El bosque de Diana

Título El bosque de Diana (1990)
Grabación en directo de la representación en la Sala Olimpia de Madrid
Música: José García Román
Letra: Antonio Muñoz Molina
Director: José Ramón Encinar
Categoría: Opera
País: España
Escenas: 01.- Obertura - 5' 08"
02.- Escena 1. Silvia y Molloy - 6' 14"
03.- Interludio - 1' 58"
04.- Escena 2. Guardián - 6' 08"
05.- Diana y Guardián - 6' 07"
06.- Interludio - 1' 16"
07.- Guardián - 2' 28"
08.- Interludio - 0' 49"
09.- Escena 3. Silvia y Molloy - 12' 55"
10.- Interludio - 2' 34"
11.- Escena 4. Diana y Molloy - 5' 03"
12.- Interludio - 1' 10"
13.- Escena 5. Silvia - 3' 05"
14.- Molloy y Silvia - 2' 02"
15.- Escena 6. Diana y Molloy - 9' 04"
16.- Interludio - 3' 40"
17.- Escena 7. Guardián y Silvia - 8' 04"
18.- Interludio - 4' 11"
19.- Escena 8.Molloy, Diana y Silvia - 7' 43"
20.- Diana sola - 2' 53"
Reparto: Diana – Paloma Pérez-Iñigo
Silvia – Lola Casariego
Molloy – Enrique Baquerizo
Guardián – Juan Pedro García Marqués
Sombra – Nicanor Cardeñosa
Orquesta: Orquesta Sinfónica de Madrid
Coro: Coro
Sinopsis: El tema de esta ópera nos sitúa en unas coordenadas de cultura clásica grecolatina bastante amplia para el espectador, pues si bien la figura de Diana/ Artemisa -la virgen cazadora contrapunto de Afrodita -puede ser suficientemente conocida en general, para el episodio ocurrido con Acteón (citado por el autor del libreto) y las implicaciones que contiene hay que recurrir a una información más específica.
Con una ambientación y una organización escénicas muy próximas al relato cinematográfico (expresamente mencionado por el autor del libreto en las notas al programa de mano) se desarrolla en tres niveles superpuestos, contrapuntantes y complementarios. En primer lugar, el de la Diosa, tradicionalmente bellísima, hechicera, fría y poderosa que, encastillada en su Bosque Sagrado, repite constantemente el destino de su fatal atracción y la destrucción que conlleva.
Espera (casi podría decirse aquí que lo desea) al hombre que penetrará en sus dominios, que osará mirarla deslumbrado por el fulgor de luna que resplandece en su piel, que quedará prendido irremediablemente... y que deberá morir por haberse atrevido a hacerlo. La inexorabilidad de esta muerte, que parece ser ahora la única razón de la existencia divina de Diana, está condicionada por la virginidad militante elegida por ella desde los tiempos primigenios y en la declaración expresa de su desprecio, casi repugnancia, por la debilidad de quienes se dejan arrastrar por la pasión carnal. Esta naturaleza de la Diosa la comprendemos, sin embargo, poco a poco a lo largo de toda la ópera: como una premonición al comienzo que se va perfilando como amenaza, llegando a certeza cruel en el último momento.
En un segundo nivel, el Bosque y su Guardián. Éste último, como custodio sacerdotal del lugar sagrado, debe vigilar día y noche, arma en mano, sin dormir jamás; pues cualquiera que lo encuentre dormido puede matarle y ocupar su lugar. Este personaje se ha transformado en un ser despiadado con una acuciante manía persecutoria, reiterativa, venteando sin cesar en el aire una angustiosa presencia de espías.
Por último, el de la pareja formada por Silvia y Molloy, encadenados por su propia pasión y condenados a huir juntos, cómplices en delitos de sangre. Sin embargo, son diferentes. Él va perdiendo visiblemente la cordura, encerrado como el Guardián en su ansiedad paranoide de hombre perseguido y al acecho; y con su terca convicción, ante Silvia, de saber encontrar el refugio seguro y definitivo. Cree encontrarlo en la mansión hechizada de la Diosa y no se desengaña ni cuando esta última le advierte del destino que ha elegido por mirarla. Silvia sin embargo mantiene siempre la coherencia y una visión más lúcida de la realidad, por más que ésta sea onírica. Ama a Molloy sin condiciones aceptando el destino común, trata de protegerlo de sí mismo y del entorno hostil en que se adentran, siente una razonable aprensión ante el Bosque y confiesa su terror a los árboles oscuros ... y a los ecos espectrales de la voz de la diosa; trata de buscar valientemente a su hombre, se enfrenta al Guardián que trata de impedírselo y consigue darle muerte; por último, intenta hacer entrar en razón a Molloy, que insiste en ver luces, personas y vida donde no hay más que ruina, soledad y sombras. Caen ambos bajo el tiroteo de los perseguidores que han ido cercándolos desde el principio, una cacería anunciada. Tras la muerte de ambos aparece Diana bañada por la luz de la luna dictando de nuevo su eterna sentencia: los débiles no entrarán en el suave reino de la soledad y si lo hacen serán acosados hasta la locura y la muerte pues "ni los débiles ni los torpes saldrán vivos del Bosque de Diana".
El desarrollo nocturno, opresivo e irreal del relato, la indeterminación temporal de los acontecimientos, la situación anímica de unos personajes entre el sueño y la vigilia, la asechanza omnipresente de la Diosa simbolizada por la luz helada de la luna... todo contribuye a la sensación de habitar en un territorio indefinido entre los hombres y los dioses. Más en la tradición de la novela negra que de la ópera mitológica, a pesar del punto de partida, el compositor consigue ofrecemos un espectáculo inquietante donde hay mucho de sortilegio y de fatum, destino terrible al que sirven voces e instrumentos. Cuida particularmente la compresión del texto por dos medios: la dosificación de las tesituras agudas de los cantantes que siempre suponen cierta deformación de las vocales, y el papel asignado a la orquesta que en ningún caso se superpone a los cantantes. Si, como señala el propio García Román, ha puesto interés en "servir al texto y al ambiente", podemos considerar logrado este propósito ya que la adaptación a la prosodia permite una expresión natural, incluso aparentemente fácil, que termina transmitiendo al oyente la agónica situación de la pareja que huye (Silvia y Molloy) y del Guardián, siempre alerta, a la espera de una segura muerte. Prescindiendo de rasgos de vocalidad clásica, el canto es convencidamente silábico, utilizando frecuentes peroratas, casi recitados que nos retrotraen a los objetivos iniciales de la ópera: cantare come si parla; no sólo por aparentar, gracias a la técnica, absoluta naturalidad, sino por hacer música subordinada al hecho de declamar.
Comentarios: Estrenada el 20 de abril de 1990 en la Sala Olimpia de Madrid.
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