Las Nueve de la Noche (Libreto)



LAS NUEVE DE LA NOCHE



Zarzuela en tres actos.

Texto Gaspar Gómez Trigo y Francisco Bermejo Caballero.

Música de Manuel Fernández Caballero y José Casares.

Representada por primera vez en el Teatro de la Zarzuela el 19 de Octubre de 1875.


REPARTO (Estreno)

María - Doña Matilde Franco.

Teresa - Doña Amalia Sandoval.

Juan - Don Manuel Sanz.

Capitán - Don Enrique Ferrer.

Alcalde - Don Julián Jimeno.

Mozas, Mozos, Muchachos del pueblo y Soldados.

La escena en una aldea de Aragón. —Año de 1837.

Advertencia. Los artistas encargados de representar esta zarzuela, deben tener presente que en la partitura de la misma hay varias piezas ó números, especialmente el primero, entre cuya letra y la de los respectivos cantables del libro, existen ligeras variantes que las conveniencias musicales han aconsejado hacer, pero que en nada alteran la índole de la obra.


ACTO PRIMERO

Decoración de calle: a la izquierda del actor, y en primer término, la casa del Alcalde con portón practicable: al lado de éste una reja.


ESCENA PRIMERA

Teresa, Junto al proscenio, de pie, leyendo para sí una carta: Mozas, saliendo por el foro de la izquierda; luego los Mozos; después el Alcalde.

(Música)

UNAS
Silencio, silencio,
con tiento llegad;
Teresa, de dudas,
nos puede sacar.

OTRAS
Está pensativa,
muy triste hoy está;
su dulce reposo
no es justo turbar.

UNAS
Lleguemos.

OTRAS
Volvamos,

UNAS
Un paso no más;
despacito, quedito lleguemos,
y en alegre sorpresa troquemos
su oculto pesar.

OTRAS
Volvamos.

UNAS
Lleguemos.

OTRAS
Un paso no más;
callandito de largo pasemos,
y si triste y llorosa la vemos,
volvamos atrás.

(Avanzan de puntillas hasta colocarse a conveniente distancia de Teresa, y dicen)

UNAS
Una carta lee,
¿quién la escribirá?
Ya vencer no puedo
la curiosidad.

OTRAS
Si por las señales
hemos de juzgar,
es carta de amores.
¿Quién será el galán?

UNAS
Sepamos.

OTRAS
Callemos.

UNAS
¡Silencio!

OTRAS
¡Callad!

TERESA
(Dejando de leer y sin cuidarse de lo que pasa en escena)
Sal para siempre del alma mía,
vaga esperanza de un loco amor,
que en el silencio de noche umbría
y en el bullicio de claro día,
eres mi ensueño fascinador.
Perdido el bien ansiado
de mi insensato afán,
jamás de mi ventura
el día brillará.
¡Jamás! ¡Jamás!

TODAS
Sus lágrimas denuncian
la pena que le acuita,
alguna mala nueva
la carta le traerá.
¿Qué será?

TERESA
Tú eras el nuncio de mí contento,
yo en mis ensueños volaba a ti,
y en los suspiros que doy al viento,
acongojada, falta de aliento,
la fe del alma se va de mí.
Perdido el bien ansiado
de mi insensato afán,
jamás de mi ventura
el día llegará.
¡Jamás! ¡Jamás!

TODAS
Sus lágrimas denuncian
la pena que le acuita,
alguna mala nueva
la carta le traerá.
¿Qué será?

UNAS
Veamos, lleguemos, de dudas salgamos,
salgamos de dudas, sepamos lo que es.

OTRAS
¡Silencio, silencio! ¡Pregonan el bando!
La gente a este sitio se lanza en tropel.

(Mozos saliendo por el foro de la izquierda y confundiéndose con las Mozas)

UNOS
Asuntos son estos
de mucho interés,
que a todos nosotros
importa saber.

OTROS
¡Aquí del Alcalde!
Ninguno como él
de lo que pregonan
nos puede imponer.

UNOS
¡Que salga el Alcalde!

OTROS
¡Que salga! Bien, bien.

ALCALDE
(Saliendo)
Aquí está el Alcalde.
¿Qué hay? ¿Qué queréis?

TODOS
Queremos que nos diga,
si gusta su mercé,
lo que por los indicios
aquí va a suceder.
Queremos que ese bando
explique su mercé.

ALCALDE
El bando es un aviso
que al pueblo hace saber,
la próxima venida
de tropas, y a la vez
lo que llegado el caso
debéis todos hacer.
¡La guerra va en aumento!

TODOS
¡La guerra!

ALCALDE
¡Sí, pardiez!
Mas para que termine,
porque es guerra cruel,
prudentes y animosos
debemos todos ser.

TODOS
¡La guerra va en aumento!
¡La guerra es cosa cruel!
Prudentes y animosos
debemos todos ser.

ALCALDE
Nosotros a la Reina
juramos defender,
y nunca juró en vano
el pueblo aragonés.
Mas no debemos
desconocer
que nuestros enemigos
españoles son también.
Prudencia y animo
es menester.

TODOS
¡Prudencia y animo!
dice muy bien.

ALCALDE
No hay que apurarse,
no hay que temer;
tened confianza,
tened todos fe,
y cada cual cumpla
con su deber.

TODOS
¡Dice muy bien!
Cumplamos todos
nuestro deber.

ALCALDE
Idos tranquilos.

TODOS
¡Dice muy bien!
Cumplamos todos
nuestro deber.

(Vanse los Mozos y las Mozas por distintos lados: el Alcalde les acompaña hasta el foro)


ESCENA II

María, saliendo de la casa; Teresa y el Alcalde.

(Hablado)

TERESA
(A María) ¿A qué vienes aquí?

MARIA
Yo, señora...

TERESA
Sí, tú, que ahora con ese airecito parece que no eres capaz de romper un plato; pero que hace un momento, cuando esas buenas gentes te preguntaban lo que van pregonando, estabas tan hueca y tan vanidosa como si fueras la misma alcaldesa en persona. ¡Ya se ve! como cuando llega la hora de comer, a la señorita no le falta un plato en la mesa, y para los domingos tiene una saya y una cinta que lucir, ha creído que todos somos iguales, y no se le da nada porque los quehaceres de la casa anden como Dios quiere.

MARIA
Líbreme el cielo, señora, de olvidar quién soy y lo que a usted y a su hermano debo. Crea usted que si alguna vez tengo la desgracia de faltar en algo, es por ignorancia y bien contra mi voluntad. Yo hago cuanto me mandan lo mejor que puedo.

TERESA
Conque lo mejor que puedes, ¿eh?

MARIA
Sí señora: y además, no me olvido nunca de pedir a Dios por mis bienhechores.

TERESA
Ni palabra mala, ni obra buena. ¡Qué apostamos a que si dejo hablar a esta bachillera tengo que pedirla perdón! (María se enjuaga las lágrimas con el delantal) ¿No digo? Ya la tenemos convertida en una Magdalena. Con llorar y con hacerse la mosquita muerta, lo arreglamos todo. Vamos a ver. ¿Querrá usted decirme por qué ha salido a la calle? ¿Qué tenía usted que hacer aquí?

ALCALDE
Cumplir con lo que yo la he mandado. Ha venido a pedirte la carta de Juan que te guardaste anoche. (A María) Retírate, hija; cuida de poner un plato más en la mesa, y saca un buen jarro de lo añejo, por si acaso tenemos hoy algún convidado. (María entra en la casa)


ESCENA III

Teresa y el Alcalde.

ALCALDE
Vas echando muy mal genio, Teresa: tratas mal a María. Por un quítame allá esas pajas, ó porque te se antoja, la enderezas unas reprimendas que la haces llorar.

TERESA
(Con ironía) En cambio tú la tratas con tanto mimo como si fuese hija tuya.

ALCALDE
¡La trato con mimo, porque se lo merece, porque así lo he prometido y porque lo manda Dios!... María es hija de mi amigo Cenón, de aquel valiente que peleó, como yo, por la independencia de su patria, y como yo, regó con su sangre los muros de Zaragoza. Cuando ya nada tenía que hacer con los franceses, tomó su absoluta, vino al pueblo y se casó, un año después tuvo una hija, que le costó la vida a su madre. Cenón trabajaba como un negro para que nada faltase a María. Tenía ésta tres años cuando vinieron una noche á llamarme de parte de mi amigo, que estaba enfermo. Mi pobre mujer, que en paz descanse, quiso acompañarme. Fuimos allá y encontramos a Cenón espirando. «Jorge, me dijo, María queda sola en el mundo.» Aquí estamos nosotros, dijimos mi mujer y yo, y como si la muerte no hubiera esperado otra cosa, se lo llevó. Trajimos la chica a casa y... ¡Voto a Cribas! Que no me pesa, porque es dócil y agradecida, y sobre todo, ha cuidado a mi mujer con un cariño que... vamos, lo mismo que si hubiera sido su
madre. Cuando enviudé te ofreciste a vivir en mi compañía, y durante los primeros meses las cosas marcharon bien, y querías a María casi tanto como yo; pero de algún tiempo a esta parte, no la miras con buenos ojos, ni encuentras bien nada de lo que hace.

TERESA
Porque se ha vuelto orgullosa, holgazana y respondona.

ALCALDE
¿Quién, María?

TERESA
Sí, Jorge, sí. Y tú tienes la culpa: siempre sales a su defensa: lodo lo que hace María está mejor que lo que hacemos los demás, y con estas cosas la chica va tomando unas alas que... ¡ya, ya! ¡Como que se cree el ama de la casa!

ALCALDE
Eres injusta, Teresa. María es la humildad misma, y aunque tuviese los defectos que tú la achacas, deberías corregirla con dulzura; pero nunca echarla en cara la hospitalidad que yo la he dado, para no hacerla amargo el pan que come en mi mesa, pan que, después de lodo, ella gana con su trabajo.

TERESA
(Picada) Ya sé yo que esta es tu casa y por consiguiente que tú eres el amo.

ALCALDE
No lo digo por ofenderte, Teresa. Al fin y al cabo somos hermanos, y... ¡pero, qué demonio! A mí me gusta llamar al pan, pan, y al vino, vino. ¿Qué culpa tiene la chica de no ser fea y de tener menos años que tú?

TERESA
¿Eso es decir que yo tengo envidia de María?

ALCALDE
Envidia precisamente... no. Pero como vosotras las mujeres sois así...

TERESA
(Irritada) Mira, Jorge...

ALCALDE
(Interrumpiéndola) ¡Eh! no hablemos más de esto.

(Oyense a lo lejos tambores y cornetas) ¡Pero, Calla! Esos tambores anuncian la llegada del destacamento. Adiós. Tengo las boletas por extender y no puedo detenerme. Conque desarruga el entrecejo, y sin perder un momento, procura que todo esté dispuesto según he prevenido. Vamos, despacha. (El Alcalde entra en la casa; Teresa le sigue)


ESCENA IV

Juan, Mozas y Mozos del pueblo y Soldados.

(Música)

MOZAS
(Saliendo por el foro de la izquierda y dirigiéndose a la derecha)
¡Ya cruzan por allí!
¡Ya vienen por acal
Venid, venid, venid,
llegad, llegad, llegad.

MOZOS
(Saliendo por el mismo lado)
¡Ya asoman por allí!
¡Ya vienen hacia acá!
¡Qué grato tararí!
¡Qué alegre rataplán!

TODOS
¡Unos vienen por aquí,
otros marchan por allá.
¡Qué apostura tan gentil
 y qué marcialidad!
¡Si se quedan aquí,
fiestas no faltarán;
habrá música y baile,
música y baile habrá!
¡Ay, qué gusto, qué gusto, qué gusto!
¡Qué gusto me da!

(Los Soldados del destacamento, precedidos de tambores y cornetas y de varios muchachos del pueblo, que con su actitud y ademanes procuran imitarles, salen por el foro de la derecha, atraviesan el escenario en dirección de la izquierda, deteniéndose, dando frente al público, cuando, independientemente de la orquesta y con entonación vigorosa, lo indique la voz de)

JUAN
¡Alto! ¡Frente a la derecha!...
¡Firmes!... ¡Descansen!... ¡Ar!...
¡Salve, nido de amores!
¡Salve, rico vergel!
Venturosos hoy mis ojos
te contemplan otra vez.

(Dirigiéndose a lo» Soldados y señalando a la derecha)

Aquella de mis padres
morada fue,
y este el pueblo en que las brisas
arrullaron mi niñez.

SOLDADOS
El cielo a su tierra
le trajo con bien.
¡Qué dicha! ¡Qué dicha!
¡Oh! ¡Quién fuera él!

MOZOS y MOZAS
El cielo a su tierra
le trajo con bien.
¡Qué dicha! ¡Qué dicha,
volverle hoy a ver!

JUAN
Hoy por fin de nuevo aspiro,
lleno el pecho de ilusión,
de tu ambiente perfumado
el aroma embriagador.
Hoy por fin podrá mi alma
escuchar la dulce voz
de la hermosa a quien adoro,
de la prenda de mi amor.
¡Oh, noble tierra mía!
Tu puro, ardiente sol,
como en ninguna otra,
me consuela y da calor.

Salud, amigos míos.

MOZOS y MOZAS
Salud, amigo Juan.
Mucho será tu gozo
al verte en el lugar.
De tan atroz campaña
rendido te hallarás.

JUAN
En ella por la Reina
mi sangre supe dar;
a sus rudos embates
no me rendí jamás.

MOZOS Y MOZAS
Siempre fue la milicia
tu más bello ideal.

JUAN
Es vida encantadora
la vida militar.
El hombre que valiente
henchido el pecho siente
de amor y de esperanza,
de brío militar,
en ancho campamento
encuentra su elemento,
su gloria más preciada
en ir a pelear,
al amante y bendito recuerdo
de su patria, su madre y su hogar.
Siempre late su pecho
feliz y satisfecho
si llegan sus fatigas
el triunfo a coronar.
Bella es la vida
del bravo militar.
Reír, beber, cantar,
sentir, luchar, vencer,
al amante y bendito recuerdo
de su patria, su madre y su hogar.

TODOS
Sentir, luchar, vencer,
reír, beber, cantar,
al amante y bendito recuerdo
de su patria, su madre y su hogar.

(Juan tercia el fusil, y con entera independencia de la orquesta, dice:)

¡Firmes!... ¡Vuelta a la izquierda!..
De frente... marchen... ¡Ar...!

(Vanse todos menos Juan, por la izquierda, en la misma forma que vinieron por la derecha. Los Mozos, las Mozas y loa muchachos les siguen)


ESCENA V

Juan y el Capitán; después Teresa; luego el Alcalde.

(Hablado)

JUAN
(Acercándose al Capitán que sale por la derecha y saludando militarmente) ¡Mi Capitán!...

CAPITAN
Anúncieme usted al Alcalde.

JUAN
(Dando con la mano varios golpes en la puerta) ¡Ah de casa!

TERESA
(Saliendo sin ver a Juan) ¿Quién llama? ¡Qué se ofrece?

JUAN
¡Salud, y viva España!

TERESA
¡Qué miro! ¡Juan!

JUAN
(Terciando el arma) Presente, señora Teresa.

CAPITAN
(A Teresa) Dios guarde a la moza más garrida que hay en toda la comarca. (¡Vaya una hembra!)

JUAN
(Al Alcalde que aparece en la puerta) Buenos días, Señor Jorge.

ALCALDE
¡Muchacho! ¡Tú por aquí! Vengan esos cinco. Así, hombre, aprieta... (Examinándole) ¿Sabes que te sienta bien el uniforme y que tienes unos bigotes...?

CAPITAN
(Que ha estado hablando con Teresa) Lo dicho: es usted muy guapa.

ALCALDE
Perdone usted, señor Capitán. Pero con la satisfacción de ver a este muchacho, que es hijo del pueblo, no había caído en la cuenta de saludar a usted.

CAPITAN
Es natural; cuando uno se encuentra con un amigó de quien ha estado separado mucho tiempo...

ALCALDE
¿Cuánta gente trae usted?

CAPITAN
En número, ochenta hombres; pero en calidad, doscientos, alegres y decidores, sobre todo con las muchachas; pero subordinados y valientes en todas ocasiones.

ALCALDE
¡Otra! ¡Como que son españoles! Por eso me duele tanto esta maldita guerra, porque nuestros enemigos son españoles también.

TERESA
(Reparando en las charreteras de Juan ) ¿Qué quieren decir esas charreteras?

JUAN
(Acariciándose el bigote) ¡Qué soy Sargento primero!

CAPITAN
Y no tardaría en ser algo más, digo, ya lo sería, si no contase tanto el tiempo que le falta para tomar su licencia.

JUAN
Muchas gracias, mi Capitán. Pero... ¡Qué diablos! Lleva ya uno tanto tiempo separado de los parientes y de los amigos, que... la verdad, ya tiene uno gana de volver a estar con ellos.

TERESA
Tiene razón. Y además, la guerra debe ser una cosa muy mala.

CAPITAN
No es muy buena. (Aparte) Me parece que a esta moza no la disgusta Juan. (¡Y vaya si es guapa!) Conque señor Alcalde, ¿tiene usted dispuestos los alojamientos? Los muchachos vienen cansados y a mí no me vendrá mal algún reposo.

ALCALDE
En cinco minutos estará la gente alojada, Pero antes quisiera pedir a usted un favor.

CAPITAN
Si depende de mí, concedido.

ALCALDE
Pues quisiera que se quedase usted con nosotros, y si la disciplina no se opone a que usted y Juan tengan el mismo alojamiento...

CAPITAN
La guerra permite hacer cosas que en tiempo de paz no pueden hacerse. Aceptado, y desde este momento somos sus huéspedes.

ALCALDE
(Aparta) Me gusta este Capitán. ¿Quiere usted que entremos en la habitación?

CAPITAN
¿Por qué no? (E1 Capitán y el Alcalde entran en la casa)


ESCENA VI

Teresa y Juan.

TERESA
¡Vaya con el bueno de Juan! ¡Quién había de suponer que después de tanto tiempo te presentarías así... repentinamente... sin avisarnos hasta la víspera de tu llegada!... ¿Y cómo lo has pasado por esas tierras?

JUAN
Yo lo paso bien en todas partes; aunque, si he de decir la verdad, quisiera no volver a salir de aquí.

TERESA
Ya he oído que deseas volver al pueblo.

JUAN
Es mi pesadilla, señora Teresa. ¿Y cómo no? ¡Sí en este pueblo está... lo que yo más quiero! Por eso al abandonarle, cuando me tocó la quinta... no me da vergüenza decirlo, lloré como un niño. ¡Pero como no había más remedio que marchar, hice de tripas corazón, y me marché... y me dije a mí mismo: paciencia, Juan, que si está de Dios, tú volverás. Esto me dio animo y me ha hecho esperar con resignación el día que debo tomar mi licencia. ¡Pero a medida que este día se acerca, siento una comezón que... cuento los meses, los días, las horas y hasta los minutos que faltan!

TERESA
¡Quién lo había de pensar! ¡Tú, que parecías tan aturdido .. y que habrás corrido tanto!

JUAN
Yo no sé si era aturdido ó no. Lo que sé es... ¿Ha querido usted de veras alguna vez?

TERESA
(Algo turbada) Sí... yo quiero de veras a mi hermano... a... los vecinos...

JUAN
No es eso. Usted habla de querer así... en general, Pero lo que yo pregunto es si ha querido usted... en particular

TERESA
No entiendo...

JUAN
¿Ha estado usted enamorada?

TERESA
¿Por qué me haces esa pregunta?

JUAN
Porque si lo ha estado usted... debe saber que quien bien ama, nunca olvida.

TERESA
(Con visible agitación y para sí) ¡Ahí (Vivamente y acercándose a Juan) Luego tu deseo de volver al pueblo es...

JUAN
¡Por María!

TERESA
(Con marcado disgusto) ¡Ya! (Aparte) ¡Necia de mí que imaginaba!... (Tratando de disimular) Pues... yo creía que con la ausencia, y la vida de soldado y con esas charreteras, cambiaría tu modo de pensar, y por consiguiente, que tratarías de casarte con otra mujer que valga más que María.

JUAN
¿Más que María?

TERESA
Sí, porque ella es una huérfana que no tiene sobre qué caerse muerta.

JUAN
Eso no importa. Juan sabe trabajar y no tiene más que una palabra. Además, ¿no valen el corazón y los sentimientos de María más que todos los tesoros del mundo?

TERESA
(Con intención) ¡Juan, tú hace mucho tiempo que faltas del pueblo, y... no es oro cuanto reluce!

JUAN
¡María es un ángel!

TERESA
(Con despecho) Al menos tiene el don de parecerlo.


ESCENA VII

Dichos, María y el Capitán.

María sale de casa del Alcalde y so dirige a Teresa: un momento después sale también el Capitán, que se queda en la puerta mirando a María.

JUAN
¡María!

MARIA
¡Juan!

TERESA
(Sin darles tiempo para que se hablen, y con imperio) ¿Qué buscas aquí?

MARIA
(Con humildad) Vengo... Su señor hermano me ha dicho que la llame.

CAPITAN
(Aparte) Decididamente esta muchacha me gusta más que la primera.

TERESA
Voy al instante. Hasta luego, Juan. Vamos, María. (Teresa se dirige a la casa. María se dispone é seguirla, pero el Capitán, que deja pasar a Teresa, corta el paso a María y dice:)

CAPITAN
¡Sargento!

JUAN
¡Presente, mi Capitán!

CAPITAN
Recoja usted las boletas y que se aloje la gente,

JUAN
Está bien, mi Capitán. (Entra en la casa)


ESCENA VIII

María y el Capitán.

(Música)

CAPITAN
Serranilla donosa
como las flores,
presumo que te gustan
los uniformes;
dime si es cierto.
y en este caso, escucha,
que hablarle quiero.

MARIA
Me gustan si debajo
de ellos se esconde
un pecho generoso,
valiente y noble.

CAPITAN
¡Brava muchacha!

MARIA
Sin estos requisitos
no me hacen gracia.

CAPITAN
(En lides amorosas,
según se expresa,
debe ser esta niña
de mucha cuenta;
pero no importa,
de los audaces siempre
fue la victoria)

MARIA
(Lo que dice no entiendo,
ni se me alcanza
lo que de mí pretende.
¡Cosa más rara!
¡pero ya caigo!
Este de mis amores
se halla enterado.

CAPITAN
Descubro en tu pecho
tesoros de amor.
Renombre de bravo
la fama me dio;
soy noble, y si tienes
de mí compasión,
podemos amarnos,
amarnos los dos.

MARIA
(¡Qué dice! ¡Qué escucho!)

CAPITAN
No digas que no.

MARIA
Amaros no puedo...

CAPITAN
¡Mi vida es tu amor!

MARIA
Porque otro es el dueño
de mi corazón.

CAPITAN
Tu dueño no puede
quererte cual yo.
Tu vida es mi vida,
no digas que no.

MARIA
Yo soy una pobre,
vos sois un señor;
yo tengo ya dueño,
mi vida es mi honor.

CAPITAN
Atiende a mi ruego.

MARIA
¡Bajad más la voz!

CAPITAN
Tu vida es mi vida.

MARIA
Mi vida es mi honor;
dejadme.

CAPITAN
Detente.

MARIA
No puedo, no, no.

(Vase precipitadamente y entra en la casa)


ESCENA IX

El Capitán, sólo.

(Hablado)

CAPITAN
¡Por vida de mi nombre! Se me ha escapado precisamente cuando íbamos entrando en materia. ¡Y no hay que darle vueltas! ¡Esta muchacha vale un Perú! La otra tampoco es despreciable; pero ésta es más bonita y más graciosa. Y no se muerde la lengua ni parece que la disgustan los chicoleos. Cierto que me ha dejado con la palabra en la boca; pero esto no hay que extrañarlo. A la mujer le gusta luchar para ser vencida. Por eso oye siempre con sorpresa que le digamos lo que ya había adivinado, y finge necesitar mucho tiempo para tomar una resolución que ya tiene tomada, ¡Ah! ¡mujeres, mujeres! Al fin daréis conmigo al traste, porque en mí tenéis otro Adán... con uniforme, dispuesto a dejarse fascinar con la tentadora manzana. Pero vamos despacio, Luis. El que esa muchacha te haya flechado, no es una razón para que faltes a tus deberes: lo primero es la obligación. Así, pues, no te olvides de que tu gente te está esperando. (Desde el centro del escenario y mirando después hacía la puerta por donde entró María) Tengo un pueblo que guarnecer por cuenta del Gobierno, y una plaza que sitiar por cuenta propia. (Vase por el foro)


ESCENA X

Teresa y Juan, que salen de la casa del Alcalde; Joan lleva en la mano varias boletas.

TERESA
Muy importante debe ser lo que tienes que decirme, cuando tanto empeño demuestras en hablarme.

JUAN
Perdone usted mi atrevimiento, señora Teresa; pero lo que tengo que decir a usted no requiere testigos.

TERESA
Pues bien; ya estamos solos.

JUAN
(Después de un momento) El caso es que... que no sé por dónde empezar.

TERESA
Entonces lo dejaremos para otra ocasión que estemos más despacio.

JUAN
No, no señora. Los malos tragos deben pasarse pronto.

TERESA
¡Jesús! Me das miedo, Juan. Habla. ¿Qué es lo que te pasa?

JUAN
Me pasa que... que yo amo a María.

TERESA
Bien. ¿Y qué?

JUAN
Que hace poco... cuando llegamos al pueblo, cuando de alegría el corazón casi no me cabía en el pecho al nombrar yo a María, me habló usted de un modo que... vamos, que necesita una explicación.

TERESA
Pues yo creo haber dicho las cosas con bastante claridad.

JUAN
(Con viveza) Luego es decir que María...

TERESA
(Interrumpiéndole y con intención) Mira, Juan, lo mejor que puedes hacer es llevar las boletas a su destino, que es cosa del servicio, y no tratar de saber... lo que yo no puedo decirle.

JUAN
¡Qué me importan las boletas, ni el servicio, ni el mundo entero, tratándose de María! ¡De María, que es mi vida! Que es...

TERESA
Pues hijo, yo nada puedo decirte. Y eso que...

JUAN
¡Acabe usted, señora Teresa; acabe usted, si no quiere que me vuelva loco!

TERESA
Cálmate, Juan, cálmate. Cuando la sangre se amontona en la cabeza, no se ve claro, y tú necesitas ver muy claro. Créeme, Juan, vete a repartir las boletas, deja pasar el tiempo, observa y después... obrarás como te parezca.

JUAN
¡Pero eso es imposible! Yo necesito saber qué sucede, saber si María me quiere... si María...

TERESA
Pues entonces... pregúntaselo a ella.

JUAN
Por Dios, señora Teresa, usted lo sabe todo, usted debe saberlo. Dígame usted lo que ocurre y no deje clavada en mi corazón una espina que le destroza, usted es buena, usted quiere a María, me quiere a mí, nos quiere a todos, y no me negará este favor.

TERESA
(Como dominándose y después de un momento) Espera y observa.

JUAN
(Con resolución) Pues bien; observaré y esperaré. (Coge su fusil, que al comienzo de esta escena habrá dejado junto a la reja y vase por el foro)

TERESA
¡Vuelve más enamorado que nunca de María! ¡Me desprecia! ¡Ah! si no es mío, tampoco será de ella.


ESCENA XI

Teresa, sola.

(Música)

TERESA
Perdida la esperanza
que tanto acaricié,
de amar y ser amada
como soñó,
tornáronse en odio
mi amor y mi fe.
¡Maldito amor sea
cien veces y cien;
su esencia es de lava,
de fuego y de hiel!
La culpa no fue mía,
tampoco sé de quién;
acaso de mi estrella,
que aciaga debe ser,
pues siempre desdeñoso
amor conmigo fue.
¡Maldito amor sea
cien veces y cien;
su esencia es de lava,
de fuego y de hiel!


ESCENA XII

Teresa y el Alcalde.

(Hablado)

ALCALDE
¡Gracias a Dios que te encuentro! Te he buscado por toda la casa. (Reparando en Teresa, que se hallará un tanto agitada) ¿Pero qué es eso? ¿Qué tienes? ¿Te dura todavía
el mal humor?

TERESA
(Procurando serenarse) No, no tengo nada. ¡Pero si te parece que debo estar contenta después de lo que me has dicho!

ALCALDE
Vamos, Teresa, no seas rencorosa. Demasiado sabes que no he querido ofenderte.

TERESA
¿Para qué me buscabas?

ALCALDE
Pues te buscaba para decirte que la hora de comer se va acercando, y como hoy tenemos convidado, habrá algún excesillo y no estaría de más que dieses una vuelta por allá dentro y echases una mano a María.

TERESA
(Con ironía) María es una muchacha muy dispuesta y no necesita que nadie le ayude.

ALCALDE
¡Otra! ¿Volvemos a las andadas?

TERESA
No es volver a ninguna parte; es decir que María lo hace todo perfectamente.

ALCALDE
¡Ya se ve que sí! Pero al fin y al cabo, tú representas al ama de la casa, y como decía el otro, más ven cuatro ojos que dos.

TERESA
Gracias por el favor. (Entra en la casa)

ALCALDE
Cuando a las mujeres se las arruga el entrecejo...


ESCENA XIII

El Alcalde y Juan, entrando por el foro y dejando su fusil junto a la reja.

ALCALDE
¡Hola, Juan! Pronto has dado la vuelta. No sin razón dicen que tiene alas el amor.

JUAN
También se dice que el amor es ciego.

ALCALDE
Podrá ser; pero tú no has tenido mala vista, porque has escogido la muchacha más hermosa que hay en diez leguas a la redonda. Verdad es que tampoco tú eres mal mozo. Vamos, vais a hacer una pareja, que...

JUAN
(Con indiferencia) Quién sabe lo que sucederá.

ALCALDE
¡Qué ha de suceder! Que, Dios mediante, pasará el tiempo, tomarás tu licencia y os casaréis.

JUAN
O no nos casaremos.

ALCALDE
¿Qué estás diciendo?

JUAN
Nada, señor Jorge. Pero como de aquí a entonces, María puede pensar de otro modo...

ALCALDE
¡Quién! ¡María! Vamos, Juan, tú no estás bueno.

JUAN
Además... como según dice el refrán, en la variación está el gusto, puede ser que...

ALCALDE
¡Por mi vida, que no te entiendo!

JUAN
¡Qué quiere usted! Cuando uno está lejos, las cosas se miran de distinta manera.

ALCALDE
¡Ah! ¡Ya comprendo! ¡Desgraciado! Sin duda esas charreteras te han deslumbrado y tienes en poco a la pobre María, que es un tesoro de hondad y de virtud.

JUAN
Señor Jorge, ni me deslumbran las charreteras, ni siempre es oro lo que reluce. Y como pudiera suceder que durante mi ausencia María hubiese olvidado... lo que no debía olvidar...

ALCALDE
¡Miserable! ¡Te atreves a hablarme así de María, a mí que la he criado! ¡A mí que la quiero como a una hija! ¡Juan, eres un ingrato, que tratas de justificar tu inconstancia con la calumnia! ¡Dudar de ella! ¡Oh! ¡no, imposible! (Fuera de sí y dirigiéndose a la puerta de la casa) ¡María! ¡María!


ESCENA XIV

Dichos y María, saliendo.

(Música)

ALCALDE
(¡Qué desdicha!)

MARIA
¿Quién me llama?

ALCALDE
Ven, María. Ven acá.
de tu honor, de tus virtudes,
hay quien se atreve a dudar,
y es preciso que tú misma
vuelvas por tu dignidad.
¡Yo lo quiero! ¡Yo lo exijo!

MARIA
(Con asombro)
¡Dios mío! ¿Quién es capaz
de inferirme tal ofensa?
¿Quién, decid?

ALCALDE
Presente está,
ese ingrato a quien tú amas
con cariño sin igual.

MARIA
¡Juan!

ALCALDE
Sí, Juan es el que duda
de tu honor y tu lealtad.

MARIA
¡Virgen pura inmaculada!
Si aquel en quien yo cifré
mi esperanza y mi ventura
dudar pudo de mi fe,
¿por qué, dime, has consentido
que yo le volviese a ver?

JUAN
(Demostrando arrepentimiento)
¡Ah! ¡Perdón, perdón, María!
Si yo de tu amor dudé,
si ofuscado el pensamiento
loco, te pude ofender,
culpa fue del amor mío,
y amor es ciego y no ve.

ALCALDE
Nadie duda impunemente
del honor de una mujer,
y el que es hijo y tiene madre
y fue siempre hombre de bien,
ultrajar no debe nunca
el honor de una mujer.

JUAN
¡Yo te quiero, yo te adoro!

MARIA
Yo tu ofensa olvidaré;
pero mi amor es ya ido
para nunca más volver.

JUAN
Tú eres buena, compasiva,
bondadosa...

MARIA
¡Soy mujer!

JUAN
Y yo espero resignado
tu perdón.

ALCALDE
No seas cruel.
Juan se muestra arrepentido,
Juan te quiere, yo lo sé,
y al que falta y se arrepiente
Dios perdona.

MARIA
(Sin poder dominarse) Y yo también.

JUAN
Dulce encanto de mi vida,
de mi ventura rica ilusión,
tú le devuelves al pecho mío,
que padecía penas de amor,
la esperanza, la dicha, la calma,
la paz y la vida que de él se alejó.

MARIA
Siempre fue de tu cariño
amante esclavo mi corazón,
y en el pecho que siente, que ama,
que late y vive para el amor,
anidarse no puede la duda,
ni el despecho, ni el fiero rencor.

ALCALDE
No es mujer, es una santa,
tiene de oro el corazón,
su ternura, su amante sonrisa,
su puro acento, su dulce voz,
a quien sufre la calma devuelven,
le brindan la dicha, le inspiran amor.

MARIA, JUAN y ALCALDE
Amor de la vida
es rayo de sol.
¡Bendito sea!
¡Bendito amor!


FIN DEL ACTO PRIMERO


ACTO SEGUNDO

Sala baja y corta en casa del Alcalde, con puerta en el foro que se cerrará a su tiempo; a la derecha del actor, y casi frente al público, una reja con postigos; en el mismo lado, y junto al proscenio, una puerta que conduce al alojamiento del Capitán; a la izquierda, y en segundo término, el cuarto de María, y en primero, otra puerta que comunica con las habitaciones interiores. Mesas y sillas convenientemente colocadas.


ESCENA PRIMERA

Aparecen en escena varios Soldados de infantería mezclados con las Mozas y Mozos del pueblo; unos están de pie, otros sentados. María, sirviendo de beber a todos. En el centro Juan, y en primer término el Alcalde, de pie y con un jarro de vino en la mano.

(Música)

TODOS
¡Viva la Reina!
¡Viva Aragón!
¡Viva el Alcalde!
¡Viva el amor!

ALCALDE
Saca otro jarro, María;
ya sabes, de lo mejor.
Hoy se celebra mi santo;
hoy cumplo cincuenta y dos.

MOZOS
¡Viva el Alcalde!

ALCALDE
¡Viva Aragón!

MOZAS
¡Viva María!

MOZOS
¡Viva el amor!

SOLDADOS
¡Viva la guerra!

ALCALDE
¡La guerra, no!
La guerra es fruto
de maldición.
Yo la conozco,
me inspira horror.
Yo luché contra
Napoleón,
y aunque vencimos,
¡ay! sabe Dios
la sangre y lágrimas
que nos cesto.
La guerra es mala,
y aún es peor
si es entre hermanos.

TODOS
¡Tiene razón!

ALCALDE
La paz es la alegría,
la paz es el amor.
¡Brindemos y bebamos
porque haya paz y unión!

TODOS
La paz es la alegría,
la paz es el amor,
brindemos y bebamos
porque haya paz y unión.

ALCALDE
Ahora, venga una jota.

SOLDADOS
¡Bravo! ¡viva el patrón!

MOZOS
¡Qué cante María!

MOZAS
¡Que canten los dos!

JUAN
Templad las guitarras,
pues quiero a su son,
cantar por mi patria,
cantar por mi amor.

TODOS
Hagámosle coro,
que es dulce, por Dios,
cantar por la patria
y por el amor.

PRIMERA COPLA

MARIA y JUAN
Hay en el mundo una España,
en España un Aragón
y en Aragón unas mozas
tan hermosas como el sol.

ESTRIBILLO

¡Ay, Jesús, qué mozas
tan bravas y tercas,
que dan el quién vive
si alguno se acerca,
como acompañado
no vaya el galán
del cura que luego
les lleve al altar!
¡Ay, qué retrecheras!
¡Ay, qué zalameras!
¡Ay, Jesús, qué mozas
hay en Aragón!
¡Ay, cómo marean!
¡Ay, cómo estropean
al incauto mozo
que les brinda amor!

SEGUNDA COPLA

MARIA y JUAN
El hombre que ve estas mozas
y alma y vida no les da,
sirve sólo para tiple
de la iglesia catedral.

(Repiten todos el mismo estribillo: terminado éste se despiden del Alcalde, dando muestras do regocijo y vanse por el foro)


ESCENA II

María, el Alcalde y Juan.

(Hablado)

ALCALDE
María, di que saquen un boto de lo tinto para que los muchachos se lo lleven y echen la espuela.

JUAN
¡Con que hoy cumple usted cincuenta y dos años!

ALCALDE
Sí, Juan; ¡cincuenta y dos!

JUAN
Pues con salud cumpla otros tantos.

ALCALDE
Muchas gracias, Juan. Y que tú me los veas cumplir.

JUAN
¡Válgame Dios, y cómo pasa el tiempo, señor Jorge! ¡Vamos, si parece mentira! Se me figura que era ayer cuando me mandaba usted a la viña en busca del caballo. ¡Y qué carreras le daba en el camino!

ALCALDE
Pues ya ha llovido desde entonces.

JUAN
¡Toma! Como que yo era un muchacho que iba a la escuela. Por más señas que nunca volvía a mi casa sin pasar por delante de esa puerta. Allí se sentaba el ama por las tardes, y cuando me veía, «entra, Juan, entra,» me decía siempre, y me daba un pedazo de pan con miel, que no había más que pedir. ¡Pues, y tal día como hoy! Aquello sí que era, como suele decirse, echar la casa por la ventana. Lo primero, una limosna a los pobres del pueblo, porque eso sí, el ama era muy caritativa; y luego bailoteo y jarana. Apuesto a que no había un mozo ni una moza en todo el lugar que no estuviese deseando que llegasen los días del señor Jorge.

ALCALDE
¡Qué quieres, Juan! Aquellos tiempos pasaron para no volver. Tú te has hecho un hombre y yo me he hecho un viejo; pero como cuando se tiene salud y una conciencia tranquila, cada edad tiene sus goces, no me pesan los años, y gracias a Dios, ni los achaques ni la conciencia me quitan el sueño. Verdad es que tiene uno que cuidarse mucho más que cuando era joven, aunque en todas las edades es bueno tener presente aquello de «como te cuidas duras» Por eso voy ahora a tomar mis precauciones para dar la acostumbrada vuelta por el pueblo. Conque adiós, Juan, hasta luego.

JUAN
¿Va usted a salir?

ALCALDE
Sí.

JUAN
Pues vaya usted con Dios, señor Jorge, y... mucho ojo, porque, según dicen, hay moros en la costa.

ALCALDE
¡Moros en la costa!

JUAN
Sí señor, ¡ladrones!

ALCALDE
¡No tengas cuidado!

JUAN
Lo mismo decía mi Capitán, hoy hace un año precisamente, y si no es por mí, que soy algo prevenido, le cuesta el pellejo.

ALCALDE
Tuvisteis alguna acción...

JUAN
Salimos a una descubierta, y como el Capitán es tan valiente y tan tronera, se metió en una emboscada y... vamos, que le salvé la vida, pero con grave riesgo de la mía.

ALCALDE
Bien, Juan, bien. Eso se llama ser un hombre. Ya no me extraña que el Capitán te quiera tanto.

JUAN
Por eso, no señor. El Capitán cayó herido, perdió el conocimiento, y cuando los enemigos le iban a rematar, yo, que estaba cerca, cerré con ellos y le salvé. Pero él no sabe nada de esto, porque yo no le he dicho nunca una palabra. Estas cosas se hacen y no se dicen.

ALCALDE
(Tendiéndole la mano) Aprieta, Juan, aprieta. ¡La Virgen del Pilar premiará tu noble acción! ¡Adiós!

JUAN
Vaya usted con Dios, señor Jorge. (Vase éste por la primera puerta de la izquierda. María, que durante esta escena ha estado recogiendo los vasos y arreglando los trastos, saca un velón encendido, que deja sobre la mesa)


ESCENA III

María y Juan; después Teresa.

(Música)

JUAN
Dime por qué, María,
al verme aquí,
indiferente y fría
huyes de mí.
Dime, por Dios,
si te enoja mi ardiente
sencillo amor.

MARIA
Siempre de fiel y amante
pruebas te di;
tu recelo constante
no merecí.
Mira, por Dios,
que maltratas mi ardiente
sencillo amor.

JUAN
Tú no me amas
cual te amo yo,
con esta intensa
loca pasión.

MARIA
Puede que sí;
puede que no.

JUAN
Tú eres el sueño
embriagador,
que el alma mía
acarició.

MARIA
Puede que sí;
puede que no.

JUAN
De la lid a los mortíferos fulgores,
invencible el pecho mío palpitó,
y en la lumbre de tus ojos seductores,
hoy se rinde mi apenado corazón.
Que sufre el pecho mío
y estalla de dolor,
si pagas con desvío
mi Cándida pasión.

MARIA
De tu ausencia ante el recuerdo doloroso,
la esperanza de tu vuelta me alentó;
y hoy al verte de mi afecto receloso,
desfallece mi apenado corazón.
Que sufre el pec.io mío
y estalla de dolor,
si así dudas, impío,
de mi leal pasión.
¿Qué hice yo para que dudes
de mi pura ardiente fe?

JUAN
Estas hondas inquietudes
quién las causa yo no sé.

MARIA
Disiparlas yo deseo.

JUAN
No es posible.

MARIA
Sí lo es.

JUAN
Sólo en ti desdenes veo.

MARIA
Sólo amor; ¿pues no lo ves?
Si amor tu pecho siente,
si tu alma siente el ímpetu
de una pasión vehemente,
tu amor, Juan mío, págueme
el alma que te di.

JUAN
Si amor tu pecho sigue,
si tu alma siente el ímpetu
de una pasión vehemente,
acoge, al fin, benéfica,
el alma que te di.

(Hablado)

MARIA
Ahora sólo falta que tengas buena memoria, Juan.

JUAN
¿Por qué?

MARIA
Porque si procuras no distraerte, como acostumbras, no olvidarás nada en lo sucesivo.

JUAN
Es que hay cosas que no pueden ni deben olvidarse nunca.

MARIA
Eso creo yo también; pero tú, por lo visto, no haces siempre lo que acabas de decir.

JUAN
¡Yo, María!

MARIA
Sí, tú, Juan, Recuerda lo que sucedió el raes pasado. El día que llegaste al pueblo.

JUAN
Aquello fue un momento de locura por el que te he pedido perdón y que quisiera no recordaras nunca.

MARIA
Y que yo he perdonado con toda mi alma. Pero la verdad es que no hubiera sucedido si tuvieras buena memoria.

JUAN
No te entiendo.

MARIA
Vamos a ver. ¿Te acuerdas de lo que te dije hace algunos años, aquí en este mismo sitio?

JUAN
¿Cuándo?

MARIA
Cuando muy triste, y con el morral a la espalda, te despediste de mí.

JUAN
¡Pues no me he de acordar! Sin que falte ni una letra siquiera. ¡Ahora verás! «Juan, me dijiste, no te aflijas; puesto que el Rey te llama, vete a servir al Rey. María te querrá siempre, te esperará y te cumplirá la palabra.» Al mismo tiempo me diste un escapulario de la Virgen del Pilar, que no he separado un momento de mi pecho.

MARIA
Luego yo tengo razón.

JUAN
¿En qué?

MARIA
En decir que eres olvidadizo.

JUAN
¿Pues no acabo de repetir tus mismas palabras?

MARIA
Sí, Juan. Pero las olvidaste, aunque por un momento. Y buena prueba de ello, es que poique tu Capitán me dijo cuatro tonterías...

JUAN
(Con sorpresa) ¡Mi Capitán!

MARIA
Sí, tu Capitán, que siempre anda echándome requiebros, y como tú eres tan celoso y tienes tan poca fe en mis palabras...

JUAN
(Preocupado y vacilante) No... Sí... Yo sé que el Capitán es... así... (Con interés) Pero vamos, ¿y qué te dice el Capitán?

MARIA
Eso es para más despacio: yo tengo ahora mucho que hacer y ya me he entretenido bastante. ¡Contenta se pondrá la señora Teresa si me echa de menos! (Teresa aparece en el dintel de la segunde puerta de la izquierda, y al ver a Juan y María, se detiene y escucha)

JUAN
Pero yo quiero saber lo que te ha dicho el Capitán.

MARIA
Ya te lo contaré luego; ahora no puede ser. La señora Teresa me reñirá si tardo, y ella encuentra siempre bastantes pretextos para hacerlo sin necesidad de que yo se los proporcione. A las nueve, después del toque de animas, saldré a la reja.

TERESA
¡Ah! ¡Qué idea! (Vase)

JUAN
Que no faltes.

MARIA
No fallaré. Adiós. (Vase por la primera puerta da la izquierda)


ESCENA IV

Juan, solo.

JUAN
Que mi Capitán se enamoraba de todas las mujeres con mucha facilidad, ya lo sabía yo. Que siempre encuentra la mejor de todas la última, también lo sabía. Pero que olvidara los deberes que la hospitalidad impone hasta el punto de... ¡Dios mío! ¿Si estará el Capitán enamorado de María? Vamos a cuentas. (Reflexionando algunos instantes) Sí, eso es; de seguro. Así se explícala causa de tantos retenes, patrullas y avanzadas, cuando no hay un solo enemigo en estos contornos. Mientras que Juan está de servicio no está aquí, y no estando aquí, se puede libremente... Pero María no ha de corresponderle, no le corresponde, está claro; porque si le correspondiese, ella no me hubiera dicho... Además, yo no debo ni quiero volver a dudar de María. No obstante, ahora recuerdo aquellas palabras de la señora Teresa, «observa y espera.» Pero estas palabras no pueden referirse al Capitán, porque la señora Teresa me las dijo cuando llegamos. ¿Quién sabe! Cuando ella me las dijo, algo habrá visto en María... ¡Ah! creo que voy a volverme loco.


ESCENA V

Juan y el Capitán.

CAPITAN
(Que entra por el foro con aire pensativo) ¿Qué hay, Sargento? ¿Ocurre alguna novedad?

JUAN
Ninguna, mi Capitán.

CAPITAN
Como le encuentro a usted en este sitio, creí que asuntos del servicio le hubiesen traído en mi busca.

JUAN
No señor, todo está tranquilo y todo el mundo en su puesto.

CAPITAN
Menos usted, que se halla fuera del suyo,

JUAN
Perdone usted, mi Capitán. Sin duda ha debido olvidar que esta mañana, al recibir la orden de establecer un retén en la casa inmediata, y al encargarme del mando de esa fuerza, le pedí permiso para venir a felicitar al señor Alcalde.

CAPITAN
Yo lo tengo todo muy presente: por eso estoy poco dispuesto a tolerar las faltas de los demás.

JUAN
Me pareció comprender que el permiso no me había sido negado.

CAPITAN
Y comprendió usted bien; pero mi permiso no era para que después de la oración estuviese usted fuera del cuerpo de guardia.

JUAN
Siento haber faltado sin querer hacerlo.

CAPITAN
Lo que yo siento es que se abuse de mi bondad, porque pudiera cansarme.

JUAN
Lo tendré presente, mi Capitán.

CAPITAN
Vaya usted con Dios. (Joan saluda militarmente y salo por la puerta del foro)


ESCENA VI

El Capitán; después el Alcalde.

CAPITAN
¿Qué culpa tiene este muchacho, ni de que yo esté perdidamente enamorado, ni de que María se muestre esquiva conmigo?

ALCALDE
(Saliendo por la primera puerta de la izquierda y figurando hablar con una persona que queda en la habitación) Sí, el sombrero y la capa también, porque la noche está fresca. (Viendo y saludando al Capitán) ¡Oh! Señor Capitán.

CAPITAN
Dios guarde a usted, señor Alcalde.

ALCALDE
¿Qué tal? ¿Se ha paseado mucho?

CAPITAN
Bastante. He llegado hasta al monte.

ALCALDE
Me alegro: eso le hará a usted mucho provecho.

CAPITAN
¿y usted, no ha salido a dar una vuelta?

ALCALDE
Todavía no, porque como los muchachos han venido a darme los días y hemos echado un trago, las cosas andan hoy un poco retrasadas. Pero ahora voy a salir para no perder la costumbre.

CAPITAN
En verdad que tiene usted que perdonarme. Yo soy algo distraído y he incurrido, sin querer, en la torpeza de no felicitar a usted, como debía.

ALCALDE
Por eso no tenga usted cuidado. Lo que yo quisiera era ver a usted contento y satisfecho como lo estamos nosotros; porque, la verdad, se me figura que, ó no está usted bueno, ó tiene alguna cosa que le escarabajea y le roba las satisfacciones.

CAPITAN
No señor. Gracias a Dios, tengo salud, que es lo principal.

ALCALDE
¿Acaso no está usted a gusto en el alojamiento?

CAPITAN
Nada de eso. Me tratan ustedes a cuerpo de rey y nunca sabré agradecer bastante las atenciones con que me colman.

ALCALDE
¡Otra! Yo no lo digo por eso; hacemos lo que debemos y lo que podemos, y cuando algo falte, no ha de ser la voluntad.

CAPITAN
Muchas gracias, amigo mío. Le aseguro a usted que, sobre este particular, puede estar tranquilo.

ALCALDE
¿Acaso hay malas noticias de la guerra?

CAPITAN
No. Nada sé.

ALCALDE
Entonces será otra cosa. A la postre usted tiene pocos años y la vida en este pueblo no ofrece los mayores goces, que digamos, para un joven como usted. Por otra parte, y esto es muy natural, usted tendrá ambición, deseo de gloria, y le causará desesperación el verse reducido a guarnecer un pueblo de cuatro casas, en vez de tomar una parte activa en la guerra. Pero créame usted, señor Capitán, nadie sabe mejor que Dios el por qué de las cosas y lo que a cada cual le conviene. Conque así, a conformarse y a tomarlos tiempos como vengan.


ESCENA VII

María, el Alcalde y el Capitán.

MARIA
(Saliendo por la primera puerta de la izquierda coa la capa del Alcalde en el brazo y el sombrero en la mano) Aquí está la capa y el sombrero. (Viendo al Capitán y turbándose) ¡Ah!

ALCALDE
¡Buena muchacha! Vamos, ayúdame a ponerme la capa. (María, que continúa turbada, pone al Alcalde la capa del revés) ¿Pero qué estás haciendo? ¡Me has puesto la capa del revés!

MARIA
Perdone usted, señor, soy tan torpe que... (Poniéndolo la capa del derecho)

ALCALDE
Vaya, hasta luego. (Vase el Alcalde por el foro)


ESCENA VIII

María y el Capitán.

CAPITAN
(A María, que se dirige hacia la segunda puerta de la izquierda como para retirarse) ¿Te marchas ya?

MARIA
¿Necesitaba usted alguna cosa?

CAPITAN
Sí, María. Necesitaba decirte que... que eres muy buena... y muy bonita.

MARIA
Vamos, usted siempre está de broma.

CAPITAN
Eso le parece a ti; pero lo que te digo es la verdad. Yo soy incapaz de mentir.

MARIA
Así lo creo, y Dios me libre de pensar lo contrario; ¿pero quién puede, ni aun imaginar siquiera, que habla usted seriamente?

CAPITAN
Si hubieras accedido a mis ruegos, si me hubieras concedido algunos instantes para poder hablarte a solas, no dudarías de la sinceridad de mis palabras.

MARIA
Vamos, está visto, señor Capitán; que siempre, y sobre todo esta noche, está usted de muy buen humor y quiere burlarse de mí.

CAPITAN
Eso es precisamente lo que yo pudiera y debiera decirte a ti, que con tu indiferencia me haces más daño que si me dijeses terminantemente que me aborrecías.

MARIA
Es que si yo dijese eso, faltaría a la verdad.

CAPITAN
¿Conque no me aborreces?

MARIA
No señor.

CAPITAN
¡Entonces puedo esperar que algún día llegarás a quererme!

MARIA
¡Pero si ese día ha llegado ya!

CAPITAN
¡Es decir, que me quieres!... ¡que me amas!...

MARIA
Yo no he dicho semejante cosa. Yo he dicho que estimo a usted mucho, y que no soy, ni puedo ser ingrata, con el hombre que ha dispensado a Juan tantos favores.

CAPITAN
(Vuelta con Juan) ¿Por qué rae hablas ahora de Juan?

MARIA
¡Pues qué tiene eso de particular! Juan es mi prometido...

CAPITAN
¿Tu prometido?

MARIA
Sí señor. ¡Mi novio!

CAPITAN
¡Imposible!

MARIA
¿Imposible? ¿Por qué?

CAPITAN
Porque... Porque no debes acordarle de él. Porque tú has nacido para algo más que para ser la mujer de un obscuro soldado...

MARIA
¡Ay, señor! ¡y quién quiere usted que piense en una pobre huérfana!...

CAPITAN
¡Quién! Yo. Yo que te quiero de veras, que sé apreciar tu belleza, que conozco tus virtudes...

MARIA
Perdone usted Yo le agradezco mucho el favor que me hace, pero... (Retirándose)

CAPITAN
¿Te vas?

MARIA
Sí señor, me voy ..

CAPITAN
No te vayas, espera.

MARIA
No puede ser. Nos veremos...

CAPITAN
¿Cuándo?...

MARIA
Cuando... después de haber reflexionado, se persuada usted, no precisamente de que está abusando de mi amistad, sino de que esta amistad es lo único que puedo ofrecerle.  (Vase por la segunda puerta de la izquierda)


ESCENA IX

El Capitán.

CAPITAN
¡Ah! ¡Creía que el amor era un juego y es una pasión irresistible, intensa, abrasadora! Una pasión que nace de débil quimera; pero que muy luego nos avasalla y nos desgarra una por una las fibras del corazón.


ESCENA X

Teresa y el Capitán.

TERESA
(Saliendo por la primera puerta de la izquierda, y trayendo una luz que apagará al colocarla encima de la mesa al lado del velón) ¡Santas y buenas noches nos dé Dios!

CAPITAN
(Con aspereza) Muy buenas.

TERESA
¡Jesús! ;Y de qué mal humor está usted por parte de noche!

CAPITAN
¡Perdone usted, señora Teresa; pero soy tan desgraciado!

TERESA
¿Usted desgraciado?

CAPITAN
¡Como nadie en el mundo!

TERESA
¡Bah! Todos nos figuramos que nuestras penas son mayores que las de los otros, y es porque no queremos tomarnos el trabajo de compararlas. ¡Quién sabe si entonces las encontraríamos pequeñas!

CAPITAN
Las mías son tales, que como Dios no haga un milagro no tienen remedio.

TERESA
¿Tan grandes son?

CAPITAN
Como no llegará usted nunca a comprender.

TERESA
¡Dios sabe! Puede que las comprendiera, y acaso que también pudiera remediarlas.

CAPITAN
(Con viveza) Luego...

TERESA
Siga usted.

CAPITAN
No, nada. Es inútil.

TERESA
¡Vaya usted a entender a los hombres! Hace un instante se quejaba usted de que sus penas fuesen incurables, y cuando se le ofrece remediarlas no lo acepta.

CAPITAN
Es que mis penas son de esas que deben devorarse en silencio.

TERESA
(Con intención) Todos los enamorados son lo mismo: hacen las cosas de manera que todo el mando las conozca, y luego se las echan de reservados.

CAPITAN
(Como sorprendido) ¿Pues qué, ha conocido usted que yo estoy?...

TERESA
Enamorado de María. Si señor, lo mismo que todos.

CAPITAN
¡Qué dice usted!

TERESA
Nada. Que a no estar ciego nadie hubiera podido dejar de ver claramente que amaba usted a esa muchacha.

CAPITAN
Pues bien, amo a María, sí, la amo; pero María no corresponde a mi cariño.

TERESA
¡Quién sabe! Si usted se dejase guiar... puede ser que...

CAPITAN
No me haga usted alimentar esperanzas que no hayan de realizarse.

TERESA
Entonces... dejemos las cosas como están.

CAPITAN
Pero es que así es imposible...

TERESA
Pues déjese usted curar.

CAPITAN
(Después de reflexionar un momento) Bien, Señora Teresa. Haré todo lo que usted me mande. Vamos, ¿A qué espera usted?...

TERESA
¿Para qué?

CAPITAN
Para decirme lo que debo hacer, qué conducta debo seguir, qué he de decir a María y...

TERESA
Despacito, despacito, señor Capitán, que no se ganó Zamora en una hora. Estas cosas no pueden hacerse sin dos condiciones, que no sé si estará usted dispuesto a aceptar.

CAPITAN
¡Oh, sí! Desde luego acepto las condiciones que quiera usted imponerme.

TERESA
Antes es necesario que usted las sepa,

CAPITAN
Bien, veamos las condiciones.

(Música)

TERESA
Las condiciones son muy sencillas,
pues se reducen a no chistar;
a obedecerme sin preguntarme,
sin preguntarme ni vacilar.

CAPITAN
¡Oh! Seré mudo, yo lo prometo;
vuestros mandatos acataré;
dígame luego cuanto le plazca,
sepa yo al punto qué debo hacer.

TERESA
Cuidadito, cuidadito.

CAPITAN
Cálmese pronto mi afán.

TERESA
Refrenad vuestra impaciencia.

CAPITAN
Nada he dicho. Perdonad.

TERESA
Para que nuestro empeño
se pueda realizar,
que nada se sospeche
conviene procurar.
Entrad en vuestro cuarto
al punto, sin chistar,
y después del toque de animas,
que muy luego sonará,
se os espera en este sitio.
¿Lo entendéis? No hay que faltar.
Mucho sigilo,
en mi fiad,
ó nuestro empeño
fracasará.

CAPITAN
El bien apetecido,
objeto de mi afán,
que tanto he codiciado
y no pude alcanzar,
os debo y no sé cómo
ni cuándo he de pagar.
Esta noche en este sitio,
a las nueve y sin chistar,
por mi vida, yo os lo juro,
estaré. No hay que dudar.
Mucho sigilo,
en mí fiad,
por culpa mía
no quedará.

TERESA
De mi venganza
la hora suprema,
si no me engaño,
se acerca ya.
Juan a María
creerá culpable;
Juan a María
despreciará.

CAPITAN
De mi ventura
la ansiada hora,
por lo que veo,
cercana está.
No sé qué siento,
ni qué me pasa;
de gozo el pecho
quiere estallar.


ESCENA XI

Teresa y el Alcalde.

(Hablado)

ALCALDE
(Entrando por el foro) Buena sementera se presenta. ¡Está lloviendo, que es una bendición de Dios! (Desde el principio de esta escena deben percibirse, aunque muy ligeramente, los efectos de una próxima tempestad que estallará al final de la escena siguiente)

TERESA
¿Vienes mojado?

ALCALDE
Vengo hecho una sopa, Teresa. Y eso que no he dado, como quería, la vuelta al pueblo, porque al llegar a la iglesia, dijo el cielo «agua va,» y comenzaron a caer unas gotas tan grandes como cuadernas. ¡Ah! ¿Están cerrados los postigos de la cámara? Porque como el viento es solano y las ventanas miran hacia aquel lado, podría suceder que se anegase el granero.

TERESA
Todo está cerrado, Jorge. Ya sabes que tengo la costumbre de hacer yo misma esa operación en cuanto anochece.

ALCALDE
Ya lo sé, mujer; pero como un descuido lo tiene cualquiera... ¿Por dónde anda el Capitán?

TERESA
En su habitación; hace ya un rato que se ha recogido.

ALCALDE
¿Sabes qué me va poniendo en cuidado esa tristeza que tiene?

TERESA
Y a ti, ¿por qué?...

ALCALDE
¡Otra! porque la tristeza en un hombre joven, que tiene buena salud, no es natural.

TERESA
Yo sé lo que tiene.

ALCALDE
¿Tú?

TERESA
Sí, yo. (Con misterio y bajando la voz) El Capitán está enfermo.

ALCALDE
¡Qué está enfermo! ¿Y qué enfermedad tiene?

TERESA
Temo que te enfades si te lo digo.

ALCALDE
¿Por qué he de enfadarme, mujer? Si está malo, harto trabajo tiene. Llamaremos al médico y le cuidaremos.

TERESA
La enfermedad del Capitán es de las que no necesitan médico ni botica.

ALCALDE
Vaya, Teresa. Acaba con tus misterios. Ya sabes que a mí me gustan las cosas claras,

TERESA
Pues bien: el Capitán está enfermo del corazón.

ALCALDE
Cada vez lo entiendo menos.

TERESA
Quiero decir que está enamorado. ¿Lo entiendes ahora?

ALCALDE
¡Bah! ¡Bah! Entonces estoy tranquilo. Los amores no matan a nadie. ¡Quiá! ¡Como que desde que murieron los amantes de Teruel no se ha vuelto a dar otro caso! Tendrá la novia en Madrid y no sabrá de ella. Pero ya verás, en cuanto llegue el correo, cómo recibe tres ó cuatro cartas a la vez y se pone más alegre que unas castañuelas.

TERESA
Te equivocas, Jorge. La que tiene al Capitán en ese estado, es del pueblo y está aquí.

ALCALDE
¿Aquí?

TERESA
Sí, aquí.

ALCALDE
¡Vamos, ya caigo! Como tú no tienes mal ver, le has gustado al Capitán, y te ha dicho cuatro tonterías, que has convertido en sustancia.

TERESA
Mira, Jorge; el asunto no es para tomarlo a broma.

ALCALDE
¿Te ha dicho acaso que se va a casar contigo?

TERESA
(Picada) No 86 trata de mi. Se trata de ella.

ALCALDE
¡De ella! ¿Y quién es ella? Sepamos,

TERESA
¿Quién quieres que sea? María.

ALCALDE
¡María! ¡El Capitán está enamorado de María! Vamos, tú estás viendo visiones, Teresa.

TERESA
No, Jorge, no. El mismo me lo ha confesado todo.

ALCALDE
¿Pero María lo sabe?

TERESA
(Con malicia) Yo no se lo he preguntado, ni ella me lo ha dicho. Además, lo que acabo de decirte, hace muy poco tiempo que yo misma lo sé.

ALCALDE
(¡Por la Virgen del Pilar, que esto es más serio de lo que yo pensaba! Pero no importa: tomaré mis medidas y mañana mismo hablaré claramente con el Capitán)

TERESA
Te advierto que no vayas a descubrirme, ni a decirle que yo te lo he revelado.

ALCALDE
Nada temas. Yo sé hacer las cosas como debo. Cierra la puerta y vamos a recogernos (Teresa cierra la puerta del foro y la reja, coge el velón de encima de la mesa y se retira con el Alcalde por la primera puerta de la izquierda. La escena queda a obscuras. Un momento después se oye a lo lejos el toque de animas)


ESCENA XII

María y Juan, fuera de la reja; después el Capitán.

(Música)

MARIA
(Saliendo pausadamente por la segunda puerta de la izquierda)
Ya de la cita
la hora llegó,
pues de las animas
el toque dio.
Inquieto late
mi corazón
y oprime el pecho
vago temor.
De esperanza dulce emblema!
¡Santa Virgen del Pilar!
¡Tú que al verme abandonada
amparaste mi orfandad;
tú que ves mi desconsuelo
y mi tierno y casto afán,
no desoigas mi plegaria;
de mi pena ten piedad!
¡Madre Purísima
de inmenso amor,
préstale al mío
tu protección!

(Hablado)

(Dirigiéndose hacia la reja y abriendo los postigos) ¿Estás ahí?

JUAN
Sí, María.

MARIA
Me parece, Juan, que sería prudente dejar la conversación para mañana.

JUAN
¿Por qué?

MARIA
Porque como está lloviendo a cántaros, vas a calarte hasta los huesos.

JUAN
No te inquietes por ello. Mi cuerpo ha hecho ya conocimiento con el agua y con el granizo. No es esta la primera vez que se moja, y por cierto que no ha sido siempre con el gusto que ahora.

MARIA
Gracias, Juan Pero además, como estás de guardia, puede ocurrir cualquier cosa, y si te echan de menos, caer en falta.

JUAN
Si el cuerpo de guardia estuviese en otra parte, no diría que no; pero si está aquí, en la puerta más abajo, ¡como que si habláramos alto nos oirían los soldados!

MARIA
Con todo, veo que hace una noche muy mala y...

JUAN
Y yo veo, María, que tienes muy pocas ganas de darme las explicaciones que me has prometido.

MARIA
Mira, Juan, tus continuas dudas van a dar lugar a que me enfade de veras contigo, y si no le quisiera tanto, merecías que te castigase retirándome y no volviendo a hablarte nunca.

JUAN
Bueno, todo lo que quieras. Pero déjate de tonterías y dime lo que te ha pasado con el Capitán.

MARIA
Pero hombre, si no ha pasado nada: el Capitán, ya te lo he dicho, siempre que me encuentra, me dice que soy bonita, que me quiere mucho, y algunas veces... vamos, tiene unas rarezas que parece loco. Figúrate que esta misma noche, hace un rato, me decía con unos ojos tan desencajados que daba miedo: «Tú no has nacido para ser la mujer de un simple soldado...» (Interrumpiéndose y escuchando) ¿Has oído, Juan?

JUAN
(Con ansiedad y sin comprender lo que María lo pregunta) Sí, sí. Continúa; te oigo bien.

MARIA
(Que ha quedado prestando atención y oído e! ruido de una silla con que el Capitán ha tropezado, pues al llegar al punto del diálogo que lo indica, el Capitán habrá salido de su habitación cautelosa y lentamente) ¡Aquí hay alguien! (Retirándose de la reja y entornándola, pero de manera que vuelva a quedar abierta) Espera, Juan. (Se dirige hacia el lado porque viene el Capitán y sigue avanzando hasta tropezar con él)

CAPITAN
(Creyendo que habla con Teresa) ¡Ha llegado usted antes que yo!

MARIA
(Sobresaltada) ¡Quién es! ¡Quién va!

CAPITAN
(Que ha reconocido en la voz a María) ¡Ah, eres tú, María!

MARIA
¡Dios mío! ¿Qué hace usted en este sitio? ¡Qué busca usted aquí!

CAPITAN
(Asiendo a María por la muñeca y avanzando hacia el proscenio, pero de manera que ambos queden frente a la roja) ¡Y eres tú quien me lo pregunta! ¿A quién he de buscar sino a ti? ¿Qué he de buscar más que tu amor?

MARIA
Piense usted en que lo que hace es indigno de un hombre honrado, en que compromete a una pobre mujer que ningún motivo le ha dado para ello. ¡En nombre de lo que más quiera usted en el mundo, márchese de aquí!

CAPITAN
¡Marcharme cuando te tengo a mi lado, cuando sé que rae esperabas! ¡Oh, nunca!

MARIA
¡Pero Dios mío! ¿Qué está usted diciendo?

CAPITAN
Basta ya de vacilaciones, María, Yo he venido aquí con tu consentimiento; así, pues, terminemos de una vez. ¡Dime que me quieres, y me harás el más dichoso de todos los hombres!

MARIA
(Con enérgica resolución) ¡Usted está mintiendo! ¡Es usted un villano! Un miserable! ¡Un malvado! ¡Oh, suélteme usted! ¡Suélteme usted!

JUAN
(Que ha presenciado esta escena desde la reja) ¡Ira de Dios!

CAPITAN
(Con tenacidad) No, no te dejaré hasta que me contestes. (En este momento Juan, que abandonó la reja, da fuertes golpes con la culata de su fusil en .la parte exterior de la puerta del foro)

MARIA
(Comprendiendo lo que sucede) ¡Ah, Juan! ¡Dios míos! (E1 pestillo de la puerta salta a impulso de los golpes: Juan penetra en la escena, que iluminará un relámpago, al que seguirá un trueno, y echándose el fusil a la cara, apunta al Capitán. María, interponiéndose entre ambos) ¡Juan, por Dios! ¡Por Dios!

JUAN
(A María, con desesperación) ¡Quita!

MARIA
(Lanzándose sobre Juan) ¡No!

JUAN
¡Quita ó te mato!

MARIA
¡No, no! (Juan hace fuego sobre el Capitán. María, al oír el disparo, avanza un poco hacia el proscenio y dice. ¡Jesús!

(E1 Alcalde y Teresa, ésta última con una luz que dejará sobre la mesa, salen por la izquierda)


ESCENA XIII

María, Teresa, Juan, el Capitán, el Alcalde, Mozas, Mozos y Soldados.

(Música)

CAPITAN
(Dirigiéndose a la reja)
¡Favor! ¡A mí, soldados!

ALCALDE
¿Qué es esto?

JUAN
(¡Santo Dios!
¡Perdime para siempre!)

MARIA
¡Ay, llora corazón!

TODOS
(Entrando por el foro)
¡Aquí los gritos dieron!
Aquí el tiro sonó.
Entremos y veamos
por qué piden favor.

CAPITAN
(A los Soldados)
¡Prended a ese Sargento!

MARIA
(Al Capitán)
¡Piedad! ¡Piedad, señor!

CAPITAN
¡Atad a ese villano
que contra mí atentó!

ALCALDE
(Aparte)
¡Perdido está, Dios mío!
¡Tened de él compasión!

(Los Soldados atan las manos a Juan)

JUAN
¡Adiós! ¡Adiós, María!
Soy víctima de amor.
¡Perdóname! ¡Si muero,
por ti pediré a Dios!
¡Plácida calma!
¡Sueños de amor!
¡Dulces memorias!
¡Adiós, adiós!

MARIA
¡Su cariñoso acento
aumenta mi dolor!
¡Perdió toda esperanza
mi pobre corazón!
¡Plácida calma!
¡Sueños de amor!
¡Dulces memorias!
¡Adiós, adiós!

TERESA
(Aparte)
¡Frenética le ama;
y en medio de su amor,
perdió toda esperanza,
mi plan se realizó!
Queda vengado
mi corazón;
sufra María
cual sufro yo.

ALCALDE
¡Oh! ¡Bien me lo decía
fatal, secreta voz!
¡Maldito el amor sea,
si tal es el amor.
¡Pobre muchacho!
Da compasión.
¡La ciega cólera
le arrebató!

TODOS
¡Pobre Sargento!
Sólo de Dios
esperar puede
su salvación.

MARIA
(Al Capitán)
¡Piedad, Señor, salvadle!

CAPITAN
¡No es digno de perdón!

ALCALDE
¡No llores, hija mía!

MOZAS
¡Piedad, piedad, Señor!

CAPITAN
Llevadle, y amarrado
que espere en la prisión
el pago que merece
su estúpido furor.

MARIA
¡No queda ya esperanza,
mi dicha se acabó,
pues pierdo para siempre
al dueño de mi amor!

TERESA
La muerte le amenaza,
y fui la causa yo.
¡Mis celos le perdieron!
¡Le salvará mi amor!

TODOS
¡Qué lance tan funesto!
¡No hay duda, se perdió!
¡Tan sólo esperar puede
de Dios su salvación!

JUAN
¡Adiós, adiós, María!

CAPITAN
¡Llevadle!

ALCALDE
¡Adiós!

MARIA
(Dejándose caer en los brazos del Alcalde)
¡Adiós!


FIN DEL ACTO SEGUNDO


ACTO TERCERO

Habitación interior en casa del Alcalde con puerta en el fondo y laterales; a la izquierda, y en segando término, otra puerta cenada con llave. Muebles adecuados.


ESCENA PRIMERA

María, el Alcalde, Mozas y Mozos del pueblo; Soldados, que aparecen en el foro.

(Música)

ALCALDE
Entrad, amigos míos,
mi casa vuestra es;
entrad y con franqueza
decidme qué queréis.

SOLDADOS
Queremos ver al preso,
si cumple a su mercé,
pues lodos camaradas
y amigos somos de él.

MOZAS y MOZOS
También aquí nosotros
venimos a saber
de Juan, que nuestro amigo
es desde la niñez.

TODOS
Su suerte nos inspira
el más vivo interés,
pues lodos camaradas
y amigos somos de él.

MARIA
(Adelantándose hacia el proscenio)
¡Bien, amén, haya
tanta honradez!
¡Tanta ternura
bien haya, amén!

ALCALDE
Empeño generoso
sin duda el vuestro es;
pero siento, amigos míos,
no poderos complacer.
Está incomunicado,
y ya comprenderéis
que nadie, por ahora,
al preso puede ver.

TODOS
¡Está incomunicado!
Muy grave el caso es.
¿Qué pudo dar motivo
a tal insensatez?
Algún misterio oculto
en esto debe haber,
pues Juan ha sido siempre
modelo do honradez.

MARIA
¡Oh, Virgen sagrada,
sacadle con bien
del trance apurado
en que hoy se ve!

ALCALDE
Acaso muy pronto,
mañana tal vez,
podáis vuestro deseo
satisfacer.
Volved, amigos míos,
mañana si queréis.

TODOS
Pues ya que no es posible
por hoy al preso ver,
mañana volveremos
si cumple a su mercé.

ALCALDE
Volved, amigos míos.

TODOS
Muy grave el caso es.
¡Está incomunicado!
¡Gran Dios! ¡Qué será de él!

(Vanse por el foro)


ESCENA II

María y el Alcalde.

(Hablado)

MARIA
Perdone usted, señor; pero insisto en que debo ver a Juan.

ALCALDE
María, ya sabes que tengo mucho gusto en complacerte; pero en esta ocasión no puedo hacer lo que deseas.

MARIA
Tenga usted presente, señor, que después de lo ocurrido anoche, yo necesito ver a Juan para justificarme ante él, como me he justificado ante usted.

ALCALDE
Tu justificación en estos momentos sólo serviría para atormentarle. Juan no desconoce la gravedad de la falta que ha cometido: la Ordenanza militar es muy severa; ve los delitos antes que las causas que han impulsado a cometerlos, y aunque el de Juan merece disculpa, porque cualquiera en su caso hubiera hecho lo mismo, al fin y al cabo ha atentado contra la vida de su jefe y... esto es grave, María, muy grave.

MARIA
Y muy injusto, señor; porque Juan no tiene la culpa de que su Capitán se haya vuelto loco, ó de que olvidando lo que debe a usted y lo que se debe a sí mismo, haya faltado y  comprometido a una pobre mujer sin razón ni pretexto que lo justifique. ¡Ah, señor! Déjeme usted ver unos instantes a Juan, déjeme usted persuadirle de que soy inocente.

ALCALDE
Ya te he dicho, María, que no puede ser.

MARIA
¿Y por qué no puede ser? ¿Quién se lo impide a usted? ¿Acaso no tiene en su poder la llave de la habitación en que Juan está encerrado?

ALCALDE
Sí, María, tengo esa llave; pero es lo mismo que si no la tuviera.

MARIA
No entiendo lo que quiere usted decirme, ni por qué se obstina en no dejarme ver a, Juan.

ALCALDE
Tranquilízate, María, tranquilízate, y comprenderás las razones que tengo para obrar de este modo. La cárcel del pueblo no es otra cosa que una especie de sótano que hay en el Ayuntamiento. Por fortuna nuestra, se ocupa rara vez; pero hace unos días que nuestros soldados tuvieron la suerte de tropezar con ese famoso ladrón que era el terror de toda la comarca, y mientras la autoridad no disponga de él como juzgue conveniente, le tenemos encerrado allí. De manera, hija mía, que Juan, a la hora presente, debería hallarse en compañía de ese malvado, si yo, para evitarlo, no hubiera empeñado mi palabra de que en esta casa y bajo mi responsabilidad, estaría tan seguro y tan completamente incomunicado como en un calabozo. Dime tú ahora si debes ver a Juan, y si yo debo faltar a mi palabra.

MARIA
No señor. Ignoraba todo eso, y ruego a usted que perdone mi insistencia; pero ya que, por ahora, debo renunciar a satisfacer ese deseo, quisiera...

ALCALDE
¿Qué?

MARIA
Quisiera... Que viese usted al Capitán, que le hablase; que le pidiese indulgencia para Juan.

ALCALDE
Descuida, hija mía, descuida. Pienso hacer todo eso y algo más: pienso pedirle indulgencia y justicia.

MARIA
¡Ah! ¡Qué bueno es usted, señor!

ALCALDE
Vamos, tranquilízate y vete. El Capitán, a quien estoy esperando, no tardará en llegar, y no quisiera que le encontrase aquí.

MARIA
(Besando la mano al Alcalde) En manos de usted dejo toda mi esperanza. (Vase por la puerta lateral da la derecha)

ALCALDE
Hay criaturas, y ésta es una de ellas, que vienen al mundo sólo p ara llorar, (Siéntase junto a una mesa, demostrando coa su actitud hallarse muy abatido)


ESCENA III

El Alcalde y Teresa.

TERESA
(Saliendo por la puerta lateral izquierda y dirigiéndose al Alcalde) ¡Jorge! ¡Jorge!

ALCALDE
¿Qué me quieres?

MARIA
Tengo que hablarte...

ALCALDE
Déjame. No estoy ahora para...

TERESA
Tengo que hablarte de un asunto muy importante. Necesito que me oigas, que me aconsejes lo que debo hacer, para remediar el daño ocasionado, y sobre todo, que me perdones.

ALCALDE
¿Qué te perdone?

TERESA
Sí.

ALCALDE
(Levantándose) Habla, ya te escucho.

TERESA
He cometido una infamia. Te he faltado a ti, he faltado a María, y he sido, sin quererlo, sin sospecharlo siquiera, causa de la desgracia que todos lamentamos.

ALCALDE
¿Tú?

TERESA
Sí. Yo amaba a Juan. Durante mucho tiempo he acariciado la esperanza de ser correspondida; pero al ver que regresaba más enamorado que nunca de María, y que estaba resuelto a casarse con ella, el demonio de los celos deslumbró mis ojos, ofuscó mi entendimiento, y sin calcular las consecuencias...

ALCALDE
Sigue.

TERESA
Hice comprender a Juan que María le era infiel. Después, y aprovechando la afición del Capitán a María, le hice creer que era amado por ella, y la escena de anoche fue la natural consecuencia de una supuesta cita, que en nombre de María di al Capitán.

ALCALDE
¡Desgraciada! ¡Qué has hecho!

TERESA
¡Ten piedad de mis lágrimas y mi dolor! ¡Soy una débil mujer!...

ALCALDE
¡Eres una miserable!

TERESA
Mi amor puede disculparme.

ALCALDE
¡Tu amor! ¡Tu amor, y has depositado la duda injusta y roedora en el corazón de Juan, has robado a María sus más puras ilusiones y provocado en mi familia la más espantosa de las desdichas!

TERESA
(Arrodillándose) ¡Perdón, Jorge, perdón!

ALCALDE
¡Vete!

TERESA
¡No!

ALCALDE
¡Vete!

TERESA
(Levantándose) No me voy de aquí sin la esperanza, al menos, de que llegaré a merecer tu indulgencia.

ALCALDE
(Después da una breve pausa) Teresa, tu falta es imperdonable y acaso imposible de remediar.

TERESA
Dime qué debo hacer.

ALCALDE
Ante todo, pedir a Dios que suavice los rigores de la situación en que nos hallamos, y después...

TERESA
¡Manda! ¡Ordena!

ALCALDE
Después... No sé. Necesito meditar. Quiero estar solo. ¡Vele!

TERESA
Pero...

ALCALDE
¡Vete, digo! (Vasa par la primera puerta da la izquierda)


ESCENA IV

El Alcalde; el Capitán, por el foro.

ALCALDE
¡El Capitán! ¡Dios ponga tiento en mis manos!

CAPITAN
Buenos días, señor Alcalde.

ALCALDE
Buenos días, señor Capitán.

CAPITAN
¿Está usted solo?

ALCALDE
Sí señor.

CAPITAN
Me alegro, porque tenemos que hablar...

ALCALDE
Estoy a las órdenes de usted.

CAPITAN
¿Dónde está Juan?

ALCALDE
(Señalando hacia la segunda puerta de la izquierda) Encerrado en aquella habitación. Aquí tiene usted la llave.

(Sacándola del bolsillo de la chaqueta)

CAPITAN
Veo que es usted muy prevenido, y que ha tomado bien sus precauciones.

ALCALDE
Precauciones inútiles, tratándose de un hombre como Juan.

CAPITAN
Sin embargo, como casi puede considerársele condenado a muerte...

ALCALDE
Lo estaría ya, y no tendría reparo en dejarle completamente libre hasta el momento de ejecutarse la sentencia. Tengo seguridad de que no se fugaría.

CAPITAN
Mucha confianza tiene usted en él.

ALCALDE
Le conozco desde que era niño. Sé que su carácter es algo violento, rudo; pero sé también que Juan es agradecido, leal, y que por nada en el mundo faltaría a los deberes que el honor y la hospitalidad imponen.

CAPITAN
¡Quién sabe si se equivocaría usted! El que olvida el respeto que a sus jefes debe, bien puede olvidar lo demás.

ALCALDE
Me alegro de que se haya tocado este punto, señor Capitán, porque deseo saber la verdadera causa del acaloramiento de Juan, y presumo que usted le será fácil explicármela!

CAPITAN
Muy fácil.

ALCALDE
(Mirando fijamente al Capitán) Veamos.

CAPITAN
Anoche... después de recogerme, cuando el sueño empezaba a cerrar mis ojos, recordé que era preciso buscar un propio de confianza para que hoy al amanecer llevase unos pliegos importantes al Coronel, que se halla en la capital. Me vestí... y salí para comunicar al sargento las órdenes oportunas, Pero como estaba a obscuras, tropecé con una mujer, con María, que se asustó, pidió socorro, y antes de que pudiera decirla una palabra, Juan, que estaba de guardia, y a quien sin duda ofuscaron los celos, hizo saltar el pestillo de la puerta de la calle, penetró en la habitación y... ya sabe usted lo demás. Pero en breve lo esclareceremos todo, porque precisamente vengo a interrogar a Juan. Ruego a usted que nos deje solos un momento.

ALCALDE
Con mucho gusto, puesto que así lo desea usted. Pero debo advertirle que no he quedado muy satisfecho con las explicaciones que acaba de darme. Por otra parte, se me figura que... efectivamente, los celos pueden haber intervenido en el asunto, y los celos, señor Capitán, ofuscan la razón, hacen perder la memoria, y hasta desfiguran los hechos.

CAPITAN
Los que acabo de referir a usted...

ALCALDE
Creo que no son exactos.

CAPITAN
(En tono de reconvención) ¡Señor Alcalde!

ALCALDE
(Con calma) Hablemos con franqueza, señor Capitán. Estoy al cabo de todo, y sin perjuicio de volver sobre el asunto, si a usted le place, creo que estamos en el caso de ocuparnos de lo que importa. La vida de Juan se halla seriamente amenazada. ¡Pero Juan no debe ser responsable de un hecho que usted ha provocado!

CAPITAN
¡Que yo he provocado!

ALCALDE
Sí señor; puedo demostrarlo. Pero como lo primero es lo primero, dejemos esto a un lado y ocupémonos de Juan, cuya vida, repito, se halla muy comprometida. ¿Qué piensa usted hacer?

CAPITAN
La pregunta me parece ociosa, tanto más cuanto que usted ha servido al rey y sabe, sin necesidad de que yo se lo diga, lo que el deber me ordena en este caso.

ALCALDE
Precisamente porque lo sé y porque comprendo su gravedad, es por lo que deseo que usted me diga el giro que se propone dar a este asunto.

CAPITAN
Pues es muy sencillo. Todo se reduce a dar un parte formal de lo ocurrido; hecho esto, el consejo de guerra y la superioridad, resolverán lo que corresponda.

ALCALDE
Eso no debe hacerse. No puede hacerse. Porque si se hiciera, Juan sería irremisiblemente fusilado, y se daría el caso, muy triste por cierto, de que el culpable se convirtiera en verdugo del inocente.

CAPITAN
(Irritado) ¡Señor Alcalde! Me está usted insultando, y yo no consiento...

ALCALDE
(Con energía) Perdone usted, señor Capitán. Le estoy diciendo a usted la verdad, y ante la verdad no hay más remedio que bajar la cabeza.

CAPITAN
La mía no se humilla ante nada ni ante nadie. Y basta de explicaciones, porque ni tiene usted derecho a pedírmelas ni yo obligación de dárselas.

ALCALDE
(Con calma y un tanto incomodado) Me parece usted un poco soberbio, señor Capitán, y la soberbia, como los celos, ofusca la razón y suele tener malos resultados. Medite usted, pues, el asunto, y vea si hay .medio de arreglarlo.

CAPITAN
¡No hay ninguno!

ALCALDE
¿Ninguno?

CAPITAN
¡Ninguno!

ALCALDE
Está bien. No insistiré más. Pero tenga usted presente que las consecuencias serán fatales, y que sobre la justicia de los hombres está la justicia de Dios, que exige siempre la responsabilidad a quien la tiene.

(Vase por el foro da la derecha)


ESCENA V

El Capitán, solo.

CAPITAN
¡Me culpa! ¡Me amenaza! ¡No sé cómo he podido contenerme! Es necesario resolver este asunto sin demora. El nuevo destacamento que viene a relevarnos está para llegar y... ¡Qué veo! ¡María! Volveré. (Vase por el foro de la izquierda)


ESCENA VI

María, saliendo por la puerta lateral do la derecha; poco después Teresa, por la de la izquierda.

(Música)

MARIA
¡Se fue! Sin duda esquiva
de hablarme la ocasión.
¡Sospecha mi demanda,
comprende mi dolor,
y teme que mis lágrimas
le inspiren compasión!
(¡Teresa!)

TERESA
(Al fin la encuentro)
¡María!

MARIA
¡Santo Dios!

TERESA
En busca tuya vengo,
transida de dolor.
Deseo que benévola
atiendas hoy mi voz,
y anhelo que mis súplicas
muevan tu corazón.

MARIA
(¡Por qué late mi pecho
al escuchar su voz!)
Señora, a vuestras órdenes
sabéis que siempre estoy.

TERESA
Escúchame, María.

MARIA
Hablad, hablad.

TERESA
(Valor)
Busco en vano en tal momento
una súplica, un acento,
que volver pueda la calma
a mi pobre corazón.
No le pidas a mi labio
revelar cuál fue el agravio.
Necesito que a mi alma
dé consuelo tu perdón.

MARIA
Busco en vano en tal momento
la razón del sentimiento,
que turbar pudo la calma
de tan noble corazón.
Yo no exijo de su labio
me revele si hay agravio.
Mitigar quiero la pena
que os inspira tal acción.

TERESA
Gracias, María;
vuelve a decir
que me perdonas.

MARIA
Lo juro, sí,
por el cariño
de ese infeliz
a quien la vida
y el alma di.

TERESA
¡Por Juan!

MARIA
Salvarle
quiero, ó morir.

TERESA
Por él mi duelo
no tendrá fin,
hasta que logre
verle feliz.
en santo lazo
unido a ti.

MARIA
(Arrodillándose)
A tal deseo
justo es rendir
gracias de hinojos.

TERESA
No. ¡Ven a mí!

LAS DOS
Sólo por él,
porque pueda vivir
toda mi alma he de dar.
Si suerte cruel
le condena a morir,
moriré de pesar.
Pueda mi amor
mitigar su dolor,
y venciendo al destino,
la ventura lograr
de quien piensa en la muerte
la dicha alcanzar.
Juntas buscar debemos
la salvación de Juan.
Sólo en su bien cifremos
nuestro mayor afán.

(Hablado)

TERESA
No perdamos un momento. El Capitán y los soldados se disponen para marchar, porque el relevo llegará muy pronto. Si Juan marcha con ellos, está perdido y es necesario evitarlo.

MARIA
Pero...

TERESA
Escucha. La habitación en que se halla encerrado tiene una puerta, condenada hace mucho tiempo, que da al campo. Por esa puerta, que no es difícil violentar, puede escaparse, y como él conoce bien todos estos lugares y todos los atajos, antes de una hora podrá, burlando la vigilancia de los soldados, ganar la frontera. Ven conmigo. ¿Qué te detiene?

MARIA
¡Ay! ¡No conoce usted a Juan!

TERESA
¡Piensa, María, que le espera la muerte!

MARIA
Si está de Dios que ha de morir, morirá. Juan no quiere la vida si ha de conservarla por medio de la ingratitud y la deshonra.

TERESA
¡María!

MARIA
Aún no he perdido la esperanza de salvarle. El Capitán es bueno, es noble y espero que mi dolor y mis lágrimas le inspiren compasión.

TERESA
(Viendo al Capitán que aparece en la puerta del foro) ¡Silencio! ¡Aquí está! Te dejo sola con él. (Vase por la puerta lateral de la izquierda)


ESCENA VII

María y el Capitán; después Teresa.

CAPITAN
(Entrando pausadamente y fijando la atención en la puerta por donde entró Teresa) María, el amor es muy tirano; pero yo, que no soy rencoroso, te perdono la ingratitud con que me correspondes.

MARIA
Todos faltamos, señor, y debemos ser indulgentes. El mismo Juan, bien lo sabe usted, ha sido impulsado por circunstancias independientes de su voluntad, y merece disculpa.

CAPITAN
Yo no puedo dejar impune el delito que ha cometido.

MARIA
(Con dulzura) ¿Y por qué lo ha cometido, señor? ¿Quién le ha impulsado a cometerlo?

CAPITAN
No creo que soy yo quien deba decirlo. Tú misma puedes contestarte.

MARIA
¡Yo!

CAPITAN
¿Acaso no tienes tú la culpa de todo? ¡A quién diablos se le ocurre darme una cita y dejar la ventana abierta, sabiendo que Juan estaba a dos pasos de la casa!

MARIA
(¡Qué dice este hombre!) ¡Que yo he dado a usted una cita!

CAPITAN
María, no seas injusta conmigo. Confiesa que no habías pensado en el fatal desenlace que tu cita podía tener.

MARIA
(¡Este hombre ha perdido la razón ó es el más villano de los hombres!)

CAPITAN
¿Ahora te sorprende?

MARIA
Señor Capitán, yo puedo decir a usted que salve a un inocente. Usted puede no hacer caso de mis súplicas... ¡Pero insultarme!... ¡Calumniarme cobardemente!... ¡Oh, esto es indigno, señor, es infame!...

CAPITAN
¡Pues qué! ¿Te atreverías a negar que anoche me diste una cita para después del toque de animas?

MARIA
¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Existen seres capaces de suponer en mí semejante infamia?

TERESA
(Saliendo por la izquierda) Sí, María. Yo cité anoche al Capitán suponiendo que lo hacía en nombre tuyo.

MARIA
¡Usted!

TERESA
Yo misma. Nada importa por qué lo hice; lo que importa es que sepa todo el mundo que eres inocente, y que yo, sólo yo, soy aquí culpable de todo.

CAPITAN
Perfectamente. Comprendo la intención, y no puedo negar que es buena; pero por esta vez se han equivocado ustedes. Aquí todo el mundo se ha puesto de acuerdo en favor de Juan y en contra mía.

TERESA
Señor Capitán, nosotros sabemos que Juan ha cometido una falta grave; pero usted, que es un caballero y sabe lo que [es amar, sabrá perdonarle y perdonarnos.

MARIA
¡Ah, señor! ¡Perdón para Juan! ¡El es mi única esperanza! ¡Tenga usted compasión de nosotros!


ESCENA VIII

Dichos y el Alcalde, por el foro.

ALCALDE
¡Basta ya!

MARIA
(Dirigiéndose al Alcalde) ¡Por Dios, señor!

ALCALDE
Idos de aquí. Tengo que hablar a solas con el señor Capitán, (María y Teresa, dominadas por la severa actitud del Alcalde, se retiran por la derecha)


ESCENA IX

El Capitán y el Alcalde.

ALCALDE
(Al Capitán) Propio es de almas generosas no olvidar los beneficios recibidos; y la tenaz resistencia que usted opone a la cariñosa solicitud con que abogamos por ese noble y valiente soldado, me obliga a revelar a usted un hecho cuyo recuerdo vivía oculto en el fondo de mi corazón.

CAPITAN
¡Qué quiere usted decir!

ALCALDE
Va usted a saberlo.

(Música)

ALCALDE
En un pueblo cercano
a la vecina sierra,
há un año que se hallaban
las tropas de la Reina,
en número muy débiles
más fuertes por su ardor.
España entera ardía,
cual hoy en cruda guerra,
y a un capitán bizarro
fióse la defensa
de aquel invicto pueblo
de indómito valor.
Al fin sobre él cayeron
centuplicadas fuerzas;
tan sólo de salvarle
había una manera:
ganar con fiero arrojo
el paso a la facción;
y en una noche obscura,
triste, espantosa, horrenda,
que en sombras envolvía
el monte y la pradera,
el Capitán lanzóse
en desigual acción.

CAPITAN
¡Y bien...! Señor Alcalde...
¡Acabe usted por Dios:
que tengo vida y alma
pendientes de su voz.

ALCALDE
En una y otra parte
sonó el grito de guerra;
la lucha encarnizada
crecía más y más,
y el pueblo quedó libre,
mas no sin honda pena,
que herido gravemente
cayó allí el Capitán.
Y presa hubiera sido
de la canalla fiera,
si un mísero soldado,
bravo, noble y leal,
con riesgo de la suya
allí no defendiera
la vida amenazada
del yerto Capitán,
cubriendo con el suyo
su cuerpo herido en tierra,
sacándole en sus brazos
de aquel trance fatal.

CAPITAN
¿Quién es ese soldado
tan bravo y tan leal?
¡Saber su nombre quiero!

ALCALDE
Es el sargento Juan.

(Hablado)

CAPITAN
¡Juan! ¡Dios mío! ¿Conque es Juan el hombre generoso que me ha salvado la vida? ¡El bravo a quien se debe la gloria de aquella jornada! ¡Ah! (Vase precipitadamente por el foro de la derecha)


ESCENA X

El Alcalde; poco después María y Teresa.

ALCALDE
¿Qué es esto? ¡Se marcha cuando empezaba a renacer en mi alma la moribunda esperanza de salvar a Juan! Cuando... Pero no. ¡He visto rodar una lágrima por sus mejillas! ¡Ah! ¡Dios le ha tocado en el corazón! (Dirigiéndose hacia la puerta lateral de la derecha) ¡María!, ¡Teresa!


ESCENA XI

María, Teresa, el Alcalde y el Capitán.

CAPITAN
(Desde el foro y hablando con les que se hallan dentro) Llegad, amigos míos. Venir todos. (Entrando y dirigiéndose a la segunda puerta de la izquierda, que abre con la llave que le entregó el Alcalde en la escena cuarta) ¡Juan! ¡Amigo Juan! (Juan aparece en el dintel de la puerta)

MARIA
(Demostrando júbilo al verle) ¡Ahí

CAPITAN
(A Juan) El soldado ejemplar que ennoblece a su patria y a quien debo la vida, no puede permanecer encerrado un momento más. Aquí está mi mano.

JUAN
(Sin aceptaría y avanzando algunos pasos) ¡Mi Capitán! ¡Si algo digno de alabanza hice en este mundo, fue inspirado por esa mujer, (Señalando a María) a quien amaba con toda mi alma!

CAPITAN
Pues bien. Sólo la mujer que ha inspirado a usted tan nobles sentimientos, debe ser su compañera. Usted se queda aquí para no separarse, ya de María. Yo me encargo de obtener y mandar a usted su licencia.

ALCALDE
(A Juan, viendo que vacila en aceptar el ofrecimiento) ¡Juan! Tiene un noble corazón quien te habla. Yo te lo fío.

JUAN
(Adelantándose y estrechando las manos al Capitán) Gracias, gracias. (Los Soldados y las Mozas y Mozos del pueblo entran por el foro)

CAPITAN
Silencio. Ya están aquí.


ESCENA ULTIMA

Dichos, Soldados, Mozas y Mozos del pueblo.

CAPITAN
(A las gentes del pueblo) Amigos míos: Os hice llamar para deciros que las apariencias nos han engañado a todos. Juan es inocente. Hizo fuego sobre mí hallándose a obscuras y en la creencia de que un malvado se había introducido furtivamente en esta casa. (Los tambores y cornetas del nuevo destacamento que llega al pueblo, se oyen a lo lejos) Soldados: ahí está nuestro relevo. (Acercándose a Juan y María) ¡Adiós, María! ¡Adiós, Juan! (Alargando la mano al Alcalde) ¡Señor Jorge! ¡Mi deuda queda pagada!

ALCALDE
(Arrojándose en los brazos del Capitán) ¡Señor Capitán!

CAPITAN
(A los Soldados y dirigiéndose al foro) ¡Vamos!

MARIA
(Siguiendo con la vista al Capitán) ¡Dios le premie su bondad!

ALCALDE
(Levantando los ojos al cielo) ¡Bendito sea Dios! (Juan y María, cogidos de la mano, se adelantan hacia el proscenio y cantan la estrofa del terceto final del acto primero)
Siempre fue de tu cariño
amante esclavo mi corazón,
y en el pecho que siente, que ama,
que late y vive para el amor,
anidarse no puede la duda,
ni el despecho ni el fiero rencor.



FIN DE LA ZARZUELA


Información obtenida en:
https://archive.org/details/lasnuevedelanoch2339caba

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