El retablo de maese Pedro
Acto I
La acción tiene lugar en esa venta manchega donde Maese Pedro y su ayudante, el joven Trujamán, ofrecen una función de títeres para los huéspedes. Entre los espectadores se encuentran Don Quijote y Sancho Panza. Los títeres representan “el retablo de la libertad de Melisendra”, un romance medieval que cuenta cómo Don Gayferos rescata a su esposa Melisendra, prisionera por los moros en la ciudad de Sansueña (antigua Zaragoza).
Don Quijote, al observar la escena, metido de lleno en la acción y queriendo hacer justicia, desenvaina su espada cuando los amantes huyen y son perseguidos por los moros. Pero los gestos del valeroso hidalgo sólo consiguen destrozar el teatrino y los muñecos del titerero.
Dentro de la tendencia neoclásica del momento –seguida por Stravinsky o Picasso–, Falla, en la plenitud de su carrera y reconocido en toda Europa, se aparta de la música más explícitamente «andaluza» y utiliza material de los cancioneros renacentistas, como el romance Retraída está la infanta de Francisco Salinas, recogido por Pedrell.
Una orquesta bastante reducida –nueve instrumentos de viento, ocho de cuerda, arpa, clavicémbalo (en el estreno, Wanda Landowska) y percusión– acompaña a las voces protagonistas de Maese Pedro (tenor), el Trujamán o narrador de la historia (voz blanca, papel con el que Josep Carreras debutó en el Liceu) y Don Quijote (barítono), ya que los personajes de ficción no cantan.
Para el estreno de El retablo de Maese Pedro en París en 1923, y luego en Sevilla en 1925, Manuel de Falla contó con diferentes colaboradores, entre ellos su amigo Hermenegildo Lanz. Este artista quería y admiraba profundamente a Don Manuel y guardaba con celo todo lo relacionado con él. Así, conservó desde la partitura y las cartas con los consejos de Falla, hasta las plantillas con las que confeccionó las figuras, los bocetos de los mecanismos de los muñecos, o la lista de materiales que necesitó para construir el teatrino y las marionetas. Enrique Lanz siempre ha jugado con títeres y creció admirando los muñecos, dibujos y bocetos de su abuelo Hermenegildo, entre los que estaban los que éste hiciera para El retablo de Maese Pedro. Por eso para Enrique Lanz el nombre de Manuel de Falla y las notas de su retablo quijotesco, han sido siempre un referente cercano, querido, muy especial. Tal vez por esa familiaridad, cargada de respeto y gratitud, es sólo en la madurez de su carrera que ha decidido llevar a escena esta obra. Y hoy lo hace con marionetas gigantes, como un monumento dedicado a Cervantes y a Falla, dos genios españoles, universales, eternos. De Cervantes toma Lanz el recurso del teatro dentro del teatro, el juego entre niveles de realidad, de universos confundidos. El autor de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha creó el personaje Cide Hamete Benengeli, quien –según la ficción literaria– creó gran parte de la historia de Alonso Quijano, el célebre hidalgo manchego que –apasionado por las novelas de caballería– creó a Don Quijote de La Mancha, quien a su vez creó el personaje de Dulcinea, dama a quien dedicarle sus honores. La ficción y la realidad en la obra de Cervantes están constantemente confundidas, distorsionadas por la imaginación de Don Quijote, y esta idea es el pilar del espectáculo de Enrique Lanz. Su puesta en escena teje un continuo juego de capas de realidad, de sorpresas visuales, de trampantojos, de ilusiones de verosimilitud trocadas. Para su partitura Manuel de Falla emuló la mezcla de estilos literarios que utilizó Cervantes, y compuso su ópera a partir de músicas de diferentes épocas y estilos, combinando notas antiguas, folclóricas, litúrgicas o de vanguardia. Lanz se basa en esta idea y fusiona también estéticas, materiales e iconografías medievales y barrocas, inspirado además de la expresividad del arte africano o del art brut. A pesar de ser una ópera breve, El retablo de Maese Pedro, resulta una obra intensa y rica, pues todo el universo podría estar contenido en ella.
Nota.- Textos y notas informativas del Gran Teatre del Liceu.
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