;
que la niña que duerma
cuando nace el sol
de seguro está enferma
o no tiene amor.
Ligera salta del lecho
y de él despídete ya,
que para dos harto estrecho
desde esta noche será.
Abre ya tu ventana, etc.


ESCENA II

Dichos, Mateo, que abre la puerta de la hostería.

MATEO
Tengan muy buenos días.

CORO
¡Hola, Mateo!

MATEO
La novia os agradece
vuestro deseo.
Mas hoy que la despierten
no necesita,
que no pegó los ojos
la pobrecita.
Y es natural,
que en víspera de boda
se duerma mal.

CORO
Es natural,
que en víspera de boda
se duerma mal.

(Acercándose y rodeando a Mateo. En voz baja)

¿Y es cierto lo que dicen
de que el padrino
con una gran fortuna
de la India vino?

MATEO
No lo dudéis;
oíd un solo instante
y juzgaréis.
Ha comprado veinte casas,
las mejores del lugar,
donde quiere, según cuentan
un palacio edificar.
Y para ir a pasearse
por el mar a su placer,
un navío de tres puentes...
dicen que ha mandado hacer.

CORO
¡Eso no puede ser!

MATEO
Pues sí que puede ser.
¡Y en fin, después de todo,
ya lo hemos de ver!

CORO
¡Eso no puede ser!

MATEO
Guarda en onzas mejicanas
un inmenso capital
y pepitas de oro puro
de más peso que un quintal.
Piedras finas, no digamos,
pues las tiene en un montón,
y hay entre ellas un diamante.
del tamaño de un melón.

CORO
¿No habrá exageración?

MATEO
¡No hay exageración!
Os digo que el indiano
trae un fortunón.

CORO
Sin duda que el indiano
trae un fortunón.

(Hablado)

MATEO
Nada, nada; os lo aseguro,
es un hombre poderoso,
y más sencillo y más franco...
Ayer me dijo: «Buen mozo,
«(Me hace justicia), tal vez
«pienses en casarte pronto;
¡cuando lo decidas, dímelo,
«que yo a la novia la doto.»

MUJER 1ª
¿Y en cuánto?

VARIAS
¿En cuánto?

MATEO
(¿Qué tal?
Ya han abierto cada ojo...)

(Dándose importancia)

Pues... no lo sé; pero creo
que el dote debe ser gordo.
Conque a animarle, que soy
un partido como hay pocos.

(Desde hoy me van a asediar las mozas con sus piropos)

PESCADOR
¿Y el señor Simón?

MATEO
Está
llevado de los demonios.

PESCADOR
Es natural.

MATEO
De la usura
vivía ese viejo zorro,
haciendo con el sudor
de los pobres su negocio;
cuando se entera del caso
el viajero, no sé cómo;
va, recoge los recibos,
y entre el general asombro,
«¡Tomad,—dice a los deudores,—
»yo vengo en vuestro socorro;
»a trabajar, ya sois libres,
»ya lo habéis pagado todo!»
Y rompió los documentos
y se quedó tan orondo.

MARINERO 1º
Ha sido un rasgo soberbio.

PESCADOR
Cierto que lo es, pero noto
en la conducta de ese hombre
no sé qué de misterioso.

(Acercándose todos y le oyen con interés)

Ayer se fue al cementerio
y se encerró con Ambrosio
el enterrador.

MARINERO 1º
¡Canario!

PESCADOR
Yo le vi entrar, y a muy poco
salió al patio de los muertos.
hizo entonar un responso
al padre cura; rezando
lo escuchó puesto de hinojos;
besó la tierra y después,
levantándose lloroso,
al cepillo de las animas
echó tres monedas de oro.

MUJER 1ª
¡Es extraño!

OTRA
¡Muy extraño!

MATEO
Pues yo en él lo encuentro propio;
como es tan bueno, sin duda
queriendo hacer bien a todos,
se ha dedicado a sacar
ánimas del purgatorio.

MARINERO 1º
Lo cierto es que el hombre tiene
un corazón muy hermoso.

MATEO
Y ha hecho más bien en tres días
que en toda su vida otros.

PESCADOR
¡Ya lo creo!

MATEO
Y en la boda
veréis hoy si es generoso.
¡Qué regalos!

MUJER 1ª
¡Buen padrino
han encontrado los novios!
Entremos a verla a ella.

PESCADOR
¡Y a él a buscarle nosotros!

(Las mujeres entran en la hostería y los hombres vanse por la izquierda. Música en la orquesta)


ESCENA III

Mateo y después Margarita.

MATEO
¡Estoy más alegre que unas Pascuas! Aunque sólo fuera por salir de esa hostería, donde tanto se trabaja, y no ver más la cara de búho del señor Simón, y no aguantar sus regaños y sus gruñidos... ¡Digo, y ahora que echará un humor de todos los diablos, viendo que se le ha ido el negocio de entre las uñas! ¡El demonio que la aguante!

MARGARITA
(Desde la puerta) ¡Mateo!

MATEO
¿Qué hay?

MARGARITA
Ven acá, que está todo esto en desorden.

MATEO
Mejor. (Con tranquilidad y sorna)

MARGARITA
¡Pero muchacho, que haces falta!

MATEO
Mejor.

MARGARITA
(Acercándose) Que el señor va a bajar y se pondrá hecho una fiera.

MATEO
Mejor que mejor.

MARGARITA
¿Te has vuelto loco?

MATEO
Más cuerdo no lo he sido nunca. Pero ya estoy harto de servir bien a gente que no sabe agradecerlo.

MARGARITA
¡Mira que si te oye va a despedirte!

MATEO
¿A mí? ¡Je, je, je!

MARGARITA
¡Ya lo creo! ¡Le faltarán criados para su casa!...

MATEO
Pues puede buscar uno, porque yo hoy mismo tomo goleta.

MARGARITA
¿Qué dices?

MATEO
Que me voy a servir a los recién casados.

MARGARITA
¡Es posible!

MATEO
Que su padrino y mi padrino, y el padrino de todos, porque ese hombre es el padrino de todo el mundo, dijo anoche, dice: «Muchacho, desde mañana cuenta con doble salario del que tienes, y así que se verifique la boda, te vas con los novios a su casa.»

MARGARITA
¿De manera que me quedo sola con el señor Simón?...

MATEO
Y añadió: «A Margarita nada le digo porque como ha papado en la hostería toda su vida, acaso no quiera abandonarla y separarse de su antiguo amo. Sin embargo, si desea venirse con nosotros, también le ofrezco una buena soldada.»

MARGARITA
Yo se lo agradezco, pero no abandono a mi señor. ¡Pobre viejo!... Todo esto va a quitarle la vida.

MATEO
No se perdería mucho.

MARGARITA
¡Mateo!

MATEO
Pero, descuidad, que cosa mala nunca muere.


ESCENA IV

Dichos, Simón a la puerta de la hostería.

SIMON
¡Eh, muchacho! ¡Margarita! Así me gusta; la casa abandonada a toda esa patulea de comadres que se ha colado de rondón, y vosotros mano sobre mano.

MARGARITA
Yo había salido a buscar a este... (Mal humorado se levanta hoy) (Entra en la hostería)

SIMON
¿Y tú qué haces ahí?

MATEO
Pues... ya lo veis... nada. (Dándose mucha importancia)

SIMON
A trabajar, andando.

MATEO
Lo que es por ahora... me parece que no estoy dispuesto para eso.

SIMON
¿Qué dices?

MATEO
Es día de boda y fiesta, me he vestido muy majo y el cuerpo me pide mucho jaleito.

SIMON
¡Insolente!

MATEO
Y no pienso ocuparme en otra cosa que en bailar y divertirme.

SIMON
¡Vive Dios, que ya es mucha falta de respeto!

(Yendo hacia él con aire amenazador)

MATEO
¡Eh! ¡Eh! No hay que alborotarse. Si lo queréis así, bueno, y si no, tan conformes. Ni vos necesitáis de mis servicios, ni yo de vuestra casa. El padrino de los novios, que sabe apreciar a las personas que valen, me ha ofrecido doble salario para que vaya a servirle, y con él me voy y Cristo con todos, y buscad otro infeliz que sufra vuestras impertinencias, que yo ya estoy de ellas... hasta aquí.

SIMON
¿Cómo?

MATEO
¡Hasta aquí! (Ay! ¡Qué tranquilo me ha dejado este desahogo!) (Entra en la hostería)


ESCENA V

Simón, solo.

SIMON
¡El infierno se ha desatado en contra mía! ¿Quién es ese hombre que así se goza en mortificarme, que destruye todos mis proyectos, descompone mis negocios y arranca de mi lado a los que antes me querían y respetaban? — Parece mi castigo. — Le odio y le temo. — Su sonrisa me hiela, su mirada me aturde... No he podido resistirla de frente... — Y después, los recuerdos que trae a mi memoria .. — ¡Bah! Serán sospechas hijas del temor, recelos de mi alma inquieta... Siempre dudando, temiendo siempre...


ESCENA VI

Dicho, Beltrán, que llega por el foro, se acerca a él sin ser visto, y le pone la mano sobre el hombro.

SIMON
(Asustado, volviéndose) ¿Eh? — ¡Ah! ¡Sois vos!

BELTRAN
¡Meditabundo estabais!

SIMON
Tengo mucho en qué pensar. Que Dios os guarde.

BELTRAN
Escuchad un momento y hablemos como buenos amigos.

SIMON
Es difícil.

BELTRAN
¿Por qué?

SIMON
No queráis añadir el sarcasmo a las ofensas que me habéis hecho.

BELTRAN
¿Yo? ¿En qué puedo haberos ofendido?

SIMON
En cuanto hicisteis desde vuestra llegada. ¡Maldigo la hora en que arribásteis a la playa!

BELTRAN
¡Y yo con toda mi alma la bendigo!

SIMON
Sea en hora buena; dejadme en paz.

BELTRAN
No por cierto. La ocasión de sincerarme ante vos no puede ser más oportuna, y he de aprovecharla. Además, tengo que pediros un favor.

SIMON
¿Cuál?

BELTRAN
Que asistáis a la boda.

SIMON
No por cierto.

BELTRAN
Amargaréis la dicha de Angela.

SIMON
Más acibara ella la mía.

BELTRAN
Pero, en un principio, ¿no accedisteis a que se casaran?

SIMON
No lo pensé bien. Además, creí entonces que al proteger el amor de esos muchachos teníais una buena intención; luego he visto que os anima contra mí un espíritu de venganza que no acierto a explicarme.

BELTRAN
Es natural; ¿cómo habéis de explicaros un sentimiento que no existe?

SIMON
Separando a Angela de mi lado, me arrebatáis el solo bien que poseo, el único consuelo de mi vejez.

BELTRAN
Pues quédese el matrimonio a vivir con vos, y así estaréis todos contentos.

SIMON
No quiero en mi casa a ese mozo insolente y atrevido.

BELTRAN
Y él no querrá, como comprenderéis, vivir separado de su mujercita.

SIMON
Os habéis propuesto dejarme aislado en el mundo y vais a Conseguirlo. (Con amargura)

BELTRAN
(Cariñosamente) Vaya, vaya: ni soy yo quien arranca de vuestro lado a esa niña, ni hago otra cosa protegiendo al que va a ser dueño suyo, que llenar de gozo el corazón de ambos, pagar una deuda de gratitud a quien debo mi vida y mi fortuna, y premiar las virtudes de Angela, que en vuestro poder no ha sido muy dichosa. (Bajando la voz)

SIMON
¡Es posible! ¿Tiene alguna queja contra mí? ¿No la he tratado como a una hija?

BELTRAN
En efecto, como hubierais tratado a una hija vuestra... Todo lo bien que os permite la avaricia que seca vuestra alma.

SIMON
(Sorprendido) ¿Ella lo ha dicho?

BELTRAN
De su boca no han salido para vos sino palabras de gratitud y de respeto. De cariño no, porque es difícil que os hagáis querer de nadie.

SIMON
(Sufro de este hombre ofensas que no toleraría a ningún otro)

BELTRAN
(Siempre en tono afectuoso) Desengañaos, señor Simón, yo he venido a tiempo de evitar que en los últimos años de vuestra vida seáis aborrecido de cuantos os rodean. Aun podéis conquistaros su afecto. — Vuestros deudores, redimidos por mí, olvidarán bien pronto la explotación de que fueron objeto, y Angela, feliz al lado de su esposo, alegrará los días de vuestra ancianidad.

SIMON
(Con ironía) Por lo visto, aún debiera daros gracias por lo que habéis hecho.

BELTRAN
¿Quién lo duda? Y yo he de conseguir al fin y al cabo que disfrutéis un goce del cual no tenéis ni la idea más remota.

SIMON
¿Cuál?

BELTRAN
El de hacer bien. Delicia no comparable a ninguna otra; placer que vierte en el alma un bálsamo tan dulce como no es posible ni soñarlo.

SIMON
¡Ah! Vos pensáis, sin duda, que el hacer bien consiste en solventar las deudas de unos cuantos haraganes, que os pagarán con su ingratitud ese beneficio; llamáis hacer bien a realizar la boda de dos muchachuelos sin experiencia, que van a ser infelices; suponéis que el hacer bien se reduce a regalar trajes y galas a la chica para envanecerla... No conocéis lo que es el mundo; sois demasiado joven.

BELTRAN
Friso en los cuarenta.

SIMON
Pues estáis haciendo una porción de niñerías y ya recogeréis el pago.

BELTRAN
(Casi suplicante) En fin, prometedme que asistiréis hoy a la iglesia. (Oyese rumor de gente que llega)

SIMON
No autorizo con mi presencia esa unión que considero desatinada... Allí viene tan satisfecho vuestro protegido. No quiero ni verle. ¡Quedad con Dios! (Entra en la hostería)

BELTRAN
¡Id con él! — ¡Miserable viejo! ¡La dicha ajena le sirve de tortura! Digno es de compasión.


ESCENA VII

Dichos, Coro de Hombres que acompañan a Roberto, el cual viste lujoso traje de fiesta. Sale de la hostería el Coro de Mujeres, y Angela, vestida de novia. Beltrán baja del foro al proscenio abrazando a Roberto

(Música)

HOMBRES
En busca de su novia,
que ya le espera,
el novio, engalanado,
contento llega.

MUJERES
En busca de su novio
que ya le aguarda,
aquí sale la novia
engalanada.

ROBERTO
¡Angela mía!

ANGELA
¡Roberto amado!
Mi buen padrino.

BELTRAN
¡Que os guarde Dios!

ROBERTO y ANGELA
Ya llegó el día
tan esperado.

BELTRAN
¡Que eterno sea
para los dos!

CORO
(Rodeando a los novios)
Según vieja costumbre

(Solemnemente)

del pueblo bretón,
antes que os eche el cura
la bendición,
de todos los amigos
debéis escuchar
consejos saludables
que os quieren dar.

ROBERTO y ANGELA
Podéis empezar,
que ya estamos dispuestos
para escuchar.

(Beltrán se retira al foro. Las mujeres, formando semicírculo, rodean a Roberto, y los hombres, en la misma forma, a Angela)

MUJERES
Con su mujer muy complaciente
todo marido debe ser.

HOMBRES
Debe la esposa humildemente
a su marido obedecer.

MUJERES
Si hay disensión, porque no siga,
él es quien tiene que callar.

HOMBRES
Diga el marido lo que diga,
ella no debe replicar.

MUJERES
Debe el marido cariñoso
ser a su esposa siempre fiel.

HOMBRES
Y ella vivir para su esposo
y estar pensando siempre en él.

MUJERES
Junto a su esposa todo el día,
un buen marido debe estar.

HOMBRES
Y si el marido se extravía...
mucha paciencia y aguantar.

TODOS
(Ocupando la posición anterior)
¡Novios felices,
ya lo sabéis,
el cielo os premie
si así lo hacéis!

ANGELA
Vuestros consejos
no olvidaré
y a mi marido
feliz le haré.

ROBERTO
Vuestros consejos
no olvidaré
y haré la dicha
de mi mujer.

(Roberto y Angela, pasando de uno a otro lado, quedan al contrario que antes, es decir, él entre los hombres y ella entre las mujeres, que vuelven a formar rápidamente los dos semicírculos. Ambos grupos se estrechan para decir los siguientes versos)

MUJERES
Mete en un puño (a Angela)
a tu marido.

HOMBRES
Ten bien sujeta (A Roberto)
a tu mujer.
Tú no te fíes.

MUJERES
¡Tú ten cuidado!

HOMBRES
¡Ojo con ella!

MUJERES
¡Ojo con él!

TODOS
Novios felices, etc.

(Hablado)

MATEO
(Que ha salido de la hostería momentos antes) ¡Ea! basta ya de consejos! Al fin y al cabo en cuanto se casan los olvidan y hace cada uno su santísima voluntad.

BELTRAN
¡Mateo! Da de beber por mi cuenta a todos los presentes lo más añejo que haya en la casa!

MATEO
Pues adentro todos. Y aunque ya no sirvo en la hostería, como soy el único que sabe los secretos de la bodega, os obsequiaré dignamente en nombre del padrino. Pero antes, y para que rabie el señor Simón, que está allá dentro, demos unos cuantos vivas que retumben en toda la costa. (Acercándose con el Coro a la puerta) ¡Viva el padrino!

TODOS
¡Viva!

MATEO
¡Vivan los novios!

TODOS
¡Vivan!

MATEO
(Que corta la prolongación de cada ano de los vivas con un movimiento a la manera de los directores de orquesta) Estas revoluciones pacíficas me llenan de entusiasmo.

(Entran en la hostería)


ESCENA VIII

Angela, Beltrán y Roberto.

BELTRAN
Gracias, hijos míos, muchas gracias.

ROBERTO
Aprecian en lo que vale vuestra generosidad.

BELTRAN
Me la pagan con creces y consigo de esta manera que participen todos de vuestra dicha.

ROBERTO
¡La mía no puede ser mayor!

BELTRAN
Angela, ¿qué es eso? ¿qué tienes?

ROBERTO
¿Lloras?

ANGELA
¡Sí, no lo extrañéis; el cielo de mi felicidad se halla hoy empañado por una nube de tristeza.

BELTRAN
¿Qué es ello?

ROBERTO
¿Qué puede afligirte?

ANGELA
Cuando me levanté esta mañana, fui como todos los días a saludar al señor Simón, y no ha querido verme.

ROBERTO
¡Bah! ¿Y eso te desconsuela?

ANGELA
Yo no puedo olvidar que niña, desvalida y huérfana, me recogió en su casa; que a su lado pasé mi vida entera, y que no he conocido otro padre. Al unirme a ti contra su voluntad, pensará acaso que soy una ingrata, que olvido los favores que le debo..

BELTRAN
No digas eso. Harto bien te conoce para saber que no cabe en tu pecho la ingratitud.

ROBERTO
Y sobre todo, yo te aseguro que antes de mucho ha de querernos a los dos más que antes a tí sola.

ANGELA
No lo creas. Yo le estimo, yo le respeto, pero conozco que tiene una mala condición; no olvida los agravios.

ROBERTO
Oye, cuando salgamos de la iglesia, después de ver a mi madre, que ya nos aguarda con impaciencia para unirnos en un estrecho abrazo, vendremos los dos a la hostería, nos echaremos a las plantas del señor Simón, y como si en algo le hubiéramos ofendido, le pediremos perdón humildemente. Yo le haré ver que no he venido a robarte su amor, sino a hacer más grande y duradera la dicha de su hogar; que seré el báculo de su vejez... En fin, le diré tales cosas, que acabará por quererme mucho. ¡Vaya! Pues si me pinto yo sólo para engañar a cualquiera.

ANGELA
¿Cómo?

BELTRAN
¿Eh?

ROBERTO
De buena manera, se entiende. Porque, de veras te lo digo, por mucho respecto que le finja y mucho cariño que le aparente, nunca podrá ser santo de mi devoción tu padre adoptivo. Hay en él algo que no me atrae... Ese carácter huraño... ese ceño sombrío se avienen mal con mi genio alegre y bullicioso.

ANGELA
Si soy yo, y no he podido acostumbrarme en mi vida. Dame un beso, me dijo algunas veces; no correspondes al cariño que te tengo. Y yo le respondía besándole en la frente con timidez: No sé por qué, pero... parece que me dais miedo. Entonces él me rechazaba con violencia, se ponía más sombrío que antes, y yo me retiraba asustada… Y a solas luego, llorando, decía, reprendiéndome. Sí, yo debía quererle, debía quererle... y no le quiero.

BELTRAN
Difícilmente recoge cariño quien no sabe sembrarlo.

ROBERTO
Yo te ruego que procures alejar esos pensamientos que te entristecen, ¡Todo el tiempo me parece poco para gozar de la ventura que nos sonríe!

BELTRAN
En tí consiste que no se desvanezca.

ROBERTO
¿En mi?

BELTRAN
Tú puedes hacer feliz ó desgraciada a esta pobre niña.

ROBERTO
¿Y dudáis que la haré dichosa?

BELTRAN
No; pero temo que para casado seas demasiado niño.

ROBERTO
¿Niño? Yo os probaré que no.

BELTRAN
¡Dios lo quiera! Y, vamos a ver, ¿qué regalo de boda has hecho a Angela? Porque ya sabes que la costumbre obliga al novio a ofrecer un rico presente.

ROBERTO
(Cortado) Pues, yo... la verdad es que...

ANGELA
A mí me basta con su cariño. Ya me habéis puesto bastante engalanada. ¿Para qué quiero más?

BELTRAN
Sin embargo, ese vestido exige alguna joya; un collar, por ejemplo.

ROBERTO
Cierto que sí, y yo la prometo... que con lo primero que gane he de comprárselo.

BELTRAN
Que te agradezca la intención, pero no es preciso. Permite que en tu nombre le ofrezca yo éste. (Enseñándole uno que saca del bolsillo)

ROBERTO
¡Oh! ¡Qué hermoso es! En mi vida vi cosa que se le parezca.

(Música)

BELTRAN
Diamantes brasileños
tan claros como el sol.
te ofrezco, hermosa niña,
en cariñoso don.
Del fondo de la tierra
mi mano los sacó;
que adorne tu hermosura
su mágico fulgor.

(Le da el collar, que Angela contempla un instante)

ANGELA
¡Oh, qué linda joya!
¡Causa admiración!

ROBERTO
¡Dignas de una reina
tales piedras son!

BELTRAN
(Dándole un lindo espejito de mano)
Póntelas, y en este
diáfano cristal,
todos tus encantos
puedes admirar.

ROBERTO
¡Sois muy generoso!

ANGELA
Gracias mil os doy.

ROBERTO
Deja, que yo mismo (A Angela)
a adornarte voy. (Le pone el collar)

ANGELA
(Contemplándose en el espejo)
Como gotas de fresco rocío
que adornan temblando
la cándida flor,
estas piedras sobre el pecho mío
se agitan brillando
con limpio fulgor.
¡En su seno la luz juguetea
con lindos cambiantes
que trueca al azar,
y parece que el sol se recrea
mil chispas radiantes
haciendo brotar!

ROBERTO
Aunque de su rostro, (A Beltrán)
fiel ese cristal
todos los encantos
sepa reflejar,
en su hermosa imagen
faltará calor;
viéndose en mis ojos
se verá mejor. (Se acerca a ella)

BELTRAN
Tiene el jovencillo
celos del cristal
que de su adorada
copia así la faz.
Y a la vez risueño
piensa con su amor
que en sus negros ojos
se verá mejor.

ROBERTO
Aunque de tu rostro, etc. (A Angela)
Mírate en mis ojos,
te verás mejor.

ANGELA
Yo por tí desprecio
este fiel cristal,
y cuando mi rostro
quiera contemplar,
como tu mirada
llena está de amor,
siempre en esos ojos
me veré mejor.

(Hablado)

ROBERTO
¡Hermoso es el collar!

ANGELA
Como yo no podía ni soñarlo. ¡Ah! ¡Con qué podremos pagaros tantos beneficios!

BELTRAN
Con vuestro afecto me considero bien pagado.

ROBERTO
Yo no encuentro ya palabras para expresar mi agradecimiento.

BELTRAN
Ni hace falta que las busques. Vaya, se acerca la hora de encaminarnos a la iglesia. Ve a ponerte el velo de desposada.

ROBERTO
Tiene razón, y yo, con vuestro permiso voy a ayudarle a ponérselo.

BELTRAN
Sí, sí; no la dejes sola un momento, no vaya a evaporarse.

ANGELA
¿Os burláis?

BELTRAN
¿Burlarme yo del amor? No, hija mía, no. ¡Benditos los que aman!

ANGELA
Hasta luego.

ROBERTO
Hasta después.


ESCENA IX

Dichos, el Juez, que sale de la hostería.

ANGELA
¡Ah, señor!

JUEZ
Buenos días, felices novios.

ANGELA
Buenos los tengáis.

ROBERTO
Con vuestro permiso, vamos adentro...

JUEZ
Id Con Dios. (Entra en la Hostería)

BELTRAN
(Acercándose) Señor Juez, no sabéis cuánto os agradezco el favor de haberos detenido para honrar con vuestra presencia la ceremonia.

JUEZ
Yo me complazco en satisfacer ese deseo, y tengo sumo gusto en asistir al enlace de esos buenos muchachos, que os deben su felicidad.

BELTRAN
Creo que la merecen toda. Ella y él tienen un corazón de oro.

VOCES
(Dentro) ¡Que beba! ¡Que cante! ¡Vivan los novios! ¡Viva el padrino!

SIMON
(Dentro) Dejadme en paz.

VOCES
¡Que cante! ¡Que cante!


ESCENA X

Dichos, Simón y Coro que sale tras él y rodeándole,

JUEZ
¿Qué algazara es esa?

SIMON
Os digo que me dejéis.

MATEO
¡Que cante el viejo! (Un poco achispado)

SIMON
Para canciones estoy yo ahora.

TODOS
¡Que cante, que cante!

MATEO
Así, así, hacedle rabiar.

BELTRAN
Pero, ¿qué es eso?

MARINERO 1º
Que no queremos ver a nadie triste cuando todos estamos alegres.

MATEO
Sí, demasiado. Me parece que estamos demasiado alegres. ¡Je, je!

MARINERO 1º
Vamos, señor Simón, cantadnos alguna cosa de vuestros tiempos.

BELTRAN
Basta ya, dejadle.

SIMON
No; voy a complacerles. Precisamente recuerdo ahora una antigua balada, que es muy oportuna para lo que se festeja.

VOVES
¡Que la cante!

SIMON
¡Allá va! Se llama El abrazo de los novios.

TODOS
¡Bravo! (Le rodean y canta)

(Música)

SIMON
¡Din, don!
¡din, dan!
Alegres las campanas
repica el sacristán.
¡Din, don!
¡din, dan!
La novia es una perla
y el novio es muy galán.

El cura los bendice,
colmando así su afán.
¡Din, don!
¡din, dan!
Ya salen de la iglesia,
¡qué alegres todos van!
¡Din, don!
¡din, dan!

Los dos recién casados,
huyendo de la gente,
dirigen se a la mar;
la pálida neblina
envuelve, pudorosa,
la nave donde van.

De pronto el mar sereno
desátase iracundo,
y el viento se hace oír;
y a un golpe de las olas,
la novia, arrebatada,
desaparece allí.

Tras ella, audaz el novio,
se lanza al mar bravío,
y al fondo juntos van;
y allí los dos se estrechan...
¡qué triste es el abrazo
primero que se dan!

¡Din, don!
¡din, dan!
Mañana las campanas
por ellos doblarán.
¡Din, don!
¡din, dan!
Sus cuerpos a la arena
las olas echarán.
¡Din, don!
¡din, dan!

(Hablado)

(Todos, que al principio de la canción escuchaban alegres, han ido entristeciéndose poco a poco hasta quedar sombríos y cabizbajos)

MATEO
(Gimoteando) ¡Vaya una canción para alegrar a cualquiera! ¡El demonio del viejo!

SIMON
(Separándose de ellos) ¡Je, je! ¿No queríais cancioncitas?

MATEO
¡Cuando yo digo que este tío es muy malo!

(Suenan lejos el tambor y la gaita)

MARINERO 1º
¿Oís? ¡La gaita!

MATEO
¡Y el tamborilero!

MARINERO 1º
¡En danza, muchachos! (Anímanse todos)

MATEO
¡Viva la alegría! (Vanse hacia el foro, acercándose a Simón) Aunque haya en el mundo mochuelos, nunca faltarán ruiseñores. (¡Anda, chúpate esa!) (Vase brincando y desaparece con los demás por el foro)


ESCENA XI

Simón, Beltrán y Juez.

JUEZ
Ciertamente, la canción (A Simón)
es harto triste y sombría
e impropia de la ocasión.

BELTRAN
Nunca la ajena alegría
dio gozo al señor Simón.
Siempre su enemigo fue.

SIMON
¿Qué sabéis vos?

BELTRAN
Sí, lo sé.

SIMON
¿Por referencias quizá?

BELTRAN
¿Por referencias? No a fe,
que os conozco hace años ya.

SIMON
¿Vos?

BELTRAN
Yo, si. Tanto he cambiado
con el tiempo transcurrido
y vengo tan transformado,
que, la verdad, no he extrañado
que me hayáis desconocido.
Pero bien seguro estoy
de que, al fin, haréis memoria,
y porque sepáis quién soy,
en pocas palabras voy
a referiros mi historia.

JUEZ
Escuchemos.

(El Juez presta atención. Simón escucha con ansiedad)

SIMON
(¡Ay de mi!)

BELTRAN
En esta playa nací
de unos padres sin fortuna;
huérfano desde la cuna
solo en el mundo me vi.
Sin hogar, techo ni abrigo,
siendo de todo linaje
de orden y freno enemigo,
disfrutaba del mendigo
la independencia salvaje.
Buscando siempre al azar
el cotidiano sustento
despreciando el trabajar,
vivía libre y contento
de los despojos del mar.
Y con juvenil ardor,
tanto ansiaba la pelea
en que mostrar mi valor,
que llegué a ser el terror
de la gente de la aldea.
Por mi audacia y bizarría,
el más valiente en la playa
me respetaba y temía...
¡alguno, acaso, no me haya
olvidado todavía!

SIMON
(¡No!)

BELTRAN
Pasó el tiempo, crecí;
hombre un día me sentí,
capaz de un oficio honrado
y al verme pobre y menguado
vergüenza tuve de mí.
—Soy joven, dije, soy fuerte,
no tengo miedo a la muerte;
mil a las Indias han ido
y encontrado allí su suerte...
¡Por ella voy decidido!
Y con el ansioso afán
de los que en su buscad van,
dejé esta playa arenosa
una noche tormentosa
en alas del huracán.

SIMON
(¡El es!)

BELTRAN
La región indiana,
hermosa tierra lejana
que cría en su seno el oro,
al que en buscarlo se afana
da, generosa, un tesoro.
Yo, con ardor sin igual,
rendido más de una vez
al trabajo corporal,
y abrasándose mi tez
bajo el fuego tropical,
gasté pródigo mi vida;
pero con fe no abatida
logré colmado el deseo,
y una fortuna poseo
por el trabajo adquirida.
Dueño de ella pensé ya
feliz en volver acá;
de esta tierra me acordaba,
acaso porque pensaba:
¡mis padres duermen allá!
¡Y ayer a su tumba fui,
y sobre ella, arrodillado,
dulces lágrimas vertí;
ya debo estar perdonado
si en algo les ofendí! (Conmovido)

SIMON
(Como haciendo un esfuerzo para convencerse al fin)
¿Y os llamáis?...

BELTRAN
Claudio Beltrán.

SIMON
(¡Dios me valga! ¡Soy perdido!)

BELTRAN
Pronto me recordarán,
y mi nombre oscurecido
algunos bendecirán.
Que como Dios me conceda
la quietud apetecida
y a mis deseos acceda,
be de consagrar mi vida
a hacer todo el bien que pueda.

ROBERTO
(Asomándose a la puerta de la hostería)
¡Padrino, padrino!

BELTRAN
¡Voy!
Conque ya sabéis quién soy:
si útil me juzgáis en algo,
vuestro será desde hoy
cuanto tengo y cuanto valgo.

(Entra en la hostería)


ESCENA XII

Simón, Juez.

JUEZ
¿Estáis temblando?

SIMON
(Procurando serenarse. ) No tal.
(¡Sí yo lo debo decir!)

(Como si se sintiera desfallecer se apoya en el Juez)

JUEZ
¿Eh? ¿Qué es esto? ¿Os sentís mal?

SIMON
Es. . sorpresa natural
por lo que acabo de oír.
(Sólo así me salvo yo)

JUEZ
Pero ¿qué os pasa?

SIMON
(En voz muy baja) Ese hombre...
¡Ese... es... quien asesinó
al padre de Angela!

JUEZ
¡Oh!
¿Qué decís?

SIMON
Yo... por su nombre...
El mismo se ha delatado;
ante vos lo ha pronunciado:
¡Claudio Beltrán!

JUEZ
¡Ah, sí! Ahora
recuerdo. ¿Pero él ignora
que está a muerte condenado?

SIMON
(¡A muerte!) (Aterrado) Sin duda, sí.

JUEZ
¿Y cómo la audacia tiene
de presentarse hoy así?

SIMON
Cierto, mas...
(Oyense la gaita y el tamboril)

JUEZ
La gente viene,
retirémonos de aquí.
Hay que probar si es el mismo.
Tal valor y tal cinismo
no se pueden comprender.

SIMON
(¡Se abre a mis pies un abismo,
pero yo no he de caer!)

(Vanse por la izquierda)


ESCENA XIII

Coro general, precedido de loa que tocan la gaita y el tamboril. Después Beltrán, Roberto, Angela, Margarita y Mateo.

(Música)

CORO
En tanto que los novios
salen acá,
la alegre cornamusa
vuelva a sonar,
y al redoblar ligero
del tamboril,
los mozos y las mozas
bailen aquí.

(Suspenden el baile, comenzando cuando salen los personajes indicados arriba)

De la casa ya sale
el cortejo nupcial;
ved la novia dichosa
qué hermosísima va.
Dios les de luengos años
de fortuna y de paz,
y que juntos consigan
su ventura gozar.

ROBERTO y ANGELA
¡Mentira me parece
tanta felicidad!

BELTRAN
A la iglesia marchemos.

CORO
Vamos todos detrás.
Dios les dé luengos años, etc.


ESCENA XIV

Dichos, el Juez y el Señor Simón. Tras ellos cuatro gendarmes que se detienen a la izquierda, en segundo término.

JUEZ
¡Alto, señores, todos,
en nombre de la ley!

CORO
¿Qué es esto? ¿Qué sucede?
¿Qué busca el señor Juez?

SIMON
(¡Señor! ¡Qué horrible angustia!
¡Piedad de mí tened!)

JUEZ
¡De aquí nadie se mueva!

(Acercándose a Beltrán)

¡Daos preso!

BELTRAN
¡Yo! ¿Por qué?

ROBERTO y ANGELA
¡Oh, Dios! ¿De qué os acusan?

BELTRAN
No acierto a comprender...
¡Mas el error en claro
bien pronto yo pondré!

JUEZ
En vano es que tranquilo
finjáis aparecer;
hoy vuestro horrendo crimen
al fin expiaréis.

TODOS y BELTRAN
¡Un crimen!

BELTRAN
Es un sueño.

SIMON
(¡Qué horrible padecer!)

BELTRAN
¿De qué me acusan; pronto,
decidlo ya, de qué?

JUEZ
Veinte años há que la justicia
a muerte vil os condenó.

(A Angela)
Este es el hombre, desgraciada,
que a vuestro padre asesinó.

BELTRAN
¡Yo!

TODOS
¡Oh!

BELTRAN
¡Ah! ¡Qué impostura tan infame!
¡Yo mi inocencia probaré!

ANGELA
(Acercándose)
¡Por Dios, decidnos vuestro nombre!

BELTRAN
¡Claudio Beltrán!

ANGELA
(Separándose de Beltrán) ¡Jesús!

CORO
(Retirándose algo) ¡Es él!
¡Es él! ¡Es él!

BELTRAN
¿Por qué mi nombre, siempre honrado
rechazan todos hoy así?

(A Angela y Roberto)
¡Soy inocente, yo os lo juro!

ANGELA
¡No os acerquéis, no os acerquéis a mi!

BELTRAN
¡Ellos también, oh, santo cielo!
¿Es sueño todo lo que oí?

CORO
(Creyó su crimen ignorado,
tal vez por eso ha vuelto aquí)

BELTRAN
Tú, Señor, que la inocencia
ves brillar desde la altura,
sabes bien que en tu presencia
puedo alzar mi frente pura.
¡De mi nombre envilecido
salva el honor,
y haz que vea confundido
al infame acusador!
¡Víctima fui
de un impostor;
yo espero en tí
piedad, Señor!

SIMON
(Tiemblo y dudo en su presencia,
y al mirar su desventura,
agitada la conciencia
implacable me tortura.
De mi pecho estremecido
huye el valor,
y aterrado y confundido
soy mi propio acusador.
Nunca sufrí
tanto dolor.
¡Piedad de mí!
¡Piedad, Señor!)

ROBERTO y ANGELA
El temor de la evidencia
llena el pecho de amargura.
¡Quiera Dios que su inocencia
vuelva a todos la ventura!
¡Ah, por qué, por qué has nacido,
sueño de amor,
para verte sumergido
en los mares del dolor!
¡Triste de mí!
¡Cuánto rigor!
¡Yo espero en tí
piedad, Señor!

JUEZ, MATEO, MARGARITA y CORO GENERAL
¡Es extraña su imprudencia
de venir a la ventura
donde existe una sentencia
que la muerte le asegura!
Si del crimen cometido
es el autor,
no se explica que atrevido
se presente sin temor.
Yo nunca vi
tanto valor,
él es aquí
su delator.

BELTRAN
(Al Juez)
Vos sois de la justicia
representante aquí;
¡vos mismo mi inocencia
proclamaréis al fin!
¡Si a la justicia humana
hoy ciega torpe error,
tranquilo y resignado
confío en la de Dios!

'SIMON
(¡Qué horrible es el tormento
porque pasando estoy!
¡Un medio de salvarle
inspírame, Señor!)

ANGELA y ROBERTO
(Al verle tan sereno
se ensancha el corazón.
¡Si acaso es inocente,
ampárale, Señor!)

JUEZ
(Al criminal impune
que así la ley burló,
severa la justicia
aplique su rigor)

CORO, MATEO y ANGELA
(Jamás el que villano
un crimen cometió,
rechaza tan altivo
la horrible acusación)

(Beltrán se dirige hacia los gendarmes como entregándose a ellos. Roberto y Angela le contemplan formando grupo. Simón, aterrado, se separa al ver pasar a Beltrán. Cuadro)


FIN DEL ACTO SEGUNDO


ACTO TERCERO

Sala corta de paso. A derecha, izquierda y foro, puertas.


ESCENA PRIMERA

Coro de Hombres y Mujeres, que salen por la derecha.

(Música)

CORO
(Señalando a la izquierda)
Esa es la puerta
del Tribunal:
por aquí el reo
debe pasar.
Hasta que llegue
no dejarán
que los curiosos
entren allá.

¡Pero, silencio,
que ahí viene ya!


ESCENA II

Dichos, Beltrán que, seguido de dos gendarmes, aparece en la puerta del foro y entra lentamente en el Tribunal.

CORO
¡Qué triste el desdichado
y qué abatido está!
Dios haga que inocente
le juzgue el Tribunal.
¡Qué triste va!
¡Qué triste va!

HOMBRES
Entremos a la Audiencia,
que el juicio va a empezar,
y el fallo inapelable
muy pronto dictarán.
¡Vamos allá,
vamos allá! (Entran los hombres)

MUJERES
¿Nosotras, qué hacemos?

OTRAS
Yo dudo si entrar,
porque a mí estas cosas
me impresionan mal.
Y en entrando, tengo
la seguridad
de que por la noche
lo he de recordar.

En cuanto me acuesto
sueño con fantasmas,
unos que me roban,
otros que me matan.
Mi alcoba se llena
de negras lechuzas,
y vienen los duendes
y salen las brujas.
Y aquí me pellizcan,
y allá me atenazan,
y — ¡plún! — de repente
se vuelca la cama.
Y siento unas cesas,
— ¡ay, Jesús, qué horror!
que me pongo, primero muy mala,
y luego peor.

Por ver yo, curiosa,
al guillotinado,
así viva un siglo
no podré olvidarlo.
Recuerdo su cara,
sus ojos recuerdo,
sus barbas, sus dientes,
su voz y sus gestos.
Y de haberle visto
tuve varias noches
una pesadilla
de las más atroces;
pues soñé que el reo,
— ¡ay, qué atrocidad!—
¡me venía a tirar de las piernas
en la oscuridad!

Mas si al fin y al cabo
nos lo han de contar,
casi, casi creo
preferible entrar. (Decidiéndose)
¿Vamos allá?
¡Vamos allá!
¡Ay, qué maldita
curiosidad!
¡Vamos allá! (Entran)


ESCENA III

Mateo, Roberto por la derecha.

(Hablado)

MATEO
Anda, entra conmigo. No seas cobarde.

ROBERTO
No, no puedo. Déjame.

MATEO
Pues yo haré de tripas corazón, pero he de verle. Tai vez, al fin y al cabo, los jueces encuentren hoy alguna prueba a favor suyo.

ROBERTO
Todas le acusan. Ese maldito cuchillo, que unido al proceso, ha conservado, y que, según dice, dejó sin duda olvidado en la hostería y ha reconocido como suyo, es la prueba más convincente. Luego, las declaraciones del señor Simón y de los otros dos testigos, únicos que viven después de tantos años, han confirmado la opinión de los jueces.

MATEO
Pero no la mía.

ROBERTO
Ni la mía tampoco.

MATEO
¿De modo que tú piensas, como yo, que es inocente?

ROBERTO
¿Quién lo duda?

MATEO
Oye, Roberto; yo seré un pedazo de alcornoque, pero tengo un corazón que no me engaña. Y lo que yo digo: si ese hombre fue quien mató al padre de Angela y huyó, y allá en las Indias con el dinero robado hizo fortuna, ¿para qué necesitaba volver aquí, donde debía comprender que pesaba sobre él una sentencia?

ROBERTO
Lo mismo pienso yo.

MATEO
Y si después de tanto tiempo ausente le dio la mala idea de volver a su tierra, puesto que ninguno le ha reconocido, pudo muy bien llamarse de otro modo y nadie habría sospechado que este caballero millonario era aquel mozo miserable.

ROBERTO
¡Claro que sí!

MATEO
Por todo lo cual, digo y repito que mientras él siga sosteniendo, como lo hace, que es inocente y que no tenía ni noticia del crimen, yo le creeré tan honrado y tan bueno como el que más.

ROBERTO
Es imposible que sea delincuente. La seguridad de sus contestaciones en el interrogatorio, aquel acento de verdad que tienen todas sus palabras, lo sereno de su mirada, revelan una conciencia tranquila.

MATEO
Estamos conformes.

ROBERTO
Y esa es la opinión de todos. Sólo vacilan ante las pruebas del antiguo proceso y la convicción que en el pueblo había de que Claudio Beltrán era el asesino del padre de Angela. Yo a veces he pensado: ¿será un sentimiento egoísta el que me hace juzgar a ese hombre inocente? ¿Cerraré los ojos ante la evidencia por los favores que le debo y porque de él sólo depende mi fortuna?

MATEO
¡No! También se me ha ocurrido eso, pero inmediatamente he pensado esto otro: Desde el instante en que fue preso, la justicia, como de costumbre, se apoderó de cuanto él tenía, y aquello que la justicia agarra, tarde ó nunca lo suelta; de modo que hoy por hoy, ese infeliz es más miserable que cualquiera de nosotros. Y sin embargo de esto, y de no esperar recompensa alguna, si hoy, como se dice, le condenan a muerte, yo estoy decidido a salvarle.

ROBERTO
¿Tú? ¿Qué dices?

MATEO
Y si me ayudas, aún confío más en lograrlo.

ROBERTO
¿Pero cómo? ¿Cuál es tu proyecto?

MATEO
Escucha. Ya sabes que el día de la boda, es decir, el día en que debió ser la boda, me despedí del señor Simón diciéndole cuatro cositas muy bien dichas. ¡Como que no pensaba volver! Pero no fue así. En vista de lo ocurrido, y viéndome sin colocación, hablé con Margarita, y ésta con el amo, y me pintó tan arrepentido de haberle dicho aquellas claridades, que el señor Simón, haciendo algo bueno por primera vez en su vida, me admitió de nuevo en la casa y continúo sirviendo en ella.

ROBERTO
Bien; ya lo sé; sigue.

MATEO
Al volver, acariciaba la idea de salvar a ese hombre.

ROBERTO
¿De qué manera?

MATEO
Verás. — El cuarto que le sirve de prisión, y que es el mismo en que estuvo el otro reo, tiene dos puertas. Una da al pasadizo alto y la custodian dos gendarmes; otra comunica con la alcoba del señor Simón, y allí no hay guardia. — Un fuerte cerrojo la asegura, y el amo viene a ser por aquel lado, como quien dice, el único carcelero.

ROBERTO
¡Ya!

MATEO
Enciérrase para dormir, costumbre de gente mala; pero probando yo en la cerradura de la alcoba todas las llaves de la casa, he hallado una con la cual se abre fácilmente. Y aquí está. (Sacándola)

ROBERTO
Bien, pero eso no basta.

MATEO
Déjame concluir. — Hoy está el cielo encapotado y sopla fuerte el viento de tierra, señales casi seguras de que a la noche se repetirá la tempestad de estos días pasados.

ROBERTO
¿Y eso qué?...

MATEO
Ya sabes que el viejo al primer relámpago que ve, se acuesta lleno de terror. Yo entonces, aprovechando su sueño en caso contrario, penetraré en la alcoba, descorreré el cerrojo de la otra puerta, que ya he tenido la precaución de untar con aceite, y sacaré al preso, que puede saltar a la playa por una ventana cualquiera.

ROBERTO
Bueno; ¿y después?

MATEO
Esperas con tu barca amarrada a la orilla y le llevas hasta el bergantín.

ROBERTO
¿Y allí?

MATEO
La tripulación es toda suya. Por interés o por gratitud le juzga inocente como nosotros. El barco es velero, según dicen, y como el viento debe serles favorable para alejarse de la costa, podrán estar ya cerca de Inglaterra cuando se descubra que el pájaro ha volado.

ROBERTO
Arriesgada es la empresa, pero no importa; estoy pronto a ayudarte.

MATEO
Lo mejor será que los jueces le absuelvan y nuestro proyecto se quede en proyecto.

ROBERTO
No lo espero, desgraciadamente.

MATEO
¡Quién sabe! Yo adentro voy.

ROBERTO
Aquí te aguardo con el alma llena de inquietudes.

MATEO
¡Si condenan a este hombre, digo que no hay justicia en la tierral (Entra por la izquierda)


ESCENA IV

Roberto, luego Angela.

ROBERTO
En vano procuro arrancar de mi pecho toda esperanza. Parece que el alma, ansiosa de realizar lo que he soñado, se complace en darme aliento con ilusiones que acaso dentro de un instante se desvanecerán para siempre. ¡Oh, Angela! ¿Tú aquí?

ANGELA
La impaciencia me trae. ¿Sabes algo? ¿Qué dice la gente? ¿Se espera que sea absuelto?

ROBERTO
Todos temen que el tribunal, en vista de las pruebas, confirme la sentencia anterior.

ANGELA
¡Oh, sería horrible! Su muerte no disiparía mis dudas.

ROBERTO
¿Pues tú lo supones culpado?

ANGELA
¿Yo? No lo sé. Estoy loca. A veces creo que la sombra querida de mi padre se me aparece airada porque no aborrezco bastante al asesino. A veces, pienso que ese desdichado es víctima de una acusación infame, de un error inconcebible; que es inocente y que mi padre desde el cielo me dice ámale, hija mía; hazle tú la justicia que los hombres le niegan.

ROBERTO
¡Terrible lucha!

ANGELA
¡Si alguna prueba inesperada pusiera hoy en claro su inocencia y el tribunal le absolviese...

ROBERTO
Su libertad sería nuestra dicha, nuestra fortuna.

ANGELA
Por eso no la espero. Soy muy desgraciada.

ROBERTO
Angela, tengamos confianza en Dios, que no ha de abandonarnos. ¡Quién sabe si muy pronto oiremos partir de allí (Señalando a la puerta del tribunal) el grito de alegría que lancen los que asisten al juicio al escuchar la absolución del acusado!

ANGELA
¡Cuánto sería mi gozo al verle libre! ¡Qué tranquila se quedaría el alma!

ROBERTO
Nuestra felicidad renacería para no desvanecerse nunca.

ANGELA
¡Todos nuestros sueños de amor podrían realizarse!... (Rumor dentro)

ROBERTO
¿Qué es eso? ¿No has oído? ¡La gente habla en voz alta! Acaso se hayan retirado los jueces para pronunciar luego su fallo.

ANGELA
¿Por qué no entras? Yo no tengo valor.

ROBERTO
¡Sí, haré un esfuerzo! todo es preferible a la duda. Espérame.

ANGELA
¡Dios haga que sea portador de la buena nueva!

ROBERTO
¡Ay, Dios lo haga! (Entra)


ESCENA V

Angela, sola.

(Música)

ANGELA
Con él mi esperanza va;
temblando lo espero aquí,
sabe Dios si volverá,
¡triste de mí!

Inquieta el alma mía
y llena de amargura,
las horas de ventura
recuerda en su aflicción;
ayer todo alegría,
hoy luto, llanto y duelo;
¡qué horrible desconsuelo
nubla el corazón!

Mis esperanzas seductoras
ayer risueña concebí;
horas de paz, benditas horas,
¡cuán breves fueron para mí!

Llorando el bien perdido
y en sombras inundada
el alma perturbada
por loca agitación,
anhela del olvido
la fuente hallar tranquila,
mas ya su fe vacila
y pierde la razón.

Dardo cruel, punzante duda
el pecho hiere sin piedad;
¡celeste luz, ven en mi ayuda!
¡Brilla, por fin, santa verdad!


ESCENA VI

Dicha, Roberto; luego Mateo.

(Hablado)

ROBERTO
¡Angela! (Con profundo desaliento)

ANGELA
¡Roberto! — ¡Ah! ¡No me lo digas! ¡No me lo digas! ¡Desventurada de mí! (Cayendo en sus brazos)

ROBERTO
¡Ya no hay esperanza!

MATEO
(Acercándose por detrás sin ser visto de Angela y en voz muy baja) ¡Sí! — ¡Hasta luego! — (Poco he de poder o yo le salvo) (Vase por la derecha)


ESCENA VII

Angela. Roberto, después Beltrán con dos gendarmes, que quedan a la puerta durante la escena.

(Música)

ROBERTO
¡Valor, Angela mía!

ANGELA
¡El ánimo perdí!

ROBERTO
¡Ya sale!

(Al verá Beltrán, Angela y Roberto se disponen a salir)

BELTRAN
(Al verlos) ¡Deteneos!
No huyáis, no huyáis de mí,

(Los dos se detienen)

por caridad, al menos;
tenedme compasión,
y oíd de un desdichado
la triste confesión.

ANGELA
(¿Por qué al oír su acento
mi débil corazón
aun siente por ese hombre
afecto y compasión?)

ROBERTO
(Al escuchar su acento,
leal mi corazón,
de su inocencia adquiere
profunda convicción)

BELTRAN
Al borde del sepulcro
ni el más villano miente;
yo moriré mañana,
mas moriré inocente.
¡Que por perjuro sufra
las penas del infierno,
que mi alma se condene
al padecer eterno,
y que al tocar mi vida
su término fatal,
de Dios maldito sea,
si he sido criminal!

ROBERTO)
¡Callad, callad!

ANGELA
¡Su voz tiene el acento
de la verdad! (Acercándole a él)

BELTRAN
El juicio de los hombres
me declaró culpado;
yo acato su sentencia
sumiso y resignado;
que al ser, por suerte mía,
creyente verdadero,
de un juez que siempre es justo
la absolución espero.
¡Y si el tremendo fallo
mi nombre deshonró...
júzguenme infame todos,
pero vosotros, no! (Llorando)

ROBERTO y ANGELA
¡Nosotros, no! (Acercándose a él decididos)
¡La negra duda impía
del alma huyó!

BELTRAN
¿Vosotros no?
¡Al cabo el alma mía
consuelo halló!
¡Morir puedo ya! Mi adiós postrimero
tranquilo os daré partiendo de aquí.
¡Morir puedo ya! ¡Que al fin cuando muero,
vosotros quedáis llorando por mí!

ROBERTO y ANGELA
¡No quiero dudar! Su labio sincero
al pecho volvió la fe que perdí.
¿Por qué, Santo Dios, hoy, tú justiciero,
el fallo cruel permites así?

BELTRAN
¡Fuerza es sepamos!
¡Con cuánto dolor
os doy, hijos míos,
el último adiós!

ANGELA
¡Cruel despedida!
¡Qué horrible dolor!
¡Oh! ¡Cuánto acongoja
el último adiós!

ROBERTO
(¡Mi vida en peligro
pondré sin temor,
por que este no sea
el último adiós!)

ANGELA
¡Adiós! ¡Adiós!

BELTRAN
¡Estrechen mis brazos
de nuevo a los dos!

(Con acento profundamente dramático)

¡Adiós, hijos míos!
¡Para siempre adiós!

ROBERTO y ANGELA
¡Adiós! ¡Adiós!

(Vase por la puerta del foro. Los gendarmes que han estado durante la escena a la puerta del tribunal, salen tras él. Roberto y Angela vanse por. la derecha 1lorando)

MUTACION


Alcoba con puertas a derecha e izquierda. Esta con un gran cerrojo. A la izquierda una ventana. En el ángulo de la derecha una cama antigua de roble tallado, con grandes colgaduras de lana que la cierran por completo. Junto a la cama una mesita con una lamparilla encendida. Muebles antiguos, un sillón cerca del lecho)


ESCENA VIII

Cesa la música en el momento de entrar por la derecha Simón, que cierra la puerta con llave.

SIMON
¡Ya estoy solo! — Ya puedo respirar libremente. — ¡Qué día tan largo! — (Se sienta) Temiendo siempre inspirar sospechas, aparentando tranquilidad ante los jueces, cuando el corazón se me saltaba del pecho y las piernas apenas podían sostenerme y el cuerpo quería temblar... y no bastaba mi voluntad firmísima para sujetarlo. — ¡Ah! ¡Qué espantoso dial — (Se levanta) Por fin, todo ha concluido... Sí, Pero, ¿cómo? ¡Con un nuevo crimen! Dejando que la ley, esta vez ciega, condene a ese desgraciado... ¿Por qué ha vuelto antes de morir yo? Corta puede ser ya mi vida; por eso, tal vez, temo tanto el perderla... Si él hubiera regresado algunos años más tarde, cuando yo hubiese muerto, habría aparecido inocente a los ojos de todos, y con la declaración que escribí en descargo de mi conciencia, vería reivindicado su nombre aun a costa de la infamia del mío. — ¡Hoy no es posible! La fatalidad le trajo antes, para su desdicha. ¡Dios... no; el infierno lo ha querido!... — Y la suerte, por un horrible sarcasmo, me hace su carcelero. ¡A mí! — Yo podría abrir esa puerta y decirle: ¡Huye! Pero, ¿y mañana? (Separándose de allí) Envuelto en un proceso, la justicia fijaría sobre mí su mirada escrutiñadora, y acaso pudiera ver lo que milagrosamente se ha ocultado a sus ojos. — No; no puede ser.  — Yo querría salvarle; pero, ¿cómo? — Arde mi cabeza. (Se dirige a la ventana y la abre) ¡Ah! ¡Cuánto me consuela el viento fresco de la noche! ¡Siento en el pecho una angustia tan honda! ¿Qué es esto que pesa sobre mi corazón? Parece que en todo ese inmenso espacio no hay aire bastante para que yo respire. (Brilla un relámpago) ¡Jesús me valga! (Retirándose de la ventana) ¡La tempestad! ¡Dios misericordioso, haced que se aleje, que no llegue el trueno a mis oídos! (Otro relámpago y trueno) ¡Ahí (Se acerca y cierra violentamente la ventana) Con la tormenta vienen a mi memoria los recuerdos de aquella noche horrible. Veinte años han pasado y parece que ha sido ayer. Diviso entre sombras la playa, adonde llegan mugiendo las olas encrespadas del mar; oigo el estampido de los truenos, y a luz del relámpago veo a aquel hombre envuelto en su capote, resguardando a la criatura... llegar junto a la roca... y allí... (Se oye un trueno más cercano) ¡Oh! Sí; fue horrible el crimen; pero el castigo es muy grande,.. Todo el fragor de la tormenta retumba en mi cerebro, y me aturde y me enloquece, (Va con paso vacilante hacia la cama, en la cual se apoya) ¡Perdón, Dios mío! (Cae de rodillas tapándose los oídos con ambas manos) ¡Aplaca tu cólera un momento, ten piedad de mí! (Se oye un trueno muy cercano. Simón, aterrado, abre las cortinas de la cama y se deja caer sobre ella)

(Música)

Se desencadena la tempestad. A poco, la pared del fondo de la alcoba desaparece, viéndose a través de una niebla misteriosa la playa erizada de rocas y el mar alborotado, sobre cuyas aguas se agita un barco con las velas recogidas. A la luz de los relámpagos, única que alumbra casi constantemente la escena de la aparición, se ve salir por la izquierda a Simón, que se oculta tras una roca de la derecha. Después el padre de Angela, cubierto por un largo capote, lleva de la mano una niña como de dos años de edad. Al aproximarse á la roca, detrás de la cual le espera Simón, toma en brazos a la niña, dejando para esto en el suelo el maletín, que recoge después; resguarda bajo la capa a la niña, y entra por la derecha. Simón sale de su escondrijo inmediatamente y le asesta el golpe a la vista del público. El hombre cae dentro dando un grito. Trueno espantoso, todo lo grande que pueda hacerse. Antes que acabe, se ve pasar corriendo a Simón, que lleva el maletín y mira aterrado hacia atrás. La pared vuelve a cerrarse, y cesa la música.


ESCENA IX

Simón, en la cama, Mateo, que abre la puerta de la derecha y entra con el mayor sigilo.

(Hablado)

MATEO
¡Dios me ayude! (se santigua) ¡Si tuviera cascabeles en las pantorrillas, valiente música se armaba! El señor Simón está dormido, sin duda, pero bueno será cerciorarse... (Se acerca a la cama y escucha ) ¡Como un tronco! (Levanta la cortina y se ve a Simón, que da la espalda a la escena) Cuando despiertes mañana, buen chasco te vas a llevar, viejo marrullero, (Simón se vuelve de pronto de cara al público) ¡Huy! (Ocúltase detrás de la cortina envolviéndose en ella rápidamente) ¡Qué susto me ha dado!

SIMON
¡Ay de mí!

MATEO
Se conoce que sueña. Mejor. Eso prueba que duerme profundamente. Aprovecharé el tiempo. (Deja caer la cortina que cierra la colgadura casi por completo) ¡Cómo se va a quedar el preso cuando me vea! Ahora sólo falta que rechine el cerrojo. (Descorriéndolo) Así, poquito a poquito. Mateo, no lo eches a perder. No. El unto hizo su efecto. Ya está. (Respirando con mucha fuerza) Ahora abriré con precaución. (Abre la puerta ) |Ah! (Poniéndose un dedo sobre la boca) ¡Chis! ¡Chis! (Hace señas a Beltrán para que salga)


ESCENA X

Dichos y Beltrán.

BELTRAN
¿Qué es esto?

MATEO
¡Silencio! Venid acá y empujad esa puerta, no vayan a oírnos los gendarmes que guardan la otra.

BELTRAN
Pero, ¿a qué vienes?

MATEO
Hablad más bajo, que el señor Simón está durmiendo allí.

BELTRAN
¿Y cómo has podido?...

MATEO
¡Ingeniándome! No soy tan torpe como parezco.

BELTRAN
¿Y qué quieres de mí?

MATEO
¡Salvaros!

BELTRAN
¿Qué dices?

MATEO
Sé que sois inocente...

BELTRAN
¡Oh, gracias! ¡Aun queda en el mundo quien me hace justicia!

MATEO
¡Chis! Y he preparado vuestra fuga.

BELTRAN
¡Cómo!

MATEO
Todo está dispuesto. Roberto aguarda en esa orilla con su barca para llevaros hasta el bergantín. La tripulación está pronta a levar anclas en cuanto lleguéis.

BELTRAN
¡Imposible!

MATEO
¿Qué decís?

BELTRAN
Yo os lo agradezco, pero no puedo aceptarlo.

MATEO
¿Por qué?

BELTRAN
¡El que es inocente, no huye!

MATEO
¡No huye, pero le ahorcan!

BELTRAN
Es inútil que insistas. O salir de aquí a la luz del día, con la frente muy alta, volviendo a llevar mi nombre sin mancilla, o esperar sólo en Dios y morir resignado.

MATEO
¡Eso es una locura!

BELTRAN
Además, huyendo por aquí, sería responsable el señor Simón, y la justicia le pediría cuenta de mi fuga.

MATEO
¡Pues podéis estarle agradecido! En sus declaraciones maldito si se ha cuidado de favoreceros.

BELTRAN
El, diciendo la verdad, ha obrado conforme a su conciencia, y no me quejo, yo sigo los impulsos de la mía.

MATEO
Pero pensad que mañana...

BELTRAN
Mañana dejaré de sufrir.

MATEO
¡Venid conmigo! Aquí os aguardan la deshonra y la muerte; allí la libertad y la vida. De rodillas os lo suplico.

BELTRAN
Levanta y déjame. Yo te agradezco con toda mi alma este último esfuerzo... pero... no... no debo aceptar.

MATEO
Pensadlo bien, luego será ya tarde.

BELTRAN
Vete y recibe este abrazo en prueba de eterna gratitud y de entrañable cariño. (Abrazándolo)

MATEO
¡Demonio con el hombre! (sollozando) Vamos, decidíos. Es cuestión de un momento. Salimos de aquí, saltáis por la ventana.

BELTRAN
No. Adiós.

MATEO
(¡Si Roberto lograse convencerle!...)

BELTRAN
Hasta mañana. Di a Roberto y a Angela que vuelvan por aquí. Necesito oír otra vez de sus labios que no me juzgan delincuente.

MATEO
Bueno; ya que os empeñáis... quedad con Dios.

BELTRAN
Adiós, mi buen amigo.

MATEO
Sí que lo soy; eso podéis asegurarlo.

BELTRAN
Y... cierra bien esta puerta El corazón es cobarde, podría ocurrírseme la idea vergonzosa de escapar... (Entra)


ESCENA XI

Mateo; Simón, dormido.

MATEO
¡Este hombre es Un Santo! (Cierra la puerta) ¡No echo el cerrojo! A ver si le da esa idea que él llama vergonzosa. Y ahora buscaré a Roberto. Quizá consiga él...

SIMON
¡Favor! ¡Socorro!

MATEO
¿Eh? ¡Caracoles! Se conoce que sueña a voces. (Acércase a la cama y levanta los cortinajes, viéndose a Simón) ¡Cómo tiembla! Le castañetean los dientes. Por lo visto tiene una pesadilla. Si se le ocurriera despertar...

SIMON
¡El acusado! ¡Yo!

MATEO
¿Qué dice?

SIMON
¿Quien se atreve a acusarme? ¿Dónde están las pruebas? ¡No existe ninguna! ¿Que vaya al tribunal? ¿Para qué? Ya he declarado como testigo. Ya han condenado al otro ... ¡Al otro! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡La justicia! ¡Buena está la justicia!

MATEO
¡Demonio! Yo he de oír todo lo que diga.

SIMON
¡Ja, ja, ja, ja! (Gritando alterado ) ¡Los gendarmes! ¡Dejadme! ¡No quiero ir! ¡No quiero ir! (Mateo se sienta en la cama y aplica el oído)

(Música en la orquesta)


ESCENA XII

Desaparece, como antes, la pared del fondo y se ve el Tribunal a la -izquierda. En el centro un banquillo. A la derecha, detrás de la barra, pueblo que asiste con interés al juicio. El Juez y otros dos con pelucones blancos y largos y togas negras. El escudo de armas del primer imperio francés en la pared de la izquierda. Al verificarse la aparición todas las figuras del cuadro están inmóviles. El Juez agita la campanilla, QUE NO SUENA. Preséntase un Ugier por la puerta del foro.

JUEZ
(Indica ordenar que se presente el acusado. El Ugier levanta la cortina de la puerta del foro y aparece la contrafigura de Simón entre dos gendarmes El Juez le manda sentarse en el banquillo)

SIMON
¿Que me siente yo ahí? ¿En el banquillo del acusado? ¿Por qué? Yo soy inocente, yo no he hecho nunca mal a nadie. (La contrafigura de Simón moviendo los labios y accionando, figura, durante todo el cuadro, decir lo que pronuncia Simón en la cama, lo más simultáneamente posible)

JUEZ
(Indica a los gendarmes que obliguen a sentarse a Simón. Ellos lo hacen y se retiran dos pasos atrás junto a la barra)

JUEZ
(Figura dirigir a Simón duras acusaciones mientras habla Mateo)

MATEO
¿Tendrá una pesadilla, o será cierto lo que he sospechado siempre de que este viejo es un tunante? (Escucha con mayor ansiedad)

SIMON
¡Yo no he escrito ese documento! ¡Mentira! ¡Mentira! ¿Por qué había de declarar bajo mi firma que Claudio Beltrán era inocente y que yo había asesinado al padre de Angela?

MATEO
¡Dios mío! ¿Qué está diciendo este hombre?

JUEZ
(Levantándose señala a la contrafigura con ademán enérgico)

SIMON
¿Que guardo esa declaración en el pecho? ¡No es verdad!

JUEZ
(Manda a los gendarmes que sujeten a Simón y le saquen del pecho el documento. Ellos obedecen)

SIMON
¡Dejadme! (Llevándose las manos al pecho y casi incorporándose en la cama)

MATEO
¿Será cierto todo lo que dice?

SIMON
(Resistiéndose) ¡Ni los gendarmes ni nadie me lo arrancarán!

MATEO
¡Y forcejea! ¡Pues yo he de ver si es realidad o pesadilla! (Procurando desabrocharle el chaleco al mismo tiempo que los gendarmes a la contrafigura) ¡Cómo se resiste el condenado! ¡Oh, sí, si! ¡Aquí hay un pliego! (sacándolo) ¡Aquí esta!. (A esta última frase, el gendarme, que ha sacado el pliego del pecho de la contrafigura, lo enseña y se acerca a entregárselo al Juez. Desaparece la visión, cerrándose de nuevo la pared rápidamente) ¿Qué será esto? ¡Corro en busca del Juez! (Sale por la derecha y cierra por fuera la puerta)


ESCENA XIII

Simón, despierta despavorido y salta del lecho.

SIMON
¡Oh! ¡Qué terrible 3ueño! ¡Sí, sueño ha sido! Estoy solo. ¡Ah! (Reparando de pronto en el desorden de su ropa ) ¡Me lo han robado! ¡Me lo han robado! (Con acento de horrible desesperación) ¿Quién ha podido entrar aquí? ¿Dónde está el pliego? ¿Dónde? ¿Quién ha sido? (Va hacia la cama y luego a la puerta derecha) ¡Cerrada está! ¿Por dónde han entrado?... ¡Ah!... (Yendo a la de la izquierda) ¡El ha sido, él! Pero, ¿cómo? ¡Pierdo la razón! ¿Quién ha abierto ahí? ¡Oh! ¡Si aún es tiempo yo lo recobraré! (Saca de la mesilla un puñal, y armado con él abre la puerta de la prisión. ¡Salid, miserable!


ESCENA XIV

Dicho y Beltrán.

BELTRAN
¿Qué es esto?

SIMON
(Cogiéndole de un brazo y amenazándole con el arma) ¡Dame ese pliego ó mueres!

BELTRAN
¡Estáis loco! ¿De qué me habláis? (Sujetándole con violencia)

SIMON
¿No has sido tú? ¡No has sido tú! (Aterrado)

BELTRAN
¡Serenaos! ¿Qué os pasa?


ESCENA XV

Dichos, Mateo y Juez.

MATEO
¡Adelante, señor Juez! ¡Adelante! (Abriendo la puerta)

SIMON
¡Oh! (Dejando caer el arma)

MATEO
¡Ahí tenéis a esa buena alhaja!

JUEZ
¡Daos preso, miserable!

BELTRAN
¿Qué dice?

SIMON
¡Piedad de mí! ¡Perdón! (Cayendo de rodillas)

BELTRAN
Pero, ¿qué es esto?

JUEZ
¡Ah! ¿Vos aquí?

MATEO
He abierto yo la puerta; si merezco castigo que me lo impongan inmediatamente. (Arrodillándose también de manera que haga cómico contraste con la figura de Simón)

JUEZ
¡No! (A Beltrán) ¡Venid a mis brazos! ¡Mañana el tribunal proclamará vuestra inocencia! Y en cuanto a vos... (A Simón)

SIMON
¡Piedad, piedad de mí! (Arrastrándose de rodillas)

JUEZ
Basta, desdichado, (Haciéndole levantar) ¡La justicia humana puede equivocarse, pero nunca yerra la de Dios! (Empujándole hacia la prisión) Esperad ahí vuestro castigo.

SIMON
¡Misericordia de mí! ¡Misericordia! (Entra)

JUEZ
(A Mateo) ¡Cerrad la puerta!

MATEO
Ya lo creo. Ahora sí que echo con gusto el cerrojo! (Haciéndolo sonar mucho)


ESCENA ULTIMA

Dichos, Roberto y Angela, por la izquierda.

BELTRAN
¡Roberto! ¡Angela! (Al verlos)

ANGELA
¡Perdón!
¡Perdón por haber dudado!

BELTRAN
¡Hijos de mi corazón! (Abrazándolos)
Logró, al fin, mi nombre honrado
la justa reparación.

JUEZ
¡Sí, la tendrá!

MATEO
(Que ha abierto la ventana, iluminándose la escena con la luz de la aurora)
¡Ya es de día!

ROBERTO
El sol que alumbrar debió
vuestra espantosa agonía,
vertiendo luz y alegría,
por vuestra dicha brilló.

ANGELA
¡Bendita su claridad!

BELTRAN
¡Ya en la inmensidad del alma,
como en esa inmensidad,
a reinar vuelve la calma
después de la tempestad!

(Cuadro. -Telón rápido)



FIN DE LA OBRA


A los directores de escena de los teatros de provincia. Una de las causas más poderosas del grandísimo efecto producido en el público por el acto tercero de este melodrama, ha sido indudablemente la precisión y exactitud con que se han ejecutado las dos apariciones fantásticas. Se necesita, para conseguir, como deseo, el mismo resultado en cuantos teatros se represente, que la decoración del último cuadro se pinte y construya a propósito, procurando que tenga marco ó varillaje de madera el rompimiento del foro. Así se evitará que moviéndose el telón antes de las mutaciones, comprenda el público que en aquella pared va a suceder algo extraordinario. A la sorpresa ha de deberse una gran parte del efecto. La gasa que cubra el hueco del rompimiento será azul, y la luz de ambas apariciones, poca, verdosa y pálida.


Información obtenida en:
https://archive.org/details/latempestadmelod00ramo

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