Sueño de gloria
Sueño de gloria, Zarzuela en un acto y dos cuadros se estrenó en el Teatro Echegaray de Onteniente (Valencia), el día 6 de Diciembre de 1975. Su libretista, Ricardo Moscatelli. Música de José María Damunt.
Acto I
Cuadro primero. Al levantarse el telón, la escena nos muestra un paraje de la Rambla de las Flores, de Barcelona, en su paseo central, algo más arriba del Gran Teatro del Liceo, que se divisa al fondo. Es de día. A un lado se halla un puesto de flores, atendido por Carmen, mujer de cierta edad, rodeada de macetas llenas de flores; al otro lado, Miguel, un pintor, está trabajando ante su caballete, pintando una vista de dicha Rambla. Carmen pregona su mercancía a los escasos transeúntes que en aquel momento circulan por allí, mientras Miguel se extasía ante el placer que supone poder pintar el célebre paseo barcelonés, con sus flores y su ambiente, tan variado de noche como de día. Al cabo de sus reflexiones, que componen su romanza, el pintor guarda sus pinceles y pinturas, recoge lienzo y caballete y se dirige a Carmen, que sigue ocupada en su puesto. Se ven pasar a algunas personas que se dirigen al Liceo. Carmen pregunta al pintor cómo sigue su obra, que éste declara a punto de acabar, pero se niega a mostrársela porque dice que trae mala suerte enseñar un cuadro antes de terminarlo. Miguel pregunta entonces a la florista por Luisa, su hija, y ésta se muestra contraria a que la muchacha se vea con el pintor y abiertamente le dice que Miguel no le gusta como yerno. Después de esta breve discusión Miguel ruega a la florista, prescindiendo de las frases poco halagüeñas que ésta le ha dedicado, si quiere guardarle los pinceles y el caballete, aunque no le deja el cuadro para que ella no pueda verlo. Miguel se marcha con su cuadro y por el otro lado entra Andrés, un pueblerino andaluz vestido con elegancia, aunque se ve a la legua que no es su costumbre andar así vestido. Después de dudar un poco, se acerca al puesto de flores y pregunta a la florista qué flor es la más indicada para llevar en el ojal para asistir al Liceo... desde el gallinero. La florista le indica que lo mejor es usar anteojos, pero le aconseja llevar también una rosa y un clavel cuando el muchacho le dice que canta su novia en el Liceo esta noche; así podrá darle la rosa a ella y llevar él el clavel en el ojal. Con tal motivo traban conversación y la florista explica a Andrés que ella también había cantado en el Liceo en el coro, y que a la salida la esperaban poetas, músicos y admiradores de toda laya. Al final ella se había casado con un tenor y la boda tuvo lugar con un banquete tan suntuoso que al pagar la cuenta el tenor había enfermado y ya nunca más volvió a cantar. Un año y medio duró esta situación hasta que una noche desapareció. Andrés, nervioso por el debut de su novia no quiere oír más; esta noche verá la ópera Otello de Verdi y le han dicho que en ella muere hasta el apuntador, por lo que no quiere seguir oyendo desgracias, pero Carmen lo tranquiliza: su marido no murió, sino que se limitó a fugarse con otra corista más guapa que ella. Andrés, sin embargo, le ruega que le explique la continuación otro día, y hace cuenta de volver con frecuencia por allí si su novia triunfa en el Liceo, como es de esperar. Andrés se va y al salir topa con Luisa que entra en aquel momento y le ofrece flores. Temeroso de que la joven le cuente otra historia, Andrés desaparece rápidamente de escena. Luisa habla con su madre, Carmen, y le pregunta si ha vuelto a explicar la historia de su boda. Carmen se excusa: al fin y al cabo Luisa le recuerda siempre a su antiguo marido; hasta parece que ha heredado la capacidad de cantar. Y aunque Luisa se opone a ello, Carmen insiste en poder, al menos, soñar que la muchacha cantará algún día en el Liceo. Luisa está de acuerdo: soñar es algo que debe estar al alcance de todos, y así lo expresa en su romanza. Entran ahora Jaime, el vigilante y cobrador de las sillas públicas de la Rambla, y Tomás, limpiabotas; este último es sordo y Jaime le pregunta si esto es defecto físico o falta de higiene. Tomás comenta lo poco feliz que es su negocio y los gastos que tiene; la chapa del permiso para trabajar en la calle le cuesta un ojo de la cara cada mes. Tampoco Jaime está contento: hay pocos que paguen cuando se sientan en las sillas y para postre, unos turistas ingleses, al hacerlo le han pagado en moneda inglesa, por lo que se ha equivocado al dar el cambio y aun ha perdido dinero encima. Salen ambos a su trabajo y Luisa y Carmen hablan del pintor; Carmen expresa su desaprobación por el oficio y el porvenir de Miguel, pero al fin le dice que el muchacho la andaba buscando y Luisa se va a encontrarlo. Al salir, Luisa se cruza con una pareja sumamente elegante que se dirige al Liceo. El, un hombre ya maduro, es Pedro, el antiguo esposo de Carmen; sin saber que está ella allí se acerca al puesto de flores y pide orquídeas, mientras su aman¬te, Reyes, espera en un ángulo de la escena. Carmen responde que no tiene orquídeas y entonces reconoce al que fue su marido. Pedro, sorprendido, trata de llamar a su esposa por el nombre cariñoso de Carmina, pero ella se niega a aceptar ese trato y mantiene las distancias; rehusa también el dinero que Pedro le ofrece y cuando éste se interesa por la hija que tuvieron, Carmen le oculta que se ha cruzado con ella y finge que está casada con el pintor, que tiene siete hijos y que viven en Australia, para evitar que Pedro intente verla. Reyes, desde lejos, pregunta a Pedro si ha terminado ya, y éste la manda esperar en la puerta del teatro. Dos clientes se acercan al puesto y con este motivo Carmen interrumpe la discusión y los atiende; después, despide a Pedro sin más contemplaciones; al quedarse sola, sin embargo, siente conmover su ánimo por los recuerdos de tiempos pasados. Pero no se deja vencer; aquello ya acabó. Con las últimas notas de la romanza que canta con este tema, termina el primer cuadro y cae el telón.
Segundo cuadro. Situado en el mismo lugar, unas horas más tarde. Ahora es de noche. Entra Andrés, muy nervioso y a poco también Carmen, cuyo puesto está ahora cerrado y está buscando a los novios. Carmen reconoce al andaluz y le pregunta por el éxito de su novia, pero éste confiesa que ha sido un fracaso, y en gran parte por su culpa, pues le lanzó el clavel a la muchacha en plena romanza, causándole una desorientación en las notas que ha motivado un abucheo de todo el teatro. Andrés que comenta que el asunto se ha puesto «más feo que Picio», se halla entonces en apuros para explicar quién era Picio e inventa un supuesto niño muy feo nacido en su pueblo, Villanueva del Caño. Por el lado del teatro aparece ahora Esperanza, la cantante fracasada, y Andrés, muy apurado, le acaba confesando que fue él quien tiró el clavel que le causó el fracaso. Deciden ambos dejar el coro del Liceo y volver a su pueblo, Villanueva del Caño, con cuyo motivo cantan el dúo cómico siguiente, en el que Andrés confiesa que pensaba vivir de las ganancias de Esperanza, pero que ahora tendrá que trabajar. Esperanza y Andrés se reconcilian allí mismo y se abrazan los dos pueblerinos decididos a volver a su tierra. Entran Luisa y Miguel del brazo, muy contentos. Carmen los recibe de mal talante al principio, pero las cosas que han pasado durante el día han removido su espíritu, y después de lamentarse un poco de que Miguel se lleve su única hija deja que continúen hablándose los dos, mientras ella acepta una invitación de Andrés y Esperanza para ir a tomar un café. Solos en escena, Miguel y Luisa cantan un dúo amoroso al término del cual vuelven Carmen, Andrés y Esperanza. Va a empezar de nuevo la discusión entre Carmen y, los novios cuando entra Jaime, el vigilante y cobrador de las sillas, quien interviene en la discusión a favor de los novios. Jaime da una relación de su propio matrimonio con Montse que acaba de conmover a Carmen; cuando Jaime se va la florista ya no sabe oponer mayor resistencia al noviazgo y acaba aceptando que Miguel se case con Luisa. Andrés y Esperanza también se las prometen muy felices y los cinco acaban cantando el derecho que tenemos todos a soñar alguna vez.
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