La Casa de Enfrente (Libreto)



LA CASA DE ENFRENTE



Zarzuela cómica en un acto.

Libreto Serafín Alvarez Quintero y Joaquín Alvarez Quintero.

Música de Pablo Luna.

Estrenada en el Teatro de Apolo el 20 de marzo de 1917.


REPARTO (Estreno)

Sarita - Rosario Leonís.

Manola - Rafaela Leonís.

Herminia - Antonia Fuentes.

Chuchú - Carlota Paisano.

La Miss - Teresa Saavedra.

Josefa - Paquita Girona.

Don Cándido Borrajas - Casimiro Ortas.

El Abuelo Chocho - Francisco Meana.

Don Luis de Esquivias - Carlos Rufart.

Carmelo - Cristóbal S. del Pino.

Arístides - Carlos Román.

Celestino - Valeriano León.

El Loro - N. N.


LA CASA DE ENFRENTE

Habitación contigua a una galería cerrada de cristales en la casa de don Cándido Borrajas, en Madrid. La casa es rica, está decorada a la moderna, y pertenece a un barrio de los que ahora se llaman de gente bien. A la derecha del actor, un gran mirador, con unos visillos; a la izquierda, una puerta que conduce al interior de la casa, y al foro, un intercolumnio que da paso a la galería. Detrás de los cristales de ésta se ve una terraza con profusión de plantas y flores. Muebles elegantes. En sitio preferente el retrato de una abuelita. Sobre las butacas, las sillas y el sofá, vistosos cojines. Algunas plantas. El suelo, de madera encerada, cubierto en el centro por una alfombra rica. Aquí y allá, en los muebles y aun en el suelo mismo, diferentes objetos de la señora y de las señoritas de la casa, tales como novelas y libros ilustrados, papeles y cuadernos de música, revistas y periódicos de modas, raquetas del juego del volante o del tennis, una guitarra, una sombrerera, dos o tres sombrillas, un juego de ajedrez, etc., etc.

Al frente, en la galería, presidiendo con gravedad el desorden de la casa y de la familia, un viejo loro, aposentado en dorada jaula. Es de día.

Don Cándido Borrajas, el cabeza de familia —poca cabeza,— alterna sus ocios enseñándole una canción al lorito y atisbando desde el mirador lo que pasa en la casa de enfrente. Manola, la mayor de sus hijas, que se perece por lo chulo y por lo flamenco, canta a la guitarra. Herminia, la segunda, está de pie, tomando elegantes posturitas, las cuales son su flaco.

El papá viste batín o bata y zapatillas; las niñas, vaporosas batas de seda, que dejan adivinar sus encantos. Porque, en honor de la verdad, no le salieron mal a Borrajas. Se conoce que las pensó poco.

(Música)

DON CANDIDO
Al loro, «que se fija mucho», repitiéndole las frases hasta la saciedad, para que las aprenda.
Es de mala educación
si se saca la petaca,
no ofrecer a la reunión.

MANOLA
¡Qué matraca!

HERMINIA
¡Qué pensión!

Don Cándido corre a su observatorio del mirador, y levantando disimuladamente un visillo, permanece unos instantes en acecho.

DON CANDIDO
Aun no ha abierto su balcón.

HERMINIA
El médico me ha dicho
que apres tous les repas
esté de pie dos horas
si quiero adelgazar.

MANOLA
Reniego yo del señorío,
si no he de hablar a aquel moreno
que ha puesto en el corazón mío
la dinamita de un barreno.

No me digan que no:
donde esté un mozo fino de barrio,
la pareja soy yo.

DON CANDIDO
Volviendo junto al loro otra vez.
Lorito real:
aplícate un poco y aprende:
¡no me dejes mal!

HERMINIA
Las piernas se me rinden
de tanto estar de pie;
me siento un momentito,
queje suis fatigué.

MANOLA
No sé explicarte aquella cosa
que a mí me dio la otra mañana
cuando te vi con la pañosa
de los embozos verde y grana.

No me digan a mí:
donde esté una mantilla de encaje ,
no hay sombrero ni esprí.

DON CANDIDO
Es de mala educación,
si se saca la petaca,
no ofrecer a la reunión.

MANOLA
¡Qué matraca!

HERMINIA
¡Qué pensión!

LAS DOS
¡Qué fastidio de lección!

(Cesa la música)

Manola sigue rasgueando en la guitarra; Herminia coge un libro, adopta una nueva posturita elegante, y lee; Don Cándido torna al mirador, ansioso de ver algo extraordinario. Pausa. A poco se oyen dentro, hacia la izquierda de la galería, por donde luego sale, las voces del Abuelo Chocho. Es un viejecillo muy entero, nervioso y descarado, ex suegro de Borrajas.

ABUELO
¡Nada, nada! ¡Es usted un sinvergüenza; un cochino! ¡Y la que le consiente a usted esas libertades, una pindonga! ¡Y no le digo a usted que por la puerta se va a la calle, porque va usted a salir por el balcón, de un puntapié mío!

MANOLA
¡Ya escampa! ¡Cómo está hoy el abuelo!

Deja la guitarra.

DON CANDIDO
Sí que se mete la tarde en agua.

HERMINIA
A mí me descompone oírlo.

DON CANDIDO
El pobre señor ya chochea, pero no hay quien lo aguante.

Al Abuelo, que aparece a punto, rezongando. Trae bastón y sombrero.

¿Qué sucede, abuelo? ¿Qué sucede?

ABUELO
¡Que esto no es casa! ¡Que esto es una república! ¡El chauffeur, no tiene vergüenza! ¡La cocinera, no tiene vergüenza! ¡El mozo de comedor, no tiene vergüenza! ¡Las doncellas, no tienen vergüenza! ¡Aquí nadie tiene vergüenza!

MANOLA
¿Nadie?

ABUELO
¡Nadie! ¡La tengo yo; pero como yo no soy nadie en la casa, nadie tiene vergüenza! ¡Ni tú; ni tú; ni la madrastra; ni Chuchú; ni éste! ¡Ni el loro!

EL LORO
¿Hola?

DON CANDIDO
¿Eso es todo lo que sabes decir, sinvergüenza?

HERMINIA
Cálmate por Dios, abuelito.

ABUELO
¡No me da la gana! Si tuvierais vergüenza, ¿estaríais sin vestir a las horas que son de la tarde?

MANOLA
Levantándose decidida.
¡Vaya! Me voy a poner de veinticinco alfileres, para darte gusto.

ABUELO
¿A mí, o al abogadete que vendrá luego?

MANOLA
¡Claroco!

Se va por la puerta de la izquierda.

ABUELO
¡Claroco! ¡Qué bonita expresión! ¡Da gloria lo bien que educas a tus hijas! ¡Como a la nena le agradan las chulerías, se le ríen las gracias!

DON CANDIDO
¡Claroco!

ABUELO
A la otra.
¿Y tú, qué estás leyendo?

HERMINIA
Una novela.

ABUELO
¿Francesa, verdad? ¡Qué peste de libracos franceses!

Le quita el libro y lo tira lejos.

¡Aprended primero el castellano!

HERMINIA
Abuelo, ¡vaya unas maneras!

ABUELO
¡No merecéis otra!

HERMINIA
Está bien.

DON CANDIDO
¿Vas a salir, abuelo?

ABUELO
Ahora mismo.

DON CANDIDO
Pues te voy a encargar una cosa. He visto el otro día... el caso es que no me acuerdo dónde; pero tú me lo encontrarás- un encendedor modernísimo, de nuevo sistema...

ABUELO
¡No compro más encendedores! ¡Te he traído siete! ¡Búscalos en tú casa! ¡Lo primero que tiene que saber un amo de casa es lo que hay en ella! ¡Te roba toda la servidumbre!

DON CANDIDO
¡Pues, señor, cuando te levantas de esa vena, hay que meterse en el cuarto de baño!

Marchase por la puerta de la izquierda también.

ABUELO
¡Sí, sí, sí!... ¡Si el viejo chochea, si está loco!... ¡Si no dice más que tonterías!

A Sarita, que viene por la izquierda de la galería, en traje de calle. Es joven, guapa, fresca y apetitosa.

¡Oh! ¡La señora de la casa!... ¡Digo, de la calle; porque está más tiempo fuera que dentro!

SARITA
¿Ahora me toca a mí?

ABUELO
¡La segunda esposa de ese nunca bien ponderado majadero a quien tuve por yerno siete años!

SARITA
La segunda esposa, sí, señor. Para servir a usted en lo que se le ofrezca.

ABUELO
¡No se me ofrece nada! A la calle, ¿eh?

SARITA
Sí, señor; a la calle. A mis cosas...

ABUELO
¡Oh, los trapos! ¡Oh, las modistas! ¡Oh, las tiendas!... ¡Qué socorridos encubridores!...

SARITA
¡Jesús! No se sulfure usted, abuelo. Siempre ha de andar así... Yo no voy a compras ahora...

ABUELO
¡Qué casualidad!

SARITA
Voy a ver al dentista.

ABUELO
¡Otro que tal baila!

SARITA
Pues ¿quién si no él ha de arreglarme un hueso que tengo dañado en la boca?

ABUELO
¡A otro perro con ese hueso, Sarita, que éste es perro viejo! ¡Abur!

Se va de estampía por la derecha.

SARITA
Vaya usted con Dios. Paciencia. Las personas a cierta edad se ponen insufribles. Paciencia.

Se asoma a los cristales de la galería y mira hacia abajo.

Antes faltaría el sol... Ya está ese pícaro de Carmelo en la ventana del estudio... Simpático, es simpático. Ya me ha visto.

Saluda.

¿Que si sube? ¡Sí!...

Se retira, despidiéndose con la mano.

¡Dichosos hombres! ¡Cómo aprietan algunas veces el cerco! Este andaluz es tan zalamerillo... Y luego, que yo... yo... ¿Qué le voy a hacer, si es heredado. Mi madre, mi abuela, mi bisabuela... Todo el arbolito.

(Música)

No lo puedo remediar:
he nacido tan coqueta,
que ni el yugo me sujeta...
¡Tengo que coquetear!
Cuando voy a confesar
y el buen padre me censura,
yo le digo: Padre cura,
¡tengo que coquetear!

Es un vicio feo,
pero me entretiene,
y ese es mi recreo.
Nada me detiene;
nada me contiene;
nunca titubeo.
Como que yo creo
que mi sangre tiene
mal de coqueteo.
¡Por eso mareo
a todo el que viene
y a todo el que veo!

Coqueteo
con el guapo, con el feo,
con los listos, con los torpes, con los firmes, con los cojos...
Coqueteo
con el dulce balanceo,
con la risa, con la boca, con las manos, con los ojos...
¡Coqueteo!

Ya sé yo
Que la vereda es muy mala...
¡no que no!
que hay quien la empieza y la rueda,
porque resbala, resbala
como seda
la vereda...

Como si temiera al abismo.

¡Oooooh!...

Pero es superior a mí
este afán y este deseo:
¡coqueteo
desde el día en que nací!

No lo puedo remediar:
he nacido tan coqueta,
que ni el yugo me sujeta...
¡Tengo que coquetear!
Cuando voy a confesar
y el buen padre me censura,
yo le digo: Padre cura,
¡tengo que coquetear!

(Cesa la música)

Por la puerta de la izquierda sale Chuchú, seguida de su Miss. Chuchú, la hija menor de Borrajas, es una pollita preciosa. La Miss, en cambio —¡oh suprema ley de los contrastes!— es un espantapájaros verdadero. Las dos vienen en traje de calle. La Miss lleva un sombrero de hule, impermeable y paraguas. Si llueve, no se moja.

CHUCHU
Bueno, mamá, yo me largo a casa de Niní.

SARITA
¿A casa de Niní?

CHUCHU
Tenemos merienda. Van a ir también Quica Sánchez, Lulú Romero, Coco Martínez y Chichí Casavilla.

SARITA
Pues anda con Dios. ¿Diste ya tu lección de francés?

CHUCHU
Oui.

SARITA
¿Y la de inglés?

CHUCHU
Yes.

SARITA
¿Y la de alemán?

CHUCHU
Ja.

SARITA
¿Es aplicada, miss?

LA MISS
Expresándose en castellano con dificultad.
Un día sí y otro no.

EL LORO
¿Hola?

CHUCHU
Lorito, tu est tres méchant.

SARITA
Oyeme, nena: ahora que recuerdo.

Con malicia.

¿Suele ir a las meriendas de casa de Niní, Tolito Peláez?

CHUCHU
¡Vamos! ¡Te veo venir, mamá! ¡Estate tranquila, que no es por ahí!

SARITA
¿No?

CHUCHU
¡Miau! ¡Pa el gato! Ya le dije ayer que ahuecara. No hay mendrugos.

Despidiéndose.

Conque hasta lueguito.

Al loro.

Au revoir, monsieur le perroquet.

A Don Cándido, que vuelve por la izquierda de la galería, oportunamente.

Adíeu, mon cher papa.

DON CANDIDO
Adieu, ma chère Chuchú.

SARITA
Adiós, nena, adiós.

CHUCHU
¡Saluqui!

LA MISS
Perpleja.
¿Saluqui?

Se va Chuchú por la derecha, seguida de la Miss, que busca la palabra en un diccionario de bolsillo.

DON CANDIDO
Luego dice el abuelo que las tengo mal educadas: con quince años... y sabe tres idiomas ya. Bueno, y el español, que no cuenta.

SARITA
Es monísima.

DON CANDIDO
Monísima...

Va maquinalmente al mirador, y atisba de nuevo.

La que más recuerda a su madre... Monísima...

De repente da un grito destemplado que estremece a Sarita.

¡Ya!

SARITA
¡Ay!

DON CANDIDO
¡Ya! ¡Ya está ahí!

SARITA
Candidito, que me has asustado... Creí que era otra cosa.

DON CANDIDO
¡Mírala, mírala en el balcón! ¡Mírala!

Sarita obedece, aunque sin poner en el asunto el interés que su marido.

SARITA
Ah, sí... Es verdad.

DON CANDIDO
¡Qué hermosa está hoy! ¡Y qué bien se viste!

SARITA
Demasiado vivo el color de la blusa.

DON CANDIDO
¡Ella sí que es demasiado viva! ¡Y guapa, hasta cansarse de decirlo! ¡Pero tan... tantarantán como guapa! ¡Qué cogote tiene la indina!

SARITA
¡Candidito!

DON CANDIDO
Arréglate, arréglate el sujeta-abuelos. Parece que me ha oído la muy... ¡Cómo se relame para darle color a los labios!...

SARITA
Candidito, que veo que el que se relame eres tú...

DON CANDIDO
¿Yo? ¡No me hables! ¡Indignado me tiene esa mujer! —¡Ahora sale el viejo! ¡Míralo, míralo, Sarita!

SARITA
¡Pobre hombre!

DON CANDIDO
¡Pobre hombre! ¡Pero esto no quedará así! ¡Yo no puedo verlo con paciencia! ¡Qué tranquilo va él calle arriba!

SARITA
¡El Caballero del Verde Gabán!...

DON CANDIDO
En la higuera, como dicen los clásicos de Manola. ¡Me indigna, me indigna la traición! Desde que hace un mes que se mudó ahí esa gente, yo he criado más bilis.

SARITA
Vas a tener que ir a Marmolejo.

DON CANDIDO
¡Me indigna la traición! ¡No en balde soy de la Liga de Caballeros Impecables, Investigadores del Hogar Ajeno! —El dobla la esquina... y ella se mete dentro después de tirarle un besito, para que se vaya más confiado. Y ahora... a esperar al pollastre.

Le da como una náusea, de indignación.

¡Brrrrr!... ¡Se me revuelve... se me revuelve!... ¡Se me revuelven muchas cosas! Pero ¿qué ese infeliz no tenga un buen amigo que le abra los ojos?

SARITA
¿Qué más buen amigo que tú, que sin conocerlo le has mandado ya dos anónimos, Candidito? ¡Lo que es que el hombre vive en la luna!...

DON CANDIDO
¡En los mismos cuernos de la luna!

SARITA
Estate quieto.

DON CANDIDO
¿Eh?

SARITA
Estate quieto.

Le arranca una cana del bigote.

DON CANDIDO
¡Ay!

SARITA
Perdona, pero estaba muy descarada.

DON CANDIDO
¡Qué manía! ¡Me vas a dejar el bigote picado de viruelas!

Sarita le entrega la cana mimosamente, y él le da un soplo y la echa al aire.

SARITA
Oye una cosa, que no quiero que se me olvide, pichón.

DON CANDIDO
¿Qué quieres, palomita?

SARITA
¿Has pedido informes de los muchachos del estudio?

DON CANDIDO
¿De quienes?

SARITA
De Arístides, de Celestino, de...

DON CANDIDO
No, no; no me he vuelto a acordar de semejante cosa.

SARITA
Pues ten en cuenta que nos visitan a diario, porque vienen pretendiendo a tus hijas.

DON CANDIDO
¿Y eso?

SARITA
Arístides, el escultor, el que tiene abajo el estudio, ha puesto los ojos en Herminia...

DON CANDIDO
¿Hola? Me he parecido al perroquet.

SARITA
¿Te sorprendes? ¡Pero si le está haciendo un busto y todo!

DON CANDIDO
Ah, ¿le está haciendo un busto y todo?

SARITA
¿No te han enterado las chicas? ¿No bajan las chicas al estudio a eso, calamidad?

DON CANDIDO
¡Ya decía yo! ¿A qué bajarán las chicas al estudio? Y bajan a eso.

SARITA
Pues el Celestino, el abogado, el madrileñito...

DON CANDIDO
El de las sortijillas en el bigote: en eso me he fijado, sí.

SARITA
Viene por Manola. Como los dos son tan metidos en chulería y tan verbeneros... parece que se atraen. Cada oveja...

DON CANDIDO
¡Claro! Cada ovejo...

SARITA
Oveja.

DON CANDIDO
Oveja, oveja. Le tengo que preguntar al médico por qué cambio yo tanto las vocales. Dime,  ¿y el andaluz? ¿Le gusta Chuchú al andaluz? A mí me es más simpático que ninguno.

SARITA
Disimulando.
Ah, sí: Carmelo es muy simpático. Pero ese no creo que traiga mira particular. Viene por acompañar a sus amigos... Chuchú todavía es una muñeca... Y el tal sevillanito una bala perdida.

DON CANDIDO
¡Pero con la sal por arrobas! —Vamos a ver si entra el pollastre.

Vuelve a curiosear tras de los visillos.

En este momento sale por la derecha de la galena Josefa, doncella de no mal palmito ciertamente.

JOSEFA
Señora.

SARITA
¿Qué?

JOSEFA
El señor Martínez.

SARITA
Que pase.

Se marcha la doncella; Sarita se retoca con coquetería; Don Cándido mira ensimismado a la casa de enfrente. Llega Carmelo, muchacho andaluz de buen porte, palabrero y desenfadado.

CARMELO
¡Bendiga Dios a la mujé más bonita de España!

SARITA
Señalándole a su marido.
Carmelo...

CARMELO
¡Esto soy yo capaz de publicarlo en un periódico!

Le besa la mano.

¡Don Cándido!

Don Cándido no se entera.

¡Don Cándido!

DON CANDIDO
¿Eh? ¡Ah! ¡Hola, amigo!

CARMELO
Me alegro de verlo a usté bueno, compadre.

DON CANDIDO
¿Y sus camaradas?

CARMELO
Ahora suben. ¿Qué hasía usté ahí tan metió en los visiyos?

DON CANDIDO
En tono misterioso.
Viendo si entraba el traidorzuelo en la casa de enfrente.

SARITA
No piensa en otra cosa.

CARMELO
¿Y entraba?

DON CANDIDO
Entrará, entrará.

SARITA
Pues el que más mira, menos ve, Candidito. Pierdes las mejores. ¿Tú no sabes que la casa de enfrente se comunica por los jardines y por los patios con el 98?

DON CANDIDO
¡Re...! ¡Se me iba a escurrir una palabrota! ¿Qué me dices?

CARMELO
La pura verdá: ahora caigo yo en eso. Más de una vez he visto yo entra y salí por er 98 a un vesino de la casa de enfrente.

DON CANDIDO
¡Pu...! ¡Tente, lengua! ¡Ya me explico por qué algunos días se me ha escapado a mí el pollastre! Con permiso. Voy a ver desde mi despacho... Con permiso. ¡Ah traidor, libertino, canalla!...

Márchase a escape por la derecha de la galería, con la obsesión más cómica. Sarita y Carmelo se sonríen maliciosamente.

CARMELO
¡Los hay que son fieras!

SARITA
Fingiendo un miedo que no siente.
¡Chito!

CARMELO
Pero, si no se entera aquí, ¿se va a entera desde er despacho? ¡Aprovechemos la ocasión!

SARITA
Carmelo, por Dios, no sea usted imprudente.

CARMELO
Si estamos solos!

SARITA
Una casada no lo está nunca.

CARMELO
Bajando la voz.
¿Va usté esta noche a casa de Pepita Sánchez?

SARITA
Sin falta.

CARMELO
Pos ayí seguirá la sinta. En la buya nadie se fijará en nosotros.

EL LORO
¿Hola?

SARITA
¡Ja, ja, ja! [Qué oportuno ha estado el lorito!

CARMELO
Mentira párese que tenga humó. ¡Me da una lástima er bicho ese!

SARITA
¿El lorito?

CARMELO
¡Ese y tos eyos! ¿No hay argunos que viven sien años?

SARITA
¿Y qué?

CARMELO
Usté carcule: ¡sien años solo, metió en una jaula, sin ve a una lora!

SARITA
¡Por eso vivirán los cien años!

CARMELO
¡También es posible! Porque si las loras son tan malas como argunas mujeres...

SARITA
Vaya, vaya, aquí se queda usted. Hasta luego, que me espera el dentista.

CARMELO
Hasta luego. ;Se está usté arreglando esa boca?

SARITA
Es usted de lo que no hay.

Vase por la derecha de la galería, sin dejar de mirarlo.

CARMELO
Cuando se queda solo, frotándose las manos de júbilo.
Carmelo, eres el amo. Esto va está en casa. Y el otro, mientras, asechando con mucho cuidao si entra un granuja en la casa de enfrente. ¡Ja, ja, ja!

EL LORO
¡Ja, ja, ja!

CARMELO
¡Lorito!

Bailando y cantando.
¡Ay garrotín, ay garrotán!...

Llegan por la derecha Celestino y Arístides. Celestino es un señorito madrileño muy pagado de su persona, pinturerito y achulado. Arístides no reconoce patria: es sencillamente un sinvergüenza que hace esculturas.

ARISTIDES
¡Contento está el hombre!

CELESTINO
¡Tan contento como va ella!

CARMELO
¿Va bailando también? ¿La habéis visto?

CELESTINO
Y la cara que lleva no miente. ¡Chócala!

ARISTIDES
¡Chócala!
CARMELO
¡Camino como sobre meas!
¡Buen lanse, viven los sielos!
¡Estos son los que dan fama!
que dijo Juan, mi paisaniyo.

CELESTINO
Bueno, pues a ver qué tal te portas ahora con nosotros, cuando salgan el padre y las chicas.

CARMELO
Ni media palabra: a los quites, er mataó. Y que a don Cándido no nesesito más que mentarle la casa de enfrente, y acude ar trapo que es un gusto.

ARISTIDES
En resumen: que la familia es nuestra.

CELESTINO
Por ahí. Y que caemos en blando. Cada día me convenzo más de la pasta que tienen.

CARMELO
De la buena pasta der papá, yo respondo.

CELESTINO
Pues de la otra pasta, pregunta en Bolsa. ¡Un horror! No pasa año sin que se les muera un pariente en las Pampas y les mande los cupones por kilos.

ARISTIDES
¿Veis lo que yo os digo a todas horas? El desinterés del artista siempre logra un premio.
A mí me fascinó de Herminia solamente la belleza, la línea, la escultura... ¡Y me encuentro con que está forrada! ¡Bien vengan los billetes! ¡Son el premio de mi desinterés!

CELESTINO
Míralo como quieras. El caso es que hemos acertado un pleno. ¡Y que además no es chula mi Manola! ¡Me colma el gusto! ¡Mi madre! ¡El adiós que le voy a dar a la abogacía! Señor, como que no ha nacido un hombre con este frente, estas espaldas y este canto, para hacer el primo en el mundo.

CARMELO
La vanidá física que tiene este poyo; y es una rana pa echa los huesos de las aseitunas.

CELESTINO
¡El que habla, y lo cazaron con reclamo!

Ríen los tres.

ARISTIDES
Dirigiéndose a Don Cándido, que aparece por donde se fue y va hacia el mirador.
¡Ilustre don Cándido!...

CELESTINO
¡Amigo don Cándido!...

DON CANDIDO
¡Señores míos!... Pero, oiga, ¿y mi mujer?

CARMELO
Se ha marchao a casa der dentista.

DON CANDIDO
¿A casa del dentista?

CARMELO
Ahora se está arreglando la boca.

ARISTIDES
¡Qué coquetería!

CARMELO
¡Arregla aqueya boca!... ¿Eh, don Cándido?

DON CANDIDO
Hombre, eso es bonito. ¿Y a qué dentista va?

CELESTINO
Pero ¿usted no lo sabe?

DON CANDIDO
Yo no me ocupo de eso. Y lo pregunto, porque hace varias noches que me está fastidiando a mí la muela del juicio...

Encarándose con Carmelo.

Mire usted: debo de tenerla picada; mire usted...

Abre la boca y pone los ojos en el techo. Carmelo se asoma un instante a aquel antro.

Arriba, a la izquierda.

CARMELO
¿A la izquierda?

DON CANDIDO
Sí; arriba... junto a la corona de oro...
En este momento vuelven, precisamente por la izquierda, Herminia y Manola, ataviadas con elegantes vestidos, que revelan el distinto gusto de las dos hermanitas.

En cuanto las ven se llegan a saludarlas los galanes, incluso Carmelo, que deja a Don Cándido con la boca abierta.

MANOLA
¡Tanto bueno!

CELESTINO
Eso es lo que venimos buscando.

HERMINIA
Arístides.

CARMELO
Manolita... Herminia... ¡Viva España!

MANOLA
¿Qué tal?

HERMINIA
¿Qué tal?
Cambian saludos afectuosos, en tanto que Don Cándido, creyendo que Carmelo lo observa, dice:

DON CANDIDO
¿Hay caries? De cuando en cuando me da unas punzadas... No la confunda usted con la de junto: es la del juicio; la última... Arriba, a la izquierda... ¿Hay caries? ¿Ve usted caries?

Bajando la cabeza.

¿Eh?... ¡Ah, vamos!

CARMELO
Volviendo a él.
Usté me dispense. Salieron tan a punto las niñas...

DON CANDIDO
¡Hombre, por Dios! Naturalísimo...

Celestino y Manola, y Arístides y Herminia, a partir de aquí, y a un guiño de Carmelo, pasean arrullándose por la galería, apareciendo y desapareciendo a discreción. Carmelo entretiene a Don Cándido.

CARMELO
¿Y qué?

DON CANDIDO
¿Qué, qué?

CARMELO
¿Ha comprobao usté que la casa de enfrente tiene dos puertas?

DON CANDIDO
¡Ya lo creo!

CARMELO
¿Ha entrao ese mosito?

DON CANDIDO
No, señor; no ha entrado todavía; pero he visto salir por el 98 al matrimonio del segundo.

CARMELO
Lo que le dijo a usté Sarita y yo confirmé.

DON CANDIDO
¡Justo! Al mejor cazador se le va una liebre.

CARMELO
Pero, bueno, amigo Borrajas: vamos a echa un párrafo sobre este negosio.

DON CANDIDO
¡No que no! De nada con más interés. Me quitan el sueño esos vecinos. Siéntese usted aquí. No sé si usted sabrá que soy vocal de la Liga de Caballeros Impecables...

CARMELO
Lo sé.

DON CANDIDO
Investigadores del Hogar Ajeno.

CARMELO
¡Una chirigota!

DON CANDIDO
Ahí le duele.

CARMELO
Conformes. ¿Y usté, pa la pista que sigue, tiene argún dato más que habé visto entra de contrabando a un hombre cuando se va er marido?

DON CANDIDO
¿Le parece a usted poco? ¡Pero tengo más! ¡Muchos más! Ya comprenderá usted que yo no soy un botarate ni un hombre ligero.

CARMELO
Ya, ya.

DON CANDIDO
Yo soy un tío de mucho quinqué, como dicen los chulos.

A esta sazón, entre las cuatro nances de las dos parejas enamoradas no cabe ni un papel de fumar: tan uniditos hablan.

¡La que a mí se me escape, piense lo que quiera Sarita!... ¡Lo que yo no vea!...

CARMELO
Ya, ya.

Las parejas desaparecen del todo durante el siguiente relato.

DON CANDIDO
Con regocijo íntimo.
Imagine usted que una tarde pasada, bien entre dos luces, por un espejo que puse adrede en el balcón de mi dormitorio, vi a la señora del pobre señor y al pollastre, muy amartelados en una chaise longue, y la muy tunanta queriendo comérselo materialmente.

CARMELO
¡Porra! ¿Y usté desde dónde los veía?

DON CANDIDO
Desde debajo de mi cama. Me metí allí como un verdadero detective. Por cierto que entró el gato, y se llevó un susto que no ha vuelto más por la alcoba. Y yo otro. Creí que me avanzaba... Bueno: en el espejo, ¿comprende usted? se reflejaba toda la escena. El estaba donde estoy yo y ella donde está usted. Usted es ella.

Reproduce el cuadro como puede.

De cuando en cuando le cogía la cabeza así...

CARMELO
¿El a eya?

DON CANDIDO
Ella a él. Y luego cambiaban. Y vengan besos, y vengan manitas por la frente, y venga atusarle el bigotito, y vengan carcajadas... ¡Ja, ja! ¡Ja, ja! Un asco. Me salí de debajo de la cama, me sacudí las pelusas que se me habían pegado, y ni corto ni perezoso le escribí un anónimo, que era una bomba, al Caballero del Verde Gabán.

CARMELO
¿A quién?

DON CANDIDO
Al marido. Las chicas le han puesto ese mote, porque tiene un impermeable color de lagarto. El se llama don Luis de Esquivias. Bueno, pues ¿usted me ha contestado al anónimo?

CARMELO
Pero a un anónimo, ;cómo va a contestarse?

DON CANDIDO
Quiero decir que se ha encogido de hombros; como si le hubiera rascado las nances; ¡como si la mujer fuese la mía! ¿Qué tal? ¿No hay para enfurecerse?

CARMELO
¡Vaya! Pos na, na; duro en los anónimos, hasta que se entere ese papanatas.

DON CANDIDO
¡No hay otro camino! Tres le he mandado ya.

CARMELO
¿Tres?

DON CANDIDO
¡Tres! Uno escrito con la mano izquierda, otro con la derecha, y otro con las dos manos: a máquina.

CARMELO
¡Ah! ¿Y los tres ar marido?

DON CANDIDO
No; uno a la mujer. ¡Porque este es otro cuento! ¡Me encontré una noche en plena Plaza del Callao al descarado del pollastre, del brazo de una golfa!

CARMELO
¡Caracoles!

DON CANDIDO
Bajo la voz para que no se enteren las chicas.
Así, así. Y eso ya me pareció un verdadero colmo. Malo es que se la pegue al del Verde Gabán, ¡pero que se la pegue a la adúltera al mismo tiempo!... ¡Hombre! ¡Hay que ser de estuco para no delatarlo! ¡Póngase usted en mi lugar!

CARMELO
Ya, ya procuro...

DON CANDIDO
¡Y ahora no quisiera yo más que dar con alguien que conociera al pollo ese! Porque sabiendo quién es él...

Se llega al mirador, levanta el visillo, mira hacia la calle y lanza un grito de triunfo.

CARMELO
¿Qué?

DON CANDIDO
¡Lo va usted a ver por sí mismo! ¡Allí viene!

CARMELO
¿Quién?

DON CANDIDO
¡El traidor! ¡Qué oportunidad!

CARMELO
¿El traidor?

DON CANDIDO
¡A ver si casualmente le conoce usted!

CARMELO
A verlo.

Mira también hacia la calle. Las dos parejas, que en este momento están ocultas, ríen allá dentro a más y mejor.

DON CANDIDO
Aquel delgadito, que se quiere hacer el invisible. Repare usted qué pegado a la pared avanza.

CARMELO
Sí, sí... ya lo veo. ¡Y sé quién es, don Cándido!

DON CANDIDO
¿Qué sabe usted quién es?

CARMELO
Espere usté que me sersiore. Vamos a verlo entrá en la casa.

Las risas se renuevan dentro. Don Cándido, contagiado de ellas, ríe también nerviosamente. Mientras tanto, el Abuelo Chocho vuelve de la calle por la derecha de la galería, se hace cargo de lo que allí sucede, y se va por la puerta de la izquierda, diciendo, entristecido:

ABUELO
¡Muy gracioso!... ¡todo muy gracioso!... ¡Para echarse a llorar!

DON CANDIDO
¡Ya entró!

CARMELO
Pos es Enrique Lorenzague: no me cabe duda.

DON CANDIDO
¿Quién?

CARMELO
Enrique Lorenzague. Hijo der general Lorenzague.

DON CANDIDO
¡Oh! ¡Eureka! ¡eureka! ¡Hoy es un día dichoso!

CARMELO
Un muchachiyo muy simpático...

DON CANDIDO
¡Como todos los pillos!

CARMELO
Muy calaverón, muy afisionao a las fardas... Yo lo conocí en una juerga.

DON CANDIDO
¡Ah sinvergüenza, bandolero, salteador de hogares honrados!...

CARMELO
¿Le párese usté que le pongamos ar marido otro anónimo, disiéndole er nombre del infame?

DON CANDIDO
¡Bravo! ¡Idea soberana! ¡Me la ha quitado usted de la cabeza!

CARMELO
¡Es que usté me ha comunicao a mí su indirnasión! ¿Vamos ar despacho?

DON CANDIDO
Vamos, vamos sin perder tiempo. Verá usted: cogiendo yo la pluma así, me sale una letra muy curiosa. Venga usted conmigo.

CARMELO
A las parejas, que ahora están presentes.

¡Quejarse der maestro!

Sigue a Borrajas, el cual se ha ido por la derecha de la galería, ciego de júbilo.

(Música)

MANOLA
No vaya usted tan aprisa,
que va usted a tropezar.

CELESTINO
La culpa es de esa sonrisa,
que a un santo le hace pecar.,
aun en misa.

MANOLA
¡Qué risa!

CELESTINO
¡La mar!

MANOLA
Ni vaya usted a creer
que yo me creo esas cosas;
que estoy harta de saber
que son las más mentirosas
las palabras del querer.
¡Hay que ver!

CELESTINO
Pues escúcheme usted, salero,
por la gracia de su papá:
yo seré muy zaragatero,
muy jocoso, muy palabrero,
pero ¿embustero?
¡Quiá!
Ni yo quiero,
ni va a querer mi mamá.
Y comprenda usted, lucerito,
rosa fresca pitiminí,
fina esencia de lo bonito,
que estoy loco por su palmito,
que me derrito,
¡sí!
¡Necesito
que usted se apiade de mí!

MANOLA
¿Conque sí?

CELESTINO
Conque sí!

MANOLA
Acabaré por hacerme,
con sus piropos, de miel.

CELESTINO
Acabaré por creerme
que disloco a este clavel.
¡Hay que verme!

MANOLA
¡Qué gracia la de él!
Las palabras del amor
son puntitas de alfileres,
que con gusto y sin dolor
nos prenden a las mujeres
en el ladito mejor.

CELESTINO
¡Vaya flor!

Siguen hablando bajo.

ARISTIDES
Princesita de un cuento de niños
me parece usted.

HERMINIA
Son sus ojos, que ven en las cosas
lo que nadie ve.

ARISTIDES
¡Quién pudiera cuajar en el barro
su forma ideal!

HERMINIA
¡Ay, por Dios, que escuchando esas flores
no sé qué me da!

ARISTIDES
Y si quieta y estática
es usted una Venus,
cuando danza en mis brazos
tan alada la encuentro,
que me parece, Herminia,
que aprisiono un ensueño...

HERMINIA
Calle, por Dios, Arístides,
que no sé lo que siento,
ni sé qué extraña música
palpita ya en mi cuerpo...

ARISTIDES
La propia que al artista
le suena muy adentro...

Danzan amartelados, al ritmo de un vals exquisito, y desaparecen por la galería.

CELESTINO
Ya que esos dos se arrancan
por lo romántico,
demos los dos seis vueltas
por algo clásico.

Bailan también, al son de un aire popular, y desaparecen en la galería por el lado opuesto. Aparecen luego, danzando aún, Herminia y Arístides. Poco después vuelve Carmelo, y simultáneamente Manola y Celestino. Las parejas, al ver a Carmelo, suspenden un momento el baile.

ARISTIDES
¿Qué?

CELESTINO
¿Qué?

MANOLA
¿Y papá?

HERMINIA
¿Y papá?

CARMELO
No hay cuidao: está poniendo en limpio un anónimo.

A Chuchú, que llega a punto por la derecha de la galería, seguida de la Miss.

¡Ven acá, Chuchú! ¡Ya tengo yo pareja! ¡Siga er baile!

CHUCHU
¡Anda, qué bueno!

CARMELO
¡Y vamos con el Huyuyuy, que es er baile de moda!

Bailan las tres parejas el «Huyuyuy», baile desenfadado y alegre. La Miss contempla el cuadro en pie, junto a la jaula del lorito, con cara de vinagre malo. Luego cesa la música.

Todos aplauden satisfechos y ríen.

ARISTIDES
¡Viva la alegría! ¡La alegría es la fuerza del mundo!

CARMELO
¡Ole!

ARISTIDES
¡La tarde está llena de luz! ¡Propongo que tomemos un refresco en mi estudio!

TODOS
¡Bravo! ¡Bien! ¡Bravo! ¡Ole!

ARISTIDES
Mientras Herminia posa un rato, y yo le doy al busto dos toques más, Manola y Chuchú lo preparan.

ELLAS
¡Aprobado! ¡aprobado!

ELLOS
¡Hecho!

CELESTINO
¡Para luego es tarde!

TODOS
¡Al estudio! ¡al estudio!

MANOLA
A la Miss.
Miss: dígale a papá que estamos en el estudio con estos señores.

LA MISS
Bien.

MANOLA
Que si quiere, que baje.

LA MISS
Bien.

CARMELO
Y si no se quiere molesta, que no baje.

LA MISS
Bien.

MANOLA
Y cuando se lo diga usted, vaya por Chuchú.

LA MISS
Bien.

CHUCHU
¡Pero tampoco corre prisa mayormente!

LA MISS
Bien.

CELESTINO
¡Esta miss me parece a mí que está descompuesta!

Ríen todos, y se van en animada y bulliciosa conversación por la derecha de la galería. La Miss, gruñendo en inglés unas palabras que no hay quien entienda, desaparece por el lado contrario.

A poco vuelve por la puerta de la izquierda el Abuelo Chocho. Melancólicamente mira hacia todas partes, y exclama, como resumiendo la soledad en que se ve.

ABUELO
¡La madrastra en la calle... las chicas en el estudio de esos desalmados... los criados bailando al son que les tocan... y el otro simple escribiendo anónimos a la casa de enfrente! ¿Quién conoce la mía?

(Música)

Me dicen cascarrabias,
me llaman viejo chocho,
porque rabiando vivo,
porque les riño a todos;
pero a mis solas sufro;
pero escondido lloro.

Llora, abuelo,
llora, abuelo, por tu casa,
que se pierde, que se hunde,
que se acaba...
No la abaten
vendavales ni borrascas:
la carcoma es quien la pudre,
quien la mata.

¡La grandeza en que nací!...
¡El honor que me alentó!...
La gloria en que envejecí,
¿dónde dio?
¡El amor de lo que fue!...
¡La ilusión del que será!...
La casa en que me críe,
¿dónde está?

La de enfrente ¿qué me importa,
si la mía abandonada
se desploma.
¡Quién pudiera, quién hacerte
espejo en que se miraran
las de enfrente!...

¡La grandeza en que nací!...
¡El honor que me alentó!...
La gloria en que envejecí,
¿dónde dio?
¡El amor de lo que fue!...
¡La ilusión del qué será!...
La casa en que me crié,
¿dónde está?

Se aleja por la izquierda de la galería, y cesa la música. Un momento después vuelve a salir por la derecha, ahora más preocupado y nervioso que nunca, el cabeza de fósforo de la familia.

DON CANDIDO
¡Jesús, Jesús, Jesús! ¡Por supuesto, tenía que ocurrir un buen día! ¡Un mal día! ¡Tenía que ocurrir!... ¡El drama eterno: el marido que llega y sorprende...! Va a cogerlos fritos: ¡fritos! Y yo, que estaba esmerándome en el nuevo anónimo... ¿Eh? ¿Qué es eso? ¿Un disparo ya? No; no ha sido un disparo... ha sido un coche. ¡Jesús, Jesús! Mañana sale esa casa en los periódicos. Fritos, fritos: los coge fritos. ¡Y hay que ver lo que aquí significa fritos!...

Llega Josefa por la derecha de la galería.

JOSEFA
Señor.

DON CANDIDO
Sobresaltado.
¿Eh?

JOSEFA
¿Señor?

DON CANDIDO
¡Ah, que eres tú, monada!

JOSEFA
¿Qué le ocurre?

DON CANDIDO
Nada, tontilla.

Intenta tomarle la cara.

JOSEFA
Quietas las manos.

DON CANDIDO
¡Lo que me haces sufrir, picarona!

JOSEFA
Ahí está un caballero que quiere verle a usted.

DON CANDIDO
¿A mí? ¿Quién? ¿No te ha dado tarjeta?

JOSEFA
No, señor: pero me ha dicho que anuncie a don Luis de Esquivias.

DON CANDIDO
¿A don Luis de Esquivias? ¡No puede ser, muchacha!

JOSEFA
Pues ese es el nombre que me ha dado.

DON CANDIDO
¡Nb puede ser! Si a don Luis de Esquivias acabo yo de verlo entrar por el 98... Tú te has confundido, princesa.

Se le acerca melosamente, y la abraza. Ella no opone resistencia.

Anda, sal ahí fuera y entérate bien... Tú te has confundido...

JOSEFA
Pero ¿soy yo sorda?

DON CANDIDO
Pues verás cómo te has confundido... y no es don Luis de Esquivias.

Don Luis de Esquivias, que un minuto antes ha aparecido en la galería, por la derecha, dice gravemente:

DON LUIS
Sí, señor, sí: es don Luis de Esquivias.

JOSEFA
¿Lo está usted viendo?

Don Cándido se separa turbadísimo de Josefa, que se retira. Don Luis de Esquivias lo mira de arriba abajo. Es un señor cuya cabeza parece recortada de un cuadro del Greco. Viste de chaqué. Habla con serenidad y nobleza. Ni un solo momento es ridículo.

DON CANDIDO
¿Don... don... don Luis de Esquivias?

DON LUIS
Para servirle, señor mío. ¿Y yo tengo el honor de hablar...?

DON CANDIDO
Conmigo: Cándido Borrajas...

Azoradísimo.

Asseyes vous, monsieur.

DON LUIS
Dispense: vamos a entendernos en castellano.

DON CANDIDO
Sí, sí... si estos son resabios de la educación de las chicas.

DON LUIS
¿De la educación?

DON CANDIDO
¡Esta casa es una Babel! ¿Quiere usted que pasemos a mi despacho?

DON LUIS
No deseo sino hablar con usted sin testigos. ¿Estamos aquí solos?

DON CANDIDO
Usted lo ve.

DON LUIS
Pues aquí mismo, entonces.

DON CANDIDO
Aquí mismo. Asseyez vous. ¡Y dale! ¡Se me ha metido en la cabeza! Tome usted asiento. Si encuentra dónde... Todo lo han dejado por medio esas chicas... Deje usted el sombrero.

DON LUIS
Sí, señor. Mil gracias.

Siéntanse los dos. Don Luis está sereno e impávido. El otro, excitado e inquieto.

DON CANDIDO
Bien; usted dirá a qué debo... a qué debo la... a qué debo el...

DON LUIS
Señor de Cerrajas...

DON CANDIDO
Borrajas.

DON LUIS
¡Ah! Discúlpeme.

DON CANDIDO
No hay de qué... Viene a ser lo mismo. Agua de...

DON LUIS
Señor de Borrajas...

DON CANDIDO
Señor Caballero del Verde Gabán...

DON LUIS
¿Cómo?

DON CANDIDO
¡Huy!

Pausa. Se miran.

DON LUIS
¡Vamos! Ya comprendo... Se me nombra así en esta casa.

DON CANDIDO
No...

DON LUIS
Sí... Es muy natural... Donde hay muchachas... donde hay señoras... es sabido: el mote al vecino, el apodo al visitante enojoso, suelen estar prestos.

DON CANDIDO
¡Je!

DON LUIS
Yo soy quien menos puede extrañarlo. ¿Sabe usted cómo le llama a usted mi esposa? Con perdón.

DON CANDIDO
¿Cómo?

DON LUIS
Dulcificando la frase con toda cortesía.
El Papamoscas de Burgos.

DON CANDIDO
Imitándolo.
Pues no soy de Burgos.

DON LUIS
Pues será sencillamente por lo otro. Donde las dan, las toman... Así como así hemos tenido suerte usted y yo: entrambos motes no pueden ser más clásicos. De todos modos, y aun cuando ello sea un pasatiempo del todo inocente, convengamos en que es censurable.

DON CANDIDO
Sintiéndose momentáneamente clásico.
Eslo.

DON LUIS
Usted se llama Borrajas y yo Esquivias. Al grano, pues.

DON CANDIDO
Al grano. Le confieso a usted que siento impaciencia...

DON LUIS
Voy a satisfacerla en seguida. Y cuenta, señor mío, que jamás en los días de mi vida pasé por trance como este. Y aun lo habría evitado, si no confiase en que es usted un caballero.

DON CANDIDO
Soilo.

DON LUIS
Así lo creo yo a pies juntillas. Si la pregunta que voy a dirigirle a usted le ofende en lo más mínimo, dela por no salida de mi boca.

DON CANDIDO
Ha... hable usted.

DON LUIS
Yo he recibido un par de anónimos distintos que afectan a mi honor.

Don Cándido traga saliva.

Por indicios que no he menester declararle, presumo que los dos salieron de esta casa. ¿Los ha escrito usted, por ventura?

Don Cándido suda como un pollo.

¡Invoco su caballerosidad!

DON CANDIDO
En actitud de héroe, adoptada en un instante de energía.
¡Sí, señor!

DON LUIS
¿Los ha escrito usted?

DON CANDIDO
¡Sí, señor! De mi puño... ¡de mis puños y letras!

Don Luis lo mide atentamente con la vista, da un paseo, y exclama después:

DON LUIS
Menos malo. Grave es la acusación formulada en ellos: ventilamos aquí mi felicidad y mi honra; pero, pues estoy en la fuente de donde nacieron los anónimos, siquiera sabré la verdad.

Da otro paseíto.

DON CANDIDO
(Este greco me va a dar la tarde)

DON LUIS
¿Cómo?

DON CANDIDO
No... nada... que parece que hace aquí algún calor... ¿Quiere usted que abra las vidrieras de la galería?

DON LUIS
Por mí, no. Gracias.

DON CANDIDO
¿No tiene usted calor?... Es natural... Bien comprendo su malestar, su... su... Es lo más grave que le puede ocurrir a un hombre... Por eso yo... yo me he atrevido... Yo no creo que el anónimo bien intencionado sea un arma vil...

DON LUIS
Dígame usted cuanto usted sepa. ¿Es cierto que apenas doblo yo todos los días la esquina de la calle entra un hombre en mi casa?

DON CANDIDO
Es cierto.

DON LUIS
¿Siempre el mismo?

DON CANDIDO
El mismo siempre.

DON LUIS
¿Es cierto que lo ha visto usted en coloquio... demasiado íntimo con mi esposa?

DON CANDIDO
Es cierto.

DON LUIS
Pero ¿cómo ha podido usted ver tamaña felonía? ¡La verdad; toda la verdad!

DON CANDIDO
¡Por un espejo que coloqué frente al balcón! Yo me metí debajo de mi cama —¿usted se hace cargo?— y en la luna se reflejó la escena... ¿La describo? Abrazos... besos... ¡todas las complacencias del amor!

DON LUIS
¡Basta! ¡Las señas de ese hombre!

DON CANDIDO
Alto... morenito... veinte o veintidós años a lo sumo... ¿Qué más? ¡Sé cómo se llama también!

DON LUIS
¿Cómo se llama?

DON CANDIDO
Haciendo memoria.
Se llama... se llama... ¡Pues se me ha olvidado!

DON LUIS
Yo se lo diré a usted: Enrique Lorenzague.

DON CANDIDO
¡Zague, zague, zague! ¡El es! ¡Y en este momento está ahí: en su casa de usted! ¡Ha entrado por el 98!

DON LUIS
¡Sí, señor! ¡En este momento está en mi casa! De ella vengo yo, y allí queda.

DON CANDIDO
¿Allí queda, eh?...

DON LUIS
Sí, señor; allí queda.

Pasea como meditando su determinación.

DON CANDIDO
Calma, señor Caballero del Verde Gabán mucha calma.

DON LUIS
Señor Papamoscas de Burgos...

DON CANDIDO
¿Eh?

DON LUIS
Oigame usted atentamente.

DON CANDIDO
Soy todo oídos.

DON LUIS
Enrique Lorenzague es hijo de mi esposa.

DON CANDIDO
¿Eh?

DON LUIS
Hijo único de mi esposa, viuda diez años ha del general Lorenzague.

A Don Cándido se le sale un silbido, que repite el loro.

Las caricias que usted sorprendió, eran de madre a hijo, y no de mujer liviana a amante traicionero, como usted, sin duda contagiado de la atmósfera en que respira...

DON CANDIDO
¿Eh?

DON LUIS
Creyó ver desde debajo de su cama, puesto en cuatro pies.

DON CANDIDO
¿Cómo en cuatro pies?

DON LUIS
¡O en cuatro manos! ¿Cómo se expresa en español la postura que usted tomó para fisgar por el espejo?

DON CANDIDO
¡A gatas!

DON LUIS
Pues a gatas se engañó usted, y de pie ya, procedió con ligereza incalificable.

DON CANDIDO
Soy... soy el primero en lamentarlo, señor de Esquivias... y al propio tiempo en alegrarme... Pero comprenda usted que las apariencias... las apariencias... Porque ¿cómo podía yo imaginar..? ¿Cuántos años tiene su esposa?...

DON LUIS
¡Indiscreto!

DON CANDIDO
Es que con mis hijas he discutido... ¡Parece una muchacha!

DON LUIS
Pero ¿a usted qué jinojo le importa?

DON CANDIDO
¡Ese jinojo!...

DON LUIS
¡Ese y cien más merece usted por su conducta, majadero!...

DON CANDIDO
¡Ese majadero!...

DON LUIS
Perdone: retiro el vocablo. Un punto me ha faltado el dominio sobre mis nervios. Pero ya repuesto, no vacilo en aconsejarle a usted lealmente que mire más por su casa y por su familia, y se deje de cuidar de la del vecino.

Oportunamente llega Sarita de la calle.

DON CANDIDO
¡Ah!

DON LUIS
Señora...

SARITA
Caballero...

DON CANDIDO
Mi esposa.

DON LUIS
Le beso los pies.

DON CANDIDO
El señor de Esquivias, el vecino de la casa de enfrente...

SARITA
Sonriendo
Ya, sí...

DON CANDIDO
Que ha venido a ponerme de hoja de perejil, en lenguaje castizo.

SARITA
¿Cómo?

DON CANDIDO
Sí, hijita, sí; hemos estado tocando el violón...

SARITA
Tú más que nadie, Candidito.

DON LUIS
Con intención.
Es posible.

SARITA
Esté usted seguro.

DON LUIS
Despidiéndose.
Señora... Caballero...

SARITA
¿Se marcha usted?

DON LUIS
Ya nada tengo que hacer en esta casa. Me voy a la mía, desde cuyos balcones, por cierto, suelo ver también en la de enfrente escenas pintorescas, cuya interpretación no se me ha ocurrido nunca, por si era equivocada, escribir en anónimos. Además, señora, creo que harto hay siempre que guardar en la propia casa, para perder el tiempo husmeando lo que se guisa en ninguna otra.

DON CANDIDO
Ya lo oyes.

SARITA
Ya lo oyes tú.

DON LUIS
Bueno es que lo oigan los dos. Mi casa, señores, es todo lo contrario que esta casa. La presiden la modestia y el orden; su lujo es la limpieza; la lealtad, su decoro; su atmósfera, la del amor y el respeto mutuos. Yo llevo a ella mis pensamientos más nobles, y ella me da las horas más felices. Es para mí también sosegado refugio en los afanes de la vida. Cuando yo oigo decir, verbigracia, que a tal o cual padre de familia lo sorprendió alguien alguna vez enamorando a una criada, profanando el hogar, me quedo con tanta boca abierta.

Don Cándido se hace el distraído. Luego, sin saber lo que dice, pregunta:

DON CANDIDO
¿Quiere usted tomar el té con nosotros?

DON LUIS
Gracias. Si ya los dejo... No extrañen que les haya dicho lo que he dicho, a quienes tan torpe idea habían formado de mi casa. Mi esposa, finalmente, es discreta sobre toda ponderación; y por lo mismo que es joven aún y yo peino canas, tiene para ellas, no ya respeto y amor, sino culto: ni con el pensamiento las ofende; ni a solas delante del espejo coquetea.

Ahora es Sarita la que no se quiere enterar.

De pronto, allá abajo, en el estudio de Arístides, se oyen las animadas y vibrantes notas del «Huyuyuy».

DON CANDIDO
¿Qué es eso? ¿Qué música es esa. Sarita?

DON LUIS
El Huyuyuy; el baile de moda, que nació en el arroyo y se ha enseñoreado de los salones. Deben de estar bailándolo en el estudio del escultor sus hijas de usted y sus amigos.

DON CANDIDO
Quizás, quizás...

DON LUIS
Algunas tardes me ha dicho mi esposa que se baila aquí.

SARITA
Será cuando yo salgo...

DON CANDIDO
Ah, sí, seguramente... ¡Pues buena es ésta!...

DON LUIS
No sé. Harto me he detenido... Señora... Señor... Ya saben ustedes donde tienen su casa...

Respondiendo a una amable sonrisa del matrimonio:

¡Aquí!

Don Cándido y Sarita se ponen serios. Don Luis, después de una nueva reverenda, da media vuelta y se marcha por donde vino, dejando al matrimonio confuso. Asoma por la puerta de la izquierda el Abuelo Chocho, que los contempla gravemente, aumentando su turbación. Continúa sonando hasta el final la música del «Huyuyuy». Borrajas no sabe qué hacer y ordena los muebles. Sarita, mortificada, tal vez arrepentida de algo, deja cuanto en las manos trae y se quita el sombrero, que arroja con mal humor sobre un mueble. Luego grita:

SARITA
¡Miss! ¡Miss!

DON CANDIDO
Secundándola, a tontas y a locas.
¡Miss! ¡Miss!

Aparece la Miss, seria como un ajo, en la galería.

SARITA
Baje usted por las señoritas al estudio.

DON CANDIDO
Muy grave.
Baje usted al estudio por las señoritas.

LA MISS
Bien.

Retirase hacia la derecha.

EL LORO
¿Hola?

ABUELO
Ha tenido que venir de fuera, para preocuparos, quien os diga lo que yo os repito constantemente: que ya sabéis cuál es vuestra casa: ¡ésta!

Callan los dos impresionados.



FIN


Información obtenida en:
https://archive.org/details/lacasadeenfrente00luna

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